33

El cuarto día de estar en las tierras de los O’Callahan lo dedicaron a reunir en una cabaña a todos los niños que habían quedado huérfanos tras el asalto. Eran dieciocho.

—¿Pero qué podemos hacer con ellos? —preguntó Montse con un bebé de apenas días en los brazos.

—Pues no lo sé —susurró Julia con tristeza—. Tendremos que preguntarle a Edel o Agnes qué se hace en estos casos. No creo que sea la primera vez que en un asalto pasa algo similar a los niños.

Lo hicieron cuando ellas llegaron con la comida. Afortunadamente, como habían supuesto, tenían una respuesta.

—No os preocupéis, siempre hay un familiar que se queda con ellos, o un vecino. Aunque tampoco os negaré que alguno terminará viviendo en la calles y mendigando un trozo de pan.

—Oh no, eso no puede ser —susurró Montse conmovida—. Estos niños no pueden acabar a así. ¡Pobrecillos!

—Cindy, un niño es una boca más que alimentar, aunque cuando crezca sean dos fuertes brazos para trabajar —dijo Edel mientras repartía en los platos la sopa para los pequeños.

—Muy bien. Entonces esta tarde buscaremos a los familiares de estos niños. Seguro que muchos se alegrarán al encontrarlos —asintió Montse mientras cogía un tarro con leche y una tetina artesanal para el pequeño que tenía en sus brazos.

Aquella tarde, agotadas y sucias tras andar de casa en casa en busca de quien pudiera ocuparse de aquellos huérfanos, decidieron descansar. Sólo habían encontrado a seis familiares dispuestos a acoger a los niños y todavía les seguían quedando doce criaturas.

—¡Qué pena me dan! —murmuró Juana mirándoles.

—Se les ve tan perdidos y asustados, que me rompen el alma —insistió Julia.

Montse los observó. Aquellos pequeños que estaban sentados en el suelo, callados, sólo esperaban que alguien les quisiera y diera calor. Su infancia no fue así, pero en ciertos momentos se sintió perdida y abandonada. De pronto recordó lo que Erika, la gitana, siempre le decía: «cantando se olvidan las penas».

—Estos niños necesitan sonreír. Deben olvidar durante un rato lo que ha ocurrido y la mejor manera de conseguirlo es haciéndoles cantar y bailar. —Dijo levantándose y mirando a sus amigas.

Buenooooooooo. Ya está ésta con sus canciones —se burló Juana, divertida.

Con decisión, la muchacha hizo que los niños se sentaran en círculo y con la ayuda de sus amigas comenzó a enseñarles la canción de las notas musicales de la película Sonrisas y Lágrimas. No se le ocurrió otra que se supiera en los dos idiomas.

Do, es trato de varón

Re, selvático animal

Mi, denota posesión…

Los niños, con los ojos como platos, escuchaban aquella melodía que en su vida habían oído, mientras veían a aquellas tres palmear y bailar imitando a la familia Von Trap de la película y alternando entre el inglés y el español. Veinte minutos más tarde, aquellas caras tristes comenzaron a sonreír, y las tres disfrutaron como locas cuando los pequeños comenzaron a cantar la canción con ellas y a imitar sus movimientos.

Tan abstraídas estaban en el empeño de divertir a los chiquillos, que no se percataron de que Declan, Alaisthar y un puñado de hombres de otros clanes se paraban a observarlas. Sin poder remediarlo, Declan sonrió al ver a Montse coger en brazos a una niña y hacerla reír, mientras otro niño de no más de cuatros años se agarraba a su cintura y daba vueltas alrededor de ella. Estaba preciosa, aun con su aspecto desaliñado y desastroso. Verla sonreír suponía para él un descanso; aunque no poder estar con ella, en especial por las noches, comenzaba a atormentarle. Pero debía comportarse como el laird de su clan y ayudar a los que lo necesitaban. Ya tendría tiempo de estar con ella una vez regresaran a Elcho.

—¿Quiénes son esas mujeres? —preguntó Kenneth Stuart, un highlander valeroso, hijo del laird Donald Stuart, que en ocasiones había luchado junto a Declan.

—Gente de Elcho que ha venido a ayudar —informó Alaisthar, al percatarse que entre esas mujeres estaba Paris.

—Declan, la mujer que baila con la niña de cabellos claros en brazos ¿cómo se llama? —indagó Kenneth.

—Cindy Crawford —respondió molesto al intuir lo que pasaba por la cabeza de su amigo. Le miró y, sin dudarlo, hizo una aclaración para dejar zanjado el tema—. Ella y las mujeres que la acompañan son de mi clan y mi madre les tiene mucha estima.

—Es preciosa —susurró Kenneth sin apartar su vista de ella.

Irritado al escuchar aquello, y en especial al descubrir cómo la miraba, dijo alto y claro:

—Kenneth Stuart, ni mi gente ni yo queremos problemas, por lo tanto, déjala en paz.

Sorprendido ante aquella contestación, y en especial por el interés que demostraba por la mujer, el hombre miró a su amigo y esbozó una sonrisa lobuna que le dio a entender demasiadas cosas.

—¿Quién te ha dicho que yo quiera problemas, Declan Carmichael? —murmuró mientras movía su caballo para acercarse a ellas.

Montse, feliz por haber conseguido que los niños lo pasaran bien, reía con la pequeña Aileen en brazos cuando alguien habló a su espalda.

—Preciosa voz la vuestra, señorita Crawford.

Sorprendida al escuchar aquello, se paró y fue entonces cuando los descubrió. Su mirada se encontró con la de Declan y éste no sonrió. Ella tampoco lo hizo. Continuaba enfadada con él. Sin hacerle caso, miró de nuevo al hombre de pelo oscuro que estaba ante ella con amabilidad y una radiante sonrisa que importunó a su laird.

—Gracias. Pero seamos sinceros, cantar no es lo mío. Con seguridad lloverá en breve y vos no pensaréis lo mismo.

Maravillado por aquella contestación, el highlander moreno prorrumpió en una carcajada. Se apeó de su caballo y, acercándose a ella, preguntó mirando a la pequeña, que asustada escondió su carita en el cuello de la mujer.

—¿Es vuestra esta preciosa niña?

Montse abrazó a la criatura, le dio un beso en su sucio pelo y respondió sintiendo la mirada aguda de Declan.

—No, aunque ya me gustaría a mí tener una hija tan preciosa. Ella y todos los niños que veis se han quedado huérfanos tras el ataque. Mis amigas y yo estamos buscando a familiares que puedan ocuparse de ellos, pero no es fácil, la verdad. Una boca más que alimentar en un momento como éste, es difícil de aceptar.

Kenneth, conmovido por las palabras de aquélla y por la mirada de turbación de los niños, asintió. Pero al ver el miedo en los ojos de la pequeña se agachó hacia ella.

—Eh, hola —susurró cariñosamente.

Al ver que la cría temblaba, Montse la apretó contra su cuerpo, pero el hombre no se dio por vencido.

—Hola, pequeña. No me tengas miedo, yo nunca te haría nada malo.

—Por supuesto que no, cielo —afirmó Cindy, sorprendiéndole—. Yo nunca le dejaría. Te lo prometo.

La niña, al escuchar aquel amable tono de voz, y en especial lo que Montse había dicho, miró al hombre con un dedo en la boca.

—¿De verdad?

Kenneth sonrió y pasó su callosa mano por la infantil mejilla.

—Como ha dicho Cindy: te lo prometo. ¿Cómo te llamas?

La cría miró a Montse y al ver que esta asentía contestó.

—Aileen —dijo con un hilo de voz.

—Oh, qué bonito nombre —rió el highlander.

—Eso mismo le he dicho yo —respondió Montse con una encantadora sonrisa—. Tiene un nombre precioso. Tan bonito como el que pudiera tener cualquier princesa.

—Vos también tenéis un bonito nombre, Cindy.

—Vaya, veo que os han informado —repuso tras cruzar una rápida mirada con un hosco Declan, que observaba la situación sin perder detalle—. Y vos, ¿cómo os llamáis?

—Kenneth. Kenneth Stuart. —Y tomando la sucia mano de ella, con una galantería que la dejó sin habla, se la besó—. Decidme, ese raro acento que tenéis al hablar, ¿a qué se debe?

—A que soy española.

—¿Española? —preguntó extrañado. Ella asintió—. He oído que las mujeres de vuestra tierra son muy vehementes, ¿es cierto?

Soltó una risotada divertida y respondió con gesto pícaro.

—También dicen que somos impulsivas. —Miró a Declan, que resopló—. Demasiado efusivas y con un carácter especial.

—Lo tendré en cuenta —sonrió aquél—. Pero reconozco que me gusta lo que escucho. Me gustan las mujeres con carácter, y más si ayudan a niños indefensos.

Halagada por el trato de aquel hombre, Montse se relajó y comenzó a hablar con él sobre los pequeños. Quizá pudiera ayudarles.

Declan, fastidiado por la cercanía entre ellos, les observaba sin bajarse del caballo. ¿Qué hacía Kenneth coqueteando con Cindy?

—Creo que Kenneth ya ha puesto los ojos en su próxima conquista —se burló Alaisthar, acercándosele.

Pero cuando se fijó en los ojos de su amigo y en especial en cómo las aletas de su nariz se contraían, se arrepintió de lo dicho.

—No me lo puedo creer —susurró, atónito.

Declan no quiso contestar. No debía contestar. Apenas conocía a aquella alocada mujer pero, extrañamente, que su amigo Kenneth la estuviera cortejando no le gustaba nada. Alaisthar, al entender de repente lo que ocurría, calló sorprendido. En todos los años que hacía que se conocían, nunca le había visto en una situación así.

Por respeto calló y desvió sus ojos hacia la linda Paris, que lo miraba con una radiante sonrisa, invitándole a que le dijera algo. Deseó bajar del caballo, pero se abstuvo. No era momento de demostraciones amorosas.

Mientras tanto, Kenneth se ganaba la confianza de las mujeres y en especial de los niños; así que tomó una decisión que comunicó al resto de los hombres.

—Declan, continúa con tu gente el camino. Mis hombres y yo vamos a intentar ayudar a Cindy y a los pequeños.

—¡Genial! —aplaudió Montse como una boba, ante el gesto de desaprobación de Declan.

—¡Maldita sea! —murmuró Alaisthar.

El que los guerreros Stuart se quedaran a solas con las muchachas y los niños no le hacía mucha gracia. No quería ver cerca de su Paris a ningún hombre que no fuera él.

El duque se quedó perplejo por la estrategia de Kenneth, pero no estaba dispuesto a revelar lo que realmente sentía.

—Recuerda lo que te he dicho, Kenneth —dijo en voz alta mientras hacía que su caballo comenzara a andar. Levantó la mano y se alejó con su clan.

Extrañada, y en cierto modo molesta porque hubiera sido el otro hombre y no Declan el que le hubiera ofrecido su ayuda, Montse miró al highlander que caminaba a su lado.

—¿A qué se refería el duque de Wemyss? —preguntó directamente con gesto pícaro.

Kenneth, divertido por aquel atrevimiento y el desparpajo de la muchacha, se agachó junto a un niño para llevarlo en sus brazos.

—No quiere problemas.