TREINTA Y CINCO

1 HORA, 55 MINUTOS

SAM OBSERVÓ A sus amigos hasta que desaparecieron de la vista. Toto no era muy buen nadador, así que le dieron el asiento de un cojín para sujetarse a algo que flotara, y Jack fue tirando de él con una mano.

Jack tampoco nadaba muy bien, pero no se necesita ser elegante cuando se tiene diez veces la fuerza normal.

Sam puso en marcha el motor, que rugió escandalosamente al acelerarlo.

Drake tendría que haber estado sordo para no oírlo.

La luz de la luna era débil, pero bastó para revelar el movimiento repentino de las criaturas en la costa: habían picado.

Sam amarró rápidamente el timón y se zambulló por estribor, esquivando has hélices que giraban a toda velocidad. El agua se arremolinó hasta formar espuma.

Se volvió para comprobar si los bichos se movían. Había un enjambre plateado alejándose. Pero no veía a Drake.

Sam nadó tras los demás. Se había quedado en la barca un poco más de lo planeado, y ahora le faltaba recorrer media milla para alcanzar el muelle. Aún le quedaba mucho por nadar.

Pero el agua era su elemento natural. Surfeaba desde que era un niño pequeño, y propulsarse por la superficie plácida de un lago no era nada comparado con pelearse con las olas.

El agua fría resultaba agradable. Limpia. Sam dejó de nadar crol para nadar de espaldas durante un rato, contemplando el cielo nocturno, pero sin dejar de avanzar tan rápido como podía. Si hubiera estado en el mundo de antes, habría querido apuntarse al equipo de natación del instituto. No era muy bueno nadando al estilo mariposa, pero en crol era tan bueno como cualquiera, y en espalda, mucho mejor.

¿Cómo sería vivir pendiente de mejorar el estilo mariposa o la braza en vez de preocuparse de que a su amiga se la estuvieran comiendo por dentro?

¿Qué iba a hacer a continuación? Dekka y Jack confiaban en él. Siempre esperaban que tuviera un plan. Pero aparte de escapar de Drake y su ejército de bichos, no tenía ninguno.

Lo siguiente que haría Drake sería atacar Perdido Beach. Mandaría a esas criaturas a arrasar la ciudad y acabar con todos.

Entonces atraparía a Astrid y…

«No te pongas emotivo —se advirtió a sí mismo—. Concéntrate en pensar cómo vencerlo».

Oyó que alguien salpicaba torpemente delante de él. Se dio la vuelta con soltura para volver a nadar a crol y se propulsó fuerte y rápido.

—Chist —les sisó en cuanto los alcanzó—. Hacéis más ruido que un grupito de niños en una piscina infantil.

Los cuatro recorrieron la distancia que les separaba del muelle. Sam indicó a Jack, Dekka y Toto que se deslizaran en silencio por debajo. Toto soltó el cojín, que alejó flotando en el agua. Jack se golpeó con la cabeza contra el fondo del muelle, y soltó un par de palabrotas en voz baja.

Sam palpó el muelle y se encaramó a él, empapado.

—Hola, Sam.

Brittney se encontraba a solo seis metros.

Sam detectó a tres criaturas en el aparcamiento del puerto deportivo. Estaban esperando. Como una jauría bien entrenada de perros de ataque.

Habían sido más listos que él. Se la habían jugado.

—Hola, Brittney —saludó Sam; y se quedó ahí de pie, chorreando.

—Te he pedido tantas veces que me liberaras, Sam —recordó ella.

Su voz era fría y distinta. No estaba enfadada ni asustada. Tal vez un poco triste.

—Ya lo sé, Brittney. Pero no soy un asesino despiadado.

Brittney asintió.

—No, eres una buena persona —dijo sin sarcasmo.

—Intento serlo. Como tú, Brittney. Sé que eres una buena persona.

Sam miró hacia las criaturas. No se habían movido, pero estaban alerta. Podrían echársele encima en diez segundos.

—Él te odia —afirmó Brittney.

—¿Drake? —Sam se rio—. Odia a todo el mundo. Lo único que tiene es el odio.

—Drake no. Él. Dios.

Sam parpadeó. ¿Qué se suponía que iba a responderle?

—Pensaba que Dios quería a todo el mundo.

—Yo antes también, pero entonces lo conocí —explicó Brittney.

—¿Ah, sí?

Brittney se había desconectado totalmente de la realidad. Sam no podía culparla. Lo que había soportado habría vuelto loco a cualquiera.

—No está en el cielo, ¿sabes? —dijo Brittney en un tono normal, informal—. No está ahí arriba, en el cielo.

—Pues no lo sabía.

—Está en la tierra, Sam. Vive en un lugar oscuro, muy oscuro.

A Sam le dio un vuelco el corazón. Sintió frío.

—¿Has conocido a Dios en un lugar oscuro?

Brittney mostró su aparato dental retorcido y estropeado al sonreír de repente, extasiada.

—Me explicó su gran plan.

—¿Ah, sí?

—Ha llegado su momento. Todo esto… —Brittney recorrió el espacio con el brazo—. Todo es como… como… como un huevo, Sam. Y tiene que nacer de este huevo.

—¿Es un pollito?

—No te burles, Sam —le riñó Brittney—. Está esperando para nacer. Pero necesita que el Enemigo se sume a él, Sam, y tú… tú no le dejas.

—¿El enemigo? ¿Qué enemigo?

Brittney adoptó una expresión pícara cuando dijo:

—Ay, Sam. Tú ya sabes quién es. Tiene el poder de cumplir con el plan de Dios. —Brittney entrecruzó los dedos, casi con temor, como si fuera un sacramento—. Tienen que unirse, la Oscuridad y el Enemigo. Juntos tendrán todo el poder, y entonces, Sam, todo terminará, ya lo sabes. Entonces se romperá el cascarón y Dios nacerá.

—Eso suena… —Sam contuvo el impulso de decir «una locura» y, tras una pausa, añadió—: interesante. Pero no creo que la gayáfaga sea Dios. Creo que es el mal.

—Claro que es el mal. —Brittney se entusiasmó—. ¡Claro! Mal, bien, no hay diferencia, ¿es que no lo ves? Son lo mismo. Como Drake y yo. Como el yin y el yang, Sam. Dos en uno, una dualidad, una…

La chica se interrumpió, como un niño que intenta explicar algo que no entiende bien, y frunció el ceño.

—Te ha mentido, Brittney. La gayáfaga no es Dios. Se mete en la mente de las personas y les hace hacer cosas terribles.

—Me advirtió que me dirías eso —señaló Brittney—. Mi Señor y el Enemigo deben unirse. Y todos vosotros tenéis que morir. Sois todos como una enfermedad. Como un virus. Una plaga que hay que exterminar para que Dios pueda unirse con el Enemigo y nacer.

Sam se estaba cansando de la charla. Nunca le había interesado mucho la religión, de cualquier tipo, pero la religión fantasiosa inventada por una chica muerta para justificar las mentiras de la gayáfaga aún resultaba menos interesante que las excusas religiosas de Astrid para no acostarse con él. Estaba impaciente por saber qué pretendía hacer Brittney. Si tenía que haber pelea, entonces habría pelea.

—¿Y luego qué, Brittney? ¿Te lo ha explicado la gayáfaga?

—Entonces todo el mundo se rehará. Ese es su objetivo, ya lo sabes.

—No, no lo sabía. Creo que me he perdido esa parte. Aún estoy en la parte en la que mata a todo el mundo.

—La forjó una raza de dioses en los cofines lejanos del espacio para rehacer el mundo, para crearlo otra vez.

—Ya, bueno, eso suena un poquito a locura, Brittney.

Ella sonrió.

—Es que es todo una locura, Sam. Todo. Pero Dios rehará el mundo otra vez. En cuanto vuelva a nacer.

Sam estaba cansado. Deseaba que Astrid estuviera allí; tal vez ella habría conseguido averiguar algo más. Puede que lograra disuadir a Brittney de que siguiera creyendo en aquel engaño delirante. Pero Sam no era Astrid.

—¿Sabes qué? —continuó Sam—. Si tu amiga del pozo de la mina me quiere, pues adelante. Porque ya lo ha intentado antes. Y yo sigo aquí.

—No durante mucho tiempo. ¿Crees que estas criaturas aparecieron solas? Mi Señor las ha moldeado, las ha creado para que sean indestructibles, para que no puedas detenerlas, Sam.

—Siento lo que te ocurrió, Brittney —insistió el chico—. Nadie ha sufrido tantos abusos como tú. Pero, aun así, voy a tener que detenerte. —Sam alzó las manos con las palmas hacia fuera—. Lo siento.

Dos rayos de fuego verde alcanzaron el pecho de Brittney, y le abrieron un agujero.

Los bichos saltaban, corrían para cubrir los pocos metros que los separaban del muelle.

—¡Jack, Dekka! —gritó Sam.

Jack atravesó a puñetazos las tablas del muelle, pero eligió un mal sitio. Apareció entre Brittney y Sam, y bloqueó el fuego de Sam.

Brittney gritó:

—¡Matadlos!

Jack tropezó y salió de la línea de fuego. Sam volvió a apuntar y alcanzó a Brittney, pero ahora la chica huía corriendo. Se le empezó a fundir la espalda, se le vio la columna y luego comenzó a arderle, pero ella continuó corriendo.

Sam desplazó los rayos hacia uno de los bichos que se aproximaban a toda velocidad, el más cercano. Los rayos de luz alcanzaron a la criatura enorme y al rebotar partieron en dos el mástil de un velero. Lo que quedó en pie se incendió.

Jack sacó a Dekka del agua y la chica atacó incluso antes de ponerse en pie. La gravedad que afectaba a la criatura más cercana dejó de actuar. El bicho salió volando por los aires y pasó por encima de la cabeza agachada de Sam. Atravesó el campo de actuación de Dekka y aterrizó en el agua; sin embargo, la parte trasera de la criatura quedó apoyada en el muelle.

—¡Empújalo!

Jack golpeó al bicho por detrás, que cayó al agua con un chapuzón.

El chico se dio la vuelta y corrió hacia la segunda cuca gigante. Arrancó un tablón del muelle y, con una fuerza sobrehumana, intentó clavárselo en la boca de dientes rechinantes.

El tablón se astilló, y la criatura no se inmutó.

Jack cayó de espaldas y el monstruo se le abalanzó encima al cabo de un instante.

—¡Jack! —gritó Dekka.

Echado boca arriba, Jack pataleó con tanta fuerza que la madera se rompió bajo su peso.

La tercera criatura corrió hacia la primera. Rozó con las mandíbulas a Dekka y estuvo a punto de partirla en dos, pero la chica la envió al agua de una patada, a seis metros de distancia.

En medio segundo, Sam entendió lo que tenía que hacer. No le gustaba.

El bicho corría hacia él.

Y las cuchillas de la boca se disponían a seccionarlo.

Sam calculó el salto, gritó un insulto desesperado, y se lanzó directamente hacia la boca abierta del bicho.

—¡Los días de incertidumbre han terminado!

Caine se encontraba en lo alto de las escaleras del ayuntamiento. A sus pies, los enfermos yacían tosiendo y tiritando. Indefenso y tan débil como un gatito recién nacido, Edilio temblaba tanto que parecía que le estuviera dando un ataque.

Detrás de los enfermos había decenas de chavales, la mayoría mojados por haber atravesado la lluvia que había caído al oeste. Muchos seguían frotándose los ojos para despertarse. Algunos de los más pequeños llevaban sus mantitas.

Diana permanecía apartada, con la mirada vacía perdida en el suelo. Habían acomodado a Penny en una silla. Lana estaba apoyada contra un árbol de la plaza, con la mano sobre su pistola, y Sanjit permanecía nervioso a su lado.

Caine lo veía todo. Cada rostro levantado e iluminado por la luna. Veía el miedo y la expectativa. Los disfrutaba. Se regodeaba en ellos.

—Primero tengo que decir lo siguiente —continuó diciendo Caine—. Taylor, que se ha unido a mí, me ha informado de que las criaturas están a punto de llegar. Se están acercando a la carretera y alcanzarán la ciudad dentro de pocos minutos. Cuando lo hagan, cazarán, matarán y se comerán… a todos los que estén vivos.

—¡Podemos luchar! —gritó alguien—. Vencimos a los coyotes. ¡Y te vencimos a ti, Caine!

—¿Cómo lucharéis sin Sam? —preguntó el chico—. ¿Está aquí? ¡No! Sam no puede detener a esas criaturas. ¡Lo intentó y fracasó, y ahora ha huido!

Caine esperó a que alguien hablara en defensa de Sam, pero nadie dijo nada.

Pensó que eran unos peleles cobardes y desleales. Casi le daba pena Sam. ¿Cuántas veces se había puesto en peligro por aquellos ingratos?

—Al huir con Astrid y Dekka, se ha salvado —prosiguió Caine—. Al menos durante un tiempo. Y ha salvado a sus amigos, pero ha abandonado al pobre Edilio aquí… Y a todos vosotros.

Se hizo un silencio sepulcral.

—Por eso Quinn, que trabaja día y noche para alimentaros a todos, ha ido a buscarme, a suplicarme que os ayudara.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó alguien.

—¿Que qué voy a hacer? —repitió Caine, disfrutando del momento—. No voy a huir, eso para empezar. —Apuntó con un dedo al aire y exclamó—: ¡Porque cuando llegó el peligro supremo, Sam huyó! Y yo he vuelto. En mi isla estaba a salvo, protegido y bien alimentado. Tenía a mi hermosa reina, Diana. Tenía a mis amigos, Penny y Bug. Llevaba una buena vida.

Se acercó a Diana y le dio un beso. Ella le dejó, nada entusiasmada.

—Una vida muy buena. Pero cuando me enteré de lo que estaba ocurriendo aquí, de los peligros terribles que amenazaban con destruiros, no pude seguir ahí sentado, comiendo delicias y viendo películas envuelto en sábanas limpias.

Vio el efecto que causaban sus palabras. ¿Comida? ¿Películas? ¿Algo limpio? Eran conceptos mágicos para aquellos niños desesperados, hambrientos y, últimamente, también sedientos.

Y la insinuación sutil de que se había acostado con Diana también surtió efecto en cierto sentido: provocó que los chicos mayores, y algunas chicas, se pusieran celosos.

Caine sonrió por dentro. Estaba funcionado. Se estaba ganando a las ovejas.

—Os salvaré —dijo con humildad bajando la mirada—. Pero no solo de esta amenaza terrible. No. ¿No ha llegado la hora de que todos tengamos una vida mejor? ¿No hemos sufrido ya bastante?

Un murmullo le dio la razón.

—Habéis sufrido hambre, sed, violencia. —Entonces esperó, esperó para que les fuera calando. Alargaba el tiempo deliberadamente, porque sabía que se estaban imaginando a la horda de insectos avanzando hacia la ciudad. Y al fin acabó diciendo—: Pues ya basta de sufrir.

—¿Y qué pasa con Drake? —gritó alguien.

—¡Es amigo tuyo! —lo acusó otra voz.

—No —replicó Caine—. Fui yo quien lo destruyó. O eso pensaba. Hasta que Sam y sus seguidores le permitieron volver.

Caine hizo una pausa. Observaba la reacción de su audiencia, escuchaba los murmullos de aprobación. Y entonces, secretamente, lanzó a Diana una mirada divertida: nada funcionaba mejor que una gran mentira.

—Escuchadme. Necesitáis un auténtico líder. Pero esto de que os obliguen a elegir a alguien como en un concurso de popularidad, como si eligiéramos a la reina del baile o algo así, tiene que terminar. Edilio es un buen chaval. Pero no es más que un chaval, no es más que el perro fiel de Sam. Sin ánimo de ofender…

Alzó una mano para indicar que tal vez no había elegido sus palabras con el tacto suficiente. Pero los chavales ya asentían. Sí, Edilio no era más que el perro de Sam. Valiente, sí, y también decente. Pero no los había salvado.

—¿Y Sam? —Caine alzó la voz—. Sam fue un líder valiente, pero ahora está quemado, y todos lo sabéis. Nunca fue un líder convencido. Y ahora, finalmente, ha huido. Sam no es lo que necesita la ERA. No es un rey.

Se volvió mientras dejaba que todos asimilaran esa última palabra. Y una voz preguntó:

—¿Ha dicho rey?

Y distinguió la risa sardónica de Lana. Caine alzó las manos.

—Necesitamos un auténtico líder, no alguien que tenga que responder ante un Consejo. Vamos, gente. ¿Howard como miembro del Consejo?

Eso le valió una risa de complicidad.

—Así que Edilio, el perro fiel de Sam, está bajo las órdenes de un conocido sinvergüenza como Howard. —Caine dejó que la sonrisa se borrara de su rostro. Había llegado la hora de concluir—. Necesitáis a un líder que lidere de verdad. Un líder que os salve la vida hoy y os dé una vida mejor a partir de ahora.

Caine descubrió a Turk y Lance esperando, sonriendo.

Había mandado a Taylor que fuera a buscarlos. Les había dicho que le vendrían bien un par de chavales duros como ellos y les había prometido un viaje a la isla.

—Turk, Lance, venid aquí —pidió.

Los chicos subieron los escalones y se pusieron a su lado. Estaban pálidos y temblorosos, pero también convencidos de que les iban a dar puestos nuevos e importantes.

—Estos dos me han reconocido que dispararon a Albert mientras robaban en su casa.

Ese comentario provocó un murmullo airado entre la multitud, e incluso algunos de los chavales más enfermos alzaron la vista sombríamente. Puede que Albert no fuera muy popular, pero era necesario.

Lance y Turk intercambiaron una mirada inquieta.

—Os tranquilizará saber que Lana ha conseguido salvar la vida a Albert —informó Caine—. Pero ¿qué vamos a hacer con dos asesinos potenciales como estos?

Turk aún se estaba poniendo más pálido. Las cosas no iban como esperaba. Lance se estaba apartando, dispuesto a salir corriendo.

Sin apenas moverse, y con una leve sonrisa, Caine alzó una mano y empujó débilmente a Lance contra una barrera invisible.

—¿Deberíamos convocar una reunión del Consejo? ¿Hacer un juicio? ¿Malgastar el tiempo de todos mientras la amenaza se acerca cada vez más? Sabemos lo que habría que hacer. ¡Justicia! Rápida, firme y libre de retrasos absurdos.

—¡Oye! —exclamó Lance—. ¡Eso no es lo que…!

—Él dice muchas cosas —murmuró Diana.

Caine movió la mano con un gesto amplio y dramático, y Lance salió volando por los aires. Volaba como si lo hubieran lanzado desde una catapulta, hacia el cielo nocturno, de modo que se convirtió en blanco de todas las miradas. Un grito débil llegaba flotando a los oídos de todos.

Había algo cómico en todo aquello, y Caine no pudo evitar sonreír.

El grito cambió de tono cuando Lance cayó rodando y se estampó contra el suelo en el otro extremo de la plaza.

—¡Justicia! —exclamó Caine—. Ahora mismo, no luego. ¡Justicia y protección y una vida mejor para todos!

Turk perdió el control.

—¡No, no, no, Caine, no, no!

—Pero no hay justicia sin compasión —continuó Caine—. Lance ha pagado el precio a su manera. Y ahora Turk lo pagará sirviéndome. ¿No es así, Turk?

Miró al chico y, en voz baja, añadió:

—Arrodíllate.

Turk se puso de rodillas sin esperar que Caine insistiera más.

—Es una señal de respeto —le indicó—. No hacia mí. No se trata de mí. Se trata de vosotros, de todos vosotros. Vosotros sois los que necesitáis un soberano. ¿No es así? ¿Acaso después de tanto sufrimiento no necesitáis a una persona que asuma el mando? Pues bien, eso es lo que voy a hacer. Y cuando uno se arrodilla no hace más que mostrar respeto. Como Turk.

Puede que media docena de chavales se arrodillara entre aquella multitud.

Unos cuantos más inclinaron torpemente la cabeza, indecisos. Y la mayoría no hizo nada.

Caine pensó que no estaba mal.

Por ahora.

—Las criaturas vienen hacia aquí —dijo en voz baja—. En toda la ERA, ¿quién puede derrotarlas?

Aguardó, como si realmente esperara respuesta.

—¿Quién puede derrotarlas? —insistió—. Yo. Solo yo.

Meneó la cabeza como si se maravillara de algo increíble.

—Es como si el propio Dios me hubiera elegido. Y si gano, si os salvo la vida, la voluntad de Dios habrá quedado muy clara.