48 HORAS, 29 MINUTOS
BRIANNA RESPIRÓ HONDO en la noche fría. ¿Había brisa? Perfecto. Una brisa para la Brisa.
—Ven aquí, Drakey, Drakey… —decía.
Brianna estaba en plena calle. Mientras Drake no hubiera encontrado un arma, estaría a salvo. Drake era rápido con su mano de látigo, pero no tanto como Brianna. Nadie era tan rápido como Brianna.
—Ah, Draaake —cantó la chica en voz alta—. Ah, Draake. Sal, sal de donde estés.
Brianna recorrió Pacific Boulevard, dobló por Brace y subió disparada por Golding.
Oyó a Orc gritando borracho, a lo lejos. Sería fácil localizarlo. Pero Orc no era el problema.
Ni rastro de Drake. Brianna se detuvo en la esquina. Tenía dos opciones: ir zumbando por ahí, sin orden ni concierto, o avanzar metódicamente, calle por calle.
Pero Brianna no era precisamente metódica.
Mejor provocar a Drake, burlarse para que se mostrara.
—Ven aquí, Drakey, Drakey.
Se fue zumbando a casa de Astrid. Ni rastro de él.
Se fue zumbando hasta el parque de bomberos. Hasta la escuela. Hasta Clifftop y hasta la playa, dejando un rastro de arena a su paso.
¿Dónde iría? ¿Qué haría?
Entonces se dio cuenta: Brittney. ¿Qué iba a hacer Drake con Brittney? Por lo que Brianna sabía, Drake no tenía poder para evitar que Brittney apareciera.
¿Dónde iría Brittney si estuviera libre?
Brianna volvió la mirada hacia la iglesia en ruinas. Y, justo entonces, oyó las voces en el interior.
Subió zumbando las escaleras, entró en la iglesia y…
¡PUM!
La explosión, la ráfaga amarilla, la dejó ciega. Se detuvo lo más rápido que pudo, pero no lo bastante. Chocó contra un banco y salió disparada por los aires, incapaz de ver nada.
Cualquier otro se habría estampado de cara contra el altar de mármol, pero Brianna no era cualquier otro. Mientras volaba por los aires se encogió, se dio la vuelta y aterrizó de pie sobre el altar. Como un gato.
Sintió una oleada de dolor en el lugar donde había impactado con el banco y estuvo a punto de soltar un grito. Pero se contuvo.
Entonces la vio.
Y entonces sí que gritó.
La carga del rifle había alcanzado a Brittney en la cara y el cuello. Le había desaparecido todo el lado izquierdo del rostro. Tenía el cuello abierto. Pero, aunque la carne destrozada estaba roja y cruda como una hamburguesa sin cocer, las arterias no chorreaban.
Y Brittney seguía en pie.
Jamal emitió el ruido de un animal torturado, un aullido de miedo.
Colocó el arma a la altura del pecho de Brittney, pero, tras el medio segundo que tardó en encontrar el gatillo con el dedo, ya tenía a Brianna encima.
La chica golpeó el cañón y lo apartó justo cuando… ¡PUM!
Agarró a Jamal del cuello, y tiró hacia delante tan rápido que la cabeza del chico rebotó hacia atrás. Le golpeó seis veces en menos de un segundo y Jamal se desmoronó. Le salía sangre de la nariz y los labios.
—¡No me hagas daño, no es culpa mía! —gimió Jamal al caer, y se hizo un ovillo para proteger tanto el arma como su cara.
Brianna no quería mirar a Brittney, de verdad que no, no quería.
—¿Estás bien? —le preguntó por encima del hombro.
Brittney no respondió. Lo cual no le sorprendía, pues tenía la boca corrida hacia la nuca.
Brianna se armó de valor y lanzó una mirada, pero la mano de látigo ya había aparecido y se había apoderado del rifle de Jamal.
Brianna sacó su cuchillo y se abalanzó sobre Drake.
Le clavó el cuchillo en el pecho. Tenía una hoja enorme, el cuchillo Bowie era tan grande como el cuchillo de un chef y mucho más grueso. La hoja se había hundido por completo, hasta el fondo.
Drake sonrió.
—Esto puede ser divertido.
Brianna esperaba que Drake intentara apuntarla con el rifle, pero en lugar de eso la arrojó a un lado. Entonces Drake se sacó el cuchillo del pecho con la mano de verdad, lentamente, disfrutando de cada centímetro de acero.
Brianna lo miraba, hipnotizada, y a punto estuvo de no ver el giro repentino que dio el brazo de tentáculo al rodearla por detrás.
A punto.
Pero lo vio.
Brianna se dejó caer y el látigo pasó por encima de su cabeza. Drake le arrojó su cuchillo, pero ni siquiera llegó a acercársele: la hoja se clavó en el respaldo de un banco.
Brianna sacó la escopeta recortada de la mochila de corredor, apuntó y disparó.
La carga alcanzó a Drake en la boca. Los labios finos de su sonrisita se convirtieron en un boquete abierto, como el orificio de un desagüe.
Drake acercó el tentáculo para tocarse el agujero. Metió el extremo de su mano de látigo en su propia boca destruida. La punta rosada y roja le salió por la nuca y saludó a Brianna.
Entonces Drake emitió un sonido que, de haber tenido lengua, dientes y labios, podría haber sido una risa.
Brianna retrocedió varios pasos.
La cara de Drake pareció fundirse y adoptar una nueva forma. Brianna veía los dientes individuales, como perlas blancas bajo la luz de las estrellas, desplazándose como insectos, asomando de la carne triturada para hallar su sitio en unas encías recién formadas.
Brianna tocó la cuerda que le colgaba del cinturón. Era de un violonchelo que había encontrado. Los extremos estaban envueltos alrededor de unos trozos pequeños de madera para formar un garrote de más de un metro de largo.
—Esto es lo que ibas a hacerme en la central nuclear, ¿te acuerdas, Drake?
Brianna se estremeció cuando una lengua creció dentro del agujero aún abierto de la boca del monstruo.
—Ay, lo siento, como que no estás muy de cháchara, ¿no? —lo provocó la chica—. Bueno, el caso es que, tanto si yo choco contra una cuerda a más de trescientos kilómetros por hora, como si la cuerda choca contigo a más de trescientos kilómetros por hora, funciona igual.
Brianna agarró el garrote y se plantó detrás de Drake antes de que pudiera parpadear. La cuerda fue recorriendo el cuello de Drake mientras Brianna corría, y finalmente se enganchó y se lo rebanó. Cuando la cuerda penetró el hueso del cuello, Brianna sintió un tirón fuerte que la obligó a soltar la cuerda por un lado.
A Drake se le cayó la cabeza. Cayó bruscamente al suelo, de lado, se estremeció varias veces y se quedó quieta.
Brianna pensó que no bastaba. Se dio la vuelta, se acercó otra vez corriendo hacia él, le pasó el extremo suelto de la cuerda por la cintura, lo agarró bien y tiró con todas sus fuerzas mientras daba marcha atrás a velocidad supersónica.
La cuerda atravesó el torso aún erguido de Drake justo por debajo de las costillas, hasta que se detuvo en la columna.
Brianna tiró, pero la cuerda no podía rebanar la columna. Tiró una y otra vez y la carne del cuerpo de Drake se retorció hacia un lado, de modo que le vio las tripas, los órganos, la carne cruda cortada como un filete, el intestino pálido… Lo observó fríamente, como si fuera un dibujo, una exposición espantosa.
Y de repente los tirones frenéticos de Brianna, las piernas que aporreaban el mármol resbaladizo para apuntalarse bien, lograron su objetivo y un chirrido espeluznante resonó en las paredes cuando la columna de Drake se partió en dos y cayó al suelo.
Brianna oyó gritos. Jamal tenía una mano sobre la cara, pero miraba horrorizado. Gritaba y volvía a gritar como si no fuera a parar nunca.
Brianna también quería gritar. Pero no de horror, sino de alegría, por su triunfo sanguinario y absoluto. Quería bailar y mancharse con la sangre del enemigo caído. Quería saltar sobre los trozos de cuerpo y darles patadas de desprecio.
Brianna echó la cabeza hacia atrás y aulló hacia las vigas partidas y el cielo que quedaba más allá:
—¡Ja, ja, ja, la Brisa!
Jamal dejó de gritar. Farfullaba, emitía ruidos sin palabras, como esos locos que viven en las calles. Se arrastraba gateando por el suelo.
Brianna se rio.
—¿Qué pasa, chico duro? ¿Te has dado cuenta de que elegiste el lado equivocado?
El tentáculo le rodeó las piernas antes de que supiera lo que había ocurrido. Brianna bajó la vista y lo miró, incapaz de creer lo que veía. La mano de látigo de Drake estaba doblemente enroscada en torno a sus tobillos y apretaba fuerte, estrujándole los huesos.
Brianna trató de patalear, pero no podía siquiera moverse.
La cabeza de Drake quedaba a más de un metro de su torso, pero ahora había vuelto a aparecer la boca cruel, y sonreía. Los ojos fríos la observaban.
¡Estaba vivo!
La parte superior del torso recurrió a la mano buena para empujarse en dirección a la cabeza, mientras el tentáculo la sujetaba con la fuerza de una pitón. La parte inferior —el estómago, las caderas y las piernas— pataleaba y se agitaba intentando acercarse a la parte superior.
Drake se estaba recomponiendo.
Brianna cayó de culo. Reaccionó buscando el cuchillo, pero estaba demasiado lejos.
La escopeta recortada. Se la había vuelto a enfundar. Su mano la encontró y la sacó. Apuntó rápidamente hacia el tentáculo que la tenía sujeta, hacia la parte que quedaba justo a continuación de sus pies, y apretó el gatillo.
¡PUM!
El disparo salió del rifle de Jamal. El chico lo había encontrado. Brianna vio que el humo salía arremolinándose de la boca del arma.
La chica trató de agarrar bien la escopeta, pero los dedos no le respondían bien y le pitaban los oídos y por algún motivo tenía el pecho cubierto de sangre.
La cabeza de Drake esbozaba una sonrisa silenciosa.
Brianna yacía, indefensa, observando cómo las piernas, el tercio inferior de la criatura, empezaban a cambiar. Ya no eran las piernas de Drake. Eran extremidades regordetas de chica.
La cabeza de Drake gritó sin emitir sonidos.
El tentáculo ya se estaba apartando.
Jamal avanzaba como en un sueño, con el rifle humeante sujeto a un costado.
Brianna vio que los labios de Drake formaban las palabras:
—Mátala, mátala.
Pero, sin pulmones, no emitió ningún sonido.
Las partes del cuerpo se movían para juntarse. Los brazos de chica buscaron y encontraron lo que ahora era la cabeza de Brittney y la arrastraron hasta su lugar sobre los hombros.
Las piernas patalearon y tantearon hasta que el tercio inferior volvió a pegarse. Brianna era testigo de todo, incapaz de moverse, incapaz de pensar con claridad.
Lo último que vio fue a Jamal utilizando su cuerda para atarle las manos a Brittney por detrás. Se desgarró una manga de la camiseta, hizo una mordaza con ella y se la metió a Brittney en la boca.
Entonces retrocedió hacia Brianna. A la chica le pitaban tanto los oídos que apenas oía sus palabras y, lo poco que lograba oír, prácticamente no lo entendía.
—Podría matarte —dijo Jamal, y le apuntó con el rifle automático. El cañón quedaba a dos centímetros de su cara—. Seguramente ganará Drake. Pero, si no es así, recuerda que podría haberte matado —añadió echándose la escopeta al hombro—, pero no lo he hecho.
Eso ocurrió pocos minutos antes de que Edilio entrara a toda prisa con Ellen, ambos armados con sus propios rifles automáticos. Hacía rato que Jamal y Brittney se habían ido.
Edilio se arrodilló junto a Brianna. La chica vio preocupación y compasión en sus ojos oscuros, y, a pesar de su estado de delirio, lo agradeció mucho.
—¡Ellen, trae a Lana! —ordenó él, y preguntó a Brianna—. ¿Se ha ido?
A la chica le costaba que su voz la obedeciera. Pero, tras varios intentos, consiguió decir:
—Tengo que… traer a Sam. No… no puedo derrotar a Drake.
Edilio parecía muy preocupado.
—Sí, eso será buena idea —dijo mientras examinaba las heridas sangrientas de su hombro—. Por desgracia, Taylor se ha ido. Y nadie sabe exactamente cómo encontrar a Sam.
—Jamal… —susurró Brianna.
Pero, antes de que pudiera acabar de hablar, el suelo de mármol pareció abrirse y arrastrarla arremolinándose hacia la oscuridad.
* * *
Lance entró de sopetón.
—¡Drake ha salido! —anunció.
Turk, que antes era el número uno de Zil —o, por lo menos, eso pensaba—, y ahora el jefe de lo que quedaba de la Pandilla Humana, comentó:
—Vale, lo que tú digas.
La Pandilla Humana era un grupo formado para defender los derechos de los normales contra los raros. Al menos eso era lo que decían ellos. Ahora la mayoría de la gente los veía como un grupo claramente racista.
Lance agarró a Turk del hombro y prácticamente lo levantó del sofá apestoso donde estaba echado.
—Turk, escucha, tío, escúchame: ¿no entiendes lo que quiere decir?
Turk no parecía entenderlo, o no entendía lo que Lance pensaba que debía entender. A Turk le desagradaba Lance. Eran amigos, más o menos, pero solo porque los dos iban con Zil y eso les venía bien. Ahora se habían visto obligados a hacer el peor trabajo que Albert había logrado encontrarles: cavar trincheras para que los chavales hicieran sus necesidades, y luego cubrirlas cuando estuvieran llenas.
Excavadores de pozos negros. La Pandilla Cagona, los llamaban los chavales ahora.
Y tenían que hacer la pelota a Albert, porque si no, no comían. Habían tenido suerte de que no los hubieran desterrado. Turk habló con el Consejo para que no los enviara a vivir en la naturaleza. A decir verdad, le suplicó. Convenció a sus miembros de que era mejor encontrar un lugar para él y los demás integrantes de la Pandilla Humana.
Echó la culpa del incendio a todo el mundo salvo a ellos mismos.
No dejaba de decir:
—No es culpa nuestra, tíos, ni mía ni de Lance ni de los demás; Zil y Hank nos obligaron. Hank daba miedo, tío, ya lo sabéis. Sabéis que era un chungo y que nos habría disparado o pegado.
Turk se quejó como un bebé. Y lloró. Y al final convenció a ese espalda mojada creído, a Edilio, y sobre todo a Albert, de que ya no causarían problemas, nunca más, de que habían aprendido la lección, de que sus vidas habían cambiado totalmente.
La Pandilla Humana se convirtió en la Pandilla Cagona. Y aún les ponían nombres peores.
Eran el hazmerreír de todos.
Turk detestaba a Albert intensa e incesantemente. Albert lo tenía todo y arrojaba a Turk y Lance, y a la antigua Pandilla Humana, las peores migajas.
Pero Lance no se iba. Su cara bonita estaba iluminada por la excitación.
—Tío, ¿es que no lo pillas? Si atacamos a Albert ahora, todo el mundo le echará la culpa a Drake.
Así captó la atención de Turk.
—Intentamos endosarle el incendio a Caine y nadie nos creyó.
—Esto es distinto. A ver, ¿te gusta vivir así? —Y miró como un loco alrededor, hasta que acabó señalando la olla apestosa que usaban de baño interior—. ¿Comer la peor comida, hacer el peor trabajo y vivir en este vertedero?
—Sí, me encanta —afirmó Turk con sarcasmo—. Es que me encanta ser el perdedor número uno de la ciudad.
—Entonces escúchame. —Lance apoyó las manos sobre los hombros de Turk, y el chico se las apartó—. Porque es lo que te digo: no se puede matar ni parar a Drake. Así que están todos asustados. Puede que encontremos un modo de conectar con Drake, ¿no te parece? O igual podríamos esperar hasta que todos se caguen de miedo con él, y entonces meternos.
Turk no lo rechazó de plano. Tal vez Lance tuviera razón. Todos sabían que Albert tenía toneladas de oro, bertos y toda clase de comida. Incluso latas de cosas de antes, comida buena.
—No sé, tío —comentó Turk—. Se supone que la Pandilla Humana representa algo. Quiero decir que defendemos a los humanos contra los raros, ¿verdad? Defendemos a la gente normal. No robamos cosas. No somos como, bueno, una banda.
Lance se rio con desdén.
—Tío, a veces no te enteras de nada. Ni siquiera ves venir las cosas. —Se encaramó al brazo del sofá para poder mirar a Turk desde arriba—. No se trata solo de los raros. Quiero decir, que tú eres el tipo al que se le ocurren ideas y todo eso, pero te pierdes. Ni siquiera te has fijado en que el Consejo es negro o mexicano. ¿Ves?, eso es lo que está sucediendo: que todas las minorías están de parte de los raros.
Lentamente, Turk empezó a dar a vueltas a lo que Lance le decía y su cabeza comenzó a ir cada vez más rápido.
—Jamal está con nosotros y es negro.
—¿Y? Pues utilizaremos a Jamal. Él nos llevará a Albert. Se hace lo que se tenga que hacer. Lo único que digo es que tú y yo somos normales. No somos ni negros ni gays ni mexicanos. Y somos los que estamos cavando letrinas. ¿Cómo puede ser?
Turk sabía por qué: porque no habían logrado hacerse con el poder. Pero nunca se lo había planteado así.
—Astrid es una persona blanca normal —arguyó Turk sin ganas—. Y Sam también.
—Sam es un raro, y puede que incluso también sea judío —sugirió Lance. Le brillaban los ojos. Mostraba los dientes, sonriendo mientras hablaba. No le quedaba muy bien—. ¿Y Astrid? Ya ni forma parte del Consejo.
Turk se lo estaba creyendo.
Sentía que las nuevas ideas se acomodaban en rincones oscuros de su mente ofendida.
—Drake es blanco. Y Orc también… Bueno, ya sabes, bajo todo eso. Porque son como raros. Solo que… solo que en realidad no. Porque no es que se convirtieran en raros, sino que tuvieron accidentes y cosas así que los convirtieron en lo que son ahora.
—Exacto.
Turk pensó que sí. Que eso podría estar bien. Eso podría estar muy bien. Derribar a Albert causaría más problemas que quemar unas cuantas casas. Albert era el que estaba realmente al mando. Tenía el dinero y la comida. Eso lo hacía aún más importante que Sam.
Lisa entró cargada con algunos repollos que había recogido de los campos, y una rata gorda que había comprado. A Turk se le hizo la boca agua: la cena llegaba tarde.
—Comamos —propuso—. Luego ya pensaremos qué vendrá a continuación.