50 HORAS, 21 MINUTOS
—¡EDILIO, DESPIERTA!
Edilio parpadeó. Se frotó los ojos y vio a Brianna junto a su cama.
—¿Qué? —dijo entre dientes.
—Albert me ha dicho que te viniera a buscar —explicó Brianna.
Brianna siempre parecía decidida, dura y agresiva. Ya tenía ese aspecto normalmente, pero además ese día iba armada para la batalla.
Llevaba una mochilita pequeña para corredores que había convertido en una especie de pistolera. Había agujereado el fondo para que sobresaliera el cañón de una escopeta. La culata quedaba por encima del hombro, justo donde pudiera alcanzarla.
Y además, metido en una funda que colgaba de un cinturón de camuflaje, llevaba un cuchillo largo, un cuchillo Bowie. La funda estaba atada a la pierna para que no le golpeara mientras corría. Una docena de cartuchos de escopeta de plástico rojo iban encajados en muescas del cinturón.
Ya era mala señal que lo convocaran en plena noche, pero peor aún que lo hiciera Brianna armada hasta los dientes.
Mucho peor.
—¿Qué ha pasado?
—Es Drake —dijo Brianna, y sonrió. Porque así era Brianna.
Edilio se incorporó.
—Vale. ¿Has buscado a Sam?
—No lo encuentro —respondió ella.
Edilio sintió un deseo abrumador de volver a dormirse. ¿Drake suelto? ¿Y sin Sam?
—¿Dónde está Albert?
—Ha dicho que se encontraría contigo en el ayuntamiento —lo informó Brianna—. Está reuniendo a los demás. Al Consejo.
La última palabra la dijo con sorna.
Edilio le clavó un dedo en el pecho.
—No vayas tras Drake por tu cuenta.
—¿Ah, no? ¿Y a quién más tienes?
Edilio no sabía qué responderle a eso.
—Busca a Dekka. Y a Astrid. No me importa si tienes que llevártela a rastras cogida del pelo; llévala al ayuntamiento.
A Brianna le entusiasmaba demasiado la idea. Se dio la vuelta, se hizo un borrón y desapareció.
Edilio se vistió rápido, agarró sus armas y atravesó corriendo las pocas manzanas que había hasta el ayuntamiento, esperando no toparse con Drake por el camino. Se enfrentaría a él si tuviera que hacerlo, pero costaba ganar una pelea con alguien a quien no se podía matar.
Fue el primero en llegar al ayuntamiento. El siguiente fue Albert. Vestido de negocios, pero informal; impecable como siempre. Howard entro después: parecía traumatizado.
—No lo encuentro, no lo encuentro… —se lamentaba—. Creo que ha atravesado el suelo. Quiero decir, ya sabéis lo grande que es Orc. Y luego Drake se ha pirado y… Orc debe de estar borracho.
—Debe de estar borracho… —repitió Edilio—. Porque tú te aseguras de que siga así, Howard.
—No pedimos llevar una prisión para zombis —replicó Howard.
—¿Dónde estabas cuando ha pasado todo esto? —lo acusó Edilio.
—Estaba… Tenía que ver a un tipo.
Edilio sabía que repartía botellas de alcohol. ¿Cuándo se acabaría el suministro? Todo lo demás se había terminado.
—¿Alguno de los dos ha visto a Sam? Brianna no lo encuentra.
Albert suspiró.
—Está fuera de la ciudad.
Edilio sintió que se ponía lívido.
—¿Que qué?
Entonces llegó Astrid, con su habitual furia glacial:
—Ya no soy del Consejo. No tienes derecho a…
—Cállate, Astrid —le espetó Edilio.
Astrid, Albert y Howard se lo quedaron mirando. Edilio estaba tan sorprendido como cualquiera de ellos. Se planteó disculparse. Nunca había hablado a Astrid de ese modo. Nunca había hablado a nadie de ese modo.
Lo cierto es que estaba asustado. ¿Sam estaba fuera de la ciudad? ¿Y Drake suelto?
—¿Qué te hace pensar que Sam está fuera de la ciudad? —preguntó Edilio a Albert.
—Lo he enviado yo. Y a Dekka, Taylor y Jack también. Están buscando agua.
—¿Están qué?
—Buscando agua.
Edilio lanzó una mirada a Astrid. La chica bajó la vista. O sea que ella también lo sabía.
Edilio tragó saliva. Le costaba respirar. Y también le estaba resultando difícil no gritar a Albert y a Astrid. Los dos tan listos, tan superiores… y ahora lo cargaban con eso.
Howard intervino:
—Orc debe de haber ido tras Drake. Ay, tío, no sé si puede derrotar a Drake, no como es Drake ahora. Ay, tío…
Edilio esperaba que Howard tuviera razón en lo de que Orc estaba persiguiendo a Drake. Ansiaba que fuera así, porque la alternativa era que tenía no uno, sino dos monstruos corriendo por la ciudad. Normalmente, cuando Orc se emborrachaba, se quedaba sentado sin más. Pero a veces se ponía furioso, y entonces las cosas se salían de madre.
Edilio miró hacia la puerta. Uno de ellos, o ambos, podrían derribarla en cualquier momento.
Tenía la pistola en un costado. Para lo que pudiera pasar…
—Brianna está buscando a Drake —dijo Edilio, pensando en voz alta.
—¿La has mandado a enfrentarse a Drake? —preguntó Albert.
—¿Mandado? ¿Quién envía a Brianna a que se meta en una pelea? Ya va por su cuenta. En cualquier caso, tampoco nos has dejado a nadie más.
Albert tuvo la consideración de no decir nada al respecto.
—Mirad, vosotros me pusisteis al mando. Yo no lo pedí. Es más, yo no quería. Cuando Sam estaba al mando, lo único que hacíais era meteros con él —comentó Edilio—. Sobre todo vosotros dos. —Señaló a Albert y a Astrid—. Así que, vale, Astrid asumió el mando. Pero entonces descubrió que no era tan divertido como creía. Así que os pusisteis en plan: vale, que el tonto del espalda mojada se encargue del trabajo.
—Nadie nunca… —protestó Astrid.
—Y yo, como un idiota, pensando: «Vale, eso debe de querer decir que la gente confía en mí. Me han pedido que esté al mando, que sea el alcalde». Pero luego me entero de que no soy yo quien toma las decisiones: las toma Albert. Albert decide que necesitamos encontrar más agua y mandamos a dos de nuestros mejores luchadores al campo. ¿Y ahora se supone que tengo que arreglarlo todo? Es como si dijerais: «Luchad en una guerra», pero mandarais a mi ejército a cazar gamusinos.
—El tema del agua es peor de lo que te imaginas —dijo Albert.
—¡Pero es que no te escuchas al hablar, tío! —explotó Edilio—. ¿Y por qué no sé yo cómo está el tema del agua? Porque tú te encargas de todo eso y no me lo cuentas. No me dices lo que está pasando, y luego envías a Sam a dar un paseíto. ¿Sabes, Albert?, si tienes tantas ganas de ser un pez gordo, el Donald Trump de Perdido Beach, ¿por qué no haces un trato con Drake? ¿Por qué vienes a mí?
Justo cuando Edilio empezaba a fantasear con utilizar el arma contra Albert, Taylor apareció de repente en la sala. Todos dieron un salto de más de quince centímetros.
—Dios, ¿por qué no dejas de hacer eso? —gritó Howard—. Me va a dar un ataque al corazón.
—Hunter está muerto —anunció Taylor sin más preámbulos—. Han sido esas… esas cosas. Han salido arrastrándose de él… Se lo estaban comiendo. Ay, Dios mío… Quiero decir, era como… Quiero decir que estaba llorando y Dekka rezaba con él e intentaba freírse el cerebro como hizo con Harry, pero supongo que no le salía, supongo que no podía hacerlo, así que Sam… —Tragó saliva—. ¿Alguien tiene agua?
—¿Qué ha pasado con Sam? —quiso saber Astrid.
—Lo ha hecho por él. Sam. Quiero decir, él… Hunter se estaba… ya sabéis… Así que Sam…
Lo imitó alzando las manos como lo hacía Sam cuando usaba su poder.
Astrid cerró los ojos y se santiguó.
—Descanse en paz —dijo Edilio, y se santiguó también.
—¿Sam ha quemado al chico? —preguntó Howard, y entonces añadió sarcásticamente—: Sí, rezad todos a Dios. Porque Dios está ayudando mucho aquí. Me parece que ha sido Sam quien ha hecho lo que había que hacer.
—Oíd, necesito un vaso de agua o algo parecido —suplicó Taylor.
Se sentó en el suelo, apoyó la espalda contra la pared y se echó a llorar.
Edilio abrió un cajón del escritorio grande. Tenía una botella de agua, pero solo quedaban dos dedos. Se la entregó, reticente, a Astrid, que se la pasó a Taylor.
La chica vació la botella.
—Y eso no es todo. Sam me ha mandado con un mensaje, Edilio. Ha dicho: «Dile a Edilio que no he podido matar a los bichos».
—¿A las cosas que salían de Hunter? —preguntó Howard.
Taylor cerró los ojos. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—Sí. A las cosas que salían de Hunter. Sam les ha disparado, ya sabéis, con la luz. Pero es que son reflectantes o yo qué sé. Sea como sea, no las ha matado.
—Sam puede quemar una pared de ladrillo —comentó Howard—. ¿Qué clase de bicho es ese que no puede matarlo? —Y entonces respondió su propia pregunta—. Algo muy feo.
—Taylor, vuelve y di a Sam que regrese a la ciudad —ordenó Albert.
—¡Yo no vuelvo allí! —gritó Taylor.
—¡Eh! —Edilio levantó ambas manos—. Oye, no eres tú quien debe decidirlo, Albert. Tú no das órdenes. El alcalde soy yo, y hay cuatro miembros del Consejo. Tú, yo, Ellen y Howard.
Parecía que Albert fuera a discutirle, pero Astrid intervino:
—Taylor, ¿qué ha dicho Sam que iba a hacer ahora?
—Ha dicho algo de eliminar la cueva donde viven las verdosas. Donde Hunter le ha dicho que estaban. Por eso no quiero volver. No habéis visto a esas cosas salir arrastrándose de Hunter, comérselo vivo…
De repente Albert se estremeció. Como si alguien le hubiera clavado un alfiler.
—Me había olvidado. Estaba ocupado… estaba… —El miedo se reflejaba en sus ojos—. Roscoe. A Roscoe le ha mordido uno de esos bichos de Hunter. Me lo ha dicho, no he pensado que… —Miró a Astrid—. Cuando Hunter entregaba sus presas. Roscoe me ha dicho que algo que había debajo de la camiseta de Hunter le había mordido. Se me había olvidado.
Fuera oyeron un rugido de angustia. Entonces se oyó que alguien rompía un cristal.
—Orc —dijo Howard.
—Mira a ver si puedes encontrarlo, hablarle —pidió Edilio.
Pero Howard ya se dirigía hacia la puerta.
Nadie dijo nada durante varios minutos. Oyeron otro estrépito, esta vez más metálico.
Edilio aprovechó el silencio para pensar. Orc borracho y destrozándolo todo. Bueno, no era la primera vez, pero era malo. Últimamente Orc se había vuelto valioso. Sería una muy mala noticia que volviera a resultar peligroso. Lo más probable era que se tratara de algo temporal y que Howard consiguiera controlarlo.
Lo de Roscoe era malo. Muy malo. Edilio sabía lo que tendría que hacer. Y no le gustaba.
Respecto a Drake, en fin, ese era el auténtico problema, ese y el del agua.
Edilio tenía cierta ayuda: unos cuantos soldados, algunos bastantes buenos, otros bastante inútiles. Tenía a Brianna.
¿Podía Brianna derribar a Drake?
—¿Qué hará Drake? —preguntó Edilio.
—No es solo Drake —recordó Astrid—. Recuerda que también es Brittney. Eso le dificulta las cosas. Si trama algún plan, ella puede deshacerlo cuando ocupe su lugar. Si intenta abalanzarse sobre alguien, tiene que preocuparse de que ella saldrá y lo estropeará.
—Sí —añadió Albert, animándose—. Sí, así es. No es Drake, es Drake barra Brittney.
—Si conseguimos ver a Brittney, podríamos atarla y encerrarla —propuso Edilio—. Sí, si Brianna encuentra a Drake, que lo siga, lo observe, y que nos avise cuando salga Brittney.
—Eso es un plan —dijo Albert, claramente aliviado—. Así que dejamos que Sam siga…
Edilio asintió.
—Por ahora. Pero Taylor, puede que aún necesitemos…
Taylor ya no estaba en la sala.