Cuando la tormenta amainó, y una vez que facilitaron a la anciana la dirección donde debía de entregar lo que habían comprado, continuaron la visita a la ciudad.
Cada rincón, edificio, torre o callejuela las dejaba estupefactas. Y después de haber pateado en todas las direcciones la Royal Mile, Julia sorprendió a sus amigas con otra de sus vehementes exclamaciones.
—Anda, mirad… Incluso desde aquí se ve el cachirulo ése que parece tan bonito desde la ventana de nuestro hotel —dijo, señalando la oscura torre.
—¿Cachirulo? —se mofó Montse tocándose el colgante. Desde que se lo había puesto no había podido dejar de acariciarlo—. Ese monumento tendrá un nombre, digo yo…
Juana, que se había erigido en guía local e iba provista de toda la información posible, miró el folleto antes de responder.
—Se llama The Hub. Es uno de los iconos de Edimburgo. Aquí pone que es la sede administrativa del Festival Internacional de la ciudad.
—Madre mía, los años que debe de tener eso —se asombró Julia.
—Pues no, no es tan viejo —respondió Juana—. Según la guía, ni siquiera es un edificio medieval. Por lo visto se construyó hace menos de ciento cincuenta años.
—¿Menos de ciento cincuenta años? —se extrañó Montse—. Pues quién lo diría. Parece tan antiguo que… —En ese momento sonó su iPhone, interrumpiéndola, y al ver quien llamaba, soltó una retahíla de blasfemias y quejas—. ¡Me cago en la madre que lo parió! Pero ¿cómo puede ser tan plasta? ¿Es que no me va a dejar en paz?
No hizo falta preguntar quién era. Todas sabían que era el pesado de Jeffrey que, incluso en la distancia, continuaba atosigándola. Julia le arrebató el móvil, lo apagó y se lo guardó en el bolsillo.
—Adiós, don Tiquismiquis.
Tras unas risas, se sentaron en una de las tabernas del lugar donde pidieron unas pintas para refrescarse la garganta.
—Qué bonito es Edimburgo. Sabía que iba a gustarme, pero está superando mis expectativas —suspiró Juana.
—Sí, es mágico y especial —asintió Montse, volviendo a acariciar el colgante que sus amigas le habían regalado.
—¿Y qué me decís de sus hombres? —preguntó divertida Julia.
—Puf, pues normalitos. Todavía no he visto a ningún highlander de ésos que quitan el hipo, cómo los de las novelas que leo —se quejó Montse.
—Mujer… Esos hombres ya no existen —la consoló Julia, gran consumidora de novela romántica medieval—. Los de hoy en día no son tan guerreros ni impetuosos como los de antes. Aunque los del pub de anoche tenían muy buena pinta.
La conversación, aderezada con una buena porción de risas y bromas, degeneró rápidamente en los hombres.
—¿A qué hora salimos mañana para Perth? —interrumpió Montse las divagaciones.
—Lo mejor es que lo hagamos prontito. ¿Qué os parece a las cuatro de la madrugada? —preguntó Julia.
—Hija, de verdad, te gusta madrugar más que al repartidor del pan Bimbo —se mofó Montse.
Julia al escucharla hizo un mohín y claudicó.
—Vale… A las cinco, pero no más tarde.
—Está programada la visita al castillo de Elcho, ¿verdad?
—Por supuesto. Ya te has encargado tú de repetirlo más de mil veces.
Montse sonrió. Quería ver de cerca aquel castillo. Necesitaba comprobar por sí misma el lugar que aparecía en sus sueños. Quizá, si iba, entendería por qué soñaba con él.
—Bueno señora conductora —instigó Juana a Julia, con sarcasmo—. ¿Cuál es el itinerario, una vez salgamos de Edimburgo?
—De aquí directas al castillo de Elcho y de allí a Perth. En Perth estaremos unos días para visitar la ciudad y los castillos de Huntingtower y Palacio Scone. Después volvemos a Edimburgo para asistir, la noche antes de irnos, a una cena-espectáculo medieval. Y, tras eso, fin del viaje rumbo a casita ¿Os parece bien?
Juana y Montse asintieron al unísono. El viaje tenía muy buena pinta.