TREINTA Y CUATRO

2 HORAS, 51 MINUTOS

—¿VAS A IR? —preguntó Diana.

—Claro —respondió Caine—. Nos vamos. E incluso nos llevaremos a Penny. Nos vendrá bien. Igual Lana puede arreglarle las piernas. Y luego resultará muy útil para controlar a la gente.

Caine se puso a silbar alegremente mientras iba metiendo ropa en una bolsa de Dolce & Gabanna.

—Deberías coger algo de ropa —le aconsejó Caine—. Puede que tardemos un tiempo en volver.

—Yo no voy.

Caine se detuvo y le sonrió. Entones la miró con ojos muertos y la chica sintió que una mano invisible la empujaba, hacia el armario.

—He dicho que hagas la maleta.

—No.

—No me obligues a hacer algo que ambos lamentaremos. —Y entonces, en un tono más razonable, añadió—: Pensaba que me querías. ¿A qué viene todo esto?

—Eres una persona despreciable, Caine.

El chico se rio.

—¿Y ahora te sorprendes? Vale.

—Yo esperaba…

—¿El qué? —replicó Caine—. ¿Esperas el qué? ¿Esperabas tenerme contento? ¿Esperabas domesticarme?

—Pensaba que igual te estabas haciendo un poquito mayor.

Caine le indicó que se acercara moviendo la mano con un gesto despreocupado. Diana se vio atraída hacia él. Tropezó, pero no se cayó. Le impidió moverse con poderes a los que Diana no podía resistirse, y la besó.

—He conseguido lo que quería de ti, Diana. Y es estupendo. Lo digo en serio. Conseguí que me lo dieras voluntariamente. Podría haberte forzado, pero no lo hice, ¿verdad?

Ella no respondió.

—Pero si piensas que has conseguido controlarme en algún sentido —prosiguió Caine—, mejor replantéatelo. Mira, soy Caine. Tengo cuatro barras. Soy yo quien maneja las cosas. Y me gusta que formes parte de eso. Puedes seguir pinchándome y riéndote de mí: no soy sensible. Me gusta que haya una persona que se enfrente a mí y me diga lo que piensa. Un buen líder necesita eso. —Se inclinó hasta acercarse tanto a Diana que le acarició la oreja con su aliento al susurrarle—: Pero recuerda: soy Caine. Y la gente que me desafía lo acaba lamentando. Ahora haz las maletas. Y no te dejes esa cosita de encaje negro. Me gustas con eso. Bug. Ve a decirle a Penny que nos vamos.

Bug apareció. Lo había visto y oído todo. E hizo un corte de mangas a Diana desde detrás de la espalda de Drake.

—Encontraremos la manera de arreglarlo, Dekka —señaló Sam.

La chica estaba sentada en la parte de atrás de la barca, completamente inmóvil. Sam se había acomodado a su lado. Habían desterrado a Toto a la proa. Sam no quería que identificara cada una de las mentiras piadosas que probablemente diría.

—No tengo miedo —afirmó Dekka—. Quiero decir que, mira, ni siquiera sé si alguno de nosotros llegará a salir nunca vivo de la ERA.

Sam no sabía qué decir, así que asintió.

—Quiero decir, si piensas en todos los chavales… —continuó Dekka—. En Bette. En las gemelas. En Duck, el pobre Duck. En Harry, E.Z., Hunter. —Y, tras una pausa, añadió—: En Mary…

—Y muchos más…

—Sí. Deberíamos recordar todos sus nombres, ¿verdad?

—Lo intento. Así que si esto algún día termina, si algún día llego a salir, podré hablar con sus padres y decirles: «Así ocurrió. Así murió tu hijo».

—Sé que eso te preocupa.

Dekka depositó la mano sobre la suya para consolarlo, y él se la cogió con ambas manos.

—Un poco sí. Me imagino una especie de juicio, o algo así. Tíos y tías viejos todos con pinta de duros, pidiéndome que me justifique… Ya te lo puedes imaginar: «¿Qué hizo para salvar a E.Z., señor Temple?». —Meneó la cabeza—. Siempre me imagino que me llaman señor Temple.

—«¿Señor Temple, qué hizo para salvar a Dekka Talent?» —le preguntó la chica.

—¿Ese es tu apellido? No pensaba que tuvieras apellido. Creía que eras como Iman, Madonna o Beyoncé. Que solo necesitabas un nombre.

—Sí, Beyoncé y yo, igualitas.

Dekka soltó una risa irónica.

Se quedaron sentados en silencio durante un rato.

—Sam, no sabemos lo bien que ven esas cosas en la oscuridad.

El chico asintió.

—Yo también me lo preguntaba. Tengo un plan. Pero es bastante alocado.

—No sería divertido si no lo fuera.

—Tú sabes nadar, ¿verdad?

—No, porque los negros no sabemos nadar —dijo Dekka, con el tono de la antigua Dekka—. ¡Claro que sé nadar!

Sam llamó a Jack y a Toto y les pidió que se acercaran.

—¿Los dos sabéis nadar?

Los dos asintieron con aprensión.

—Pero está oscuro —señaló Jack.

—El agua no se hace más profunda de noche —comentó Sam.

—¿Quién sabe lo que hay en el agua? —insistió Jack.

—Truchas y lubinas. Y no se comen a la gente.

—Ya, y las serpiente no vuelan y los coyotes no hablan —replicó Jack.

—Bueno, vale. Pero creo que más nos vale arriesgarnos. Esto es lo que he pensado: os metéis todos en silencio en el agua. Yo pondré en marcha la barca, amarraré el timón y saltaré. Si funciona, Drake y sus amigos los bichos oirán la barca y la perseguirán. Nosotros nadaremos hasta la orilla y allí nos pondremos a correr como locos.

—Nos seguirán —objetó Jack.

—Lo intentarán —reconoció Sam—. Pero son insectos, no sabuesos. Dudo que puedan ver las huellas de noche.

—No está seguro —dijo Toto.

—No, no lo está —admitió Sam.

—Es verdad —repuso Toto y, dirigiéndose a su amigo imaginario, añadió—: Es confuso.

—¿Y hacia dónde corremos? —preguntó Dekka.

—Drake esperará que nos dirijamos directamente hacia la ciudad. No queremos pelearnos con él en campo abierto. Así que iremos hacia el tren. —Sam dio a Jack un golpecito con el codo—. Quieres otro portátil, ¿no?

Jack reconoció, avergonzado:

—Bueno, al menos quiero un poco más de batería.

—Pues vale. Meteos en el agua y nadad hacia el puerto deportivo. Si no me persiguen, retrocederé antes de que alcancéis el muelle y pensaremos otro plan.

—¿No podríamos pensar otro plan en vez de este? —pidió Jack.

* * *

Caine se encontraba de pie en la proa de la barca de Quinn mientras surcaban las olitas hacia Perdido Beach.

Quinn le había advertido que se sentara, pero a Caine no le preocupaba caerse al agua: no se caería. Utilizaba su poder para soportar la mayor parte de su peso, de manera que sus pies apenas tocaban la cubierta.

No quería llegar encorvado. Quería llegar a Perdido Beach como George Washington tras cruzar el Delaware: con la cabeza bien alta.

Flotaba. Casi volaba. Físicamente, sí, pero también mentalmente. Notaba una cálida sensación de bienestar perfecto.

Lo necesitaban. Habían mandado a buscarlo. Habían descubierto que no podían sobrevivir sin él. Sin él, no sin Sam. Sin él.

Penny yacía cubierta de mantas en la parte de atrás de la barca. Diana estaba sentada mirando un espacio vacío. Bug se ponía a silbar y luego paraba, para volver a empezar otra vez.

Quinn se encontraba al timón contemplando la espalda de Caine, quien notaba cómo le clavaba los ojos. Las dudas y preocupaciones eran visibles en el rostro de Quinn.

Diana había permanecido totalmente callada. Caine se imaginaba que se estaba convenciendo de que él seguía al mando, y de que seguía dependiendo de él. De que seguía necesitándolo tanto como los chavales de Perdido Beach.

Bueno, pues ya se le pasaría. Diana era una superviviente. Ya se le pasaría la decepción. Y juntos serían la pareja de la ERA, como el rey y la reina.

Esa idea le hizo sonreír.

—Qué pena que no tengamos cámara —comentó—. Me encantaría captar el momento de mi regreso.

—Tengo frío —se quejó Penny.

—Eso es que no haces suficiente ejercicio —le espetó Caine, y entonces se rio de su propio chiste cruel.

No iba a permitir que la amargura de Penny le estropeara el momento. Ni su amargura, ni el malhumor de Diana, ni el sentimiento de culpa de Quinn.

Ese era su momento.

Quinn desplazó la barca a lo largo del muelle con mano experta. La amarró y luego se quedó esperando para ayudarlos a subir. Caine rehusó la mano de Caine, pero lo miró con dureza. A los ojos, hasta que Quinn tuvo que apartar la mirada.

—¿Qué quieres, Quinn? —le preguntó.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué te haría feliz, Quinn? ¿Qué querrías por encima de todo?

Quinn parpadeó. A Caine incluso le pareció que se ruborizaba. Entonces dijo:

—¿Mi gente y yo? Solo queremos pescar.

Caine le puso una mano sobre el hombro y lo miró a los ojos, simulando la franqueza y la sinceridad que conseguía fingir cuando la ocasión lo exigía.

—Entonces, Quinn, este es mi primer decreto: eres libres de pescar. Sigue haciendo lo que haces, y nunca se te pedirá nada más.

Quinn iba a decir algo, pero se detuvo, confundido.

Caine abrió los brazos, con las palmas hacia abajo, y salió levitando del barco hasta el muelle. Fue un gesto tan presuntuoso que Caine se rio en voz alta, se rio de su propia arrogancia absoluta.

Detrás de él, Diana y Bug treparon cansinamente hasta el muelle. Caine elevó a Penny y la depositó, indefensa, sobre los tablones de madera.

—Las cosas serán diferentes esta vez —afirmó Caine—. Hubo demasiadas disputas, demasiada violencia la última vez. Intenté ser un líder pacífico, pero las cosas se torcieron.

—Me pregunto por qué… —murmuró Diana.

—Esta gente —continuó Caine con aire presuntuoso, extendiendo el brazo hacia la ciudad— necesita más que un líder. Necesita… un rey.

Se le había ocurrido de repente. Nunca lo había pensado hasta entonces. Pero, después de lo mucho que Diana se burló de él diciéndole que era Napoleón, Caine acabó encontrando un guion sobre Napoleón en la biblioteca de la mansión y se lo leyó por encima.

Napoleón asumió el poder cuando el pueblo francés quedó decepcionado por la república brutal e ineficaz. Aceptaron que Napoleón se hiciera con el poder absoluto porque estaban cansados, quemados. Querían y necesitaban a alguien con una corona en la cabeza. La verdad es que era algo natural. Había sido así durante gran parte de la historia humana.

Napoleón se nombró a sí mismo emperador. Como Michael Jackson se hacía llamar «El rey del pop» y Howard Stern, «El rey de todos los medios». Lo raro era que así es como se llegaba a ser rey: llamándote a ti mismo rey. Y haciendo que otros lo aceptaran.

Rey.

Caine vio que Quinn lo miraba boquiabierto.

Y, por el rabillo del ojo, descubrió que una sonrisa incrédula se formaba en el rostro de Diana. La chica meneó la cabeza lentamente, arrepentida, como si por fin entendiera algo que la desconcertaba.

—A partir de ahora, Quinn, me llamarás tu rey. Y os dejaré en paz a ti y a tu gente.

Caine sintió que todos lo miraban. Penny estaba tremendamente dispuesta a cumplir con su voluntad, por mucho que lo odiara en el fondo de su corazón. Bug, que siempre resultaba una herramienta útil, sonreía. Y Diana estaba perpleja, y perpleja de su propia perplejidad.

—Vale —dijo Quinn, sin convicción.

—¿Vale? —repitió Caine, y alzó una ceja, expectante. Sonrió para mostrar que no estaba enfadado. Al menos todavía no—. Solo… ¿vale? —insistió.

—Vale… —Quinn miró alrededor, desesperado, sin saber qué responder. Entonces se le ocurrió. Caine casi lo veía pensar—. Vale, ¿su Alteza?

Caine bajó la vista modestamente, y ocultó la sonrisa triunfal que habría arruinado aquel instante.

—Vete, ahora, Quinn. Vuelve al trabajo.

Y Quinn se marchó.

Caine detectó la mirada asombrada de Diana y se rio de manera estentórea.

—¿Por qué estás tan triste? ¿No quieren todas las niñas pequeñas ser reinas de mayores?

—Princesas.

—Pues te han ascendido. Bug: encuentra a Taylor.

Taylor era la mayor cotilla de Perdido Beach. Caine necesitaba información, y la necesitaba ya. Estaban en plena noche, y Caine no sabía dónde se encontraban todos ni qué estaban haciendo. Lo único que Quinn le había dicho era que Sam había salido de la ciudad, Albert había sido asesinado, y Edilio estaba enfermo y puede que muriera.

Era una pena que hubieran matado a Albert. Había nacido para organizar cosas, y Caine estaba seguro de que podría haberlo utilizado. Por otra parte, que Edilio se muriera sería una noticia excelente. Edilio había sido la mano derecha de Sam desde el comienzo.

Caine ni siquiera sabía cuándo llegarían a Perdido Beach esos insectos supuestamente gigantes, o lo que fueran. Podría ocurrir en cualquier momento.

Tendría que derrotar a los invasores. Eso era, por supuesto, lo más importante. Pero no cabía duda de que los chavales exageraban. ¿Insectos gigantes? Debían de medir quince centímetros. Aunque la idea de que pusieran huevos dentro de tu cuerpo le daba náuseas.

El chico estaba de pie en el espigón que recorría la playa. En el borde, pensaba en la línea divisoria entre el pasado y el futuro. No solo el suyo, sino el de todos.

La ciudad estaba silenciosa y oscura. Se atisbaba el brillo pálido de los soles de Sammy a través de las ventanas de las casas. La luna se ocultaba tras la extraña nube que colgaba demasiado baja en la parte occidental de la ciudad.

En el borde había tantas posibilidades… Caine tenía la sensación de que iba a explotar de alegría y vértigo. Había vuelto. Había vuelto para ser su salvador.

Sin saberlo, Quinn le había indicado cómo proceder. Quinn quería exactamente lo que deseaba la mayoría de la gente: que la dejaran en paz. No tener miedo. No tener que esforzarse. No tener que hacer preguntas difíciles o tomar decisiones difíciles.

«Solo queremos pescar».

Caine se volvió un poco para mirar detenidamente a Diana. Le había dado esperanza y se la había arrebatado, y ahora estaba quieta, casi como en trance, contabilizando sus pérdidas, percatándose de la totalidad de su derrota.

Resignación. Aceptación.

Ahora se daba cuenta de que Caine estaba al mando. Cuando todos los demás también lo comprendieran, cuando todos se limitaran a aceptar que así era la vida ahora, a aceptar que esa era la única vida posible, entonces tendría el control absoluto.

Caine percibía el miedo que reinaba en Perdido Beach. No tenían líder. Estaban enfermos, débiles, hambrientos, solos. Se acobardaban ante un virus microscópico y un bicho muy distinto, mucho más grande.

Cuando terminara, cuando Caine hubiera ganado, les diría: «Os he salvado. Yo solo tuve el poder de salvaros. Sam fracasó, pero yo triunfé. Y ahora calmaos y haced vuestro trabajo y no os fijéis en vuestros superiores. Chist, iros a dormir: el rey tomará las decisiones difíciles».

Bug volvió sorprendentemente rápido con Taylor.

—¿Dónde la has encontrado? —preguntó Caine.

Bug se encogió de hombros.

—Donde vive. Me acordaba de los viejos tiempos, de cuando entraba a hurtadillas en la ciudad.

—Se refiere a cuando se colaba en tu casa para mirarte cuando te desvestías —explicó Diana a Taylor.

—Es un niñito —dijo Taylor, encogiéndose de hombros.

Entonces miró a Caine de arriba abajo, escéptica, examinándolo. Caine sabía que no lo temía… no con los poderes que tenía. No podía intimidarla. Así que habría que conectar con ella de otro modo.

—Siéntate a mi lado —le pidió Caine, saltando del espigón—. ¿Cómo te ha ido, Taylor?

—La vida es una gran fiesta.

Caine se rio al oír el chiste.

—Las cosas tienen que ir bastante mal para que Edilio haya mandado a alguien a buscarme, ¿eh?

—Las cosas siempre van bastante mal —replicó Taylor—. Pero ahora estamos en un nivel nuevo. He visto a esos bichos.

Caine se esforzó para adoptar una actitud sincera.

—Tengo que ir a enfrentarme a esas criaturas. Pero no sé mucho de ellas.

Taylor le contó lo que sabía. Caine perdió parte de la seguridad en sí mismo cuando Taylor le expuso convencida los hechos, sin ahorrarse detalles truculentos.

—Bueno, esto será divertido —dijo Diana, muy seca—. Me alegro tanto de que hayamos vuelto.

Caine apretó los dientes, pero la ignoró.

—¿Quién puede prestarme su ayuda? —preguntó a Taylor.

Taylor se rio.

—Yo no, tío. Ya me he acercado todo lo que me podía acercar.

—¿Y Brianna? —preguntó Caine.

Taylor puso mala cara.

—¿Te refieres a la Brisa? Entró como una exhalación y se puso a gritar a Edilio que venían los bichos y que eran grandes como todoterrenos. Y, desde entonces, no sé dónde está. Debe de andar buscando a Jack… o a Dekka —añadió con una mirada lasciva.

Caine asintió y mantuvo la cara inclinada hacia abajo para no revelar el placer que sentía. Brianna era un problema: su velocidad era casi tan eficaz como el poder de Taylor cuando se trataba de eludir a Caine. Y era absolutamente leal a Sam.

—¿Y qué pasa con Sam y Astrid?

—Ah, no, ya no son Sam y Astrid, ya no.

Taylor se inclinó hacia Caine y se puso a contarle todo lo que sabía. En diez minutos, Caine se había hecho una imagen de lo que sucedía, una imagen mucho más detallada de la que se había podido formar con lo que Quinn le había revelado a regañadientes.

Sam estaba definitivamente fuera de la ciudad, en una búsqueda descabellada de agua. Dekka y Jack, también. Astrid se había quedado con el pequeño Pete.

Y, al parecer, Quinn no se había enterado de la noticia impactante, pero grata: que Albert no estaba muerto, sino que se estaba recuperando bajo los cuidados de Lana.

—Como esos dos chavales que intentaron matarlo —añadió Taylor—. Eso será un problema.

—¿Qué dos chavales?

—Unos perdedores de la Pandilla Humana: Turk y Lance. E igual Orc también. Nadie sabe lo que le ha pasado, excepto que está por ahí de juerga.

Las cosas se estaban poniendo cada vez mejor. Por el momento, no había nadie en la ciudad que pudiera enfrentarse a Caine. Era increíble. Era un milagro. Era el destino.

Se suponía que Dios elegía a los reyes. Si había un Dios en la ERA, parecía que había hecho su elección.

Pero no duraría. Tendría que actuar rápido.

—Taylor, te necesito para algo muy importante —empezó Caine.

—Yo no trabajo para ti —replicó Taylor, malhumorada.

Caine asintió.

—Eso es verdad, Taylor. Tienes unos poderes increíbles. Y eres una chica lista. Pero nadie parece respetarte nunca por eso. No quería parecer mandón.

La chica se encogió de hombros, aplacada.

—No pasa nada.

—Lo único que pienso es que eres una chica valiosa y útil. Creo que deberías tener un sitio a mi lado. Te respeto.

—Solo intentas conseguir que te ayude.

Caine sonrió ampliamente.

—Es verdad, es verdad. Pero puedo pagarte mucho mejor que Sam y Albert. Por ejemplo, sabes lo de la isla, ¿verdad? Y puedes saltar a cualquier lugar que hayas visto, ¿verdad? A cualquier lugar que conozcas, ¿verdad?

Taylor asintió, cautelosa. Pero Caine enseguida se dio cuenta de que estaba intrigada.

—Si hiciera que te llevaran a la isla, podrías ir y volver en cualquier momento. Sería pan comido.

La chica asintió despacio.

—¿Qué dirías a un baño de burbujas caliente?

—Diría: «Hola, cuánto tiempo sin bañarme». Eso diría.

—Y hay toda clase de comida. Mantequilla de cacahuete. Sopa de pollo. Galletas saladas. Y toda tipo de películas en el sistema ese que tienen. Y palomitas para acompañarlas.

—Estás intentando sobornarme.

—Te estoy prometiendo que te pagaré.

No hacía falta que Taylor le respondiera. Caine lo veía en sus ojos.

—Necesito saber dónde están esas criaturas, esos bichos. Lo rápido que se mueven. Por dónde vienen.

—¿Eso es todo?

—Eso es todo —respondió Caine.

Y, de repente, Taylor había desaparecido.