Nada más llegar a casa, me encerré en el cuarto de baño, me desnudé y me di una ducha. Me froté bien las manos para deshacerme de la sangre, pero seguía sintiendo el cosquilleo de decenas de escarabajos trepando por todo mi cuerpo. Me quedé bajo el chorro de agua caliente poco tiempo, porque temía que Devlin me llamara y no oyera el teléfono. Me vestí con unos vaqueros y un jersey muy abrigado, y me calcé las botas. Luego fui a dar una vuelta a la manzana con Angus, pero apenas disfruté de ese breve rato juntos. Tenía la cabeza en otro lugar. No podía dejar de darle vueltas al repentino asesinato de Gerrity, al medallón de Devlin y a la pobre muchacha que se había acercado a mi coche a pedirme ayuda.
¿Por qué me había escogido a mí? ¿Acaso había abierto otra puerta sin querer? Anhelaba los viejos tiempos, cuando las normas establecidas por mi padre me mantenían a salvo, pero recuperar esa seguridad era imposible. Mi vida estaba cambiando y no podía imaginarme, ni quería, qué me depararía el futuro, pero no había vuelta atrás. Mi padre me había advertido de los peligros de enamorarme de un hombre atormentado, pero era incapaz de concebir mi vida sin él. Era demasiado importante para mí. De hecho, lo era todo para mí.
Me palpé el bolsillo, donde tenía el medallón a buen recaudo, y acaricié su textura fría con el pulgar, como si ese talismán, de algún modo, pudiera conectarnos. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no había llamado?
El airecillo que soplaba sobre los árboles los hacía suspirar, y ese sonajero de hojas y ramas me empujó a volver a casa a toda prisa. Recordé la noche en que había ido a su casa para verlo. Me había sorprendido lo cerca que estaba el mundo de los espíritus del nuestro. El frescor que arrastraba la brisa había sido muy inusual, una ráfaga súbita teñida con la escarcha de la muerte. Ahora, en mitad de la calle, sentí ese mismo frío. Se me erizó el vello de todo el cuerpo y presentí el sigiloso reptar de un fantasma.
Agaché la cabeza y aceleré el paso. Angus gruñó y se quedó en la retaguardia, dispuesto a protegerme, como siempre. Le murmuré que me siguiera con tono suave y cariñoso, y echamos a correr hacia casa, con el fantasma desconocido pisándonos los talones.
Salían de debajo de las piedras, buscándome por todos los sitios, como si emitiera una señal para fantasmas. No podría ignorarlos por mucho más tiempo, porque, al igual que Robert Fremont y que Shani, al igual que aquella pobre jovencita de la calle, los espíritus acudían a mí por una razón. Y no me dejarían en paz hasta que les diera lo que querían.
Un poco más tarde, me senté ante el escritorio y encendí el portátil. Ahora que por fin la conmoción de haber visto el cadáver de Tom Gerrity con mis propios ojos había pasado, ya podía pensar con algo más de claridad y decidí indagar un poco sobre esos escarabajos. Repasé varias fotografías de los insectos y no tardé en identificar al que había trepado por mi pie en el cementerio. El nombre no era ningún consuelo: Necrophilia americana. Un escarabajo carroñero.
No era de extrañar, pues, que los escarabajos que correteaban por el cuerpo sin vida del detective también hubieran sido carroñeros, aunque ese tipo de insectos solían nacer como moscones antes de desarrollar la carcasa. No había visto ningún otro insecto, ni pruebas de descomposición, salvo una esencia muy ligera que quizás hubiera podido confundirse con el olor a muerte.
Había charlado con Gerrity esa misma mañana, cuando me informó de que estaría fuera de su oficina todo el día. Suponiendo que hubiera regresado sobre las cinco de la tarde más o menos, debía de llevar muerto una hora cuando llegué. Muy poco tiempo para que la plaga de insectos inundara el cadáver, me aventuraría a decir.
Además, el asesino también estaba en el edificio. O, al menos, alguien había arrastrado el cuerpo, lo había envuelto en un plástico y había regresado al despacho para revolver algunos archivos. Si ese alguien no era el asesino, ¿por qué tomarse la molestia de cubrir el cadáver y sacarlo de ahí? ¿Por qué había dejado una vela encendida y había atrapado uno de los escarabajos bajo un vaso, si no era para enviar un mensaje o una advertencia?
Los escarabajos de mi pesadilla fueron más difíciles de identificar, lo cual no me sorprendió. Sin duda, mi imaginación había creado un híbrido. Lo más parecido que encontré fue un cruce entre un escarabajo normal y un escarabajo Goliat africano. Cuanto más leía, más intrigada estaba por el folclore y la mitología de los insectos. Que de la noche a la mañana viera escarabajos por todas partes debía significar algo. Jugaban un papel importante en la adivinación y se consideraban tanto portadores de buena suerte y fortuna como los heraldos de la muerte.
Estaba tan absorta en la búsqueda que al oír el timbre me sobresalté. Bajé a toda prisa las escaleras, me asomé por una ventana lateral por precaución y me quedé de piedra. No era Devlin, tal y como esperaba, sino Clementine Perilloux. Titubeé ante la puerta; no quería estar acompañada cuando Devlin llegara. Y, para ser sincera, la premonición de Fremont me hacía desconfiar de las dos hermanas Perilloux. Pero tenía el coche aparcado delante de casa, y estaba casi segura de que me había visto junto a la ventana.
Abrí la puerta para saludarla. Ella me sonrió con nerviosismo.
—Siento presentarme así. Tengo un aspecto que da miedo —dijo, y se apartó un mechón rebelde de cabello.
Jamás habría descrito su aspecto como aterrador, pero era evidente que no se había arreglado lo más mínimo. Se había puesto un jersey viejo muy holgado sobre unos leggins, y se había atado una cola de caballo de forma que le caían mechones por todas partes. Tenía el aspecto desaliñado de una persona que había salido de casa deprisa y corriendo.
—No pasa nada —contesté—. Pero ¿cómo has sabido dónde vivo?
—John me ha enviado aquí.
Me quedé sin respiración y di un paso atrás.
—Pasa.
—No, no puedo quedarme. De hecho… —Hizo una pausa y miró por encima del hombro, lo cual me dio mala espina. Como si no hubiera tenido suficiente drama por un día—. He venido a recogerte —dijo al fin.
—¿Perdón?
—Tengo que llevarte a casa de Isabel.
Se me encendió una alarma en la cabeza.
—¿Por qué?
—John te está esperando allí.
—¿Y qué hace en casa de Isabel? —inquirí con un tono demasiado afilado—. Lo siento. No quiero pagarlo contigo. Es que me has pillado por sorpresa, eso es todo.
—Lo sé. Y te pido disculpas.
—¿Por qué está allí? —repetí con un tono más amable. No se figuraba cuánto me costaba fingir ese desapego.
—No creyó que fuera buena idea venir aquí, y no podía ir a urgencias.
—¿A urgencias? —susurré. Sus palabras me asustaron. De repente, pensé en la sangre que había encontrado en mis manos. Se me aceleró el pulso—. ¿Está herido? ¿Es grave?
La bombardeé a preguntas mientras alcanzaba la chaqueta y el bolso.
—Se pondrá bien —aseguró Clementine—. Isabel se ha hecho cargo. Tiene formación médica. En fin, lo único que sé es que tengo que llevarte hasta allí.
—Deja que llame a Angus. No quiero que se quede fuera —dije. La dejé rondando por el umbral. Angus acudió de inmediato a mi llamada, sin duda con la esperanza de recibir un poco de atención. Comprobé que tenía agua y luego volví corriendo a la puerta—. Te seguiré hasta allí —murmuré mientras bajábamos los peldaños del porche.
—No, se supone que debo llevarte yo —ordenó—. John fue muy claro.
—¿Te dijo por qué?
—Nadie debería ver tu coche aparcado allí.
—Esta conversación parece sacada de una novela de intriga y misterio —refunfuñé.
—Lo sé. A mí también me pone de los nervios —murmuró—. No llevo nada bien las emociones fuertes, la verdad. Isabel, en cambio, es dura como una roca.
—¿Quieres que conduzca yo?
—Está a solo unas manzanas. No pasa nada —dijo, y nos subimos al coche.
Esperaba que aceptara mi ofrecimiento, puesto que estar tras el volante me habría dado cierto control sobre la situación. Era bastante imprudente por mi parte confiar en una mujer que apenas conocía, y me reprendí por no haber sido más sensata y llamar a Devlin antes de subir a su coche. Ahora ya era tarde para eso. Estábamos de camino. Mi destino estaba en sus manos.
Con los ojos clavados en la carretera, volví a pensar en la visión de Robert Fremont. En ella, aparecía Isabel con las manos cubiertas de sangre: «Ha asesinado a alguien, o lo hará en un futuro no muy lejano».
Y, sin embargo, ahí estaba, huyendo de mi casa en plena noche con su hermana.
Clementine me miró de reojo.
—No sabía que conocías a John Devlin. ¿Por qué no lo mencionaste la mañana que almorzamos juntas en mi jardín?
—No lo sé. Quizá fue torpe por mi parte, pero no sabía cómo sacar el tema.
—¿Estáis…?
—Es complicado.
—¿Prefieres no hablar de ello?
—No es eso. Es complicado, de veras —murmuré. No se imaginaba cuánto—. ¿Estás segura de que está bien?
—No te preocupes. Está en buenas manos.
Ladeé la cabeza y contemplé el paisaje sin hacer más comentarios.
—Tenía el presentimiento de que hoy ocurriría algo —dijo Clementine, y aminoró la velocidad porque el semáforo estaba en rojo.
—¿Y eso?
—Mi abuela observó algo en las hojas de té esta mañana. Casi nunca se equivoca. Aunque tú no crees en ese tipo de cosas, ¿verdad?
—Nunca he dicho eso. Simplemente, no me gusta saber lo que me depara el mañana. El futuro me asusta un poco.
—¿Por qué?
Miré la luz carmesí con el ceño fruncido.
—Me han pasado muchas cosas extrañas estos últimos días, y anoche tuve una pesadilla horrible. Creo que significa algo.
—¿De qué iba la pesadilla? —preguntó con curiosidad—. Si no te importa contármelo, claro.
—Soñé con escarabajos, y ahora los veo por todas partes.
Se volvió, alarmada.
—¿No habrás pisado alguno, verdad?
—No que yo sepa.
—Porque eso sería una fatalidad —comentó Clementine—. Sobre todo si te pasa en casa. Pero soñar con escarabajos… es interesante.
Me giré para estudiar su perfil.
—¿Interesante para bien o para mal?
—Los escarabajos son señales. Si sueñas con uno, significa que en tu vida hay una fuerza destructiva y que estás rodeada de energía negativa.
Aquellas palabras me tocaron la fibra sensible.
—¿Qué debería hacer respecto a esa fuerza destructiva?
—Mi abuela te diría que prestaras especial atención a tus actividades nocturnas, a ver si reconoces alguna otra señal. También te aconsejaría que tuvieras mucho cuidado con los viajes inesperados y, sobre todo, que estuvieras atenta a las sincronías.
Me ajusté la chaqueta.
—¿Sincronías?
—Según la abuela, cuando vives una serie de lo que ella denomina «casualidades significativas», es porque tu guía espiritual las ha ordenado así para ti, y jamás debes ignorarlas.
—Eso suena un poco new age —opiné—. Ni siquiera sé qué es un guía espiritual.
—Hay quienes los llaman ángeles, y otros lo consideran simplemente energía. A algunos se les presenta como el fantasma de un ancestro —explicó, y me lanzó otra mirada curiosa—. Me sorprende que alguien como tú no esté en consonancia con su guía.
—¿Alguien como yo?
—Posees una cualidad, Amelia —dijo—. Un aura. Es como un resplandor cálido. Casi como un faro, diría. A mí me resulta muy relajante.
Mi memoria voló hasta el cementerio de Rosehill, al día en que vi un fantasma por primera vez. No había vuelto a pensar en aquel anciano de pelo blanco desde que abandoné Asher Falls, donde le vislumbré por segunda vez, y ahora ahí estaba de nuevo, metido en mi cabeza. Aunque no sabía por qué. Mi padre le tenía miedo, y por eso me aterrorizaba tanto. Pero quizá ese día se había manifestado por un motivo. A lo mejor, al igual que Shani, trataba de decirme algo.
Puede que todos los fantasmas que se habían cruzado en mi camino hubieran intentado decirme algo, pero las normas de mi padre me habían impedido escucharlos.
Esa idea me puso los pelos de punta.
Clementine murmuró algo, pero estaba distraída.
—¿Perdón?
—Has dicho que ves escarabajos por todas partes.
—Sí. Esta mañana, en el cementerio, uno ha reptado hasta mi zapato.
Y horas más tarde, vi el cadáver de un hombre cubierto por esos bichos, pensé para mis adentros.
—¿Lo has visto sobre tu zapato? —preguntó algo nerviosa.
—Sí. ¿Por? ¿Significa algo?
—Un escarabajo caminando por encima de un zapato augura la muerte.