En el mercado de Perth, el nutrido grupo recién llegado del Castillo de Elcho se dispersó entre los tenderetes. Por un lado fueron los hombres y criados en busca de suministros y por otro Fiona, las muchachas, Alaisthar y la pequeña Maud.
En uno de aquellos puestos, Maud se encaprichó de una pulsera en tono claro que hacía juego con unos pendientes. Sin pensárselo, y a escondidas, Alaisthar compró todo. Declan le había encargado algo para poder entregar a la pequeña el día de su cumpleaños y aquello sería un regalo perfecto. Fiona le compró un corte de tela para hacerle un bonito vestido y Edel, de parte de todos los que trabajaban en Elcho, unos zapatos.
Alaisthar, feliz de haberse quitado tan pronto de encima el encargo de su amigo y laird, se centró completamente en la joven Paris Hilton. Aquella minúscula muchacha morenita de expresiones extrañas le había robado el corazón en el mismo instante en que la conoció.
—Decidme Paris ¿Os agrada algo de lo que veis? —preguntó el highlander, apartando a unos hombres para que no se chocaran con ella.
—Uf, mi niño. Agradarme, agradarme, me agradan muchas más cosas de las que crees —rió, guiñando un ojo a Julia que, al escucharla miró hacia otro lado.
El highlander, que nunca había sido así de atento con ninguna mujer, la asió del codo para alejarla del grupo y llevarla hasta el puesto de un conocido. Allí había alhajas de plata para las mujeres.
—Escoged un regalo —le pidió al oído, agachándose.
—¿Yo?
—Sí, vos.
—Ay, Alaisthar, te he dicho mil veces que me llames de tú.
—Lo sé, mi niña —dijo haciéndola reír—, pero se me olvida. Venga Paris, escoge un regalo.
Nerviosa como nunca en su vida, le miró. Todavía no entendía cómo un hombre como aquél, tan apuesto, podía estar siempre tan pendiente por ella.
—Pero ¿por qué?
—Porque os lo merecéis. —Al ver su gesto, se corrigió con una encantadora sonrisa—. Te lo mereces por ser tan encantadora y bonita.
Juana, conmovida por aquellas palabras, se sonrojó como una colegiala.
—Gracias, Alaisthar, pero yo precisamente no soy bonita. Puedo ser simpática e incluso algo alocada en ocasiones, pero bonita… Lo que se dice bonita, sé que no lo soy.
—Estás muy equivocada, Paris —sonrió él.
—Vamos a ver —sonrió separándose de él unos metros—. ¿Me ves?
Paseando su azulada mirada por el cuerpo de ella, él asintió.
—Alaisthar, soy bajita; no alta ni estilizada como las mujeres que suelen gustar a los hombres. —Y señalándole, continuó—. Mírate tú. Tú eres un highlander imponente y lindo, con un precioso y sexy pelo rojo y unos ojos claros que, uf, quitan el sentido. Eres la clase de hombre que nunca se suele fijar en una mujer como yo. ¿Acaso no lo ves?
Al escuchar aquello el hombre se sorprendió. ¿Cómo podía pensar así Paris, cuando para él era la mujer más preciosa de cuantas había conocido? Se acercó a ella y se agachó para levantarle el mentón.
—No sé lo que les gusta a otros hombres, pero si sé lo que me gusta a mí. Y yo, Alaisthar Sutherland, afirmo que eres la mujer más preciosa, linda, lista y divertida con la que he tenido el honor de cruzarme en la vida. Y por ello, y por cientos de razones más, me harías muy feliz si me dejaras obsequiarte con algo del puesto de mi amigo Ralf.
—Madre del Amor Hermoso, esto es lo más romántico que me ha pasado nunca en la vida —susurró la canaria. Y sin importarle la gente que había a su alrededor, se tiró a sus brazos y le besó.
Sorprendido por aquella efusividad, Alaisthar la agarró y por fin devoró aquellos labios que deseaba desde la primera vez que la vio. Si bien aquella mujer era menuda, en su cabeza y en especial en su corazón, en aquellos pocos días había ocupado todo el espacio.
Como la protagonista de Pretty Woman; así se sintió Juana cuando él acabó aquel tierno beso, sonrió y la bajó al suelo.
—¿Ahora ya sabes lo que siento por ti? —Juana, atolondrada, asintió—. Entonces, ¿querrías elegir de una vez un regalo para que podamos marcharnos de aquí?
Divertida por el apuro que veía en los ojos de él ante las miradas de todos lo que estaban a su alrededor, la joven miró el puesto y señaló una pulsera de brillantes piedrecitas grisáceas con una «A» en el centro.
—Alaisthar Sutherland, gracias a ti mi estancia aquí va a ser tremendamente interesante.
Como le ocurría en la mayoría de las ocasiones, él no entendió el significado de aquella frase, pero sacando unas monedas del bolsillo de su pantalón, se las entregó a su amigo Ralf y se marcharon. Poco después se volvieron a unir al grupo de las mujeres y Maud, al ver a Alaisthar, corrió para que él la cogiera en brazos. Estaba cansada.
—Mira lo que tengooooo —canturreó Juana al oído de su amiga.
—¿Con qué dinero te lo has comprado? —preguntó Julia sorprendida, al ver la bonita pulsera.
—Me lo ha regalado mi Alaisthar —cuchicheó con una inquieta sonrisa.
—Creo que ese pelirrojo es un buen hombre —dijo, tomándola del brazo.
—Sí, demasiado —musitó Juana al verle jugar con Maud.
—¿No me digas que te estás colgando de él? —la canaria asintió y Julia escandalizada por aquello, gruñó—. ¿Tú estás tonta o qué? Te recuerdo que esto es algo circunstancial, o eso quiero pensar, y que no vas a vivir aquí para siempre ¿Por qué enamorarte de un hombre que sabes que no puedes tener?
Consciente de que lo que decía su amiga era cierto, la canaria quiso contestar pero por primera vez en su vida, no supo qué decir. Todo aquello era como un sueño surrealista que tarde o temprano terminaría y con él, Alaisthar desaparecería de su vida.
—Ay, Dios, tienes razón, pero es que me dice cosas tan románticas que, sinceramente, se me caen las bragas al suelo. Hoy mismo me ha dicho que soy bonita, divertida y que le gusto. Pero, por Dios, si el mayor piropo que me ha dedicado un tío es «eres mona». ¡Mona…! Vamos, llamar eso a una mujer como yo es como decirle, «mira, chata, eres un callo malayo» —cuchicheó poniendo los ojos en blanco y divirtiendo a su amiga—. Los hombres que se suelen fijar en mí, a mí no me gustan y, oye, una también tiene sus deseos, sus aspiraciones y Alaisthar es… es tan diferente que… ¡Hoy me ha besado! Bueno, le he besado yo y él me ha respondido. Y, ay mi niña, no sabes lo bien que besa y el morbazo que he sentido en ese momento. Porque yo he…
—¡Cállate por Dios! que soy una mujer casada y en periodo de abstinencia total —se tapó Julia los oídos—. ¿Sabes lo que te digo?
—¿Qué?
—Disfruta del momento, pero mentalízate de que esto tarde o temprano acabará.
Juana volvió su mirada hacia Alaisthar, que seguía jugando con Maud, y sonrió encantada. No pensaba desaprovechar ni un solo segundo con él. En ese momento él la miró y le guiñó un ojo. Sin pensárselo, ella se besó en la punta de los dedos y se lo lanzó con un soplido.
—Por todos los santos, Paris —la regañó Fiona al pasar por su lado—. No seas tan descarada con los hombres. Ya bastante encendido tienes a Alaisthar como para que encima le caldees más.
—Vaya Fiona, veo que no se os escapa una.
La mujer de pelo canoso se volvió hacia ella y le hizo un guiño. Luego bajó la voz y les hizo reír.
—Nunca olvidéis que yo también soy mujer y que un día fui joven.