En Virginia hay cosas peores que las fábricas de tabaco, y una de ellas era un pirata de las autopistas llamado Smoke, que ya dio muestras de su consumada malicia desde la cuna. Su largo historial de incidentes como delincuente juvenil iba desde ausencias injustificadas en la escuela o prender fuego a gatos hasta agresiones violentas y homicidio. Aunque algunos años atrás se le había llevado ante la justicia de Virginia, había conseguido fugarse de una prisión de máxima seguridad.
Para hacerlo, había fingido que se ahorcaba, colgándose de una sábana atada a la barra de su litera de acero. Cuando el carcelero, A. P. Pinn, vio a Smoke caído en el suelo, con un nudo al cuello, los ojos fuera de las órbitas y la lengua asomándole por la boca, abrió la puerta de la celda y entró apresuradamente a comprobar si el recluso aún estaba con vida. Así era: Smoke se incorporó de un salto y golpeó a Pinn en la cabeza con una bandeja para la comida. A continuación se vistió rápidamente con el uniforme del carcelero, se puso sus gafas de sol y logró salir de la penitenciaría sin que lo descubrieran. Más adelante, Pinn escribió un libro sobre aquel episodio y lo publicó él mismo: Traicionado no se vendió mucho, pero Pinn acabó por conducir un programa por cable llamado «Cara a cara con Pinn».
Smoke veía el programa cada semana para asegurarse de que no iban tras él ni había sospechas de que era el jefe de una banda de asaltantes de autopistas. En cierto modo, le disgustaba que Pinn no se refiriera nunca a él, salvo para mencionar que ser agredido a traición con una bandeja lo había traumatizado y que nadie puede imaginar lo que supone recibir un golpe en la cabeza con un filete y puré de patatas hasta que le ha sucedido, al menos, una vez.
El programa ya había empezado y Smoke y sus secuaces se hallaban reunidos en su remolque Winnebago, que estaba aparcado detrás de los pinos de un solar vacío, en el norte de la ciudad. Smoke cogió el mando a distancia y subió el volumen. Pinn sonreía a la cámara y hablaba con el reverendo Pontius Justice acerca del programa de vigilancia del barrio que acababa de iniciar en Shockhoe Bottom, cerca del mercado agrícola.
—Mirad a ese capullo —soltó Smoke mientras daba cuenta de una cerveza—. Se cree alguien.
Pinn vestía un traje cruzado negro brillante, camisa y corbata negras y mostraba unos dientes visiblemente blanqueados. Cuando Smoke conoció a Pinn en la cárcel, el tipo llevaba gafas de sol; ahora debía de llevar unas lentes de contacto que lo obligaban a entrecerrar los ojos a cada momento.
—¿Qué cree que es esto? ¿Los premios de la Academia? Aún se le nota el chichón donde le di con la bandeja —señaló Smoke.
—¡Bah, siempre ha tenido ese bulto en la cabeza! —replicó Cat, el más veterano de la banda—. Antes no se afeitaba la cabeza ni se untaba ceras como hace ahora. Por eso se nota el bulto. Qué cabeza tan brillante, tío. Hay que ponerse gafas de sol para que no te deslumbre.
Cat entrecerró los ojos, miró a través del humo y tiró la ceniza del cigarrillo en una lata de cerveza.
—¿Qué marca de cera crees que usa? —preguntó otro de los bandidos, Possum, un tipo pequeño y de aspecto enfermizo que solía quedarse todo el día en su habitación, viendo televisión con las luces apagadas—. Cera de abeja, supongo. Eh, quizás usa Bed Head. ¿Os acordáis del tipo que me vendió el arma? Le pregunté cómo hacía para tener una cabeza tan brillante y me dijo que usaba Bed Head y que lo sacaba de uno de esos centros de cosmética de Nueva York. Le costaba veinte pavos. Es una barrita que se empuja desde el fondo y luego la frotas en la cabeza como un desodorante…
—¿Ese cabrón se pone desodorante en la cabeza? —dijo un tercer bandido, Cuda, abreviatura de su apodo, «Barracuda». Miró con ojos turbios la calva bruñida de Pinn.
—¡Cierra el pico! —Smoke subió el volumen otra vez.
Estaba tenso porque Pinn parecía acercarse al tema que él esperaba oír.
—… En su libro, Traicionado —decía el reverendo Justice desde su sillón, excesivamente hundido y puesto junto a un decorado que representaba una biblioteca en la que destacaba la acogedora chimenea—, habla usted extensamente de que los vecinos deben ser vecinos y no sólo gente que vive en el mismo vecindario. Creo que le he citado bien, ¿no?
—Hum… Sí, eso dije.
—Y que, si amamos a nuestros semejantes y nos apoyamos en nuestro ir y venir, la comunidad cambiará.
—Hum… Sí, es posible que dijera eso.
—¿Y ya pensaba así antes de que le golpearan en la cabeza?
—No recuerdo. Tal vez. —Pinn se incorporó en su asiento, miró a la cámara y acarició la corbata de satén que había comprado en S& K por nueve dólares, noventa y cinco—. Lo que tengo claro es que fui honesto y noble cuando me preocupé por aquel recluso muerto, y lo siguiente que supe fue que me había dejado inconsciente sobre el frío suelo. Me quitó el uniforme y todo lo que había en él. —Pinn estaba enfureciéndose al evocar el episodio y empezaba a costarle esfuerzo aparentar entereza y ecuanimidad—. ¿Se imaginan eso? ¿Les gustaría a ustedes —señaló con el dedo a la audiencia televisiva— que alguien les golpeara en la cabeza y les robara la ropa, insinuando al resto de reclusos y a los guardianes que ha sido su amante quien les ha hecho algo, porque los encontraran inconscientes, boca abajo y desnudos?
El reverendo palideció y empezó a sudar bajo los potentes focos.
—Eso es lo que el perdón… —intentó cortar a Pinn.
—¡Al carajo el perdón! ¡No perdonaré nunca a ese capullo! ¡Rotundamente, no! Algún día lo encontraré, y entonces veremos quién golpea a quién. —Lanzó una mirada de odio a la cámara, dirigida a Smoke—. Y escuchen esto, si alguien sabe dónde está esa víbora venenosa, si lo ven, llamen al número gratuito que aparece abajo en la pantalla y le enviaremos una recompensa. —Repitió el número varias veces—. Se le conoce por el alias de «Smoke» y es un joven blanco de aspecto corriente, con rastas y lo que él llama barba aunque no son más que cuatro pelos.
—¡Bah! —exclamó Possum al tiempo que lanzaba una lata de cerveza vacía contra el televisor.
Smoke echó a su compinche del sofá de un empujón y le ordenó que callara.
—¡Tú rompes esa tele y yo te rompo la cabeza!
—Bien, no sé cuál será el aspecto de Smoke ahora, pues la última vez que lo vi llevaba un mono anaranjado de preso, pero es un joven de veintiuno o veintidós años y es más malo que una serpiente venenosa —continuó Pinn—. Puedo garantizar que no hace nada por ayudar a la comunidad. ¡Ni muchísimo menos! Y bien —añadió, buscando al público sin rostro que escuchaba tras la cámara—, ¿ustedes desearían tener una serpiente deslizándose por la maleza en su barrio?
—Nos mantendremos alerta en el barrio —prometió el reverendo Justice con un gesto de asentimiento y se secó la cara con un pañuelo. Por supuesto que hay mucha maldad por ahí suelta. Fíjese, si no, en el reciente y horrible caso de Moses Custer, que recibió una paliza y a quien robaron el Peterbilt allí mismo, junto al depósito de calabazas.
—¿Se llevaron el remolque entero o sólo la cabina? —Pinn se distrajo por un instante ante la terrible historia.
—¿Para qué íbamos a llevárnoslo? —Smoke hizo un gesto de desprecio hacia el televisor—. Si hubiera estado lleno de marihuana, en lugar de esas malditas calabazas… ¿Qué apostáis a que Pinn el Pelado es ese tal Agente Verdad? Sí, seguro que este capullo es quien escribe toda esa basura en Internet.
—Sí, se llevaron el remolque —declaró el reverendo y añadió que era un «gran danés», un término del argot camionero que se refería al vehículo último modelo, lleno de calabazas, que iba unido a la cabeza tractora Peterbilt, de dieciocho ruedas—. Visité a Moses en el hospital. —El reverendo movió la cabeza con tristeza—. El pobre hombre da la impresión de que lo ha atacado un perro de presa.
—¿Y qué cuenta que le hicieron? —Pinn empezaba a irritarse otra vez. No le gustaba que un invitado estuviera mejor informado que él.
—¿Qué te hace pensar que ese tipo sea el Agente Verdad? —preguntó Possum, que sabía de ordenadores y era el responsable de comprobar cada mañana la página web del Agente Verdad para ver si había algo que Smoke debería saber.
Possum también se encargaba de todo lo relacionado con Internet, como la búsqueda de camiones de dieciocho ruedas que pudiera haber aparcados con un rótulo de «en venta», así como de novedades relacionadas con exposiciones de camiones, carreras, piezas y accesorios, mercados rurales, asaltos a transportes, contrabando y fronteras con Canadá. Possum también frecuentaba páginas web de sus temas favoritos, como la del club de fans de «Bonanza» y las de cualquier convención que estuviera relacionada con la serie a la que, por supuesto, no asistiría nunca. También había una gran cantidad de mensajes electrónicos de los contactos de Smoke en los bajos fondos, la mayoría de los cuales eran anónimos.
—Moses dormía en el Peterbilt —decía el reverendo Justice—, cuando de repente apareció ese ángel para proporcionarle una experiencia única… Y enseguida lo asaltan esos demonios y lo arrojan al pavimento, propinándole golpes y patadas y navajazos…
—¿No tenía echado el seguro? —preguntó Pinn como si insinuara algo, puesto que tenía por costumbre considerar a la víctima culpable de lo que le sucedía; Pinn ya estaba dispuesto a sentenciar que Moses Custer no habría sido atacado por demonios, piratas de autopista o lo que fuese, si se hubiera preocupado de echar el seguro.
—Supongo que no, pero eso no significa que la culpa fuera suya. —El reverendo lanzó una mirada severa a Pinn.
—¡Eh —terció Cuda—, quizá diga en qué hospital está y podamos ir a acabar con él!
—No, yo no creo que Pinn sea el Agente Verdad. —Possum expuso su opinión—. No es él, a menos que escriba mucho mejor de lo que habla. Creo que el Agente Verdad es un policía, como su nombre indica. Fijaos que siempre habla de piratas y de ADN y esas cosas. Será mejor que andemos con ojo y que no venga tras nosotros, porque ese tipo sabe descubrir cosas y tú ya has estado encerrado una vez —miró a Smoke—. Y hay una descripción tuya circulando por ahí; quizá será mejor que nos olvidemos de la piratería y busquemos empleo en una tienda o algo así…
—¡Cierra la boca! —gritó Smoke.
La puerta de aluminio del remolque se abrió y Unique entró cargada con una bolsa de plástico.
Necesito pasta —dijo a Smoke—. Me la debes.
—Atiendan, pues, vecinos, buenos ciudadanos. —Pinn volvía a dirigir el dedo a la cámara, concentrado de nuevo en su penosa experiencia. Al diablo Moses Custer o quien fuese—. Si han visto a un chico blanco, de aspecto corriente, con guedejas, llámenme ahora.
—¿Ves? ¡Te dije que hay una descripción! —exclamó Possum.
—¿Han dicho algo de la lesbiana que murió en Belle? —preguntó Unique, y se volvió hacia el televisor.
—¿Qué lesbiana? —preguntó Smoke con un bostezo.
—No —intervino Possum—. Pero el Agente Verdad lo mencionó en su página, aunque no dijo que fuera lesbiana. Le pide al público que le dé pistas.
A Unique le pareció muy divertido. No había pistas. Al salir del bar con la mujer se había vuelto invisible, de forma que nadie pudo verla y en consecuencia tampoco dar pistas al Agente Verdad ni a cualquier otra persona. Por supuesto, hacerse invisible tenía sus inconvenientes. Finalmente, Unique se había dado cuenta de que la reorganización de sus moléculas tras conseguir su Objetivo era la causa, probablemente, de que casi no recordara nada después del hecho. Y revivir sus crueldades era la mejor parte.
—Coja el teléfono ahora mismo. —Pinn repitió el número de teléfono que aparecía en la parte inferior de la pantalla—. Si la pista se confirma y lo cogemos, le enviaré quinientos dólares. Les ha hablado A. P. Pinn, en «Cara a cara con Pinn». Buenas noches —se despidió con una gran sonrisa.
—Tal vez deberíamos salir por ahí a ver qué se cuece —sugirió Cat, harto de la emisión y de las noticias locales que seguían—. Vamos, saco la lona del coche y salimos de caza.
—Sí —gruñó Cuda—. Casi se ha acabado la cerveza y sólo me queda un pitillo. ¡Vaya! —Se puso en pie y se desperezó—. Podríamos buscar a ese cabrón de Custer y matarlo en el hospital antes de que sople algo.
—No sabe nada más de nosotros —replicó Smoke—. Y si lo hubieras matado en su momento —añadió, mirando a Possum—, ahora no tendríamos que preocuparnos de eso.
Possum había bebido demasiada cerveza mientras buscaban su presa esa noche y le había fallado un poco el pulso (por lo cual daba gracias en secreto) al abrir fuego, de modo que la bala había herido a Moses en el pie, haciéndole saltar la bota.
—Sigo pensando que deberíamos encontrarlo —dijo en contra de sus verdaderos sentimientos—. Esta vez le volaré la cabeza.
Fingió ser tan frío y violento como Smoke: sacó su nueve milímetros de detrás de sus holgados vaqueros y apuntó al televisor como si fuera una cama de hospital.
Smoke se incorporó de un salto, agarró el fusil y apuntó a la cabeza de Possum, que soltó el arma.
—Si te cargas la tele, pedazo de mierda, tú eres el siguiente.
Possum tragó saliva con dificultad, abrió los ojos como platos y suplicó:
—Smoke, no. ¡Por favor! Estaba bromeando, ¿vale?
—Necesito mi dinero —insistió Unique con voz suave y tranquila al tiempo que sus ojos se encendían. Su Objetivo empezó a crear aquella tensión insoportable dentro de su Oscuridad.
Smoke no le prestó atención. Con una risotada, disparó un tiro al suelo y la bala rebotó contra una lámpara. Luego indicó a Possum que recogiera el arma.
—O quizá le pegue un tiro a la perra, ya que tanto te gusta el bicho, parece. De hecho… ¡Tráelo!
—¡No! —exclamó Possum. Por favor, Smoke. ¡No puedes cargarte a la perra! ¡Y no me gusta! ¡No soporto al maldito bicho, pero lo necesitamos! ¡No se te ocurra desperdiciar una bala en ella, todavía!
—Algún día me la acabaré cargando —masculló Smoke—. 0, mejor aún, voy a prenderle fuego. Pero no lo haré hasta que haya terminado con esa zorra de Hammer. Va a recibir una lección por hacer que me encerrasen. ¡Ella y ese jodido Andy Brazil!
Possum se retiró a su habitación a regañadientes. Allí se sobresaltó al ver una foto de Popeye con un abriguito rojo que llenaba la pantalla del ordenador. La Popeye de carne y hueso dormía sobre la cama de Possum, y reconoció su retrato escaneado tan pronto éste la despertó.
—¡Mierda! —susurró mientras leía rápidamente el último artículo del Agente Verdad—. ¡No podemos contarle esto a Smoke! —advirtió a Popeye al tiempo que la cogía en alto; la perrita empezó a temblar de excitación y de miedo.
¡El Agente Verdad sabía, de algún modo, que Popeye había sido raptada y aún estaba viva! La estaba buscando y pedía a todos colaboración. Por supuesto, Popeye sabía muy bien que el Agente Verdad era Andy porque había oído muchas conversaciones privadas entre éste y su dueña cuando la página web era sólo un plan. A continuación, Andy había desaparecido bruscamente y, poco después, le tocó a Popeye.
—Yo no te haré daño, pequeña —le cuchicheaba Possum al oído—. Pero Smoke es malo. Ya sabes lo malo que es, y tenemos que asegurarnos de que no sepa que el Agente Verdad ofrece recompensa por ti y anima a todos a participar en una batida, igual que en «Bonanza».
A Popeye no tenían que recordarle la maldad de Smoke y habría renunciado a su ardilla de trapo favorita a cambio de la oportunidad de hincarle los dientes en el tobillo. Quedaría traumatizada para siempre por el recuerdo del momento de distracción en que su dueña la había dejado salir por la puerta y mientras ella comprobaba si había cerrado bien el gas de la cocina. Todo sucedió muy deprisa. Su dueña volvió corriendo a la cocina mientras ella olfateaba la hierba junto a la acera; de pronto, un Toyota Land Cruiser negro aceleró en la calle, frenó en seco a su lado y Possum llamó a Popeye por su nombre, mostrándole una chuchería.
—Ven aquí, Popeye, sé buena chica —dijo Possum como si fuera el ser humano más simpático del mundo—. ¡Mira qué tengo para ti!
Antes de que se diera cuenta, la perrita era capturada y arrojada a la parte trasera del Land Cruiser que conducía aquel monstruo malévolo, Smoke. Llevaron a Popeye al Winnebago, donde permanecía desde entonces, y todas las noches soñaba con su dueña que, según decía Smoke, estaba muerta. Durante un tiempo la perrita no le había creído, pero ya se había resignado a la posibilidad de que su dueña ya no estuviese en este mundo porque, si aún estaba viva, a aquellas alturas sin duda ya la habría encontrado y habría enviado a Smoke a la cárcel para el resto de su podrida existencia.
Possum agarró a Popeye con fuerza y la llevó de vuelta al salón. El hombre había aprendido a fingir cosas, incluidos sus sentimientos. Tuvo cuidado de actuar como si ocuparse del rehén canino fuera una molestia. Nunca demostraba que él y Popeye se llevaban bien y que la perra era quizás el único consuelo cálido y amoroso en su vida, aparte de los programas antiguos de televisión que miraba mientras los demás piratas de la autopista dormían. Popeye se acurrucó en el regazo de Possum y le lamió la mano.
—¡Te he dicho que no me lamas! —mintió Possum.
A esas alturas, la perrita ya entendía la antipatía que fingía tenerle Possum cuando Smoke andaba cerca.
—Tal vez sea hora de enviarle a Hammer un mensaje que diga que hemos encontrado a su perra —dijo Smoke. Entregó a Unique el dinero que le reclamaba y la muchacha se marchó en silencio—. Así vendrá donde la citemos y, cuando se presente, podré volarle la cabeza a ella y también a Brazil.
—Sí —asintió Cuda—. Llevas meses diciendo eso, Smoke. Y yo siempre te repito lo mismo: ¿Y si se presenta con más agentes? ¿Qué pasaría si Brazil se salva del primer tiro? Recuerdo que nos contaste que la última vez que tuviste un encuentro con él acabaste en la cárcel, de modo que este Brazil debe de ser todo un tipo.
—¡Nada de eso! ¡Aquí el único tipo que hay soy yo! Quizá matemos a todo el que se presente. —Smoke se volvió hacia Popeye y añadió en tono burlón—: Y a ti, la primera. Possum, encierra a ese saco de pulgas en tu habitación, envía un mensaje electrónico al capitán Bonny y pregúntale cuándo carajo vamos a actuar y a usar la perra para pillar a esos cabrones. ¡Estoy harto de esperar! —añadió, dirigiéndose a todos los presentes—. ¡Ve a buscar el coche! —ordenó a Cat.
Possum se conectó a Internet, cliqueó en «Favoritos» y abrió la página web del capitán Bonny, un sitio egocéntrico y cargado de autobombo que mostraba en la página de presentación la xilografía de un Barbanegra feroz. Possum fue a la sección «Cómo contactar» y tecleó el siguiente mensaje, que era lo contrario a lo que quería Smoke:
Querido capitán Bonny:
Los piratas aún no estamos preparados para dar el gran golpe. Lo tendremos al corriente.
Sinceramente,
Pirata Possum
Major Trader tomaba un banana split en el despacho de su casa cuando llegó el mensaje. Cada vez estaba más molesto con el pirata Possum y sus toscos y criminales colegas, fueran quienes fuesen. Trader había mantenido su palabra de filtrar información a los piratas y mantener su actividad oculta a los medios de comunicación, pero hasta el momento no había sacado nada de ello. Sería mejor que lo recompensaran adecuadamente tan pronto como los piratas dieran el «gran golpe», que Trader creía relacionado con el paso de un gran alijo de cocaína, heroína y armas a través de la frontera canadiense.
Tecleó un mensaje:
Querido pirata Possum:
Como siempre, me alegro de tener noticias tuyas, pero permíteme recordarte que cuando organicé el secuestro de Popeye para que pudierais tender una emboscada a la superintendente Hammer, el trato fue que me compensaríais de forma generosa. He sido paciente durante meses, pero ahora las condiciones han cambiado. Ya no quiero el 50 sino el 60 por ciento del botín, en metálico, guardado en una bolsa impermeable y depositado donde yo os diga. Y te recuerdo que si no cumplís conmigo, me veré obligado a usar la fuerza.
Sinceramente,
El infame capitán Bonny