5

Alice llega puntual para la cena, y está tan alegre y tan llena de energía que en cuanto entra por la puerta y empieza a hablar me siento mejor.

—Dios mío —dice en voz baja mientras le echa un vistazo al apartamento de Vivien—. Esto es total. Tus padres deben de estar súper a la moda.

—No —niego con la cabeza—. No, ésta no es la casa de mis padres. Vivo con mi tía. Se ha ido de fin de semana.

—Así que ¿estamos solas?

Asiento, y Alice se pone a saltar y a gritar de alegría.

—Dios, Katherine, estoy tan contenta. Pensaba que también estarían tus padres. Me había imaginado esto como algo del tipo «ven a conocer a mis padres». —Pone los ojos en blanco—. Como si fuéramos a casarnos o algo así. Gracias a Dios.

Se quita los zapatos y empieza a pasear por la habitación mirándolo todo.

Estoy dispuesta a explicarle a Alice por qué vivo con mi tía en vez de con mis padres, algo sobre la fama y la calidad del instituto Drummond High comparadas con las de Newcastle, que en realidad no es cierto. Pero ella parece mucho más interesada en el apartamento en sí que en por qué vivo en él.

—Tiene que ser fantástico vivir en un sitio con este estilo —dice mientras recorre el pasillo y mira dentro de las habitaciones. Habla en voz muy alta y su voz resuena contra las paredes del pasillo mientras grita—: ¿Has dado alguna fiesta aquí? Seguro que no, ¿verdad? Vamos a montar una. Este lugar es impresionante. Conozco a un montón de gente a la que podemos invitar. Oh —exclama de repente—. ¡Mira esto! —Y coge una elegante botella de una de las estanterías de Vivien—. Whisky irlandés. Ñam. Me encanta. Bebamos un poco.

—No es mía —digo—. Es de Vivien.

—No importa. Le compraremos una. Tu tía no se dará cuenta. —Y se lleva la botella a la cocina, busca entre la vajilla y sirve un par de tragos generosos en dos vasos—. ¿Tienes Coca-Cola?

—No, lo siento.

—Entonces le pondremos agua.

Llena los vasos con agua del grifo y me da uno. Me tomo un sorbito. El whisky huele mal y sabe peor, amargo y seco y muy fuerte, y sé que seré incapaz de acabármelo.

Beber alcohol no entraba en mis planes para pasar la tarde, ni siquiera lo había pensado. Pero el afán de Alice por beber hace que me dé cuenta de que estoy totalmente fuera de la realidad. No todo el mundo está tan aterrado como yo, tan quemado.

Cogemos nuestros vasos y salimos a la terraza a mirar la ciudad. Alice es la que habla todo el rato, pero me siento feliz de poder escucharla y disfrutar de su energía, de sus tremendas ganas de vivir. Y yo estoy demasiado ocupada para recordar lo que es divertirse con alguien de mi edad, demasiado ocupada en familiarizarme con una versión distinta de mí, una versión más joven y feliz, con la chica que daba por sentado que la vida podría ser así, que debería ser así: libre y llena de luz y de alegría.

—¡Hola, mundo! —Alice se inclina sobre la barandilla y grita, su voz resuena a nuestro alrededor—. ¡Hola, mundo!

Se vuelve hacia mí y señala el interior con la cabeza.

—Cuando sea mayor tendré un piso como éste. Sólo que será aún más grande. Más lujoso. Todos mis amigos podrán venir y quedarse. Y también tendré un montón de criadas. —Levanta la nariz y habla con voz afectada—: Voy a disponer de mucho personal, querida. Amas de llaves. Entrenadores personales. Mayordomos. Muchos. Tendré a alguien que vendrá cada noche sólo para servir el champán.

—Claro —digo—. Porque si no, podrías romperte una uña. O ensuciarte.

—¡Quelle horreur! —Abre los ojos, finge alarmarse y se mira las manos—. Es peligroso ocuparse de lo mundano. Tengo aspiraciones superiores.

Me río.

—Y también necesitarás un barman personal que te haga el café por las mañanas.

—Y un chef que me cocine.

—Un masajista muy personal.

—Un peluquero.

—Un estilista que elija tus vestidos.

—Un jardinero.

—Un chófer.

—Sí. —Se sienta a mi lado y suspira, soñadora—. Nunca tendré que hacer nada. No quiero quedarme atrapada en casa y quejarme todos los días de las tareas domésticas como mi madre. Simplemente no quiero hacer nada. No quiero ni tener que llenar de agua mi propia bañera.

—¿Y qué pasa si eso te fastidia? Con toda esa gente a tu lado podrías empezar a querer estar sola.

—Qué va —dice ella—. ¿Por qué? Estar sola es aburrido. Odio estar sola. Lo odio. Mi vida no va a ser seria y aburrida. Será divertida. Una fiesta. Una fiesta llena de gente y que no acabará nunca.

Pienso: «Alice es precisamente el tipo de persona que necesito. Vive sólo para el presente y tiene una sorprendente falta de curiosidad por el pasado, y eso me conviene».

Cuando Alice ya se ha bebido unos cuantos vasos de whisky —y yo sigo dándole sorbitos lentos y breves al primero que me he puesto—, anuncia que se muere de hambre y entramos. Alice se pone otro vaso y me ofrece uno a mí, aunque yo sigo teniendo el mío medio lleno y niego con la cabeza. Alice frunce el ceño.

—¿No te gusta?

—Está bien, supongo.

Sonrío y me bebo un traguito e intento no hacer una mueca. Podría explicarle mi miedo al alcohol, usarlo como excusa, pero me parecería a una madre quisquillosa y sobreprotectora, a una especie de friki puritana.

Alice me observa unos instantes, como si estuviera tratando de decidir algo, pero entonces deja la botella y se encoge de hombros.

—Pues más para mí —dice.

Nos servimos el curry y llevamos los platos rebosantes a la mesa de la cocina. El entusiasmo de Alice por la comida es agradable.

—¡Delicioso! —exclama con incredulidad y sorpresa—. Eres increíble. Podrías abrir un restaurante indio.

Yo niego con la cabeza, pero me siento halagada y no puedo dejar de sonreír. Mi estado de ánimo ha mejorado mucho. La tristeza que sentía después de hablar con mi madre ha desaparecido por completo.

—Entonces —Alice da unos golpecitos en el borde del plato con el tenedor—, ¿qué hacemos después de esto?

—Podríamos jugar a algo. Tengo el Scrabble. Y también el Trivial Pursuit.

Alice niega con la cabeza.

—Aburrido. No puedo concentrarme en el Scrabble más de un segundo seguido. Se parece demasiado a los deberes del instituto. ¿Qué tal el Pictionary o el Charades? Algo divertido.

—Pero necesitamos a más gente para esos juegos.

Alice se queda callada un minuto, pensativa. Entonces me mira y sonríe.

—Conozco a alguien que podría venir y entretenernos durante un buen rato.

—¿De verdad?

Me obligo a sonreír, pero me siento decepcionada. Estaba disfrutando de lo lindo hasta ahora y no creo que necesitemos a nadie para que nos entretenga. El hecho de que Alice quiera invitar a alguien me hace sentir torpe.

—¿A estas horas de la noche?

—¡Son las nueve de un sábado por la noche! Los bares nocturnos ni siquiera han abierto aún.

Me encojo de hombros.

—¿Y a quién, entonces?

—A Robbie.

—¿Y?

—¿Y qué?

—¿Quién es Robbie?

—Es un amigo mío. Trabaja de camarero en un restaurante muy chic. Es un tío divertidísimo. Te encantará.

Alice saca su teléfono móvil y empieza a marcar antes de darme la oportunidad de hacerle más preguntas. Oigo como lo invita —su voz segura y profunda y coqueta— y me pregunto si alguna vez se ha sentido tímida o insegura. Es difícil imaginarlo.

—Llegará enseguida. —Se levanta y se despereza, se frota el vientre, satisfecha—. Ha sido una buena idea, Katie. Una cena impresionante, buena compañía y más diversión a punto de llegar.

—Katherine —digo—. No es Katie. Es Katherine.

Alice ladea la cabeza, me mira con curiosidad.

—Pues tienes más pinta de Katie. En serio. No siempre te has llamado Katherine, ¿verdad? ¿Cuando eras pequeña? Katherine es un nombre demasiado adulto para una niña pequeña. Y Katie es bonito. Divertido. Te pega mucho.

—No —digo—. Me llamo Katherine. Sólo Katherine.

Intento mantener la voz clara y amable, pero se convierte en un sonido duro, en una reacción exagerada. Me siento como una de esas personas tensas, estiradas. Antes no me importaba cómo me llamara la gente —Kat, Katie, Kathy, Kate, me gustaban todos—, pero ahora ya no puedo soportar ninguna de esas versiones cortas de mi nombre. Aquella niña abreviada y despreocupada ya no existe. Ahora soy Katherine Patterson, de pies a cabeza.

Una pequeña arruga cruza la frente de Alice, y me mira fijamente, casi con frialdad, pero en un instante la cara se le dulcifica, se encoge de hombros, sonríe y asiente con la cabeza.

—Claro. Katherine es más elegante. Como aquella actriz de las de antes, cómo se llama, ya sabes, hizo una película… Katherine Hepburn. Y parece que un nombre largo te da más aire de misterio.

—¿Aire de misterio? —Resoplo, contenta de tener una excusa para reírme y acabar con esa situación incómoda—. No lo creo.

—Que sí, de verdad. —Alice se inclina hacia delante—. En la escuela todo el mundo se pregunta quién eres. Tan guapa y tan lista. Tan callada y solitaria, pero no porque seas tímida o miedosa o algo así. Es como si sencillamente no quisieras estar con los demás. Como si tú… bueno… no sé, como si tuvieras un oscuro secreto y no quisieras hacerte amiga de nadie por si lo descubren. Los tienes a todos intrigados e intimidados. Algunos hasta creen que eres una esnob.

—¿Una esnob? ¿De verdad? Bueno, pues se equivocan. No lo soy.

Me levanto, empiezo a recoger la mesa y evito la mirada de Alice. La conversación empieza a incomodarme, se acerca demasiado a la verdad. Tengo un secreto. Un gran secreto oscuro, como ha dicho Alice. Y aunque no soy una esnob, es verdad que no quiero participar en nada y evito hacer amigos, precisamente por esa razón. Es evidente que no he sido tan discreta como esperaba.

Pero Alice se ríe.

—Eh, no te enfades. Venga. Sólo estoy bromeando. Es genial ser misteriosa. Me gusta. Eres distante. Y probablemente estoy celosa. Me gustaría ser un poco más misteriosa de lo que soy. —Se pone la mano en el pecho y cierra los ojos—. Una mujer misteriosa con un trágico pasado.

Me sorprende lo cerca que ha estado Alice de acertar. Me siento expuesta e incómoda, y tengo que luchar contra el impulso de echar a correr y huir de allí para mantener a salvo mi secreto. Tengo miedo de que Alice siga con esta conversación, de que me interrogue hasta saberlo todo, pero en cambio se encoge de hombros, echa un vistazo a la habitación y menea la cabeza.

—Dios, este piso es impresionante. Tenemos que organizar una fiesta ya. —Se levanta y me quita los platos de las manos—. Tú has cocinado. Yo limpio. Siéntate y tómate otro… —mira mi vaso y mueve la cabeza con desaprobación— traguito minúsculo de tu bebida.

Alice llena el fregadero de agua caliente y jabón para los platos, empieza a lavar, luego vuelve a la mesa a charlar un rato más, me cuenta otra historia. Alguien llama a la puerta.

—¡Es Robbie!

Alice aplaude contenta y corre por el pasillo.

Oigo que saluda a alguien, ríe y grita. Escucho el murmullo grave de la respuesta. Y un instante después ya está en la cocina.

Es alto, y rubio, y muy guapo y atlético, pero de esa manera sana. Me sonríe y me tiende la mano.

—Katherine. Hola, soy Robbie.

—Hola.

Me da un apretón de manos firme, cálido, seco. Sonríe abiertamente, de una manera encantadora, y por primera vez en lo que me parece un siglo siento el tirón leve pero inconfundible de la atracción. Noto que me sonrojo. Me vuelvo y me pongo con los platos, la mayoría de los cuales siguen apilados de cualquier manera al lado del fregadero.

—Yo acabaré esto. Sólo tardaré un minuto.

—No. No. —Alice me agarra por los hombros y tira de mí—. Yo lo haré después. Te lo prometo. Ahora vamos a divertirnos un poco. Ha quedado un montón de curry y Alice le insiste a Robbie para que pruebe un poco.

—¿Así está bien?

Alice me mira con expresión de disculpa mientras le sirve un enorme plato repleto.

—Está bien. De verdad —digo, y lo digo en serio. He hecho demasiado. Como para seis.

Alice le pregunta a Robbie si quiere una copa, pero él niega con la cabeza, dice algo de un entrenamiento de fútbol y en cambio se pone un vaso de agua. Mira como Alice se sirve otra bebida.

—¿Whisky? —pregunta él—. Un poco fuerte, ¿no?

—Sí. —Le guiña el ojo coqueta—. Fuerte. Como yo.

Los tres salimos a la terraza y Robbie empieza a comer con muchas ganas. Al principio he sido un poco tímida, pero él es tan amable y ha sido tan majo al decirme lo buena que estaba la comida, y su conversación es tan divertida, que no tardo mucho en sentirme cómoda. Robbie tiene veinte años y trabaja de camarero en un restaurante exclusivo, y en un abrir y cerrar de ojos me estoy riendo de las historias que cuenta sobre los clientes detestables con los que tiene que vérselas.

Cuando ya hace demasiado frío pasamos adentro y nos sentamos en el suelo de la sala de estar. A Alice se le ha subido el whisky a la cabeza. Tiene las mejillas sonrosadas y los ojos sanguinolentos, la voz confusa, y habla demasiado alto, interrumpe a Robbie continuamente e intenta acabar las historias por él. A él parece no importarle, sonríe con indulgencia cuando ella lo interrumpe y la deja hablar.

Me doy cuenta de que está enamorado de ella. El modo en que la mira, el hecho de que estuviera dispuesto a venir enseguida y tan tarde un sábado por la noche. Está completamente enamorado de ella.

Alice se levanta y va hasta la estantería a echarle un vistazo a la colección de cedes de Vivien.

—¡Dios mío! —dice—. Tendría que haberme traído el iPod. Todo esto es tan antiguo. ¡Es de los ochenta! —Pero coge un álbum de Prince y lo mete en el reproductor—. A mi madre le encanta esta canción —dice—. La baila siempre. Tendrías que verla bailar, Katherine. Es increíble. Parece una estrella de cine. Está arrebatadoramente guapa cuando baila. —Y sube el volumen y empieza a mover las caderas, seductora.

Alice sonríe, ha cerrado los ojos, y yo no puedo dejar de pensar en esas inesperadas palabras de admiración hacia su madre. Las pocas veces que la he oído hablar de sus padres en el pasado ha sido con desdén y desprecio, casi como si los odiara.

Robbie y yo nos quedamos sentados, miramos a Alice mientras baila. Lo hace muy bien, es fascinante, sexy, y Robbie la mira fijamente, sonríe. Parece embrujado por ella y pienso en lo bonito que sería que alguien me quisiera así, en lo excitante que sería tener a alguien interesado en mí de una forma tan romántica. Y por primera vez desde que murió Rachel, desde Will, me permito el lujo de imaginar el día en que alguien como Robbie me quiera. Alguien guapo y amable e inteligente. Alguien que me ame a pesar de lo que soy y de lo que he hecho.