Dos días después, tras una noche repleta de tórridos momentos frente a la chimenea de la habitación de Declan, Montse escuchó el trote de varios caballos mientras se dirigía a la cocina seguida por sus amigas. Se asomó a la ventana y vio al laird alejarse con Alaisthar y algunos hombres a toda prisa.
—¿Adónde se van? —preguntó inquieta.
—Hemos recibido una misiva de Rose O’Callahan. Por lo visto sus tierras han sido atacadas. Nuestro señor ha decidido ir al castillo de Huntingtower por si necesitan ayuda —respondió Edel.
En esta ocasión, por primera vez le molestó escuchar el nombre de aquella mujer. Darse cuenta de ello, no le gustó.
—¿Quién es Rose O’Callahan? —preguntó Juana.
—Se puede decir que la pretendiente de nuestro laird —se quejó Agnes—. Bebe los vientos por él desde que éste enviudó y no desaprovecha ninguna oportunidad para venir a verle siempre que puede.
—¿Y él bebe los vientos por ella? —preguntó Julia con malicia.
—De verdad, hija, que lo tuyo es el puro cotilleo. Lo que se está perdiendo el Sálvame de Luxe al no contratarte —protestó Montse antes de que Edel respondiera.
—No sabría qué contestar a eso. A veces me da la sensación de que sí, pero en otros momentos, cuando ella se pone caprichosa, creo que la detesta. Aunque lo que sí es cierto es que nuestro señor sabe lo que se rumorea sobre ellos y no hace nada por desmentirlo. En el fondo, es consciente de que un enlace con Rose sería bueno para ambos clanes.
Montse sintió deseos de salir corriendo, pero no, no lo haría. Debía de asumir que aquella vida era la de Declan y no la suya; simplemente se aprovecharía de aquellos encuentros nocturnos circunstanciales, y nada más.
—Vamos a ver lindas, y vosotras dos ¿por qué estáis con ese gesto de enfado? —preguntó Juana mirando a las sirvientas—. Si Declan Carmichael está solo, es normal que busque compañía, y si ese clan ha sufrido un percance, es lógico que acuda en su ayuda, ¿no?
—Por supuesto. El duque es un hombre joven y atractivo que tarde o temprano tendrá que volver a rehacer su vida y casarse —asintió Julia, mirando de reojo a su amiga. Montse ni se inmutó.
—Y lo de ayudarse entre clanes también es normal ¿no es cierto? —volvió a repetir Juana.
—Sí, Paris, sí —asintió Agnes, echando un tronco al fuego—. Ayudarnos entre nosotros es algo normal. Lo malo es que, si las noticias son tan terribles como parecen, esa caprichosa y sus doncellas vendrán aquí a hacernos la vida imposible.
—¿Tú crees? —preguntó Montse levantando una ceja.
—Oh sí. Lo creo —afirmó Edel con rotundidad—. En el momento en que ésas aparezcan por aquí, la paz y el sosiego que respiramos en Elcho se acabará. Primero, porque exigirán, exigirán y exigirán, y nuestro laird no hará nada para que se comporten, y segundo, porque como es de esperar, nuestros hombres babearán por ellas como perros.
—Mi niña, no creo que sea para tanto —sonrió Juan a, quitándole importancia a aquello.
—Tú misma lo sufrirás —siseó Agnes, señalándola—. He visto como Alaisthar Sutherland y tú os miráis, paseáis juntos y os divertís. Pues bien, si viene Erin, ya veremos si continúas así.
La alerta se disparó en Juana al escuchar aquel nombre y se puso en jarras.
—Pero bueno, ¿quién es Erin?
—Una amiga de la señorita Rose O’Callahan —comunicó con picardía Edel.
—Pues que Dios la coja confesada —cuchicheó Julia haciendo sonreír a Montse.
—¿Y qué pasa con ella? —volvió a preguntar Juana.
Edel enseguida entendió la pregunta de la canaria, así que no dudó a la hora de responder a sus temores.
—Erin es la mujer con la que Alaisthar Sutherland tontea desde hace tiempo. Sé que en ocasiones se han visto, e incluso he oído cuchichear que han compartido el mismo lecho. Pero escúchame, Paris, porque te lo digo por tu bien: no te acerques a ellas o saldrás escaldada. ¿Entiendes?
Aquello envenenó la sangre de Juana. Su Alaisthar, aquél que la miraba con ojos de cordero degollado y que le prodigaba palabras de amor, ¿tonteando con otra? ¿Compartiendo cama con otra? Sin poder evitarlo suspiró, agobiada.
—Vamos a ver, canariona, que te veo venir. Intenta morderte la lengua, reina mora; que nos conocemos. Tú no eres tonta y sabes que tarde o temprano esto se tiene que acabar y él se quedará aquí. Ésta es su vida, no la tuya ni la mía, por lo tanto contrólate, pásalo bien y no pierdas la cabeza ¿de acuerdo? —cuchicheó Montse a su lado.
Juana asintió y respiró con resignación. Lo que su amiga decía era cierto, pero los sentimientos le nublaban la razón por primera vez en su vida.
—Muchachas, apresuraos —dijo de pronto Fiona apareciendo ante ellas—. Debéis arreglad tres de las habitaciones superiores y cocinar en abundancia. Durante unos días cobijaremos a los O’Callahan hasta que su hogar vuelva a estar habitable. —Y miró a las tres españolas—. No quiero problemas con nadie del personal femenino de los O’Callahan, ¿entendido?
Una vez que asintieron, Fiona se marchó con premura y Agnes se volvió hacia aquéllas.
—Lo veis. Edel y yo teníamos razón. Cuidado con ellas.