Epílogo

Castillo de Elcho, Escocia

Un año después.

—Mami, mami, alguien se acerca —chilló Aileen al mirar por la ventana.

—Es Rapunzel —gritó Maud.

—Tesoro, te he dicho cientos de veces que no llames así a Rose.

—Pero mami, la tía Paris dice que… —prosiguió Maud, pero ella la interrumpió al acercarse la comitiva.

—Luego hablaremos de ello. Ahora vamos, que están llegando los novios.

Todos en Elcho salieron a recibir con algarabía a los señores Stuart. Rose O’Callahan y Kenneth Stuart se habían desposado cuatro meses atrás y regresaban de su viaje de luna de miel. Cuando Rose vio a su amiga Cindy, sonrió y bajó de un salto del caballo de su flamante marido para abrazarla.

—Te noto radiante, señora Stuart —saludó mientras la atraía hacia sí para abrazarla—. Veo que el guaperas de Kenneth te hace muy feliz.

—Ay, mi niña, ¡estás radiante! —gritó la canaria, abrazándola.

La joven Rose O’Callahan se retiró el pelo con gracia de la frente y miró a aquellas dos jóvenes a las que tanto quería.

—¡Oh, sí, Kenneth es maravilloso! —suspiró, mirando a su marido que en ese momento saludaba a Declan y Alaisthar—. Y antes de que me lo preguntéis, vuestro regalo para la noche de bodas… ¡encantó a Kenneth!

Aquello hizo que las tres rieran a carcajadas. Un conjunto de tanga y un picardías de lo más indecente fue el regalo que las españolas confeccionaron para su noche de bodas. Y aunque al principio a Rose le pareció algo indecoroso y atrevido, al parecer les había hecho caso y lo estrenó. El resultado fue un Kenneth Stuart encantado y rendido a sus pies.

—Te lo advertimos, reina. A los hombres un buen tanguita les vuelve locos —se burló Montse.

—¿Dónde están los bebés? —preguntó Rose divertida—. Quiero conocerlos.

—Ay, mi niña, ¡son preciosos! —murmuró la canaria al recordar a su pequeño Kiefer.

—Ven, están durmiendo —sonrió Montse, al pensar en Aisling Carmichael.

Rápidamente, y ante las divertidas caras de sus maridos, las tres jóvenes desaparecieron en el interior del castillo. Fiona, leía en el salón junto al hogar, con una cuna de madera a cada lado. Al abrirse la puerta y ver entrar a las tres muchachas, la mujer se levantó para dar la bienvenida a la recién llegada.

—Rose, querida, qué alegría saber de ti ¿Qué tal tu viaje?

—Maravilloso, Fiona, maravilloso.

Montse se acercó a las cunas y habló en voz baja para no despertar a los niños.

—Y éstos son Kiefer y Aisling.

—Ni que decir tiene que el pelirrojo es el de mi Alaisthar y mío —comentó la canaria en tono sarcástico.

—¿Aisling? —preguntó Kenneth—. Significa «sueño» en gaélico.

—¡Ajá! —asintió la orgullosa madre—. Mi niña es todo un sueño.

Declan clavó la mirada en su bonita mujer, orgulloso.

—Aisling es un hermoso nombre para nuestra hija.

Rose, emocionada al ver a aquellos bebés, se acercó a ellos y murmuró.

—Son preciosos. ¡Preciosos!

—Estoy segura que dentro de poco también correteará alguno así por el castillo de Huntingtower. Sólo hay que mirar cómo te observa tu marido para saber que no tardará mucho en pasar —cuchicheó Fiona a su oído, al tiempo que la abrazaba por la cintura.

—Por supuesto, Fiona. Te aseguro que ambos estamos poniendo todo nuestro esfuerzo porque sea así —dijo Kenneth, que la había escuchado a pesar de todo, haciendo sonreír a los presentes y acalorando a su mujer.

Después de hablar durante un rato alrededor de los bebés, Edel entró en la sala para decirles que la cena ya estaba preparada y todos, a excepción de Declan y su esposa, se retiraron hacia el salón para ocupar sus puestos en la mesa. El duque no podía apartar los ojos de su adorada Cindy, que observaba a su pequeña con mirada maternal.

—¿En qué piensas?

—En lo bonita que es. ¡Es perfecta!

—Tan bonita como la madre.

—Declan…

—¿Qué?

—Tengo algo que contarte.

Sorprendido por aquello el highlander frunció el ceño.

—¿Es chungo? —preguntó haciéndola sonreír.

—No lo sé. Creo que no, pero…

—Cindy Crawford, ¿qué es lo que me tienes que contar? —exigió.

—Veamos. Sé que estás feliz con Maud, Aileen y ahora Aisling, ¿pero te gustaría tener un varón? —al ver que él la miraba boquiabierto, ella continuó tocándose su aún inexistente barriga…

Declan la abrazó y, sonriendo por la feliz noticia que le acababa de dar su mujercita, murmuró antes de besarla:

—Te quiero y siempre querré todo, absolutamente todo, lo que tú me des.