A la mañana siguiente, después de asearse como buenamente pudieron, las muchachas salieron de su alojamiento y se quedaron muy sorprendidas al ver a unos hombres del clan de Kenneth Stuart apostados allí. Sin darle mayor importancia al tema, pasaron por su lado y se marcharon con Agnes y Edel hacia la fortaleza Huntingtower. Fiona las había reclamado.
—¡Qué grima me da entrar en este lugar! Es como entrar en la morada de Úrsula, la bruja mala de La Sirenita —susurró Juana al cruzar la puerta de la fortaleza.
Pero lo que realmente las dejó estupefactas fue la riqueza de aquel castillo. Si bien por fuera se veía sucio y ajado, por dentro estaba en un estado tan reluciente que era imposible no sorprenderse.
—Pero bueno, Rapunzel vive en un auténtico castillo de hadas —se burló Montse al mirar a su alrededor.
—Y mientras, su gente muere de hambre fuera de él —acabó Julia la frase.
La joven lady Rose, que merodeaba por el salón, no tardó en descubrir su llegada. Ofuscada, se dirigió hacia ellas para interponerse en su camino, parándose frente a Montse.
—¿Quién os ha dado permiso para entrar aquí?
—Nos ha llamado Fiona Carmichael —aclaró la joven, mirándola con cara de pocos amigos. Estaba claro que nunca iban a ser amigas.
Declan, que hablaba con otros hombres al otro lado del salón, contempló la escena y vio el desagradable gesto de Rose cuando se dirigía a su Cindy. No podía escucharla, pero por la cara que ponía la española, supuso que lo que decía Rose no debía de ser muy agradable. Con disimulo comenzó a acercarse.
—Os exijo que salgáis de mi castillo. ¡Ya! Rameras como tú no son bien recibidas aquí.
—¿Rameras como yo? —repitió Montse.
—Lo que me hicisteis el otro día no quedará impune. Os haré pagar la humillación de la que me hicisteis objeto ante mi gente. ¡Os lo juro!
—Temblando estoy. ¿Lo veis lady Rose? —se mofó estirando la mano y moviéndola exageradamente, para simular un miedo que por supuesto no sentía.
Julia y Juana observaban la escena, petrificadas. Hicieron ademán de intervenir, pero una mirada de su amiga les ordenó que no se metieran. Aun así, al intuir que el ambiente entre las dos mujeres se caldeaba en extremo, Julia intervino con la intención de cortar aquel encuentro.
—Debemos irnos.
—He dicho que fuera de mi castillo —murmuró aquélla cada vez más encendida. Nadie había osado nunca llevarle la contraria y menos en su hogar.
—Os he dicho, maldita sorda —siseó Montse intentando eludirla con un rodeo—, que Fiona nos ha llamado.
Pero Rose no estaba dispuesta a callar y volvió a interponerse en su camino.
—Declan Carmichael es mío. No lo olvides, ramera. Te podrá satisfacer en el lecho como su amante, pero yo conseguiré ser su esposa y entonces, me encargaré de ti. Haré que tu vida sea tan despreciable que desees morir —gruñó.
Montse, cansada de que aquella niñata malcriada le gritara en la cara, se acercó a ella con astucia y, con disimulo y sin formulismos, le pisó el pie.
—Para tu información, Rapunzel, no soy ninguna ramera —dijo despacio, apretando el pisotón con todas sus fuerzas, mientras Rose, horrorizada, intentaba aguantar el dolor—. Lo que te reconcome es saber que yo soy la mujer que está disfrutando de la pasión de un hombre al que tú deseas y no puedes tener. Lo siento, guapa, él ahora está conmigo.
Y sin mirar atrás, se alejó con cajas destempladas. Intentaba aplacar su mal humor mirando los ricos tapices y cristaleras cuando chocó contra alguien. Rápidamente se excusó.
—Disculpadme, señor.
Al girarse se encontró con el gesto serio de Declan, que acercándose a ella le preguntó al oído.
—¡¿Señor?! ¿Ya no nos tuteamos, Cindy?
Intentó controlar el nerviosismo que la embargaba cada vez que le tenía cerca, respiró hondo y supo que se había puesto colorada.
—Disculpa, Declan. No me había dado cuenta de que eras tú.
Aspirar su perfume y tenerla tan cerca hizo que él deseara tomar aquellos labios impetuosos. Se moría por estar a solas con ella y se molestó al darse cuenta de que ella se alejaba sin decir nada más. La paró.
—¿Adónde vas con tanta premura?
—Tu madre nos ordenó llamar —respondió mirando de reojo a lady Rose, que se sentaba en una silla, cojeando.
Quería estar enfada con él por el trato inexistente al que la había sometido durante todos aquellos días, pero algo se lo impedía. Cada vez que le escuchaba hablar con su aterciopelada voz, sentía que se deshacía por dentro. Aún así intentó permanecer distante.
—Regresamos al castillo de Elcho. Eso es lo que mi madre quiere comunicaros.
Aquello le hizo tan feliz que se le quedó mirando con una encantadora sonrisa.
—Oh, Dios… ¡Qué punto!
—¡¿Qué punto?! —repitió desconcertado—. ¿Qué has querido decir con eso?
Divertida por la pregunta levantó de nuevo la comisura de sus labios en un gracioso mohín, sin percatarse que aquel gesto caldeaba aún más el corazón y la cabeza del hombre que tenía frente a ella.
—Eso es como decir «¡qué bien!».
—Me alegra saber que te hace feliz regresar a Elcho.
Ella asintió alegre como una niña, pero sus ojos se oscurecieron al mirar a Lady Rose y recordar lo que estaba por llegar.
—Sí, aunque sea por poco tiempo. Ya sabes…
—¿Poco tiempo? —preguntó abrumado.
Si Declan algo quería con ella, era tiempo. Su interior comenzaba a creer la locura que le había contado sobre el siglo XXI y, pensar en perderla, comenzaba a agobiarle.
—Sí, Declan. En breve me marcharé a vivir a casa de tu madre. ¿No lo recuerdas?
Él asintió. Tendría que solucionar ese tema nada más llegar a Elcho.
—Por eso no te preocupes… —zanjó el tema con voz suave.
—¿Y por doña Caprichitos tampoco tengo que preocuparme? —soltó sin pensar—. Porque está deseosa de que yo me aleje de ti para meterse en tu casa, en tu cama y en donde tú la dejes.
—Si te refieres a quien yo creo —susurró complacido, con los ojos chispeantes—, no, Cindy, tampoco tienes que preocuparte por eso.
Pero Montse, consciente de que acababa de meter la pata, maldijo. Intentó, sin embargo, quitar importancia a su última frase aclarando algunos puntos que cada vez lo liaban más.
—Bueno, a ver… No te equivoques. No es que me preocupe pero…
—¿Celosa?
—Yo no estoy celosa de esa… petarán. ¿Quién te ha dicho eso? —siseó sobresaltada ante su pregunta, clavando los ojos en él como dagas asesinas.
—Tú. —Pero antes de que ella siguiera con aquello, sobre lo que ya hablarían a solas, Declan cambió de tema, poniéndose serio—. ¿Qué tal ayer con los niños? ¿Encontrasteis a sus familias?
Recordar a los pequeños hizo que a Montse se le iluminara el rostro de felicidad y empezó a contar todo lo que habían avanzado en ese aspecto, moviendo las manos mientras se retiraba un mechón de pelo que le caía en los ojos.
—Uf, la verdad es que nos fue genial. Conseguimos que esos niños volvieran a dormir con sus familias. Y aunque me dio una pena horrorosa separarme de esos angelitos, creo que es lo mejor. Tengo la sensación de que es la primera vez en mi vida que me siento útil. Hacer algo tan importante por alguien es…
—Me alegra saberlo —asintió él, observando que los otros guerreros seguían el curso de aquella conversación. Cindy tenía magia y parecía atraer a todos, y al él, el primero—. ¿Kenneth Stuart y sus hombres se comportaron?
Aquella pregunta la sorprendió.
—Tan bien como Rose O’Callahan —pero al ver la furia en su mirada, cambió de táctica con rapidez—. Se comportaron como unos auténticos caballeros y nos ayudaron a encontrar a las familias de los niños —siseó clavando los ojos en él.
—¿Te tuteas con él?
—¿A qué viene esa pregunta tan tonta? —preguntó anonadada.
Pero no hizo falta que respondiera, ya que en ese momento el mencionado Kenneth se acercó hasta ellos y, con galantería y para molestia de Declan, la tuteó.
—Buenos días, preciosa Cindy. ¿Dormiste bien?
—Muy bien —sonrió.
Declan, incómodo por aquello, le miró con atrevimiento.
—Buenos días, Kenneth, yo también estoy aquí —siseó él.
—Tú y yo ya nos hemos saludado —se mofó divertido, aunque lo hizo dándole un golpe en los hombros—, pero si te hace ilusión, buenos días, Declan.
El duque fue a responder, molesto por la intromisión en la conversación que ellos mantenían, pero como siempre, Montse se le adelantó.
—Kenneth, de verdad, muchas gracias por la ayuda que nos ofrecisteis ayer tú y tus hombres. Sin vosotros hubiéramos tardado muchísimo más en encontrar a esas familias.
—Fue un placer. Si vuelves a necesitar mi ayuda, mi clan y yo estaremos encantados en proporcionártela —declaró mientras cruzaba una divertida mirada con su amigo.
Declan y Kenneth ya habían hablado aquella mañana de lo ocurrido el día anterior. Ambos eran amigos desde hacía años y se conocían muy bien. Demasiado bien.
—Por cierto, Kenneth —preguntó ella—. ¿Por qué había hombres de tu clan apostados ante la puerta de mi cabaña?
Aquello puso sobre alerta a Declan, que le miró con gesto hosco mientras el highlander sonreía.
—Les ordené que durmieran allí. No me gustó nada la mirada de algunos de los hombres que campaban por allí —respondió.
Divertida por aquello Montse hizo ademán de sacarle de su error, pero esta vez fue Declan quien se adelantó a sus palabras con un gesto furioso en el rostro.
—¿Quién te ha pedido que cubras a mi gente?
—Nadie. Pero lo creí pertinente.
—No quiero volver a ver a ningún Stuart cerca de ella o de cualquiera de los míos, a no ser que yo te lo pida. ¿Te has enterado, Kenneth?
Boquiabierta por el rumbo que estaba tomando aquello, Montse se acercó más de la cuenta a Declan para sisear algo al tiempo que le propinaba un pequeño toque en el hombro con el dedo.
—Pero bueno, ¿dónde está el problema?
La cercanía le hizo recordar sus momentos íntimos.
—Tú eres de mi clan. ¡Mi responsabilidad! Si alguien tiene que apostar a sus hombres ante tu puerta, ése soy yo, no él.
—Pues hazlo —le increpó Kenneth.
—¿Y quién te dice que no lo hice ya?
Al escuchar aquello, Kenneth miró a su amigo y sonrió. Ahora entendía la charla de aquella mañana y el porqué de su enfado. Iba a responder, pero la joven interrumpió hecha una furia.
—Vamos a ver, los dos bordáis el papel de machotes, pero cerrad la boca porque me estáis poniendo histérica. —Miró a Kenneth—. Gracias por el detalle de tus hombres, pero yo no necesito que nadie vele ante mi puerta; por lo tanto, ¡tema zanjado! —Y volviendo su turbadora mirada a Declan, siguió hablando—. En cuanto a ti, en todos los días que llevo aquí no me has ofrecido tu ayuda ni un solo instante porque estabas muy ocupado consolando a la caprichosa de la Barbie medieval, por lo tanto, sigue así. No estoy celosa y, por supuesto, tampoco quiero tu protección ni nada que tenga que venir de ti personalmente.
Una vez dijo aquello, con un enfado mayúsculo, se alejó en busca de sus amigas que estaban hablando con Fiona en la otra punta del salón. Los hombres, sorprendidos por la parrafada que aquélla les había soltado, se miraron entre ellos. Finalmente, Kenneth, con una sonrisa que hizo que su amigo soltara una carcajada, dijo dándole un buen golpe en la espalda:
—¿Caprichosa Barbie medieval?
—Locuras de Cindy —asintió divertido Declan, deseoso de pillarla a solas.
—¿Pero esa caprichosa es quien yo creo que es? —se burló de nuevo Kenneth, mirando a Rose O’Callahan, que al fondo discutía con una de sus criadas.
—Me temo que sí —respondió Declan, provocando una risotada en Kenneth que hizo que el salón entero les mirara. Una vez recuperado de la hilaridad, miró a su amigo e hizo un gesto que por fin tranquilizó a Declan.
—Sabes que te aprecio mucho, Carmichael, pero si tú no haces algo para conquistar a la española, lo haré yo.