Devlin recibió el alta del hospital dos semanas más tarde. Aunque le esperaban largos meses de recuperación física, podía moverse con cierta facilidad con la ayuda de un bastón. Sin embargo, no había podido asistir al funeral de Ethan. Yo acudí solo para presentar mis respetos al doctor Shaw. Su salud estaba deteriorándose a marchas forzadas, y podía decirse que estaba perdiendo la cabeza. Dudo mucho que fuese capaz de asimilar lo que su hijo había hecho. Quizá fuera lo mejor, aunque sabía que echaría de menos sus consejos. Pasé a visitarle antes del funeral y advertí que Layla había sido reemplazada. Me pregunté si habría desaparecido de la ciudad con Darius. No había vuelto a verlo desde ese día en el hospital, y de hecho no podía asegurar que nuestra charla hubiera sido real. Quería creer que Devlin había vuelto por voluntad propia, sin consecuencias inesperadas, pero, a veces, tumbados en la cama por la noche, mi mente viajaba a un lugar oscuro y perturbador. ¿Y si al volver del otro lado trajo algo consigo? ¿Y si yo había regresado acompañada?

Shani había pasado página. Y Robert también. Incluso Mariama se había desvanecido del mundo terrenal. Devlin caminaba sin las cadenas de sus fantasmas, y deseaba creer que, por fin, podíamos estar juntos. Pero algo me atormentaba. Me acechaba. «Antaño fui lo que tú eres. Y algún día te convertirás en lo que yo soy ahora».

Le daba vueltas a la profecía de aquella mujer ciega mientras contemplaba a Devlin agacharse sobre la tumba de Shani.

«Me llamo Amelia Gray», había dicho.

Una ráfaga de aire frío sacudió las hojas de los árboles. Me estremecí. Devlin se puso en pie y me acerqué a él de inmediato. Nos fundimos en un abrazo. Ahora, él era mi santuario. Mi único refugio seguro.

El sol bañaba el cementerio con un resplandor dorado. Devlin y yo cruzamos el pórtico de entrada con las manos entrelazadas.