29

No le digo a Mick nada de Alice, no quiero contaminar el tiempo que paso con él pensando o hablando de ella, así que me espero hasta la tarde siguiente, cuando se va a tocar, para llamar a Robbie. Así no hay manera de que oiga la conversación. Greg responde al teléfono.

—Se ha ido, Katherine. —Parece cansado, derrotado.

—¿Se ha ido? ¿Adónde?

—A Europa. A Suiza. Ha cogido un avión esta tarde. Se ha ido a buscar trabajo. Algo relacionado con el esquí. Tenemos parientes allí.

—¿Y qué hay de la fiesta? —pregunto como una estúpida, como si una fiesta importara algo—. ¿Y qué pasa con su trabajo?

Greg se ríe.

—No habrá ninguna fiesta, cariño. Y estoy seguro de que el restaurante se las arreglará. Tienen mucho personal.

Greg me asegura que Robbie estará bien, que es fuerte, listo. Me sugiere que le dé un poco de tiempo para recuperarse, para superar toda esta humillación, y que le escriba por e-mail. Antes de colgar me dice que no me preocupe, que todo se arreglará.

Y aunque todavía estoy horrorizada por el comportamiento de Alice, y el recuerdo de la noche anterior me provoca un nudo en el estómago, no puedo evitar alegrarme de que Robbie haya visto la verdad por fin. Ahora no hay manera de que vuelva a aceptar a Alice. Y él está en Europa. A miles de kilómetros. Está a salvo. Libre.

Apago el móvil y decido dejarlo así por un tiempo para que Alice no tenga manera de dar conmigo. No quiero pensar en ella, y mucho menos hablar con ella. No quiero oír sus explicaciones, sus excusas.

Dejo el móvil apagado una semana y el tiempo pasa con una relativa felicidad; voy a los conciertos de Mick, duermo. Pero Alice está constantemente en el fondo de mi mente y por desagradable que sea, sé que al final tendré que hablar con ella. Sería fácil evitarla hasta que se cansara de intentar contactar conmigo, sería fácil no hablar con ella nunca más. Pero yo aún no he dicho lo que me toca, no he expresado mi enfado, no he defendido a Robbie. En todo caso, estoy segura de que ella tratará de contactar conmigo y que seguirá intentándolo hasta que lo consiga, y lo que yo quiero es terminar con todo esto de una vez.

Así que una tarde, cuando Mick ha salido a comprar cerveza, busco el móvil y lo enciendo.

No lo he tocado durante toda la semana pasada y no he comprobado las llamadas, así que cuando lo conecto hay catorce mensajes de voz y un montón de texto. No me molesto en escucharlos ni en leerlos. Estoy segura de que la mayoría son de Alice y que probablemente estará enfadada o molesta porque no me he puesto en contacto con ella. Pero ya no me importa lo que pueda decirme. Sólo quiero llamarla una última vez para decirle lo indignada que estoy. Marco su número deprisa, antes de que pierda los nervios.

Responde casi de inmediato.

—Es la misteriosa desaparecida. Por fin. ¿Sabes?, nunca habría pensado que eras una de esas chicas que pasa de su amiga en cuanto encuentra a un hombre. Pero nunca se sabe con las chicas calladas. —Se ríe—. Eso es lo que dicen, ¿no?

Pongo los ojos en blanco. Sólo Alice puede tener el valor de darle la vuelta a una situación como ésa, cuando ella es la culpable de todo el daño que se hace a sí misma.

—Lo siento, Alice. Pero he estado un poco enfadada. Contigo. No sabía qué decirte.

—¿Enfadada? —suena irritada, desdeñosa—. Por Dios. ¿Es por lo de Robbie y su padre? ¿Es por eso?

—Hablé con Greg aquella noche —digo—. Después de que te fueras.

—Claro. Supuse que lo harías.

—Sí, hablamos.

—Así que hablaste con él. Sí. Genial. Vale, ya ha quedado claro. ¿Y qué? ¿Qué quieres decir?

No sé si está siendo obtusa de forma deliberada, pero me encuentro un poco ridícula, de repente no estoy segura de mí misma.

—Lo que hiciste es algo increíblemente cruel, Alice.

—Por favor, Katherine, no tenía ni idea de que estaríais allí, ¿vale? Ni idea. Fue idea de Greg —dice. Su voz es impaciente, brusca, como si ya le aburriera el tema y le molestara tener que justificarse—. ¿Cómo iba a saber lo que había planeado Greg?

—No es por la cena, Alice. No seas ridícula. No puedo creer que pienses que eso es una especie de justificación. Tu relación con Greg es cruel. No sólo esa noche, no sólo por el hecho de que fueras sorprendida. No puedo creer que lo hicieras. No puedo creer que te hayas portado tan mal con Robbie, que ha sido tan bueno contigo.

Guarda silencio durante un momento. Suspira.

—Vale. Ya es suficiente. Ya entiendo tu punto de vista. ¿Me toca una reprimenda?

—No, en realidad, no, ya no hay razón para continuar, ¿verdad? Simplemente no te importa. Pero todo esto es horrible, Alice. Muy triste.

Alice se ríe. Es un sonido sucio, frío, carente de humor.

—No lo pillo —dice por fin—. Realmente no entiendo qué es lo que tengo que hacer contigo. ¿Por qué te molesta mi relación con Greg, o mi relación con Robbie, que para el caso es lo mismo?

Y por un momento me tiene atrapada, confundida, pienso si estaré exagerando, si debería meterme en mis propios asuntos. Pero no, pienso. No tolerar a una amiga una conducta tan atroz es algo muy razonable.

—Porque lo que hiciste fue deliberadamente cruel, Alice. Destructivo y terrible. Robbie está hundido. Se ha ido a Europa. ¿Lo sabías? Todo por tu culpa. Y tú has destrozado la relación de Robbie con su padre —continúo—. Robbie es uno de mis mejores amigos. Me sorprende que creas que no debería estar enfadada.

—Oh, cállate ya, déjame en paz. No, yo no he destrozado su relación. Lo han hecho ellos. Ninguno de ellos sabía nada de todo esto, así que en realidad no se han hecho nada el uno al otro. Y probablemente esto los acercará aún más en el futuro. Y a Robbie le sentará bien una temporada en Europa. Necesita ordenarse la cabeza. Ese chico tiene un montón de ira acumulada. Y es ridículamente posesivo. Y, además, los dos deberían alegrarse de haberse librado de mí, sobre todo si soy tan mala persona como parece que crees.

—Pase lo que pase entre Robbie y su padre, no cambia lo que hiciste. Estuvo mal, Alice, completamente mal. ¿Y por qué le dijiste a Greg que te llamabas Rachel? ¿Por qué ese nombre? Me cuesta mucho creer que sea una pura coincidencia.

—No me gusta tu tono de reprimenda. No eres mi madre, no eres mejor que yo, no necesito tu opinión. —De repente baja la voz, suena fría y seria, muy diferente de la especie de pereza e indiferencia con la que hablaba hasta hace un momento—. Te digo muy en serio que no quiero volver a hablar de esto nunca más, Katherine. Me aburre. Me aburre mucho. ¿Quieres que salgamos el viernes por la noche o no? Dímelo. Estoy organizando una cena en Giovanni’s.

—No —digo, y aunque estoy indignada y atónita por la falta de remordimientos que demuestra, por su descaro, la voz me sale sorprendentemente normal—. No, gracias.

—¿Y qué tal el sábado por la noche, entonces?

—No. Sí. Quiero decir, no, Alice, no quiero salir contigo. Estoy enfadada. Estoy asombrada. ¿No te das cuenta de lo serio que es todo esto? Estoy muy enfadada, indignada. Por favor, deja de invitarme a salir.

—¿Indignada? ¿Estás indignada?

—Así es, lo estoy, para serte sincera. Estoy indignada y avergonzada.

—Oh. —Se ríe—. ¿También estás avergonzada? ¿Te avergüenzas de mí?

—Me avergüenzo de ti, sí —digo en voz baja.

—¿No crees que ya tienes bastantes cosas por las que avergonzarte de ti misma, Katherine? —Y sé exactamente qué va a decir antes de que lo diga. Pero no cuelgo, me aprieto el teléfono contra la oreja y escucho, me obligo a escuchar las palabras—. Puede que yo haya hecho cosas malas, pero al menos no dejé sola a mi hermana para que la violaran. ¿He hecho yo algo así, eh? Al menos no soy la cobarde que salió corriendo y dejó que asesinaran a su hermanita.