Andy y Hammer estaban mucho más tensos que Donny Brett.
Pese a la aparente confianza que mostrara Andy al prometer a Hammer que sabía perfectamente cómo manejar a Smoke y a los perros de la carretera, lo cierto era que no tenía idea de qué podía esperar; además, los auriculares no dejaban de moverle la peluca de la cola de caballo y muy pronto habría oscurecido demasiado para seguir con las Ray Ban puestas. Mantuvo el helicóptero quieto en el aire y puso el morro al viento cuando distinguió a Smoke y vio cómo éste, una mujer de aspecto frágil con los cabellos cortos de color platino y un par de perros de la carretera descendían de un utilitario negro que estaba detenido en el aparcamiento, al otro lado de la valla del helipuerto. Los delincuentes vestían los colores de la NASCAR y el más pequeño llevaba un bulto pequeño envuelto en algo parecido a una bandera negra plegada.
—Ese debe de ser Possum —dijo Andy a Hammer por el micrófono—. Y parece que tiene a Popeye.
Hammer hizo lo imposible para contenerse. Sabía que era imprudente dar muestras de que sintiera el menor interés por lo que se escondía en la bandera, pues se suponía que era la novia del hermano de Donny Brett y no tenía ningún motivo para saber quién era Popeye, ni para interesarse por ello.
—Aguanta, jefa —continuó Andy al tiempo que posaba el helicóptero en el suelo de cemento y ponía el motor en punto muerto—. Iré a hablar con ellos. Si sucede algo, cierra el contacto del motor y empieza a disparar por la ventanilla. Para abrir, tienes que correrla.
Los perros de la carretera y la mujer se encontraban junto a la valla. Desde allí observaban el espectacular helicóptero, un poco perplejos ante la visión del blanquito con la cola de caballo que se dirigía hacia ellos.
—¿Quién carajo eres? —preguntó Smoke en el instante en que el bulto de Possum se movía en sus brazos.
—Mi hermano me ha mandado a buscaros —dijo Andy, recomponiendo el guión una vez más.
—¿Eres hermano de Donny Brett? —preguntó Cuda con unos ojos muy abiertos—. ¡Vaya, hombre, tu hermano es un fiasco! Espero que esta noche lo haga mejor, porque sé que la primavera pasada estuvo fatal y llegó el dieciocho.
—¡Silencio! —ordenó Smoke—. Se supone que debe recogernos la Policía Estatal —dijo a Andy—. ¿Para qué demonios habría de molestarse tu hermano en enviarnos este helicóptero?
Andy detectó un movimiento nervioso de los dedos de Smoke sobre uno de los bolsillos de su chaqueta de la Winston Cup, de color rojo intenso, donde probablemente llevaba escondida un arma de gran calibre. Observó a la que tomó por novia de Smoke y detectó algo en sus ojos que le produjo un escalofrío. La mujer le resultaba familiar.
—Lo único que puedo decirte —explicó Andy— es que mi novia y copiloto y yo estábamos con Donny en su remolque, charlando, cuando se presentó ese policía negro, el grandullón, presa del pánico. Empezó a contarnos la historia de que el helicóptero del gobernador tenía una avería y estaba inmovilizado, y él había quedado en recoger a un equipo de mecánicos en el centro de la ciudad y no sabía qué hacer; entonces se le había ocurrido que tal vez Donny le podría ayudar porque tenía su helicóptero allí mismo. Supongo que esos mecánicos sois vosotros, ¿no? Los del equipo del «Pirata» —añadió, fingiendo de pronto dudas y recelos para confundirlos un poco.
—¡Sí! —gritó Possum para hacerse oír entre el estruendo de las palas del helicóptero; acto seguido, logró desenrollar la bandera lo suficiente para que Andy distinguiera parte de una calavera fumando un cigarrillo y de la palabra «Pirata»—. ¡Vamos! —añadió Possum.
—Espera un momento —dijo Smoke con una mirada amenazadora que dirigió a Andy—: ¿Qué diablos sabes tú de piratas?
—¡Sí, eso! —asintió Cuda.
—Eso que leo en la bandera —replicó Andy, señalándola y agradeciendo a Possum que hubiese sido lo bastante hábil para desplegarla a tiempo.
—Y la he colgado en la página oficial de la NASCAR —añadió Possum, mintiendo, para confirmar la historia.
—Sí, la he visto. —Andy envió una señal secreta a Possum.
Éste la captó y contuvo su sorpresa. ¡El tipo rubio de la cola de caballo no era hermano de Donny Brett, sino el Agente Verdad que iba de incógnito! ¡El Agente Verdad había cambiado el plan! Possum había tenido en todo instante la sensación de que algo saldría mal en el último instante, y había acertado. De lo contrario, el Agente Verdad no habría aparecido allí en el helicóptero de Donny Brett.
—Mira, no podemos perder todo el día aquí hablando —declaró Andy en voz alta—. Tenemos que salir del helipuerto antes de que aparezca un helicóptero sanitario transportando un corazón para un trasplante. Así que, vamos, o yo me largo de aquí y vuelvo a la pista.
—Vamos —asintió Smoke. Él, su novia y los perros saltaron la valla y se sujetaron las gorras de béisbol de Herramientas MAC, M& M y Excedrina mientras corrían hacia el 430 a través de la ventolera que causaban los rotores.
Barbie y Hooter vieron aparecer el brillante helicóptero sobre los tejados; éste se alejó rápidamente al tiempo que Barbie entraba en el aparcamiento vacío del edificio de tribunales. La mujer avanzó hasta el fondo y, al instante, seis hombres de aspecto desesperado, entre ellos el reverendo, asomaron de una zona arbolada y echaron a correr como diablos en dirección a la furgoneta, abrieron las puertas y saltaron al interior, apilados unos sobre otros. No escapó a la atención de Hooter que los hombres apestaban, iban sin afeitar y no llevaban cinturón ni cordones en los zapatos. Sabía reconocer a un preso con sólo verlo, y se quedó paralizada de miedo. Oh, oh, ¿dónde se había metido? Y aquel chico mexicano, ¿no era el mismo que había visto en el peaje la otra noche?
—¡Conduce! —le gritó el reverendo Justice.
—¡Sí, larguémonos! —exclamó Slim Jim.
—¡Agachaos! —chilló Trader.
—¡Eh, me estás aplastando! —se quejó Cat.
Los hombres se acurrucaron en el suelo de la furgoneta mientras Barbie salía del aparcamiento a toda velocidad y observaba unos coches patrulla con luces destellantes que corrían hacia el sombrío edificio de ladrillos que albergaba los calabozos municipales.
—Conduce normalmente —dijo Hooter, pues alguien debía mantener la cabeza clara y llevar el control—. Si sigues zarandeándonos así, seguro que la policía nos para. ¡Y nos detendrán por ayudar a unos presos a fugarse de la cárcel!
—¿Qué? —Barbie, presa del pánico, agarró el volante con ambas manos—. ¿Presos?
—Nos detuvieron injustamente, Barbie —dijo el reverendo Justice desde la parte trasera de la furgoneta—. Es voluntad divina que nos escapemos y que tú nos ayudes. No tengo más remedio que hacer todo esto porque los demás reclusos me han obligado a fingir que se me rompía algo en las tripas y, cuando el guardián ha entrado en la celda a socorrerme, le he dado en la cabeza con una bandeja de la comida, como le habían hecho a Pinn cuando trabajaba de guardián de prisión.
»Saqué la idea de ese programa de televisión. ¿No son maravillosos los caminos que usa el Señor? —continuó su sermón el reverendo—. Si no hubiera estado en el programa, todo gracias a Moses Custer y a esos vigilantes del barrio que yo había empezado a organizar cerca del mercado de verduras… En fin, sin eso no se me habría ocurrido nunca golpear a alguien con una bandeja de la comida. Y, desde luego, si no hubiera estado tan estresado y fuera de mí por toda esa publicidad que he tenido últimamente, no habría intentado ligarme a la vieja con la intención de aliviarme y tampoco habría golpeado a nadie con una bandeja de comida.
Tal vez sólo fuera una superstición, pero Moses Custer siempre había oído decir que si te picaba un oído, era que alguien hablaba de ti. Mientras avanzaba en la caravana motorizada del gobernador, Moses sentía un escozor terrible bajo las vendas y se preguntó si ello no significaría que mucha gente a su alrededor sabía que era una personalidad destinada a sentarse en el palco del gobernador. Observó por el cristal ahumado del parabrisas de la impresionante limusina negra la retención del tráfico mientras el gobernador roncaba y su peculiar hija con el corte de pelo en casquete, negro, seguía mirándose fijamente el escote bamboleante; además, en el espacio entre asientos estaba aquel minúsculo caballito, que de vez en cuando pisaba a Moses.
Macovich, mientras tanto, intentaba sortear el tráfico al tiempo que hablaba por la radio con Andy; éste había conectado el intercomunicador del helicóptero en modo «Tripulación sólo», de forma que los perros de la carretera no podían oír lo que decía.
Para empeorar aún más las cosas —dijo Macovich por el micrófono—, acaban de escaparse seis detenidos y hay coches patrulla por todas partes; te aseguro que se ha organizado un gran lío ahí fuera. No sé cuándo llegaremos al recinto, pero vamos con retraso.
—Mira, tengo que pasar al plan B —transmitió Andy mientras el abarrotado recinto de la carrera aparecía lejos, mil pies más abajo.
—Uuuy, me temo que ahora tendrá que ser el plan G o H, por lo menos.
—Haré un reconocimiento en altitud sobre el circuito y seguiré dando vueltas hasta que consigas un puñado de agentes de uniforme en el helipuerto, de modo que Smoke cambie de idea y me ordene llevarlos a Tangier —respondió Andy.
—¡Pero allí no tenemos agentes encubiertos, Andy! —dijo Macovich, preocupado.
Andy vio miles de aficionados que saludaban animadamente al helicóptero e intentaban acercarse al lugar de aterrizaje.
—No pensé en esto, y debería haberlo hecho —comentó—. Los fans de Brett reconocen su aparato y van a rodearnos en cuanto nos posemos. Alguien puede salir malparado, o tal vez Smoke aproveche para escapar. No pienso aterrizar ahí bajo ningún concepto.
—Recibido —respondió Macovich—. Cambio y fuera.
Las gradas empezaban a llenarse cuando Andy conectó las luces intermitentes de aterrizaje y se dispuso a reducir la velocidad. Volvió a conectar el intercomunicador en modo «Todos» para que lo oyeran atrás por los auriculares.
—Aterrizaremos en unos minutos. Ahora es muy importante que sigáis las instrucciones, por motivos de seguridad. Cuando nos posemos en tierra, esperad en los asientos y os sacará el equipo de tierra.
Smoke escrutaba el suelo desde su ventanilla. Cuando apareció a la vista el helipuerto, observó que decenas de agentes se dirigían hacia éste. Smoke también detectó que había algo raro en la cola de caballo que lucía el piloto; tuvo la impresión de que hacía un momento estaba centrada y ahora la tenía ladeada.
—¿Qué hacen todos esos policías? —preguntó por el micrófono.
—No sé, pero se apartarán cuando me acerque —respondió Andy; Hammer, tensa, contuvo el deseo imperioso de volverse a ver qué hacía Popeye.
—¿Ah, sí? —replicó Smoke con un tono malicioso en la voz—. Bueno, no sé si todo esto empieza a apestar…
—¡Eh! ¡Mirad a toda esa gente ahí abajo! —exclamó Cuda, admirado—. ¡Y mira cómo nos señalan y levantan el puño! ¡Deben de pensar que somos Donny Brett!
—Bobadas —la voz de Smoke llenó los auriculares de Andy.
De pronto, alguien le dio un tirón de la cola de caballo por detrás y se le descolocaron las Ray Ban.
Andy recordó lo que le había enseñado Macovich cuando aprendía a pilotar: «Limítate a llevar el helicóptero». No importaba lo que sucediera o lo desesperada que fuese la situación; él debía limitarse a llevar el helicóptero, y lo mantuvo en un descenso continuado al tiempo que sentía el cañón frío y duro de un arma en la nuca y oía a Smoke gritar obscenidades y amenazarle con matar a la perra.
—¡Calma! —intervino Hammer—. ¿Queréis que nos estrellemos, idiotas? ¡Estaos quietos ahí atrás para que podamos pilotar esta gran máquina porque ninguno de vosotros sabe llevar el aparato, lo cual significa que tendréis que depender de nosotros!
—¡Malditos policías…! Smoke estaba furioso—. ¡Sé quiénes sois, cabronazos! Y tengo a tu maldita perra aquí atrás, estúpida vieja. ¡Y si no hacéis lo que os diga, voy a llenarla de matarratas!
Hammer pensó y esperó sinceramente que aquello fuera una baladronada, pero Possum vio la jeringa que Smoke acababa de sacar del bolsillo. Possum sujetó a Popeye y notó cómo temblaba bajo la bandera mientras Unique permanecía muy quieta, como si estuviera en trance, con los ojos inundados de una luz espectral.
—No hagas eso en este momento —dijo Possum a Smoke—. Si pinchas a la perra, empezará a tener convulsiones y a dar saltos por todas partes. Además, si muere ya no tendrás nada con que amenazarlos.
Smoke calló un instante y decidió que Possum probablemente tenía razón. Hammer, en cambio, se quedó paralizada de miedo al comprender que Smoke podía tener realmente una jeringa llena de veneno para ratas. El muy cerdo… Si llegaban con vida al suelo, era capaz de matar a Smoke aunque se saltara todas las normas y terminase hundida profesionalmente, o acusada de homicidio.
Unique sacó un cúter de un bolsillo con su mirada irreal fija en la nuca del rubio policía. El nazi le había indicado que encontraría su Objetivo, y allí estaba. Reordenó sus moléculas, pero las devolvió a la normalidad cuando se dio cuenta de que el policía al que había estado acechando, y que había resultado ser Andy Brazil, ya la había visto cuando subieron al helicóptero. Así pues, no había razón para hacerse invisible y, de todos modos, él no iba a reconocerla. Se le calentó la entrepierna al pensar en el momento en que le rajaría la garganta de oreja a oreja. Luego el copiloto tomaría los mandos y, cuando aterrizaran, la degollaría a ella también y pasaría un buen rato a solas con el cuerpo.
—¡Sácanos de aquí! —ordenó Smoke a Andy—. ¡Ahora mismo! ¡Llévanos a Tangier! ¡Y no digas una palabra que no pueda escuchar aquí detrás!