Al día siguiente Mick recibe un paquete. Llega cuando está ensayando con la banda, y cuando vuelve a casa por la noche se lo enseño. No lo abre inmediatamente, como a mí me hubiera gustado, sólo lo mira con desinterés y lo deja encima de la mesita de café.
—Deberías abrirlo —digo, y lo cojo—. Puede ser algo interesante. Un regalo de cumpleaños o algo así.
—Lo dudo. Falta una eternidad para mi cumpleaños.
—Oh, venga. No entiendo cómo puedes soportar no saber qué hay dentro. Date prisa, he estado esperando todo el día. —Le pongo el paquete en las manos—. Ábrelo.
Mick se encoge de hombros, le da vueltas. Está envuelto en papel marrón claro, no lleva remitente.
—Será algo muy aburrido, seguro. Algún folleto de hacienda o algo así. A menos que… —dice, y de repente se ríe—, a menos que me lo hayas enviado tú. ¿Has sido tú?, ¿eh? Por eso estabas esperando, por eso estás tan impaciente.
—No —le aseguro—. No he sido yo, te lo prometo.
Está claro que no me cree. Niega con la cabeza y sigue sonriendo mientras abre el paquete. Dentro hay una especie de libro o de álbum de fotos. Hay una foto en blanco y negro en la tapa y algo escrito. Mick lo mantiene lejos de mí.
—«¿Sabes realmente con quién estás?» —lee en voz alta, y sigue sonriendo, pero ahora siente curiosidad.
Vuelve las páginas, lo mantiene tan lejos que no puedo ver lo que hay dentro.
—Mick —me río—. Yo no te lo he enviado. No he sido yo. No sé quién… —pero me callo cuando veo su expresión. La sonrisa desaparece, frunce el ceño, se ha puesto pálido—. ¿Qué pasa? —pregunto—. ¿Mick? ¿Qué es? ¿Qué?
—Dios mío —dice. Y de repente sé quién lo ha enviado.
Alice.
—Déjame verlo —le pido alargando la mano—. Quiero verlo.
—No. No necesitas ver esto. No. Por favor. No.
—No seas estúpido, Mick. Déjame verlo de una vez. —La voz me sale más aguda de lo que pretendía—. Lo siento —digo—. Por favor. Déjame verlo. No me ayuda que me lo escondas.
Me lo da, reticente.
—Katherine —dice, y niega con la cabeza en señal de desaprobación—. Esto es una basura. Está loca. No dejes que…
—Vale —lo calmo—. Vale, ya lo sé. Ya me sé todo eso.
En la tapa hay una vieja foto de periódico. Es una fotografía de Rachel y de mí, un retrato de familia que llegó a manos de la prensa de alguna manera, después de la muerte de Rachel. Estamos en la playa, de pie una al lado de la otra, con unas sonrisas enormes, el pelo mojado al viento. Cada una le pasa el brazo por el hombro a la otra. Se nos ve tan felices, tan inocentes…
La fotografía está rasgada por el medio de un modo deliberadamente irregular y pegada en la tapa del álbum. Encima de la imagen, hay letras, una mezcla de diferentes tamaños, mayúsculas y minúsculas, recortadas de un periódico y pegadas juntas para formar la frase: «¿SaBeS rEaLmeNte con qUién eStáS?».
La siguiente página está llena de una selección de extractos periodísticos de la época de cuando asesinaron a Rachel. Y aunque todos son evidentemente de artículos diferentes, Alice los ha pegado juntos para formar una columna larga y desordenada. También ha montado su propio titular inquietante.
¿sE hA conDEnAdo A LAS pErSoNas eQuIVocAdAs?
¿EL cUlpAble SIgUe EN liberTAD?
Pero ¿de quién es la verdadera responsabilidad aquí? Seguramente, en estos tiempos llamados ilustrados, no podemos esperar que un grupo de jóvenes de escasos recursos y poca educación carguen con toda la responsabilidad por un crimen que pone de relieve todas las carencias que hay dentro de la típica idea desafortunada del individuo del siglo XXI, de lo que constituye el derecho necesario de atención hacia los más jóvenes.
Grant Frazer es un joven del que abusaron de pequeño. Era golpeado y maltratado por su padre alcohólico regularmente, y su madre adicta a las drogas le negó su amor. No es de extrañar que creciera sin conciencia social.
Las hermanas Boydell disfrutaban de una vida de ricas privilegiadas. Tienen una casa enorme, decorada con elegancia, su jardín es un país de las hadas, con patios privados, campo de tenis y piscina.
Una educación cara no impidió que Katie Boydell se llevara a su hermana de catorce años de edad a una fiesta ilegal y no supervisada y le permitiera beber hasta caerse debajo de la mesa.
¿Quién es realmente responsable aquí? ¿De quién es la culpa en realidad?
Y después de tanto tiempo me sorprende darme cuenta de que todas esas palabras aún tienen el poder de hacer daño. Todavía siento el enorme deseo de ponerme a protestar a gritos, de defenderme, de explicarme y justificarme.
Las siguientes páginas están llenas de fotos y artículos de diferentes periódicos; los ha recortado y pegado al azar por todas las páginas y no parece haber un orden preciso en la colocación. Son las grandes letras pegadas en la parte superior de las imágenes y de las fotos lo que resulta más impresionante: «COBARDE, ASESINA, RIVALIDAD ENTRE HERMANAS, TRAICIÓN, IRRESPONSABILIDAD, CELOS».
En la penúltima página hay una fotografía de mí en color.
Es una foto real, y muy reciente, la única que no ha sacado de un periódico. Tengo la cabeza inclinada hacia atrás porque me estoy riendo. Parezco estar en un éxtasis de felicidad.
«KatHeriNE PatTerSon AhoRA. lA ViDA siN Su herManA», se lee en las letras de imprenta que ha pegado encima.
La última página dice simplemente: «kAtherlnE paTteRsOn / KAtiE bOydeLL — ¿víCtlmA o aSEsInA?».
—Al diablo con esto. —Mick me quita el álbum de las manos, lo cierra de golpe y lo lanza al otro lado de la habitación con tanta violencia que se estampa contra la pared y cae al suelo—. Deja de mirarlo. Es enfermizo.
No digo nada. No puedo hablar. Noto la bilis en la garganta. Me doy la vuelta y me voy a la cama, me tumbo en mi lado, me acurruco en posición fetal.
Mick me sigue y se sienta a mi lado. Me pone la mano en el hombro.
—Quizá deberíamos contárselo a la policía —sugiere, amable—. Alice ha llegado demasiado lejos. Esto es alguna clase de acoso.
—No.
—Pero tenemos que hacer que pare.
—No quiero mezclar a la policía. Tengo miedo de que todo vuelva otra vez, de que el pasado salga a relucir como un cadáver maloliente: la policía inútil y torpe, la prensa como buitres desgarrando la carne podrida. La policía no hará nada. No pueden.
Se tumba a mi lado y me echa el brazo por encima. Al final nos dormimos, abrazados el uno al otro. Cuando me levanto por la mañana, el álbum no está.