Capítulo 38

De pronto, abrí los ojos. Estaba junto a la multitud, balanceándome al son de aquel compás hipnótico. Al principio, me preocupaba que alguien viniera a echarme de allí, pero al parecer nadie me prestó la más mínima atención. La ceremonia continuó, aunque el redoble de tambores y los bailes ceremoniales se volvieron más frenéticos y delirantes a medida que la noche avanzaba.

Eché un vistazo al círculo de asistentes y reconocí algunos rostros. Rhapsody se unió a la coreografía enloquecida, pisando el suelo con los pies descalzos mientras doblegaba el cuerpo con los brazos extendidos hacia el cielo. Al otro extremo del claro atisbé a Layla, contoneándose al compás de la música. Por su presencia, intuí que Darius debía de estar rondando también por allí, aunque no le di más importancia al tema. Estaba temblando, pero no de miedo, sino de emoción.

A varios metros de aquel claro, alguien había encendido un fuego y, a medida que los asistentes caían rendidos, abandonaban el círculo para congregarse alrededor de la fogata. Contemplé las llamas donde empezaba a formarse la imagen de una pareja entrelazada. Se habían despojado de toda su ropa y se abrazaban mientras sus cuerpos latían al son de los tambores. El cabello de Mariama se balanceaba sobre su espalda desnuda. Extendió la mano sobre el corazón de Devlin, y él la agarró, aunque era imposible saber si para apartarla o estrecharla aún más entre sus brazos.

Ladeó la cabeza y me miró como siempre hacía en mis sueños. Pero esta vez no distinguí su sonrisa seductora ni su invitación burlona. Lo único que percibí en sus ojos fue rabia, y eso me aterró, porque ya no solo temía por mí, sino también por Devlin.

Robert Fremont apareció a mi lado. Él también observaba detenidamente el fuego.

—Tú también los ves —dije.

—Sí.

—Nunca le dejará marchar, ¿verdad?

—No, a menos que encuentres un modo de detenerla.

—¿Cómo?

Se volvió hacia mí y vi las llamas reflejadas en los cristales de sus gafas oscuras.

—Cuéntale a Devlin lo que ha hecho.

—¿Qué quieres decir?

—Ya lo sabes.

Y así era, lo sabía. Las pruebas habían estado allí todo el tiempo, pero no había querido verlas. Me había negado a creer que alguien pudiera ser capaz de tal abominación, de un acto de crueldad tan atroz.

—Quedaste con Mariama el día antes de que te dispararan en el cementerio de Chedathy. Era su perfume el que impregnaba tu ropa cuando falleciste —dije, algo aturdida.

—Sí.

—Discutisteis. Le dijiste que en tu vida no había cabida para una esposa, y mucho menos para una hija. Cuando se marchó, empotró el coche a propósito contra el guardarraíl. Ethan Shaw me aseguró que Mariama intentó pedir ayuda por teléfono mientras el coche se hundía. Pero eso era imposible, porque no hay cobertura ni en el puente ni en el río, así que tuvo que hacer esas llamadas desde el cementerio. Lo tenía todo calculado. Pero ¿por qué nadie se ha preguntado todo esto hasta ahora?

—¿Por qué alguien pondría en tela de juicio una llamada de socorro? Todo el mundo creyó que había sido un trágico accidente. Incluso John.

—Pero tú no.

—La conocía —respondió con voz fría y lejana—. No era el tipo de mujer capaz de quitarse la vida. Su intención era nadar hasta la orilla y dejar a Shani atrapada dentro del coche, pero el cinturón de seguridad se quedó atascado. Mariama intentó deshacerse de su única hija, y ahora están unidas para siempre.

—Le arrebató a su propia hija —murmuré—, a lo único que le importaba en este mundo.

—Y ahora te ve como una amenaza —añadió Fremont—. Shani es el lazo que le permite seguir en este mundo, y tú eres la única que puedes liberar a esa niña.

—¿Cómo?

—Convenciendo a John de que la deje marchar.

—No sé si puedo hacerlo.

—Nadie, y mucho menos Shani, podrá descansar hasta que lo consigas.

De pronto, una figura alta y esbelta surgió de entre las sombras y vino hacia mí. Aquella mirada topacio resplandecía a la luz de la hoguera.

—¿Qué haces aquí? —pregunté.

—He venido a verte.

—¿Estoy muerta?

—No estás muerta, todavía.

—Pero me has rociado con polvo gris.

—Eso no ha sido más que un hechizo inofensivo —rebatió—. Esto es polvo gris.

Entonces sacó un vial del bolsillo y capté el centelleo de un polvo muy muy fino.

—Cógelo —me dijo—. Lo necesitarás para tu viaje.

Deseaba preguntarle para qué me serviría el polvo en un sueño, pero, en lugar de eso, acepté el vial y lo guardé a buen recaudo.

—Has ordenado que me sigan. ¿Por qué? —pregunté.

Aquellos ojos titilaron.

—Por quién eres. Por lo que eres. Cuentas con un poder inmenso que no explotas porque no sabes cómo utilizarlo. Pero pronto lo entenderás. Te enseñaré todo lo que sé.

—¿Y si declino tu oferta? ¿Me matarás, como hiciste con Tom Gerrity?

—¿Crees que yo le maté? —preguntó divertido—. ¿Por qué iba a molestarme en alguien tan intrascendente?

—Para acusar a Devlin de asesinato.

—No tengo interés alguno por John Devlin. A menos que se entrometa en mi camino otra vez.

—¿Otra vez?

—En una ocasión, me quitó algo muy valioso para mí. Y ahora, por fin, he hallado el modo de recuperarlo.

Desvió la mirada hacia el lindero del bosque, donde estaba Shani. La pequeña me tendió la mano, pero, cuando me acerqué a ella, se desvaneció.

Darius se inclinó y me susurró al oído.

—No puedes ayudarla en un sueño. Tendrás que cruzar. Te estaré esperando al otro lado.