Esa misma noche más tarde, Mick, Philippa y yo pedimos una pizza para cenar. En cuanto nos sentamos a la mesa a comer, Philippa me pregunta si he visto a Alice últimamente.
—No. Pero he hablado con ella esta tarde.
—¿Y?
Se lo explico a los dos mientras comemos, les explico lo que les hizo a Robbie y a Greg, y les cuento la conversación por teléfono que hemos tenido esa tarde.
—¿Lo dices en serio? —Mick deja la porción de pizza que estaba a punto de comerse, se limpia las manos en los vaqueros—. Es obsceno. Increíble. ¿Qué clase de persona podría hacer algo así?
—Una enferma —dice Philippa—. Una desfasada, una persona muy infeliz.
—¿Y qué pasa con Robbie? ¿Por qué estaba con ella? ¿También está loco?
—No del todo —apunta Philippa.
—Robbie es un encanto —digo—. Una de las personas más buenas que puedas conocer. Un caballero de verdad. Un gran amigo.
—Entonces, por qué…
—Porque está enamorado de ella —lo interrumpo—. Y no entenderías lo encantadora que puede llegar a ser ella hasta que la conoces de verdad. —Hablo con intención, quiero que Mick lo comprenda, que no crea que soy tonta o que juzgue a Robbie equivocadamente—. Yo me puse muy contenta cuando se convirtió en mi amiga. Me sentí halagada, quiero decir; es muy divertida, todo el mundo quiere estar con ella. Podría ser amiga de quien quisiera. Y desde que murió Rachel yo había estado sola durante demasiado tiempo. Me sentía muy sola, supongo. Alice fue como un soplo de aire fresco. Era divertida. Estar con ella era increíble.
Mick y Philippa me miran con compasión y me doy cuenta, demasiado tarde, de que me he ido por las ramas. Que he empezado a justificar mi propia amistad con Alice en vez de la de Robbie. Pero es todo lo mismo, en realidad. Yo, Robbie: los dos estábamos hechizados.
—¿Por qué no me lo contaste? —Mick parece herido—. Cuando te diste cuenta de todo esto, ¿por qué no me dijiste nada?
—No lo sé. —Me encojo de hombros—. Sencillamente no quería pensar en ello. Tú y yo estábamos tan felices… No quería estropearlo.
—No podía estropearse nada. Ni siquiera la conozco.
Mick frunce el ceño. Parece molesto, ofendido por habérselo ocultado, y estoy a punto de explicarme cuando interviene Philippa.
—No seas tan susceptible. —Le da un codazo suave, juguetona—. Te lo está explicando ahora, ¿no? Y tienes razón, no conoces a Alice, así que cállate. —Pero entonces me mira y pone voz de estar enfadada pero de broma, imitando a Mick—. Pero sé quién es. ¿Por qué no me lo dijiste? No es nada justo. Estoy total y permanentemente ofendido. Me negaste la oportunidad de decirte «ya te lo dije».
—Te la negué, ¿verdad? —Le sonrío, y me dirijo a su hermana—: Pero, eh, todavía puedes decirlo. Tenías razón. Yo estaba equivocada.
—¿Razón sobre qué? —pregunta Mick confundido.
—Sobre Alice —responde—. La lista de tu hermanita me advirtió hace meses. Me dijo que Alice era un caso psiquiátrico.
—De todos modos, sé quién es —dice Mick—. Es aquella chica del hotel William, ¿verdad? ¿La del vestido corto?
—La guapa —confirma Philippa—. Sí. La del vestido corto que ningún hombre podía dejar de mirar.
—No es tan guapa. —Mick hace una mueca, niega con la cabeza y yo, infantilmente, me alegro—. Para mí no. Demasiado llamativa, demasiado creída. No es mi tipo en absoluto.
—Bueno. —Philippa le pone los ojos en blanco a Mick y se vuelve hacia mí—: Entonces supongo que le habrás dicho que ya no quieres jugar más. Espero que le hayas dicho que se largue y que te deje en paz para siempre.
—Sí, ya he hablado con ella —aseguro—. Bueno, lo he intentado. Es muy buena ignorando lo que no quiere oír.
—Pero por lo menos se lo has dicho —dice Philippa, y sonríe—. Por fin has recuperado el sentido común. Ves las cosas como yo. Tengo que admitir que estoy más que contenta. Ésa no se merece ser tu amiga. Y no quiero decir nada del pobre Robbie. Espero que no estés triste por él. No crees que la vayas a echar de menos, ¿verdad?
—No. —Me tapo los ojos con las manos—. Todo este drama… Ya no lo soportaba más. Ella es tan jodidamente agotadora. Sonará mal, pero estoy contenta de no tener que verla nunca más. No quiero saber nada de ella, no quiero verla, no quiero hablar con ella. He apagado el móvil y voy a tenerlo así durante un tiempo.
—Fue muy agresiva al teléfono, ¿verdad? —dice Mick—. Esa chica es peor que la peste.
—Sí. —Philippa asiente, coge otra porción de pizza—. La peste. Exacto. —Y después mira mi plato; casi no he tocado mi porción de pizza—. No estás comiendo. ¿No te gusta?
—Sí, me gusta —digo, pero hablar de Alice me ha hecho sentir rara, y la pizza no ayuda: tiene demasiado aceite, demasiadas especias—. Me siento fatal. Pensar en lo que Alice le hizo a Robbie me pone enferma. Tendríais que haber visto la cara de él. Fue una escena alucinante. —Aparto el plato—. Necesito un poco de agua.
—Voy por un vaso. —Mick se levanta de un salto y me mira con el ceño fruncido—. No dejes que esta tía te haga sentir mal. No vale la pena. Olvídala. No le debes nada.
Philippa mira a Mick mientras se dirige a la cocina. Y después se vuelve y me sonríe, susurra:
—Te quiere de verdad.
—Lo sé —digo, y le devuelvo la sonrisa, pero de repente me siento tan cansada y mareada que tengo que luchar contra la urgencia de tirarme sobre la cama y cerrar los ojos.
—Nunca ha estado así con una chica. Nunca. Normalmente se muestra bastante indiferente. Siempre bien educado, pero indiferente, por decirlo así. Y, si está bien decir algo así de mi propio hermano, era un rompecorazones. Siempre rodeado de chicas.
Estoy realmente fascinada por lo que me dice Philippa, no hay tema que ahora pudiera interesarme más, pero me cuesta mucho concentrarme.
—Seguro que sí —digo.
Puedo sentir la bilis que me sube por la garganta.
—¿Te encuentras bien? —pregunta Philippa—. Estás pálida como si hubieras visto a un fantasma.
—No.
Y de repente tengo que levantarme y dejar la mesa. Corro al baño y llego justo a tiempo para vomitar lo poco que me he comido de la pizza.