3 HORAS, 48 MINUTOS
SAM DISPARÓ. LOS rayos de luz alcanzaron de lleno al bicho que se cernía sobre ellos. Rebotaron y se fragmentaron y se sumergieron en el agua, que enseguida empezó a soltar vapor.
—¡Dekka! —gritó Sam.
La chica anuló la gravedad que afectaba al bicho y lo vieron salir disparado hacia arriba, acompañado del silbido del agua al levantarse.
Pero no sirvió de nada. Más criaturas habían abierto sus alas de cucaracha y salían volando torpemente hacia la barca.
Sam soltó un par de tacos. Aceleró el motor y dio la vuelta al timón. La barca salió disparada hacia el centro del lago.
Los bichos trataron de perseguirlos, pero eran insectos, no águilas, y les costaba controlar el vuelo.
—¡Igual puedo aplastarlos! —propuso Jack por encima del rugido de los motores.
—Cree que puede —comentó Toto.
—Pero me asustan.
—Eso también es verdad —añadió Toto.
—¡Ya, eso ya podría haberlo adivinado yo! —gritó Sam mientras esquivaban a otra criatura que avanzaba torpemente hacia ellos.
Podrían haber seguido esquivando bichos, puede que eternamente, pero cuando Sam dio un golpecito al indicador de combustible vio que solo quedaba una octava parte del depósito.
Había un surtidor manual en el depósito del muelle, pero algo le decía que Drake no iba a dejar que se acercaran a repostar.
—Necesitamos gasolina —indicó Sam.
Apartó la barca del puerto deportivo, sin alejarse sin embargo de la costa, esperando que el siniestro ejército de Drake los siguiera. Iban más rápidos por tierra que por el aire, así que salieron disparados de vuelta a la costa como un enjambre de abejorros locos.
Sam dirigió la vista hacia atrás y vio que Drake instaba a las criaturas a continuar. Iban rápidas, resbalando con sus patas de insecto. Pero no tanto como la barca. Podía dejarlas atrás si iba a máxima velocidad.
—¿Estamos huyendo? —se preguntó Toto.
—Sí —replicó Sam.
—Eso no es verdad.
—¿Hay algún modo de hacerte callar? —preguntó Sam—. Somos más rápidos que ellos. Así que vamos a confundirlos: volveremos sobre nuestros pasos y los dejaremos atrás en el puerto deportivo.
—¿Y luego qué? —preguntó Dekka.
—Repostaremos y seguiremos dando vueltas en barca eternamente —respondió Sam.
—Un plan genial —opinó Dekka.
—Tarde o temprano, Brittney aparecerá. Igual entonces tendremos una oportunidad.
Yendo a toda velocidad, no tardaron mucho en alcanzar el final del lago.
Las cucarachas enormes se apiñaban en la costa. Corrían ansiosas por alcanzarlos; ya no volaban.
—¿Dónde está Drake? —preguntó Jack.
Sam examinó el ejército de insectos. No había ni rastro de Drake. Sam paró el motor. Quería ahorrar gasolina para la carrera frenética hasta el puerto deportivo. Entonces, en el silencio repentino, oyó un motor distinto.
Una barca elegante con dos fuerabordas grandes arrojaba una nube de agua y se acercaba rítmicamente hacia ellos. No tenían ninguna duda respecto a quién la conducía.
Los bichos estaban en la costa. Y Drake, en el agua.
—Si lleva un arma, tendremos un problema —indicó Dekka.
—No necesita un arma —dijo Sam muy serio—. Puede embestirnos. No se le puede matar, pero a nosotros, sí.
—¿Y qué hacemos? —preguntó Jack. Y a continuación, con pánico en la voz, repitió—: ¿Qué hacemos?
Dekka le puso una mano tranquilizadora sobre el hombro.
—Cálmate.
Sam calculó la extensión de la costa, comprobó cuánto combustible les quedaba, miró a sus dos amigos, y finalmente examinó a Toto.
—Tío, ¿crees que puedes bombear gasolina?
Toto apartó la vista y trasladó la pregunta a la cabeza imaginaria de Spider-Man.
—¿Puedo bombear gasolina? —Tras, al parecer, oír la respuesta, respondió—: Sí.
Sam puso en marcha el motor, hizo girar el timón y esperó, y siguió esperando, mientras la proa de Drake se acercaba cada vez más.
—Jack, agarra ese bichero. Y prepárate.
—¿Qué?
—¿Viste esa película en la que Heath Ledger era un caballero?
—No fue su mejor película —opinó Dekka.
—Cierto.
Toto estaba de acuerdo.
—Agárrate —le advirtió Sam.
Aceleró, empujó la palanca hasta el final y salió disparado hacia Drake.
Lana no corría, estaba demasiado cansada para correr; además, probablemente Howard se equivocaba. Turk y Lance estaban convencidos de haber matado a Albert. Mientras yacía ahí, chillando de dolor bajo el tacto curativo de Lana, Lance no dejaba de farfullar algo acerca del perdón, de rezar para salvarse, y de decir que sentía lo de Albert.
—¡Ha sido Turk, no yo! —exclamaba.
Su mejilla destrozada se agitaba sangrienta cuando pronunciaba cada palabra, mientras la lluvia que calaba arrastraba la sangre hasta la alfombra que tenía bajo la cabeza.
Lana había curado casi del todo a Turk y a Lance. Al menos no se morirían. Aunque no le veía el sentido: eran escoria y tarde o temprano alguien acabaría matándolos. Sin embargo, le parecía que no le tocaba decidirlo a ella. No era más que un peón en aquella locura.
Perdió la oportunidad de ser una heroína cuando no destruyó a la gayáfaga. Y no pudo detener el virus que ya se había cobrado nueve vidas. Pero al menos había salvado a un par de chungos. Bien por ella.
Howard y Lana se encontraron a Albert tal y como lo había descrito Howard: sentado con la espalda pegada a la pared.
Lana se dio cuenta de que tenía un montón de sangre alrededor: un mar pequeño y pegajoso.
—No se murió enseguida —observó Lana—. La gente muerta no sangra tanto. ¿Y ves lo manchada que está la pared? Se incorporó. —La chica se arrodilló y puso los dedos sobre el cuello de Albert—. Luego se sentó aquí y se desangró hasta morir.
No le cabía la menor duda. Tenía un agujero de bala en la cara. Y un orificio de salida mucho mayor en el otro lado. Parecía como si un animal salvaje le hubiera dado un mordisco en el cráneo.
—Yo no resucito a los muertos —indicó Lana.
—No, espera —insistió Howard.
Se arrodilló junto a ella y levantó uno de los párpados de Albert. La casa estaba oscura: no había bastante luz para que un iris pudiera reaccionar. Así que Howard sacó un mechero y lo encendió.
Lana alzó las cejas.
—Hazlo otra vez.
Howard le levantó el otro párpado. Ese iris también respondió.
—Vaya —dijo Lana.
Puso ambas manos sobre la cabeza de Albert. Tras pasar varios minutos en esa posición, se inclinó hacia delante para observar el horrible orificio de salida. Alrededor de los bordes irregulares desgarrados estaba saliendo carne.
—El hermano no está muerto —señaló Howard.
—Le ha venido de muy poco —comentó Lana—. Pero no, no está muerto. Y este tipo de cosa, al menos, la puedo curar.
—El tío me debe una —dijo Howard.
—Como diría mi padre, qué cachondo eres, Howard —repuso Lana—. Eres un cachondo.
—Le dirás que te he traído, ¿verdad? Le dirás que he sido yo, ¿verdad?
—¿Por qué? ¿Te vas?
Howard se puso en pie.
—Tengo que encontrar a Orc. Acabo de caer en la cuenta de dónde debe de haber ido.
Lana adoptó una postura más cómoda y Patrick se fue a rebuscar por la casa.
—¡Si encuentras algo, más te vale compartirlo! —avisó Lana al perro.
Las dos barcas se acercaban la una a la otra a toda velocidad.
Quedaban seis segundos para el impacto.
La mente de Sam iba acelerada. Drake sabría que se estaba echando un farol. No temía el impacto, así que sabría que Sam se estaba echando un farol y esperaría a que se apartara.
Cuatro segundos para el impacto.
—¡Jack! —gritó Sam—. ¡Súbete a la proa!
—¿Qué?
—¡Hazlo! —aulló Sam.
Jack saltó directamente de la popa a la proa. Sostenía el bichero como si fuera una lanza. Parecía un auténtico caballero. Con un poco de suerte Drake se habría dado cuenta.
Un segundo.
—¡Ahora, lánzalo! —gritó Sam.
Jack lo lanzó empleando toda su fuerza sobrenatural y, en ese momento, también desesperada.
Sam no esperaba que el bichero empalara a Drake, y no lo hizo. Pero incluso los asesinos inmortales conservaban el instinto, así que Drake se dejó caer instintivamente para evitar que el bichero le diera.
Sam ya había girado el timón.
Pasaron a toda velocidad junto a la barca de Drake, salpicándola con la ola de proa. Ellos también se calaron.
Dekka sonrió a Toto.
—Ves, esto es lo que hace que Sam sea Sam.
Un Drake furioso tardó diez segundos en hacer virar la barca y seguir la persecución.
Los bichos aún tardaron más en reaccionar. Ahora volvían a correr por la costa, pero ni Drake ni esas cucarachas gigantes conseguirían llegar al puerto deportivo antes que Sam.
—¡Vale! —gritó el chico por encima de la vibración de los motores—. Toto, cuando lleguemos, bombea a saco, ¿de acuerdo? Yo te enseñaré cómo. Drake no tardará en alcanzarnos, y puede que intente embestirnos otra vez. Así que, ¿Jack? Dekka, y tú, preparaos.
—¿Preparados para hacer qué?
—¡Agarraos! —gritó Sam.
Dirigió la barca hacia el muelle y dio marcha atrás. El agua hirvió, el motor rugió y la barca chirrió hasta detenerse junto al surtidor de gasolina.
Sam agarró a Toto y lo empujó bruscamente hasta encaramarlo al muelle.
—¡Dekka, átanos! —Sam desenganchó el surtidor manual, metió la boca en el depósito de gasolina y puso las manos de Toto sobre el surtidor—. Arriba y abajo, arriba y abajo, y no pares hasta que yo te lo diga.
Sam corrió hasta el final del muelle. Drake se les acercaba rugiendo. Sam miró a derecha e izquierda en busca de lo que necesitaba. Un velero con el suelo bajo. Eso serviría.
—¡Dekka, haz flotar ese barco!
Dekka levantó las manos y el barco se levantó del agua, salpicándolos, inclinándose hacia un lado hasta el punto de que, durante un instante, Sam temió que volcara y que el mástil se estampara contra sus cabezas.
—Vale, Jack. No has acertado con el bichero. ¡Prueba con esto!
Jack tuvo que esquivar el campo sin gravedad de Dekka y, durante un segundo, perdió el equilibrio y estuvo a punto de caerse al agua. Pero Sam le agarró la mano y lo enderezó.
Jack retrocedió seis metros, respiró hondo y corrió directamente hacia el barco que ahora se cernía sobre el final del muelle.
Sam tuvo el placer de ver que Drake se percataba de repente de lo que ocurría.
Jack aceleró, saltó y golpeó la popa del velero.
El barco salió volando, dando vueltas como un loco por los aires. No llegó muy lejos: recorrió menos de diez metros. Y entonces Sam apuntó, disparó, y la embarcación estalló en llamas.
El barco cayó, alcanzó el agua y chocó contra la barca de Drake, que iba a toda velocidad.
Ambos barcos se rajaron. Volaron astillas de madera llameantes, fragmentos de las barandillas de metal y trozos grandes del motor que se arremolinaban en el aire y aterrizaban como metralla alrededor de los chicos.
Toto gritó de dolor. Un trozo le había alcanzado en la cadera; el chico sangraba y gritaba y había dejado de bombear.
—¡Jack, bombea! ¡Dekka, coge a Toto!
Sam volvió a meterse en su barca y se puso a sacar fragmentos de restos incendiados.
—Muérete, muérete… —murmuraba Sam.
Se oyó un ruido repentino y Sam sintió un dolor. Le apareció la marca roja de un latigazo en el brazo.
Drake se agarraba al muelle con el brazo real, y tenía la mano de látigo libre para volver a atacar.
Sam disparó y no acertó. Pero ganó dos segundos cuando Drake se hundió en el agua agitada.
Sam echó un vistazo rápido a la costa. Las criaturas atravesaban como bólidos el aparcamiento, se apiñaban encima de los coches y también alrededor: tardarían escasos segundos en echárseles encima. O ahora o nunca.
—¡Basta! ¡Volvamos a la barca!
No tuvo que repetirlo. Toto y Jack fueron los primeros en subirse. Dekka tropezó mientras corría, se dio una palmada en la barriga y, durante un instante, Sam creyó que algo la había alcanzado.
Drake se había incorporado, y su mano de látigo encontró a Jack. El chico aulló y trató de agarrar el tentáculo, pero no lo consiguió.
Sam aceleró, pero se había olvidado del cabo. La barca rugió, salió disparada hacia delante y arrancó la cornamusa del muelle. La resistencia bastó para hacer girar la barca, que chocó contra otra embarcación que estaba amarrada cerca. El impacto los hizo caer a todos.
Cuando Sam consiguió despejarse, Drake ya tenía la mano sobre la borda, y su látigo se agitaba como loco sobre la barca, golpeando a Jack y a Toto.
Sam dio marcha atrás, pisó el acelerador, hizo girar el timón y encajó a Drake entre la barca y el muelle.
Entonces cambió de velocidad y se alejó rugiendo. Drake se quedó en el agua insultándolos, mientras los bichos corrían por el muelle acuchillando el aire con las mandíbulas.
Sam condujo hasta el centro del lago y paró el motor. El indicador de gasolina marcaba un poco por encima de un cuarto del depósito. Suficiente de momento. Pero a costa de que Toto gritara de dolor.
—Tiene mala pinta —informó Dekka—. Pero sobrevivirá.
Levantó la camiseta al chico y enseñó a Sam un corte profundo muy feo.
—Jack, mira a ver si hay un botiquín a bordo.
Sam se hundió: de pronto estaba muy cansado.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó a Dekka.
La chica no contestó.
Y Sam la miró más detenidamente.
—¿Dekka?
Parecía enferma. Se mordió el labio.
—Siento tener que añadir un problema nuevo, jefe. Entonces la chica se levantó la camiseta, y Sam vio la boca dentuda presionando bajo la piel.
Mientras la barca se mecía en las olas suaves, la luz se fue extinguiendo y finalmente cayó la noche.