9

—Y entonces ¿qué pasó? —Carly se inclinó hacia delante y abrió los ojos con interés—. Vamos. Ahora no puedes callarte.

Pero Rachel estaba en la puerta. Llevaba el pijama arrugado y tenía la cara enrojecida. Estaba claro que había llorado.

—¿Rach? —Le tendí la mano—. ¿Qué pasa?

—He tenido otra pesadilla.

—Vaya. Venga. Ven y siéntate con nosotros.

Le sonreí a Carly, como si le pidiera disculpas. Le estaba contando lo ocurrido la noche anterior, una noche que había pasado con mi novio, Will. Nos habíamos besado y tocado, y casi acabamos haciendo el amor. Carly había insistido en que le contara todos los detalles.

Carly era mi mejor amiga. Era fuerte y directa y divertida. La primera vez que vino a nuestra escuela no me gustó nada. Pensaba que era una presumida y que hacía bromas demasiado obvias. Tampoco yo le gusté mucho al principio, y después me dijo que había pensado que yo era, y repito sus palabras, una mocosa, una niñata rica.

Carly y yo hicimos amistad en el campamento de verano de séptimo curso; siete días de tortura, frío, humedad, hambre e incomodidades que se suponía que servirían para «encontrarnos a nosotros mismos». A Carly y a mí nos encomendaron las tareas de la cocina y nos hicimos muy amigas mientras luchábamos cada noche por hacer algo comestible con muy pocos ingredientes, y nos enfrentamos a las constantes quejas de nuestros compañeros de clase. Yo estaba impresionada con la habilidad de Carly para hacer bromas de todo, y más tarde ella me dijo que admiraba mi absoluta determinación por hacer las cosas lo mejor que sabía. Desde entonces éramos inseparables.

Rachel se sentó en el suelo a mi lado y yo la rodeé con el brazo.

—¿El mismo sueño otra vez? —le pregunté.

—Sí.

—Rachel ha tenido la misma pesadilla unas cuantas veces —le expliqué a Carly—. Ve a una chica que le resulta muy familiar, y la chica le sonríe, así que Rachel se acerca a ella.

—Y entonces, cuanto más me acerco —continuó Rachel—, la cara de la chica se vuelve aún más familiar. Y al principio estoy muy contenta y emocionada de verla, tengo la impresión de que siento amor por ella, como si la conociera bien. Pero cuando me acerco un poco más empiezo a pensar que quizá no sea tan amable como parece, o incluso que hay algo malo en ella. Y entonces, cuando ya estoy enfrente, veo que soy yo misma, que tiene mi cara, y de repente me doy cuenta de lo que significa que yo vea en ella mi propia cara. Quiere decir que me voy a morir, y me da mucho miedo… intento irme, alejarme… pero ella empieza a sonreír otra vez, ahora de una manera aterradora. Es una sonrisa de maldad. Y yo trato de correr y ella no para de reírse, y yo no puedo escaparme. Y entonces me despierto. —Rachel miró a Carly—. Me da mucho miedo, de verdad, y ya sé que no parece tan malo, pero es terrorífico. Esa chica, esa chica que soy yo, es como un mensajero de la muerte.

—Vaya, suena muy macabro. —Carly se estremeció—. No me extraña que te dé miedo.

—¿Por qué no te acuestas aquí abajo un rato? —le propuse a Rachel—. Trata de volver a dormirte. Mañana tienes el gran ensayo. Necesitas descansar.

Rachel se metió en mi cama. La tapé con las mantas y volví a sentarme en el suelo, al lado de Carly.

—¿Y entonces? —Carly me dio un codazo—. Sigue, por favor.

Negué con la cabeza.

—No —susurré—. Espera a que Rachel se haya dormido.

—Ya sé de qué estáis hablando —dijo Rachel desde la cama—. Habláis de chicos y de todas esas cosas. Os he oído cuando venía. Por mí podéis seguir. No me importa. En serio. Ni siquiera voy a escucharos.

Carly levantó las cejas como diciendo: «¿Lo ves? No pasa nada».

—¿Lo prometes? —dije—. ¿Me prometes que no nos escucharás, Rach?

—Pero si ya casi no puedo tener los ojos abiertos —aseguró ella—. Me habré dormido antes de que digáis dos palabras. Y no quiero saber lo que hicisteis tú y Will la otra noche, créeme. Seguro que es asqueroso.

Así que le conté a Carly lo que había hecho con Will. Se lo expliqué casi todo, pero en voz muy baja, para que no lo oyera Rachel. Al menos, le conté todo lo físico, pero me callé las cosas que nos dijimos el uno al otro. No le expliqué lo mucho que nos reímos, emocionados y alegres, que nos susurramos palabras dulces y que prometimos querernos de verdad. Las palabras de amor que nos dijimos eran sagradas y me las guardé para mí.

Al día siguiente, Carly y yo nos juntamos con Rachel después del ensayo de piano. Hacía poco que habíamos empezado a beber café, y nos gustaba meternos en una cafetería a beber capuchinos durante todo el rato que pudiéramos, y contemplábamos a los otros clientes, y cotilleábamos sobre nuestras amigas. Yo sentía que era como hacer algo de adultos, pero a diferencia de otras muchas actividades sociales que habíamos empezado a poner en práctica —fiestas con alcohol y todas esas cosas con los chicos— esto era seguro y cómodo. No había secretos o engaños, no había nadie que tratara de impresionar a nadie, podíamos ser nosotras mismas.

Nos llevamos a Rachel a la cafetería y ella nos explicó lo excitada que estaba por el concierto que iba a dar. Los otros músicos eran fantásticos, dijo, y se compenetraban mucho a la hora de interpretar la pieza. Me gustaba hablar de música y conocía a la gente de la que hablaba Rachel, así que me interesaba lo que decía, pero al cabo de un rato me di cuenta de que Carly se estaba aburriendo; tenía la mirada perdida, y había empezado a tamborilear con los dedos con impaciencia.

—Carly—dije—. ¿Hola? ¿Te aburrimos mortalmente?

—Lo siento. —Rachel apoyó las mejillas sonrosadas en las manos—. No paro de hablar de lo mismo todo el rato, ¿no? Es que es tan emocionante. Lo siento. Hablemos de otra cosa.

Carly negó con la cabeza como para decir que no tenía por qué disculparse.

—¿A qué hora tenéis que estar en casa? —preguntó Carly.

—Yo a ninguna en particular. —Miré a Rachel—. Pero tú tienes que irte a casa a ensayar.

Rachel miró su reloj.

—Sí, pero sólo son las cuatro pasadas. Tengo un montón de tiempo.

—¿Conoces a Jake y a Ross y a los otros chicos?

Carly me miró, y por cómo sonrió me di cuenta de que tenía un plan que no incluía a Rachel.

—Sí.

Los conocía vagamente. Eran chicos de la escuela, iban un curso por encima del nuestro. Tenían un grupo de música y eran famosos por ser muy salvajes y populares.

—Van a ensayar esta tarde. En el viejo cobertizo del granjero. Bueno, creo que iba a ser un ensayo pero se ha convertido en una especie de fiesta. Parece que irá muy poca gente. Sólo algunos de los cursos superiores. Ya sabes, música, cervezas y esas cosas. Será divertido.

—Suena genial —digo.

—¿Un ensayo de un grupo? —dijo Rachel—. Qué guay. Me encantaría oírlos. ¿Puedo venir?

—Son mayores, Rach. Beberán alcohol y esas cosas. Te sentirías completamente fuera de lugar.

—No si hay buena música.

—No. Ni hablar. No seas tonta. Tienes que irte a casa a ensayar.

—Oh, venga, Katie. Por favor. ¿No puedo venir un ratito y después irme a casa? Ya sé que crees que soy una niña, pero ya soy mayor. Y necesito divertirme un poco. Voy a tocar cada minuto de cada día durante las próximas semanas. La música me inspirará. Por favor.

—¿Que te inspirará? —Pongo los ojos en blanco—. Sí, claro. ¿La música de un grupo grunge amateur? Seguro que sí.

—Por favor, Katie. Por favor. Sólo una hora.

—No.

—Oh, por Dios —dijo Carly cansada de oírnos—. Déjala venir. ¿Qué importa? No tenemos tiempo de quedarnos aquí a discutirlo.

No tenía una razón real para seguir diciéndole que no, podíamos ir una hora y volver a casa antes de que llegaran mamá y papá, y Rachel tendría tiempo de ensayar un rato. Sólo que no tenía ganas de que se pegara a nosotras. Pero no podía decírselo sin que se echara a llorar, y si se ponía a llorar ahora, tendría que llevarla a casa, cuidarla y sonarle los mocos. A pesar de lo que decía ella, a veces seguía siendo una niña.

—Vale —accedí con voz deliberadamente fría—. Puedes venir. Pero no me eches la culpa si mamá y papá nos pegan una buena bronca.