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Pero Richard nunca llegó a decirle a Eleanor que el título de aquel poema era «A una prostituta cualquiera».

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Los siguientes encuentros de Eleanor Trap y Richard Kearns fueron alegres, desenfadados, ricos y tiernos.

Richard Kearns desplegaba, una vez más, su juego completo de recursos para conquistar a una chica: después de la selección de lecturas, las fotos de la infancia (no había mujer que se enterneciera ante aquel niño regordito y dinámico); luego las aventuras con sus compañeros del colegio, ritual de imágenes afectivas y recuerdos de una juventud aún no perdida; éxitos deportivos era el siguiente escalafón; viajes lejanos, el último tramo en el ascenso hacia la gloria; y destreza pianística, por último, la culminación.

Después de ese periplo no había mujer que se resistiera.

El abril de 1960, Eleanor Trap y Richard Kearns hicieron el amor por primera vez. Para Eleanor era su estreno total. Para el profesor Richard Kearns, de 41 años, sólo era una vez más, una dulce y cariñosa vez más de el desastre de su interminable lista de intentos infructuosos por ser feliz en pareja.

Era abril de 1960, Alfred Hitchcock terminaba de montar la película Psicosis.

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Después vinieron dos años de auténtica estabilidad de pareja: compañerismo, amor, sexo, amigos comunes, proyectos. El verano de 1961 Richard Kearns la llevó de viaje a la zona montañosa del volcán Barú, un oasis de temperatura permanentemente primaveral en la parte oeste de Panamá, cerca de Costa Rica, en la región de Chiriquí, un lugar donde descansaban los altos ejecutivos del Canal y donde Eleanor se sintió plenamente feliz. Pero allí Richard Kearns conoció a Janet Gloria Suárez Aráuz, la guía turística con la que por primera vez le fue infiel.

Para Richard Kearns, Janet sólo fue una aventura, pero el sabor de aquel incidente, el placer del peligro y el deleite del cambio, le duró durante meses.

En marzo de 1963, en plena presidencia del joven John Fitzgerald Kennedy, Richard Kearns decidió, de pronto, que era hora de crear una familia y para ello Eleanor era demasiado joven. La nueva profesora del Departamento de Historia de la Literatura, Josephin Schneider fue su elegida.

Eleanor Trap no podía comprender por qué la gente seguía viviendo si cabía la posibilidad de sufrir un dolor tan profundo como el del desamor.

Su tío Adrian Troadec en una carta de mayo de aquel mismo año le contestó que se sigue viviendo por cobardía. Y por curiosidad.

Ella entendió la oferta, ahora definitiva, y le contestó diciendo que se iría a vivir a Europa con él.

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Cuando llegó a Suiza en su primer viaje adulto en avión, vómito sobre suelo helvético. Se juró no volver a viajar por aire en toda su vida. Eleanor Trap no cumpliría su promesa.

En el aeropuerto la esperaba Adrian Troadec. Tenía un enorme bigote con las puntas enroscadas. Ésa fue la primera imagen de su tío Adrian: unos enormes bigotes enroscados, en un cuerpo alto y poderoso, cubierto con un sombrero verde con una plumita.

Eleanor Trap sintió miedo. Estaba por primera vez sola. Estaba por primera vez en un país extranjero. Y estaba por primera vez con su tío Adrian. Adrian Troadec.

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Meses después de su llegada a Suiza, Eleanor Trap comenzó a impartir clases de Lengua Inglesa en la Escuela Normal de Lausanne y por las tardes ayudaba a su tío Adrian Troadec en las gestiones de la pequeña fábrica de chocolates.

En un par de años se dio cuenta de que la enseñanza de adolescentes no era lo suyo.

Seguía escribiendo.

Fue el año en el que se aprobó en los Estados Unidos la Ley del Derecho al voto de los negros.

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Entre los compañeros de la Escuela estaba Hasim Tulú, un joven matemático, de rostro melancólico, procedente de la India.

Después de un largo noviazgo de siete años se casaron en la pequeña iglesia de Santa Marta en Aix-en-Provence, el mismo lugar en el que su tío Adrian se casó con la joven Elena Petroncini.

Fue el mismo año en el que nació el Estado de Bangladesh.

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Durante esos años de noviazgo él consiguió hacerse profesor de a Universidad de Ginebra y ella, entonces, pudo dedicarse sólo a la escritura.

Escribiendo sobre su vida comprendió que debía volver a los Estados Unidos a conocer a su padre biológico.

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Seis meses después de la boda viajó de nuevo a Washington. Habían pasado diez años. Se presentó ante su vieja casa, donde, imaginaba, seguía viviendo su padrastro George Trap. Al acercarse oyó el piano. Se sintió en casa.

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George la recibió como a una antigua amante. Y le dijo el nombre de su padre: Joseph Ladd.

Eleanor viajó al oeste a buscar huellas de su padre.

Lo encontró en San Diego, en una pequeña casa, frente al mar. Vivía con una chica mexicana más joven que la propia Eleanor.

Cuando él la vio acercarse cojeando supo que era ella, su hija. Pero no le dio la más mínima importancia.

Había estado casado dos veces y tenía tres hijas más.

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Hablaron. Él la invitó a cenar. Fue un perfecto caballero.

Después de ese día, no se volvieron a ver.

Eleanor volvió a Ginebra.

En el avión lloró. Sabía que algún día escribiría sobre aquellas teatrales lágrimas de avión.