CUARENTA Y UNO

13 MINUTOS

ORC ESTAMPÓ LA botella contra la cabeza de ojos azules del bicho. No le hizo nada. Eso no se lo esperaba.

La criatura describió un movimiento amplio con las mandíbulas y alcanzó a Orc en el pecho. El chico salió volando y aterrizó boca abajo en la grava.

Se quedó sin aliento. Pero no murió.

Se puso lentamente en pie. ¿Por qué darse prisa?

—Si me queréis, venid a cogerme —los desafió.

Tres de los monstruos avanzaron directos hacia él. Orc trató de golpearlos, pero solo le dio al aire, y volvió a caer boca abajo. Esta vez, tres lenguas como sogas lo sujetaron y ya no pudo levantarse.

Astrid gritó.

—Pues vale —dijo Orc cuando las bocas brillantes se cerraron en torno a él.

Jack se había dedicado a correr y saltar durante toda la noche. Su objetivo era Perdido Beach. Pero, aunque tenía clara su misión, no conseguía asimilarla del todo.

¿Cómo podía haberle pedido Sam que arrojara al pequeño Pete a las fauces de esas criaturas? Qué locura, ¿verdad? ¿Locura? Estaba claro que debía de haberse equivocado, ¿verdad?

Subía y bajaba las colinas a toda velocidad. No era infatigable, pero sí bastante fuerte y, por primera vez, se deleitaba con ese poder. Jack tenía la sensación de que había vivido detrás de una cortina, sin ver realmente lo que estaba ocurriendo a su alrededor.

Las cosas habían empezado a cambiar al encontrar los portátiles en el tren. Volver a tocar teclas que funcionaban, ver brillar el monitor… Aunque no le había dado tiempo a hacer gran cosa al respecto, era mágico, era algo especial.

Pero había tenido una sensación muy distinta al pelear. Gracias a su tremenda fuerza, había salvado la vida a Sam, Dekka y Toto. ¡Él! Precisamente él, Jack el del ordenador.

Era un héroe.

Aunque aún no lo parecía: no era más alto ni más musculoso que antes, no se había convertido en uno de esos luchadores musculosos. Seguía siendo el Jack pálido y miope. Pero tener fuerza ya no le parecía irrelevante.

Podía ser Jack el del ordenador. Pero también podía ser más.

Y resulta que lo que Sam quería que hiciera era matar al pequeño Pete. ¡Eso no podía estar bien!

Había corrido hacia la ciudad, o eso creía. Desde lo alto de la colina avistó un lago de agua brillante y se imaginó que la ciudad tenía que estar, bueno, por ahí, en alguna parte.

Pero acabó percatándose de que se había perdido irremediablemente. Estaba metido en el bosque; le pareció que debía de encontrarse en las colinas donde había vivido Hunter, pero también podía tratarse de Stefano Rey.

Entonces oyó un grito. Una voz humana. Casi se atrevería a decir que era una voz de chica. Jack se quedó paralizado y empezó a respirar entrecortadamente. Se esforzó por oír mejor, pero no hubo un segundo grito. Al menos él no lo oyó.

¿Qué se suponía que tenía que hacer? Sam le había dicho el qué. Tenía que advertir a Edilio. Y tenía que… Ni siquiera se atrevía a plantearse lo que se suponía que debía hacer.

Pero no podía limitarse a ignorar el grito, ¿verdad?

—Vete a averiguarlo —susurró Jack para sí—. Quienquiera que sea necesita ayuda. Y puede que sepa dónde estamos.

No lo dijo, pero pensó: «Y puede que, a fin de cuentas, no tenga que ir a la ciudad».

Jack corrió hacia el lugar de donde le parecía que había procedido el grito y, tras cruzar un barranco profundo invadido por la maleza, salió a una carretera estrecha flanqueada por árboles altos.

—¡Coates! —exclamó.

No volvió a oír más gritos, pero sí ruidos como de pelea.

De repente el papel de héroe le parecía menos atractivo.

Jack avanzó al trote, pero con cautela. Atravesó la puerta de hierro de la escuela, y se encontró con una escena sacada de una película de terror.

Un monstruo con carne de piedra sepultado bajo un enjambre de insectos increíblemente grandes.

Contemplando la escena desde una ventana estaba Astrid.

Y entonces vio a Drake, cuyo brazo de tentáculo acababa de alcanzar su extensión total.

Jack resolvió que, decididamente, eso de hacer de héroe tenía algunos inconvenientes importantes.

Drake apareció en un mundo que no podría haber sido más maravilloso.

Orc estaba sucumbiendo, aplastado por los bichos.

Astrid miraba, aterrorizada.

Y, por algún motivo que Drake no lograba entender, Jack el del ordenador estaba ahí de pie, contemplándolo todo, boquiabierto.

Drake levantó la mirada hacia Astrid y sonrió.

—No te vayas a ninguna parte, bonita: subiré dentro de un minuto para jugar contigo. Solo quiero saludar a mi viejo amigo Jack.

—¡Jack! —gritó Astrid—. ¡Ayuda a Orc!

Dos de las criaturas volvieron sus inquietantes ojos azules hacia Jack.

—¿Qué vamos a hacer contigo, Jack el del ordenador? —preguntó Drake.

—No busco problemas —respondió Jack.

Drake chasqueó la lengua y meneó la cabeza.

—Pues algo me dice que te rodean por todas partes, Jack. —Entonces se le ocurrió algo y examinó atentamente al chico—. ¿Dónde está Sam? ¿Te ha mandado a ti solo, como un niño mayor?

Mientras, Drake se le iba acercando, esperando, esperando hasta poder alcanzarlo con su mano de látigo, y Jack se apartaba despacio.

Orc aullaba de dolor. Las criaturas del ejército de Drake chocaban las unas con las otras como coches en una carrera eliminatoria, luchando por alcanzar al chico monstruo.

—Te has puesto en plan valiente y peligroso ahí en el lago, Jack —lo provocó Drake.

Unos pocos metros más, y estaría a su alcance.

—Yo solo…

Entonces Jack se quedó con la boca abierta. Al parecer había visto algo justo detrás de Drake.

Drake se volvió para comprobar qué era, y Jack aprovechó ese medio segundo para saltar.

Drake se dio rápidamente la vuelta, como una serpiente, pero lo único que consiguió fue que su cara entrara en contacto directo con un golpe de una fuerza sorprendente.

Cuando consiguió levantarse, Drake se dio cuenta de que había salido volando por los aires más de seis metros.

Entonces se incorporó y se frotó la barbilla.

—Eso ha estado bastante bien, Jack. Uau. Me podría haber matado. Ya sabes, si pudieras matarme.

Jack corrió hacia la puerta, sin duda con el objetivo de rescatar a la damisela en apuros trató de esquivar a Drake, pero el psicópata se rio, agitó su brazo de látigo y lo enroscó alrededor de la pierna del chico. Su objetivo era hacerlo caer, pero no contaba con la fuerza de Jack, así que fue Drake quien salió volando y cayó de cara al suelo.

Drake soltó a Jack, rodó por el suelo y se levantó con un solo movimiento rápido y fluido, pero aun así el episodio había sido humillante.

Volvió a sacudir la mano de látigo y alcanzó a Jack en la espalda. El chaval ahogó un gritó de dolor, pero no se detuvo y se metió de cabeza en el tumulto de bichos, agarró al más cercano de una pata y tiró con fuerza.

La pata se desprendió. No logró detener a la criatura, a la que ni siquiera pareció afectarle perder la pata, pero Jack se consiguió un arma.

—Más te vale salvar a Orc enseguida… Venga, Jack —lo provocó Drake—. Parece que va a hundirse.

El rugido de Orc era ronco y cada vez más débil. Los caparazones de los bichos chocaban frenéticamente, con un estruendo creciente.

No tardarían en matar a Orc. Y entonces el ejército de Drake se enfrentaría a Jack. Lo único que tenía que hacer ahora era mantener a Jack distraído.

El chico partió la pata en dos partes: una de ellas gruesa y regordeta, la otra, puntiaguda.

Drake chasqueó su látigo y dibujó un rastro de sangre en la camiseta de Jack.

—Vamos, Jack, sabes que no puedes ganar —insistió Drake—. No puedes matarme. Y no conseguirás detener a mi ejército. La única manera de salir vivo de aquí es uniéndote a mí.

—No.

—Ahora mi bando es el único que hay, Jack. Hay otro ejército de bichos devorando Perdido Beach en este preciso momento. ¿Para quién crees que peleas? Lo que no rematen los de los ojos rojos, lo haremos nosotros cuando lleguemos allí.

—Tú no sabes lo que está pasando en Perdido Beach —replicó Jack.

—La Oscuridad me lo dice —mintió Drake—. Me ha dado poder sobre ellos. Nos estamos cargando a todos, Jack. Al final del día todos estarán muertos y desaparecidos. Únete a mí y puede que te deje vivir.

Drake hizo restallar el látigo a la velocidad del rayo y pilló a Jack desprevenido. Le enroscó el tentáculo alrededor de la garganta y, aunque Jack tiró de él, lo único que consiguió fue acercar a Drake. El matón se rio en su cara y estrechó aún más el abrazo de su látigo, lo estrechó una y otra vez hasta que vio que la cara pálida de Jack enrojecía.

Jack le asestó un golpe tal en el pecho que lo atravesó con el puño. Pero Drake no aflojó, y a Jack empezaron a salírsele los ojos de las órbitas y Drake se rio y ya no se oía la voz de Orc por encima del rechinar de dientes metálicos.

—Sam, Sam, ¡me juraste que no les dejarías!

La barca alcanzó el muelle y Quinn mandó a sus remeros a correr. Todos gritaban el nombre de Lana.

—Tengo un plan, Dekka —dijo Sam.

El cuerpo de la chica ya no tenía nada de humano. Latía bajo su ropa. Las criaturas la estaban desgarrando: sus dientes brillaban, sus mandíbulas buscaban. Una se abrió paso a través de la piel y se quedó paralizada un segundo, mirando a Sam con ojos de color jade.

El chico trató de agarrarla, la atrapó y se le escapó entre los dedos. Pero Quinn fue más rápido. Le arrojó una red de pesca encima, pisó los bordes de la red y la sujetó al fondo de la barca.

—¡Ahora! —suplicó Dekka—. ¡Ahora, Sam! ¡Ahora! ¡Ay, Dios, ahora!

Se veía claramente a un segundo bicho moviéndose bajo la piel de su muslo: solo lo cubría una fina membrana de carne.

—Tengo un plan, Dekka. Tengo un plan: aguanta, aguanta —le suplicó Sam.

—¡Noooo! —Era un gemido lastimero, desesperado.

Sam echó un vistazo a la costa. Nada. Lana no estaba. Toda la tripulación había desaparecido.

Quinn agarró un remo y lo asestó contra el bicho que tenía atrapado como un martinete, una y otra vez, machacándolo. La criatura, sin embargo, seguía viva.

De repente notaron una ráfaga de viento, y Brianna apareció en un extremo del muelle, vibrando y cubierta de sangre.

—Ya era hora de que aparecie… —Pero se calló al ver lo que le estaba ocurriendo a Dekka—. Pero ¿qué…?

—Brisa: Lana. ¡Ahora! ¡AHORA! —chilló Sam, pero el segundo «ahora» se lo gritó al aire.

—Tengo que… tengo que verla otra vez… —insistía Dekka.

—No me dejes, Dekka. No me dejes.

Pero los ojos de Dekka giraban como locos: su cuerpo se agitaba espasmódicamente.

—Quinn… Lo que voy a hacer… Sostenla. Sostenla pase lo que pase.

Quinn atizó al bicho una última vez; si no estaba muerto, al menos no se iba a ir a ninguna parte. Se puso de rodillas y sostuvo los hombros de Dekka.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Quinn.

—Cirugía —respondió Sam con aire sombrío.

Levantó la mano derecha. La luz verde, concentrada como un láser, atravesó la ropa y la piel de Dekka.

Brianna encontró a Lana justo cuando se disponía a retirarse con Sanjit al extremo occidental de la ciudad.

—¡Lana!

—¡Estás viva! —exclamó Lana—. ¿Y los chavales?

—Muchos han muerto —dijo Brianna sin aliento—. Y muchos más están heridos, pero hemos acabado con los bichos.

—Ya voy —dijo Lana, y se puso a trotar de vuelta a la plaza.

—Vale. Por ahí no, y no tan despacio —la corrigió Brianna—. Dame la mano. Ya te curarás luego.

Brianna despegó arrastrando a Lana, que enseguida tropezó. Arrastró a la curandera el resto del camino, calle abajo, y luego recorrió con ella la playa.

Al arrastrarla, Brianna no podía ir a toda velocidad, pero avanzaba más rápido que cualquier corredor humano.

Para cuando Brianna tiró de Lana para ponerla en pie, al final del muelle, la curandera tenía las piernas cubiertas de rasguños.

—¡La tengo! —anunció Brianna—. ¿Qué estás haciendo?

El rostro de Sam era como una máscara de horror. Había abierto a Dekka del cuello a la pelvis.

Los órganos de Dekka, que formaban un amasijo digno de un matadero, estaban cubiertos por una docena de bichos que salían apelotonados de ella.

Quinn agarraba los bichos y los arrojaba de la barca al agua. Estaba cubierto de sangre hasta los codos.

—Lana, mantenla con vida —le pidió Sam.

Lana saltó a la barca, que se balanceó violentamente adelante y atrás.

Dekka ya no podía hablar, ni siquiera gritar.

Lana apoyó las manos sobre su rostro crispado.

Brianna la siguió hasta la barca, aterrizó delicadamente y apartó a Quinn y Sam.

—Yo me encargo de esto —dijo.

Fue cogiendo una a una a las criaturas que iban saliendo. Algunas corrían a atacar a Sam, mientras otras se alejaban correteando como cucarachas aterrorizadas por el fondo de la barca. Brianna las ponía patas arriba y las hacía estallar en el fondo de la barca disparándoles con la escopeta.

Quinn lanzó un cabo a la cornamusa y acercó la barca a la costa antes de que se hundiera del todo. Sam y Quinn levantaron a Dekka y la depositaron en el muelle, donde yacía abierta como una naranja reventada.

Lana sostenía la cabeza de Dekka en su regazo.

Sam, Quinn y un chico de aspecto extraño que a Brianna le resultaba vagamente familiar se habían quedado mirándola, formando un círculo de fascinación horrorizada.

La barca se hundió definitivamente. Los cuerpos reventados de los insectos quedaron flotando en la superficie.

Dekka movía la boca, pero no emitía sonidos. Sus ojos eran como canicas que rodaban y buscaban sin ver.

—Está intentando decir algo —dijo Quinn.

—Debería callarse y dejar que la mantenga con vida —replicó Lana. La curandera lanzó una mirada maligna a Brianna—. Me debes un par de zapatos.

Dekka intentó hablar otra vez.

—Contigo, Brisa —dijo Sam—. Quiere hablar contigo.

Brianna frunció el ceño. No estaba segura de que Sam estuviera en lo cierto, pero aun así se arrodilló junto a Dekka y acercó la oreja.

Brianna escuchó, cerró los ojos un instante y se levantó sin decir nada.

—¿Qué ha dicho? —preguntó Quinn.

—Solo gracias —dijo Brianna—. Solo ha dicho gracias.

Se volvió y se alejó, pero no tan rápido como para no oír lo que dijo el chico extraño:

—Esa no es la verdad.