28

—No puedes irte.

Mick me agarra de la mano, tira de mí hacia su cama.

Me siento en el colchón a su lado, me tumbo y lo beso en los labios, en las mejillas sin afeitar, en el cuello.

—Tengo que irme —digo—. Es el cumpleaños de Robbie. Le prometí que me lo llevaría a cenar por ahí. Y, además, tengo que volver a casa de Vivien a limpiar un poco. El piso está hecho un desastre. No puedo dejarlo así. Me matará.

—Pero está en Europa, ¿no? ¿Cómo lo va a saber?

—No lo va a saber. Pero yo sí, y eso me hace sentir mal.

—Pero ¿qué haré yo? —Se pone a hacer pucheros, en broma—. ¿Sin ti?

—Dormir. —Me río—. Necesitas dormir.

Ninguno de los dos hemos dormido mucho la noche anterior, y Mick tiene otro concierto por la noche, tarde.

—Pero no puedo. No sin ti.

—Claro que puedes. Antes dormías sin mí perfectamente. De hecho, la mayor parte de tu vida has dormido sin mí.

—¿De verdad? No puedo recordarlo. Además, eso era antes de conocer la diferencia.

Tira de mí hasta que me pone encima de él; el edredón hace de barrera entre nuestros cuerpos.

—Mick —digo—. Por favor. No sabes lo difícil que es tener que irme. Lo estás convirtiendo en imposible. Ya te veré más tarde en el concierto. Después de cenar. No tardaré.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

—Entonces vale.

—Vale.

Pero cuando le beso me atrapa con los brazos, me agarra tan fuerte que no puedo moverme.

—Lo que digo… es verdad. No sé lo que hacía antes. Antes de conocerte. No puedo recordar qué era lo que me importaba o lo que esperaba. Sea lo que fuere, se ha ido. Todo lo que me importa ahora eres tú. Es una locura, en realidad, y hasta un poco estúpido. Pero nunca había sentido esto por ninguna otra chica. Nada como esto.

Y el corazón se me hincha de alegría, de la emoción de oír que todos mis locos sentimientos son correspondidos. Hundo la cara en su cuello, escondo las lágrimas que me llenan los ojos de repente.

—A mí también me pasa —digo—. A mí también.

Vuelvo a casa y me pongo a limpiar el piso. Lo hago con rapidez, barro una habitación tras otra, retiro las cosas, quito el polvo y paso la aspiradora. Tardo unas cuantas horas y cuando acabo y compruebo los mensajes en el móvil, hay uno de Vivien que me dice que ya ha llegado a Roma y que se lo está pasando genial. También hay un mensaje de mi madre, sólo para saludarme, y otro de Robbie, que me pregunta si aún quiero ir a cenar con él.

Llamo primero a mis padres. Hablé muy poco con ellos la tarde que acabé los exámenes finales y, aunque me felicitaron, sé que querían saber más detalles, tener una conversación larga. Hablo con mamá primero y luego con papá, y tardo casi una hora en hacerles un resumen completo de los exámenes. Me preguntan cuándo será la próxima vez que vaya a verlos y yo les digo que pronto. No menciono a Mick.

Cuando acabo de hablar con mis padres, llamo a Robbie al móvil.

—Claro que quiero que salgamos —digo en cuanto responde—. Es mi regalo de cumpleaños, ¿te acuerdas?

—Vale. —Se ríe—. Genial. Pero probablemente seremos sólo tú y yo. No sé nada de Alice.

—Entonces te tendré para mí sola. Soy una chica con suerte.

No lo digo porque esté contenta de que ella no venga. Sino porque no soportaría ver a Robbie y Alice juntos cuando sé que ella se está viendo con otros. Eso me haría sentir cómplice de su engaño. Me sentiría cruel y deshonesta, y la situación sería totalmente humillante para Robbie. No estoy del todo segura de si quiero contarle lo de Alice o no. Solo sé que no quiero hacerlo esta noche. No en su cumpleaños.

—Y mi padre organiza una fiesta el sábado por la noche. ¿Queréis venir? ¿Tú y Mick?

—Claro. Pero llegaremos tarde. Mick tiene concierto. Pero será divertido. Así podréis conoceros.

—Fantástico —dice.

Pero no hay mucho entusiasmo en su voz. Suena vacía. Infeliz. Sólo puedo suponer que su tristeza tiene algo que ver con Alice, y me gustaría, una vez más, que se olvidara de ella, que se diera la oportunidad de conocer a otra chica.

Quedamos en el restaurante a las siete, y cuelgo. Elijo la ropa que me voy a poner —vaqueros, botas, camiseta rosa—, me voy al baño y me preparo un baño caliente. Me estoy un buen rato en el agua. Cierro los ojos y pienso en Mick y en la suerte que tenemos de gustarnos por igual, en la suerte que tenemos de que ninguno de los dos se parezca en nada a Alice.

Cuando llego al restaurante, Robbie ya está sentado a una mesa y casi se ha acabado la bebida. Está ocupado leyendo la carta y da un respingo cuando me siento frente a él.

—Hola —saludo—. Debes de haber llegado temprano.

—Sí. —Sonríe—. Tenía hambre. No podía esperar.

Hablamos un poco sobre lo que hemos hecho cada uno. Yo le hablo de Mick, y de mi nueva amiga Philippa, y de lo feliz que estoy. Él me sonríe y parece realmente contento, y dice que se alegra por mí y que me merezco lo mejor. Y está relajado y alegre y pienso que quizá lo de Alice vaya a estar bien después de todo, y que su nueva relación puede acabar siendo algo bueno. Al final, él tendrá que enfrentarse a la verdad.

Robbie pide la comida y, cuando llega, las raciones son mucho más grandes de lo que esperábamos. Es difícil llegar a ver el fondo del plato, nos esforzamos por seguir comiendo cuando ya estamos llenos, nos reímos tontamente cuando Robbie hincha las mejillas de aire.

—Esto es exagerado —dice frente a la cantidad de comida que aún queda en la mesa—. Aquí había para diez personas.

—Sí. —Cojo otro trozo de pollo con los dedos y me lo meto en la boca—. Dios, Robbie, estoy atiborrada pero no puedo parar. Tienen que llevarse todo esto antes de que explote. No creo que sea capaz de moverme durante una hora o más. No te importa quedarte aquí toda la noche, ¿verdad?

Y miro a Robbie, espero que se ría y que sigamos bromeando alegremente, pero está mirando más allá de mí, a algo o a alguien detrás de mí, y ya no hay ni una sola pizca de humor en sus ojos; de hecho, tiene la cara rígida, contraída en una extraña expresión de confusión y miedo.

Me vuelvo para mirar detrás de mí y no veo más que mesas llenas de caras que no me resultan familiares. Miro a Robbie.

—¿Qué pasa? —Me inclino hacia delante y pongo la mano encima de la suya—. ¿Robbie? ¿Qué te pasa?

Pero ni siquiera me ve. Retira la mano y se levanta. Empuja la silla con torpeza, se apoya con fuerza en la mesa como si fuera a coger impulso, entonces echa a andar hacia lo que sea que esté buscando.

—¿Robbie? ¿Qué estás…? ¡Robbie!

Me levanto y lo sigo. Me siento estúpida, estoy llamando la atención en un restaurante repleto de gente. No sé qué está pasando, es como si de repente Robbie no pudiera verme u oírme, y tengo miedo de que esté sufriendo algún tipo de crisis, algún tipo de colapso mental.

Pero entonces se detiene en la barra frente a un hombre. Y el hombre le sonríe, contento, y abre los brazos en señal de bienvenida. La expresión de Robbie sigue siendo fría, el cuerpo tenso, la actitud extrañamente agresiva.

—¿Qué coño estás haciendo? —dice Robbie agresivamente—. ¿Qué intentas hacerme? Di ¿Qué haces con ella? ¿Dónde está? ¿Adónde se ha ido?

El hombre abre mucho los ojos; está sorprendido.

—¿Dónde está quién, Robs? —pregunto—. ¿Qué te pasa? ¿De qué estás hablando?

—¡Acabo de veros juntos, papá! —grita Robbie, y miro de cerca al hombre y reconozco los ojos, la línea de la barbilla: es el padre de Robbie—. ¡Os estabais besando! Acabo de verla aquí. Contigo. ¡Coño, os acabo de ver juntos!

—Robbie. —Le pongo la mano en el brazo, trato de calmarlo—. ¿Qué…?

Pero me aparta bruscamente y se acerca mucho más a su padre.

—Te he visto con ella. Os he visto.

Y aunque grita, y su voz bulle de ira, está tan angustiado y tan agitado que le tiembla todo el cuerpo y está a punto de echarse a llorar.

Pero su padre mantiene el tipo y mira a Robbie amablemente.

—Chico, cálmate. Sólo ha ido al lavabo. Puedes conocerla en cuanto vuelva. Esto no tiene que ser un problema. Ya verás como ella te gusta.

Y entiendo lo que ha pasado. Robbie ha visto a su padre con una mujer, con su nueva novia, por primera vez. Su enfado es una especie de lealtad equivocada e inapropiada hacia su madre.

Robbie se ríe con amargura, un sonido antinatural e infeliz que emerge de lo más profundo de su garganta, y mira a su padre con desprecio.

—¿Conocerla? ¿Qué quieres decir con conocerla? ¿Es una especie de retorcido regalo de cumpleaños o algo así?

Le pongo a Robbie la mano en la espalda.

—Vamos, Robbie. No hagas esto. Por favor. ¿Por qué no volvemos a la mesa? Deja a tu padre solo.

Y el padre de Robbie me sonríe, agradecido.

Entonces la veo. Alice. Ha salido del lavabo y camina hacia nosotros. Camina rápido, con la cabeza gacha, una leve sonrisa en la cara, y por un breve momento feliz y equivocado me imagino que está allí por Robbie, que después de todo ha decidido venir para celebrar su cumpleaños. Por un momento hasta me alegro de verla, espero que su presencia distraiga a Robbie del enfrentamiento con su padre.

Pero entonces Robbie y su padre se vuelven a mirarla.

—Aja —dice el padre de Robbie con falso entusiasmo—. Ya está aquí Rachel. Te la presentaré.

«¿Rachel? —pienso—. ¿Rachel?» Y aunque apenas soy capaz de ordenar mis pensamientos o de comprender qué está pasando, el subconsciente parece unir todos los puntos por mí, y en un instante sé exactamente qué está pasando aquí, sé exactamente quién es la misteriosa novia del padre y sé exactamente qué es lo que acaba de ver Robbie.

Y en ese momento Alice levanta la mirada. Se detiene y mira a Robbie y a su padre. Deja de sonreír y por un breve instante parece impresionada, asustada, como si estuviera a punto de dar media vuelta y echar a correr. Pero duda sólo un segundo, y entonces se aparta el pelo de la cara, fuerza los labios en algo parecido a una sonrisa y sigue adelante.

El padre de Robbie coge a Alice por el brazo y la atrae a su lado. La cara de Alice es absolutamente inescrutable, y aunque parecía sorprendida cuando nos ha visto antes, ahora se muestra a gusto, hasta divertida, como si toda la situación fuera sólo un juego y nosotros los juguetes.

—Robs, ésta es Rachel. Rachel, éste es mi hijo, Robbie.

El padre de Robbie trata de comportarse como si todo fuera normal, pero me doy cuenta de que está muy confundido y molesto por la extraña conducta de Robbie. Está claro que no sabe quién es Alice en realidad.

Robbie no emite un solo sonido, y no da señal alguna de haber oído las palabras de su padre. Se limita a mirar a Alice. Su cara, transformada por la ira y el dolor, es casi irreconocible.

—Oh, vamos, Robbie —dice Alice—. No estés tan serio. ¿Dónde está tu sentido del humor?

El padre de Robbie mira a Alice, y luego a Robbie, y luego a Alice de nuevo. El tono íntimo de la voz de Alice lo ha confundido.

—¿Qué? ¿Vosotros ya…?

No tiene tiempo de acabar la respuesta. Robbie emite un sollozo terrible, ruidoso, se da la vuelta y echa a correr en dirección a la salida del restaurante.

—¡Robbie! ¡Espera!

Empiezo a seguirle, pero enseguida me doy cuenta de que corre demasiado rápido. Y me he dejado el bolso en la mesa, y ni siquiera hemos pagado la cena. Veo como se marcha, y de mala gana me vuelvo hacia Alice y el padre de Robbie. No quiero quedarme y enfrentarme a esta horrible situación. Prefiero ir por mi bolso, salir de allí e ir a casa de Mick. No quiero hablar con Alice. No quiero ver su cara ni oír su voz. No quiero oír cómo el padre de Robbie la llama Rachel.

El padre de Robbie parece sorprendido. Está pálido, tiene los ojos muy abiertos, llenos de lágrimas.

—¿Qué es lo que está pasando aquí? —pregunta mientras me acerco—. ¿Tienes alguna idea?

Me miro los pies, no digo nada.

—Lo siento. —Suspira, y puedo notar como le tiembla la voz—. He sido muy grosero. Ni siquiera me he presentado. Tú debes de ser Katherine. Robbie me ha hablado mucho de ti. Yo soy Greg. Y ésta es Rachel.

Greg y yo nos estrechamos las manos, pero me niego a mirar o a reconocer a Alice. Y cuando ella se pone a hablar miro hacia otro lado.

—Creo que debería irme —dice Alice.

—Qué idiota soy —se disculpa Greg—. Pensé que sería una buena manera de que os conocierais. Sabía que Robbie vendría aquí esta noche. No te lo dije. Y tampoco se lo dije a Robbie. Pensé que estaría bien que… No lo sé. Quería que nos encontráramos todos como por casualidad. No tenía ni idea de que reaccionaría así, normalmente es un buen chico, sólo que… Lo siento, Rachel, tendría que habértelo dicho.

—No. Por favor. No te disculpes —dice ella con una voz diferente de la de siempre.

Suena mayor, más comedida, y me sorprendo de lo buena que es fingiendo. Pero bajo la falsa naturalidad de esa voz también puedo notar la urgencia y la impaciencia. No ve el momento de irse. Ella ha creado este lío y ahora quiere dejarme aquí para que lo arregle yo. Y considero la posibilidad de escupir toda la verdad antes de que tenga la oportunidad de marcharse, obligarla a quedarse, a confesar y a enfrentarse a las consecuencias, y luego dejar que lo solucionen entre ellos. Pero no confío en que ella sea sincera o justa con Greg, y nada de esto es culpa suya. El también ha sido engañado, manipulado. Se merece una explicación.

—Me voy contigo —declara él.

—No, no —dice ella—. Prefiero irme, en serio. Quiero estar sola un rato.

Y yo miro hacia otro lado cuando se despiden el uno del otro. No soporto la idea de ver la ternura inocente de Greg hacia ella, su simpatía. Y oír que la llama Rachel hace que quiera ponerme a gritar.

Cuando ella ya se ha ido, convenzo a Greg de que me acompañe un momento a la mesa. Nos sentamos uno frente al otro. Estoy callada y me miro las manos. No sé cómo empezar, no sé cómo hay que empezar a romperle el corazón a alguien.

—No puedo creerlo —dice él rompiendo el silencio—. Justo cuando las cosas empezaban a ir tan bien. Probablemente ha sido una estupidez tratar de montar un encuentro así, pero Robbie no puede esperar en serio que yo nunca… —Deja de hablar y se vuelve a mirar con nostalgia la puerta por donde acaba de escapar Alice. Suspira—. Lo más probable es que no vuelva a ver a Rachel nunca más después de esta escena.

Lo miro.

—No se llama Rachel.

Y aunque los nervios casi pueden conmigo, lo digo con voz firme, con más seguridad de lo que me esperaba.

—¿Qué? —Se inclina hacia atrás en la silla, cruza los brazos en el pecho, se pone a la defensiva—. ¿Qué has dicho?

Y entonces le cuento todo lo que puedo, tan rápida y coherentemente como puedo. Al principio no me cree. Niega con la cabeza y dice: «Imposible». Pero al final deja de protestar y se queda callado, triste.

—Sabía algo de Alice, por supuesto —dice—. Pero no mucho. Robbie nunca nos presentó, está claro. Siempre he tenido la sensación de que era algo así como un simple ligue. Si nos hubiera presentado… Todo esto es culpa mía. Tendría que haberle insistido. Si yo hubiera puesto más interés… Pero creí que hacía lo correcto. Que estaba respetando su intimidad. —Se lleva las manos a la cabeza—. Esto no puede ser. ¿Cómo puede haber ocurrido una cosa así?

—No es culpa suya. No lo es. Es culpa de Alice. Ella lo ha montado todo.

—Pero ¿por qué? —dice—. ¿Por qué?

Me quedo en silencio. No tengo respuestas.

—Me dijo que tenía veintisiete años —se lamenta en voz baja, casi susurrando—. La creí. Parecía tan segura de sí misma, tan madura. No puedo creerlo… ¿Dieciocho? Dios mío. La creí, me lo creí todo. Empezaba a quererla —dice.