32

—Está muy bien —apruebo. Miro una vez más la sala de estar iluminada por el sol—. Un poco pequeño, pero es muy bonito y soleado. A Mick le gustará, ¿no crees?

El piso es pequeño pero luminoso. El suelo es de madera, las paredes, blancas. Hay un dormitorio pequeño con una sala aún más pequeña comunicada por una puerta, anunciada como estudio, que es perfecta para un bebé. Hay una sala de estar con la cocina más pequeña que he visto en mi vida, empotrada en una pared. En realidad es poco más que un fregadero, un horno y un armario. Pero es un lugar limpio y alegre. Philippa está a mi lado, me echa el brazo por los hombros.

—Le encantará —dice—. Porque tú estarás aquí con él.

—¿No crees que es demasiado pequeño?

—Es muy acogedor.

—¿Estaremos bien aquí? ¿Mick, yo y el bebé?

—Claro que sí. ¿Cuántas habitaciones necesita un bebé?

—¿Debería hacer una solicitud?

—Por supuesto. Y pregúntales si puedes venir a verlo mañana otra vez. Con Mick, aunque estoy segura de que le encantará, no te preocupes. —Y se pasea por la habitación pequeña, sonriendo—. Ya os estoy viendo. Tu pequeña familia. Será fantástico. Como un cuento de hadas. Viviréis felices para siempre. Una princesa en su castillo.

—En su castillito. Un castillo como una caja de zapatos.

Me río, pero me gusta la imagen que ve Philippa de mi futuro. Me gusta que sea optimista y que crea que voy a ser feliz. Relleno la solicitud y se la doy al agente inmobiliario, y luego Philippa y yo bajamos la escalera comunal hacia a la calle.

—Vamos a comer algo —propone ella—. ¿Tienes hambre?

—Sí. Ahora siempre tengo hambre. Lo que pasa es que la mayoría de las cosas que me gustaban ahora me hacen vomitar.

Y cuando Philippa y yo decidimos qué podríamos comer veo a Alice.

Está al otro lado de la calle, pero no puedo esconderme, o tratar de meterme en la primera tienda sin que me vea, porque en realidad ya nos ha visto. Está quieta, nos mira con una extraña sonrisa en la cara. El corazón se me desboca. Esto no es una coincidencia. Me está siguiendo.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Philippa se vuelve hacia donde miro—. Joder. Alice.

Alice levanta los brazos.

—¡Katherine! ¡Espera! ¡Espera un minuto!

Y antes de que tengamos la oportunidad de irnos ya ha cruzado la calle y camina rápidamente hacia nosotras.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te fue con el test? ¿Salió lo que te esperabas? —me habla a mí, evita mirar a Philippa.

Y sé que debería echar a andar, irme, pero me quedo allí, paralizada.

—Apuesto a que Helen está feliz de convertirse en abuela. —Cruza los brazos sobre el pecho y me mira con malicia—. Oh, pero seguro que aún no se lo has dicho, ¿no? ¿Eh? Te gustan tus sucios secretitos, ¿verdad, Katherine? ¿Eh, santurrona? —continúa—. Ah, por cierto, yo estoy bien, gracias, fantástica, gracias por preocuparte. —Me enseña una sonrisa antinatural, un gesto artificial de los labios, y después frunce el ceño de repente—. Pero tengo que admitir que estoy un poco decepcionada, ya sabes, molesta con alguien que creía que era mi amiga.

—Tenemos prisa, Alice —dice Philippa—. Tenemos que irnos.

Alice la ignora.

—Pero no debería sorprenderme en absoluto. Sabiendo lo que sé, ¿no? Las personas no cambian. Una cobarde es una cobarde. ¿No estás de acuerdo, Katherine? —Y se ríe con desprecio, inclina la cabeza hacia atrás. Pero se calla de repente y se me acerca mucho—. Pero tú eres algo más que una simple cobarde, ¿verdad, Katherine? Tú echaste a correr y dejaste que asesinaran a tu hermana. Y, ahora que lo pienso, la mataron porque te escapaste. ¿Has pensado en ello? Aquellos chicos probablemente os iban a violar a las dos. Seguro que enloquecieron cuando se dieron cuenta de que te habías escapado. Enloquecieron y mataron a la pobrecita Rachel. Así que eres algo más que una cobarde, Katherine, ¿verdad? Eres más bien una cómplice o algo así. Quiero decir, mataron a tu hermana por tu culpa, ¿no? Tú salvaste el pellejo. A expensas de Rachel. Tú sólo salvaste tu valioso pellejo.

—Cállate, Alice —la interrumpe Philippa en voz baja, fría, seria. Me agarra del brazo y me acerca a ella—. Calla de una vez la puta boca, zorra, o te daré tan fuerte que no despertarás en una semana.

Las palabras de Philippa, la inesperada agresión, me sorprenden tanto que me quedo allí de pie, mirando y con la boca abierta.

—Oh. Vale. —Alice mira a Philippa de arriba abajo, se burla. Pero ha perdido la confianza altiva que demostraba un momento antes, y ahora se le nota la inseguridad en la voz—. Así, ¿éste es el tipo de persona con la que quieres salir ahora, Katherine? ¿Escoria? Bueno, queda claro. Después de todo, Dios los cría y ellos se juntan.

Philippa me pasa el brazo por los hombros y me empuja levemente; le damos la espalda a Alice. Caminamos deprisa en dirección opuesta.

—Adiós, señoritas —grita Alice detrás de nosotras con una voz fingida—. Ha sido un placer encontraros. Nos vemos pronto, espero.

—No puedo creer que le hayas dicho eso —digo, tanto por lo despreciable que ha sido Alice como por una especie de alegre sorpresa por la inesperada valentía de Philippa.

—Lo sé. No he podido evitarlo, me sulfura. —Suspira—. Mi madre estaría avergonzada.

—Creo que ha sido maravilloso. Ha sido como si la reina Elizabeth o alguien así de repente amenazara a alguien con golpearle. Ha sido genial.

Philippa se vuelve para mirar hacia atrás.

—Ya podemos ir más despacio. Se ha ido en dirección opuesta. Alice es escalofriante, Katherine. Es una psicópata, de verdad. Da un poco de miedo.

—Lo sé. ¿Crees que me está siguiendo? Aparece cuando menos me la espero. No puede ser una coincidencia.

—Puede que sí. Supongo que no soporta que ya no quieras ser su amiga. No lo acepta. Se siente herida, probablemente le has herido el ego. —Philippa se detiene, vuelve la cara hacia mí—. Pero no te has tomado a pecho lo que ha dicho, ¿verdad? Todas esas cosas horribles sobre lo de Rachel. Sabes que todo lo que ha dicho es una patraña, ¿verdad?

—Es difícil no hacerle caso —confieso. Miro al suelo, hablo en voz baja—. Porque tiene razón. Abandoné a Rachel allí. Me fui corriendo. Y es algo que hasta la defensa contó en el juicio. Dijeron que aquellos chicos nunca habían tenido la intención de matar a nadie. Que lo hicieron porque enloquecieron. Les entró pánico cuando desaparecí.

—¿Y qué? Claro que dijeron cosas como ésa. No iban a admitir que ya habían planeado matar a Rachel. Esa era la única oportunidad que tenía la defensa. No importaba si era o no verdad.

Me vuelvo y veo a Alice caminando en dirección opuesta.

—Pero ¿cómo ha podido saber eso ella? ¿Cómo es posible que siempre sea capaz de decirme las cosas más hirientes? ¿Cómo alguien tan obsesionada consigo misma tiene tan buen ojo?

—Porque está completamente podrida por dentro. Y es experta en hacer daño. Sabe meter el dedo en la llaga de la peor manera posible. Y, además, probablemente habrá leído los periódicos de entonces o algo así. Habrá investigado. Habrá buscado el mejor modo de hacerte el mayor daño posible. No me sorprendería nada.

—Sí. Quizá sí. Pero eso no cambia el hecho de que pueda tener razón. Yo huí. —La miro a los ojos—. Yo huí, Philippa.

—Claro que huiste. —Mira hacia atrás—. ¿Qué otra cosa podías hacer?

—Podría haber cuidado de ella mejor. Podría haber evitado que se emborrachara hasta caerse. Podría haberlo hecho bien y llevarla a casa en vez de a la fiesta.

—Podías. Pero no lo hiciste. Y…

—Exacto. No lo hice —la interrumpo—. Pero debería haberlo hecho. Debería haber hecho un montón de cosas. ¿Y sabes qué? Hay más. Algo que nunca he admitido ante nadie.

—¿El qué?

—Aquella noche yo estaba muy cabreada con Rachel. No quería que viniera a la fiesta. No la quería allí. Estaba furiosa. Yo quería estar con mis amigos, y a ella ni siquiera le gustaban las fiestas. —Y de pronto me echo a llorar inesperada, ruidosamente—. ¡Ella ni siquiera tendría que haber estado allí!

Philippa me coge del brazo y me lleva por la calle hasta un parquecito. Nos sentamos en un banco, una al lado de la otra. Me tapo la cara con las manos y lloro. Philippa me rodea los hombros con el brazo y espera.

—Lo siento —me disculpo cuando me calmo lo suficiente como para poder hablar—. Últimamente siempre lloro. Es patético.

—No digas eso. Llorar no es patético.

—No. Probablemente no —digo—. Es que está presente a todas horas. Todo lo que me pasó con Rachel. ¿Se supone que me voy a sentir mal para siempre? ¿Durante toda mi vida? ¿Es mi castigo por estar viva?

—Claro que no —niega con la cabeza—. Pero ¿qué es lo que hace que te sientas mal? Quizá deberías decírmelo. Explicármelo. En fin, ya lo sé, pero en general, por supuesto; quizá podrías ser más específica. Quizá deberías tratar de expresarlo con palabras, sacártelo de dentro o algo así.

Y a pesar de que dudo mucho que hablar sirva de algo, tengo la repentina urgencia de escupirlo todo fuera, de confesar mis pensamientos más oscuros.

—Yo estaba muy enfadada porque Rachel venía a la fiesta —digo—. Antes, a ella no le interesaban las fiestas, no iba a ninguna. No iba ni que le pagaras por ello. Pero fue como si de repente cambiara. Poco a poco se fue haciendo más sociable. Se abrió. Y no me gustó. Ella era la chica tímida. La niña buena. El genio. Yo era la chica de las fiestas, no ella. Yo era la popular… Sentía como si ella fuera a apartarme de todo aquello. Ella tenía tanto talento, era tan perfecta… Si empezaba a ser sociable lo tendría… No sé. Entonces lo tendría todo. Todo el mundo la querría aún más. Y yo me volvería invisible —hablo en voz baja, estoy completamente avergonzada—. La odiaba por eso.

Philippa guarda silencio durante un minuto, piensa, y yo me pregunto si mi confesión la ha indignado.

—Cuando Mick era pequeño era absoluta y totalmente inútil en la escuela —dice por fin—. Iba retrasado en todo: Lectura, Matemáticas, todo. Tenía que hacer un montón de clases de repaso y todo eso para no repetir curso. Yo era la cerebrito y fingía que sentía pena por él. Pero en realidad me encantaba. Me encantaba ser mucho más inteligente que él, porque él era mejor en todo lo demás. Era bueno en los deportes y era divertido y guapo y tenía muchos amigos. Y yo era aquella idiota llena de pecas y con el pelo horrible y pelirrojo que pasaba totalmente desapercibida, cosa que era completamente injusta, pero eh… —Baja los ojos, me mira la barriga—. Tu bebé lleva sus genes así que deberás tener cuidado. Pero volviendo a lo que decía, cuando a Mick le faltaba un año para acabar el instituto empezó a cambiar de repente. Se lo tomó en serio y estudió mucho. Y se convirtió en el primero de la clase en casi todas las asignaturas. —Menea la cabeza—. Estaba tan cabreada. Tan ridículamente celosa… Y yo ni siquiera estaba ya en el instituto. Pero no podía soportarlo. Aunque tengo que decirte algo. —Y ahora sonríe—. Él nunca fue delegado de curso, y yo sí.

Me río.

—La cosa es que ahora, sin embargo —continúa—, estoy muy contenta de que sea inteligente. Odiaría que no le gustaran los libros, y leer, y pensar. Sería una mierda que fuera un imbécil. No tendríamos nada en común. Sería una desgracia.

—Una desgracia terrible.

—¿Te das cuenta? Con tanta divagación sin sentido he hecho que veas las cosas mejor, ¿no? Probablemente no vuelvas a llorar nunca más. —Philippa se acerca más a mí, ahora habla más en serio—. Así que no eras la hermana perfecta. ¿Y qué? Tú no mataste a nadie. Lo que pasó no fue culpa tuya. Hiciste lo que cualquiera con dos dedos de frente habría hecho en tu situación. Escucha, ¿cómo crees que se sentirían tu madre y tu padre si os hubieran matado a las dos? ¿Con sus dos hijas muertas? ¿Habría sido mejor? Porque eso es lo que habría pasado si no te hubieras escapado, si hubieras elegido enfrentarte a ellos. Sólo habrías empeorado las cosas.

—Quizá sí —le digo—. Quizá no. Nunca lo sabremos, ¿verdad? Pero yo fui la que la llevó a la fiesta. Y tal vez si me hubiera quedado donde estaba, en aquel almacén, ellos habrían violado a Rachel y luego la habrían dejado. Puede que si yo no hubiera huido, no la hubieran matado. Quizás aún estaría viva.

—Pero si quieres creer eso, si quieres culparte por escapar o por llevar a Rachel a la fiesta, entonces, ¿qué pasa con tus padres? Ellos deben de culparse por no haber estado en casa. Tienen que culparse por dejarte a ti a cargo de tu hermana. ¿Y qué hay de aquel chico, tu novio, el que te dejó sola en el coche con aquellos tipos? Él también tiene que culparse. La culpa se extiende con rapidez… como el veneno. Y, sí, puede que todos los que estuvieron implicados sientan cierto pesar, se pregunten si las cosas podrían haber sido diferentes si hubieran hecho esto o aquello. Pero una decisión equivocada no te convierte en una asesina. Eras una niña de quince años y fuiste a una fiesta. Rompiste una regla. ¿Y qué? Hiciste lo que hubiera hecho cualquier chica de quince años. No podías saber qué pasaría. Tienes que dejar de pensar así. Es de locos. Los únicos responsables de la muerte de Rachel son quienes la mataron. Tú fuiste una víctima, Katherine. Tú y Rachel, y tus padres, fuisteis las víctimas. Te viste en una situación terrible e inesperada e hiciste lo que creíste mejor en aquel momento.

Asiento con la cabeza y sonrío y dejo que Philippa crea que me ha hecho sentir mejor, que me ha dicho algo que no había oído antes. El problema de las palabras es que a pesar de que en teoría tengan mucho significado no pueden cambiar lo que sientes en tu interior. Y lo que estoy empezando a comprender es que todo esto no tiene un final real, no hay una absolución. La muerte de Rachel y mi propia parte en ella es algo con lo que tendré que vivir para siempre. Lo mejor que puedo esperar es aprender a perdonarme a mí misma por no ser la hermana perfecta.