El corazón se me paró al oír sus palabras y entender lo que implicaban. Pensé en mi perseguidor, en el escurridizo desconocido que llevaba varios días hostigándome. Ahora por fin comprendí de dónde provenía mi letargo e insomnio. La mera presencia de Fremont estaba consumiendo mi fuerza vital, del mismo modo que Mariama me había chupado la energía horas antes. ¿O había sido Fremont?
—Tienes que ayudarme —repitió.
Agaché la mirada y me percaté de que me temblaban las manos.
—Ahora me doy cuenta.
—En cuanto demos con él y se haga justicia, te dejaré en paz.
—¿Me das tu palabra?
La palabra de un fantasma. Para todo había una primera vez.
—¿Qué otro motivo tendría para quedarme pululando por aquí? —preguntó.
Me estremecí.
—Te has referido a tu asesino en masculino. Si te dispararon por la espalda, ¿cómo puedes estar tan seguro de que fue un hombre?
—No estoy seguro de nada —admitió y, por primera vez, le vi dudar. Y puede que advirtiera una pizca de miedo—. Ni siquiera sé qué hacía en ese cementerio la noche en que morí.
—¿Amnesia?
Una pregunta bastante surrealista.
—En lo referente a los acontecimientos de aquella noche, sí.
Aproveché un momento de despiste para estudiar su perfil. Aunque había anochecido, reparé en varios detalles que me parecieron hermosos. El ángulo de la mandíbula y la barbilla, un pómulo particularmente prominente, el contorno de sus labios, todo en él era atractivo. Me costaba aceptar que estaba muerto.
—Supongo que tiene sentido —dije, y miré hacia otro lado—. He leído que, a menudo, las víctimas de accidentes no recuerdan con precisión lo acontecido antes de perder el conocimiento. Esto es bastante parecido. Sufriste un trauma severo.
—Sí, el trauma fue severo, sin duda —murmuró.
—¿Qué es lo último que recuerdas? Antes de morir, claro.
Se quedó en silencio, y percibí cierta confusión, un conflicto interno.
—Recuerdo haber quedado con alguien.
—¿En el cementerio?
—No lo sé. Solo me acuerdo de la esencia de su perfume. Cuando fallecí, toda mi ropa estaba impregnada de aquel olor.
—Así que el asesino pudo haber sido una mujer.
—Es una posibilidad. Tengo el vago recuerdo de una discusión.
—¿La conocías?
Otro momento de vacilación.
—He olvidado su nombre.
Justo antes de que respondiera, habría jurado que le vi estremecerse, pero enseguida descarté esa idea, ya que no podía concebir que un fantasma tuviera una reacción tan humana.
Lo más seguro era que estuviera atribuyéndole mis propias emociones.
—No lo sé. Pero su perfume…
—Continúa.
—Todavía lo huelo en la ropa —admitió, casi derrotado—. Incluso ahora puedo distinguirlo.
Pensé en el aroma exótico que me había invadido cuando se levantó aquella brisa fantasmagórica que acompañaba el trino del ruiseñor. Quizás aquella fragancia provenía de Fremont, si es que entonces me estaba acechando.
De repente, me asaltó una duda. ¿Había visto los fantasmas de Mariama y Shani? ¿Por eso se habían esfumado? ¿Los fantasmas podían reconocerse entre sí? ¿O incluso interactuar?
A lo largo de los años, me habían surgido muchas preguntas, y me resultaba raro podérselas hacer a un fantasma. Pero lo que más me asombró fue que el miedo se había disipado. ¿Seguía bajo los efectos de un hechizo?
Una vez más, me estaba adentrando en terreno peligroso. Estaba a punto de desobedecer la advertencia de mi padre y coquetear con la catástrofe. Mi desacato a las normas ya había abierto una grieta. ¿Comunicarme con un fantasma abriría otra?
—¿Cómo es? —le pregunté sin pensar—. Detrás del velo, quiero decir.
—Se llama el Gris. Es el lugar intermedio entre la Oscuridad y la Luz.
Se había referido a él como lugar. No un tiempo. Aquella puntualización me pareció importante.
—¿Todavía te duele? Me refiero al balazo.
—No —respondió—. No siento nada, en realidad.
—Pero eso es imposible. Debes de sentir algo. Estás aquí porque quieres venganza. Eso significa que aún tienes emociones humanas.
—Estoy aquí porque no puedo…
—¿No puedes qué?
—Descansar —contestó con cierta cautela—. Hay algo que me retiene aquí.
—¿Crees que si averiguamos quién te asesinó serás libre?
—Sí.
Cavilé sobre ello unos instantes. Le urgía descubrir a su asesino, lo que corroboraba lo que siempre había sospechado. No todos los espíritus se colaban por el velo para saciar un hambre voraz por el calor humano, o para satisfacer su deseo de reunirse con los vivos. Algunos seguían atados a este mundo por razones que escapaban a su control. Me pregunté si a Shani le sucedía lo mismo. El fantasma de Mariama utilizaba como cadenas el dolor y la culpa para no soltar a Devlin. Me intrigaba si esas mismas emociones eran las que impedían a la pequeña separarse de su padre.
—¿Puedes verlos? —quise saber.
—¿A quiénes?
—A otros fantasmas. Están por todas partes. No me creo que no les hayas visto.
—Prefiero mantener cierta distancia.
—¿Por qué?
—Son criaturas pérfidas —dijo con desdén—. Sanguijuelas que se nutren de los vivos porque se niegan a aceptar la muerte. Y yo no soy así.
—¿No es justamente eso lo que estás haciendo conmigo?
—Solo mientras necesite tu ayuda. No me queda alternativa. Hasta que encuentre un modo de pasar página, tengo que alimentarme —explicó—. Créeme, deseo irme de aquí tanto como tú quieres que lo haga.
—Y bien, ¿por dónde empezamos?
Al moverse, la atmósfera se tornó un poco más fría. Tuve que recordar una vez más que, a pesar de nuestro extraño acuerdo, Robert Fremont era un fantasma y, por lo tanto, un peligro para mí.
—Seguiremos las pistas —dijo—, sin importar hacia dónde nos lleven. ¿Entendido?
—Yo…
—¿Entendido?
Casi pego un brinco.
—Sí. Entendido.
Asintió con la cabeza y se volvió.
—Después de que me dispararan, noté la presencia de alguien. Alguien que no era el asesino, desde luego. Tenemos que averiguar quién o quiénes eran e interrogarlos.
Lo miré con cierto escepticismo.
—¿Viste a alguien?
—No —contestó—, pero sí noté una presencia.
Una presencia.
—Dado que estabas a las puertas de la muerte, ¿cómo estás tan seguro de que no estabas soñando o alucinando?
—Hubo alguien que me revolvió los bolsillos. Alguien de carne y hueso. Si no me crees, echa un vistazo al informe policial. Cuando la policía halló mi cadáver, mi teléfono móvil había desaparecido.
—¿Cómo se supone que voy a acceder a ese informe policial?
—Tú misma has mencionado antes que eres muy habilidosa. Encontrarás el modo.
El miedo estaba empezando a apoderarse de mí. Aquella era la noche más estrafalaria de toda mi vida, que no es poco viniendo de mí.
¿Un espectro me estaba chantajeando? ¿De veras esperaba que me encargara de la investigación de un crimen? En el caso de que no lo lograra, de que no pudiera destapar a su asesino, ¿me perseguiría por el resto de mis días? ¿Continuaría devorando mi calor y mi energía hasta convertirme en un alma en pena?
Procuré mantener la serenidad.
—Asumiendo que consigamos descubrir quiénes eran, ¿cómo piensas hacerles confesar? No soy agente de policía, y no sé cómo interrogar a un sospechoso. Con toda franqueza, lo que me estás proponiendo es muy arriesgado. Al menos para mí. Tú, en cambio, no tienes de qué preocuparte.
—No pienso permitir que te maten —prometió.
—Eso me tranquiliza.
—Mientras sigas al pie de la letra mis instrucciones, todo irá bien.
¿De veras tenía que creerle?
Estaba tiritando de miedo y, sin embargo, no pude evitar sentir cierto entusiasmo. Durante toda mi vida, había procurado protegerme y aislarme, no solo de los fantasmas, sino también del mundo que se extendía más allá de la verja de un cementerio. Hubo una época en que no me habría importado vivir en soledad, sin peligros a la vuelta de la esquina, pero los secretos que había descubierto en Asher Falls sobre mi propia existencia hicieron que me replanteara varias cosas. Me empeñaba en creer que tenía un propósito en la vida y quería pensar que había un motivo para que viera fantasmas. No era solo un legado peligroso, sino un don.
Y ahora ahí estaba, junto a un fantasma que me estaba ofreciendo la oportunidad de hacer algo grande. Una razón para aceptar ese oscuro poder que había heredado, en lugar de esconderme de él refugiándome en campo sagrado.
Si conseguía que el Profeta cerrara ese capítulo, quizá podría hacer lo mismo por Shani y Mariama. Y entonces Devlin podría ser mío…
Me sorprendió el rumbo que habían tomado mis pensamientos, y traté de no seguir por ahí. Era demasiado peligroso. Imaginar el día en que Devlin y yo pudiéramos estar juntos era una ridiculez. Además, a juzgar por lo que había visto, él ya había pasado página. De hecho, quizá ya se hubiera olvidado de lo nuestro.
Pero, entonces, ¿por qué me había enviado aquel mensaje el día que me fui de Asher Falls?
¿Por qué sus fantasmas me habían guiado hasta el jardín de aquella mujer? ¿Por qué Mariama se sentía tan amenazada?
Todavía no había superado nuestra ruptura. Una parte de mí estaba convencida de que, pasara lo que pasara, a pesar del tiempo y la distancia, jamás podría olvidarme de él. Devlin era mi destino. El hombre con quien quería estar y al que jamás podría tener.
A menos que ideara un modo de cerrar esa puerta. Traté de apagar esa luz de esperanza y miré al fantasma por el rabillo del ojo.
—Si accedo a ayudarte, estaremos en paz, ¿verdad? Habré pagado mi deuda contigo.
Robert Fremont sonrió.
—Nunca regatees con un fantasma. No tenemos nada que perder.