26

Tengo diez días libres para estudiar antes de que empiecen los exámenes finales, y después diez días de exámenes más antes de que me libre para siempre del instituto; y esos veinte días me parecerán los más largos de mi vida. Y no es pensar en los exámenes lo que encuentro tan desagradable, ni siquiera los exámenes en sí, sino mi autoimpuesta separación de Mick. No hay manera de que me concentre en los apuntes cuando estamos juntos, así que acordamos que lo mejor era no vernos. Sólo durante veinte días. En ese momento me pareció algo razonable. Fácil, incluso. Pero no verlo es más duro de lo que me esperaba, y lo echo tanto de menos que es casi como sentir un dolor físico.

Me acomodo en el escritorio de casa, tengo todos los libros y apuntes a mi alrededor. Vivien está a punto de hacer un viaje de negocios a Europa durante un mes. Pero ahora está en casa, lleva unas cuantas semanas sin viajar, algo excepcional en ella, y se ocupa de todas las tareas de la casa mientras yo estudio. Cocina platos deliciosos, comida sana, e insiste en hacer ella todas las tareas de limpieza, así que estoy libre para estudiar sin interrupción. Cada día paro a eso de las cinco y voy a dar un paseo para despejar la cabeza, luego cenamos y me voy a la habitación a empollar unas cuantas horas más.

Normalmente estoy demasiado cansada y con el cerebro en blanco para trabajar más allá de las nueve, y cuando ya me he duchado y me he puesto el pijama, me meto en la cama y llamo a Mick al móvil. Siempre estoy un poco nerviosa antes de llamarlo, tengo miedo de interrumpirle, de que esté enfadado o antipático, o que por alguna razón no esté contento de oírme. Pero siempre que llamo responde casi inmediatamente con mi nombre, Katherine, y siempre parece aliviado, feliz, como si hubiera estado esperando escuchar mi voz tanto como yo la suya.

Cada noche me pregunta en qué he estado trabajando, cómo me siento, si estoy preparada para los exámenes. Me cuenta lo que ha hecho ese día, cómo ha ido el ensayo con la banda. Si por la noche tiene concierto siempre suena un poco más optimista, distraído. Mis noches favoritas son las que también está solo en casa, en la cama, y hablamos durante una hora o más. Hasta que la voz se nos vuelve más lenta por el sueño y sus tiernas buenas noches son lo último que oigo antes de cerrar los ojos.

La tarde de mi último examen, Historia Antigua, está esperándome cuando salgo de la sala de exámenes. No me imaginaba que fuera a estar ahí y noto que me sonrojo a medida que me acerco a él. Me siento tonta con mi uniforme escolar, fea e infantil, y soy plenamente consciente de que algunos estudiantes nos miran. Pero Mick sonríe, me coge de la mano, tira de mí y me abraza. Y en brazos de Mick de pronto me da igual lo que piensen los demás. Ya no me importa mi aspecto. Me ama y eso es lo que importa. Vamos directos a casa de Mick, a su habitación, y cuando me envuelve entre sus brazos y me besa, me siento inundada por él. Perdida.

Unas cuantas horas más tarde, cuando ya ha oscurecido y me despierto de un sueño profundo, satisfecho, Mick me trae un bocadillo y una taza de té y me mira mientras como. Tengo hambre y como rápido, y cuando acabo Mick se tumba a mi lado y me hace el amor otra vez. Y cuando acabamos, tumbados el uno al lado del otro, cara a cara, me echo a llorar.

—¿Qué te pasa? —Mick frunce el ceño, apoya la cabeza en el codo—. ¿Qué te pasa?

—Que esto es demasiado bueno. Demasiado. Soy muy feliz. Me da miedo.

Se ríe, me besa.

—No seas boba. Tienes que permitirte ser feliz, Katherine.

—¿De verdad? No estoy segura, a veces creo que…

—No —niega con la cabeza y me besa de nuevo, así que no puedo hablar. Su voz es urgente, casi asustada—. Shhhh. No digas nada. No llames al mal tiempo. Eres feliz. Soy feliz. ¿Qué tiene de raro? La gente es feliz continuamente. Es normal. Es bueno. No pienses en cosas malas. Simplemente no lo hagas.

—Vale —digo—. Bueno.

Y en la cara de superstición de Mick veo su propio miedo. Me guardo mis preocupaciones para mí misma y finjo creer que merezco la felicidad tanto como cualquier otro.

Esa noche voy a dormir a casa porque Vivien se va a Europa y quiero desayunar con ella y decirle adiós.

—¿Te lo pasaste bien anoche? —me pregunta ella a la mañana siguiente, mientras se come los huevos revueltos que me he empeñado en hacer.

—Sí. Fue fantástico.

Y debe de notar algo en mi voz, una pizca extra de felicidad o excitación, porque me mira con curiosidad y arquea las cejas.

—Qué bien, ¿no?

—Sí. —Y miro mi plato, deseando que no se me enciendan las mejillas tanto como me parece—. Está muy bien haber acabado. Ser libre.

No le cuento nada sobre Mick. No puedo. Tengo miedo de que hablar de él demasiado pronto me dé mala suerte, que lo desencadene todo. Y aunque estoy segura de que ella nunca revelaría un secreto, aún no estoy preparada para que lo sepan mis padres.

—Pareces mucho más feliz últimamente —comenta mientras me abraza antes de irse—. Mucho más feliz.

—Pues sí, supongo que sí —digo.

Mick tiene un concierto esta noche. Tocará con la banda desde las diez hasta la una en un pub cercano. Pasamos el día juntos en su casa y se va a eso de las ocho. Yo me quedo, me ducho, me visto y espero a Philippa. Llega a las nueve y media, con Danni, un amigo suyo de la universidad. Me traen un ramo de flores, un regalo por haber acabado los exámenes finales.

—Buen trabajo por haber superado todos estos años de tortura —dice Philippa; se inclina hacia mí y me besa en la mejilla.

—Se acabó el instituto —exclamo—. Y para siempre. Es difícil de creer.

—¿Y? —pregunta Danni—. ¿Cómo crees que te ha ido?

—Bien, supongo. —Me encojo de hombros—. Pero por ahora estoy contenta de que se haya acabado todo.

—Apuesto a que Mick también está feliz. —Philippa sonríe, me da un codazo—. Te ha echado de menos desesperadamente. Se consumía como un cachorrillo enfermo de amor.

Aunque Mick ya me ha dicho lo mucho que me ha echado de menos, oírselo decir a Philippa hace que me parezca más real, más valioso.

La banda ya está tocando cuando llegamos y nos sentamos a la mesa. Tengo una bebida fría en la mano y miro a Mick descaradamente. Él toca, concentrado, tiene una expresión contenida, seria y cerrada como cuando lo vi por primera vez. Danni y Philippa hablan, tratan de incluirme en la conversación, pero yo estoy distraída, espero a que Mick se fije en mí. Danni y Philippa se ríen. Philippa me aprieta la pierna, está feliz por mí, feliz por su hermano.

Al fin se vuelve hacia nosotros. Sonríe cuando me ve, con aquella enorme y transformadora sonrisa, y el corazón se me desboca de amor agradecido. Quiero saltar al escenario y besarlo, abrazarlo, tenerlo cerca. Pero casi es igual de bueno verlo tocar, saber que está pensando en mí, que he hecho que se le ilumine así la cara y que me vendrá a buscar cuando acabe.

Mientras la banda toca la última canción del primer pase, Mick me mira, y en cuanto termina corre desde el escenario y viene a la mesa. Saluda a Philippa y a Danni, me coge de la mano y me arrastra al escenario. Me lleva detrás, está oscuro.

Me empuja contra la pared, estrecha su cuerpo contra el mío, me sujeta la cabeza por detrás, juega con mi pelo con los dedos.

—Has venido —dice.

—Sí —respondo con un tono suave como una pluma, casi sin aliento, con amor y deseo y alegría incrédula.

—Te he echado de menos.

Y noto en su voz la misma felicidad loca.

—Sí.

Y hay muy poco más que decir, sólo sí. Sí.

Entonces aprieta su boca contra la mía, explora con la lengua, sus labios son tiernos, siento el olor suave de su aliento, ahora familiar. Y lo siento contra mi cuerpo, siento su deseo, y yo también lo deseo y me aprieto contra él, le demuestro que siento lo mismo. Pero ya no tengo la sensación de urgencia de que acabe la noche. Ahora valoro cada momento, disfruto de la anticipación de lo que vendrá después, saboreo la certeza de que estaremos juntos más tarde. De que lo mejor aún está por venir.

En ese momento, en la máquina de discos suena una canción que conozco bien.

—Rachel solía escuchar esto. —Me aparto un poco y me río, muevo el cuerpo al ritmo de la música. Es una canción alegre, contagiosa, es imposible no prestarle atención—. Le encantaba. Siempre se ponía a bailar cuando la escuchaba.

Mick me coge la mano.

—Vamos, entonces.

Volvemos al escenario y saltamos a la pista de baile repleta de gente. Bailamos con las manos entrelazadas con fuerza, nos acercamos y nos separamos una y otra vez. Nos besamos de vez en cuando, nos saboreamos, salados, dulces, juntamos los cuerpos. Nos separamos y Mick me hace girar hasta que me mareo y tiene que sostenerme mientras me muero de risa. Bailamos una canción tras otra hasta que estamos acalorados y sudados y las palmas de las manos se nos ponen pegajosas. Pero no nos importa, no queremos parar. Ninguno de los dos puede dejar de sonreír.

La música está tan alta que no oigo el timbre del teléfono móvil, pero noto la vibración contra mi cadera. Un mensaje. No le presto atención, ya lo leeré más tarde, pero unos minutos después vibra de nuevo. Me saco el móvil del bolsillo, lo levanto para enseñárselo a Mick. Me besa. Me voy al baño para poder oír los mensajes.

Es Alice.

«Katherine. Llámame». Parece que estaba a punto de llorar. «¿Dónde estás? Últimamente nunca te encuentro. Por favor, llámame. Por favor. Necesito verte, de verdad».

La llamo a su móvil.

—Katherine. Gracias a Dios —responde ella.

—¿Qué pasa? ¿Estás bien?

—No, la verdad es que no.

—¿Ha pasado algo malo?

—Estoy aburrida. No tengo nada que hacer. Mi madre está ocupada y no puede verme esta noche.

Pongo los ojos en blanco. Sólo ella puede hacer que el aburrimiento parezca algo urgente. Y aunque yo no quiero dejar a Mick, le digo:

—¿Quieres que venga? ¿Te traigo un poco de chocolate?

—No sé lo que quiero —solloza—. ¿Dónde estás? Suena divertido. Hay mucho ruido de fondo.

—He salido. Estoy en un bar. En el hotel William. Estoy en el lavabo. La música está demasiado fuerte para oír nada.

—Oh. —Se calla. Y después—: ¿Con quién estás?

—Con Philippa. Y un chico que se llama Danni. Y el hermano de Philippa. —Evito nombrar a Mick—. Pero puedo dejarlos aquí. Venir a tu casa. Traerte algo para animarte.

—No. No. No quiero estropearte la noche. Saldré un rato. Te veo allí.

—Pero aquí hay un ruido increíble. —Y mientras hablo me doy cuenta de que no quiero que venga. Quiero a Mick y Philippa, mis nuevas amistades, mi nuevo amor, lejos de Alice. Tengo miedo de que ella lo estropee todo, lo ensucie de alguna manera—. No podremos hablar.

—No importa —dice—. No quiero hablar. Quiero divertirme.

Vuelvo al bar y me siento en la mesa con Philippa y Danni. La banda ya está otra vez en el escenario y Mick me mira desde detrás de la batería mientras me siento. Philippa y Danni, que están escuchando la música y siguen el ritmo con los pies, me sonríen. Les devuelvo la sonrisa. Pero ahora me siento diferente, la sensación de euforia ha desaparecido de mi estado de ánimo. La idea de que Alice está de camino hacia aquí hace que me sienta cansada, un poco angustiada.

Alice lleva el vestido más corto que he visto en mi vida. Es de lentejuelas plateadas y casi ni le tapa la ropa interior. Lleva botas hasta las rodillas. Está fantástica, sexy, impresionante, y me fijo en que todo el mundo se vuelve a mirarla mientras se dirige a nuestra mesa.

Coge una silla y se sienta a mi derecha. No mira ni parece reconocer a Philippa o a Danni, y se pone de lado para quedar frente a mí.

—Hola —dice. Se me acerca tanto que puedo oírla. Lleva la cara maquillada, luminosa, está guapa—. Esto es un antro, ¿no? Vamos a algún lado. Solas tú y yo.

Antes de que tenga la oportunidad de responderle, Philippa se inclina por encima de la mesa y le propina a Alice un suave codazo.

—¿No vas a decir hola?

Tiene que gritar mucho para que se le oiga por encima de la música.

—Hola, Philippa.

—Este es Danni —le presenta Philippa.

—Hola —grita Danni—. ¡Dios, me encanta tu vestido! ¡Estás supersexy! ¡Y esas botas! ¿Dónde compras la ropa?

Los piropos de Danni evidentemente le gustan a Alice, porque el lenguaje de su cuerpo cambia al instante, exageradamente. Se vuelve hacia Danni y le sonríe. Y los dos se enfrascan hasta tal punto en una conversación sobre ropa que Alice se olvida de sus ganas de irse a otro lado. Arrastra la silla más cerca de Danni y se inclina hacia él. Están animados y absortos el uno en el otro. Philippa me mira, pone los ojos en blanco.

Alice y Danni se pasan el resto del concierto hablando uno muy cerca del otro. Philippa y yo nos sentamos hombro con hombro y escuchamos la música; no hablamos, pero cada vez que nos miramos nos sonreímos. La sonrisa de Philippa está llena de orgullo por su hermano.

Cuando termina el pase, Mick vuelve a nuestra mesa otra vez. Se queda de pie a mi lado, se inclina y me besa en el cuello.

—Voy a pedir algo de beber —dice—. ¿Vienes conmigo?

Me coge de la mano mientras me levanto y retiro la silla. Me fijo en que Alice levanta la mirada con curiosidad. Deja de hablar y me mira con los ojos muy abiertos mientras me voy.

Cuando volvemos a la mesa, Alice está reclinada hacia atrás en la silla; ha cruzado los brazos en el pecho. Sonríe.

—¿Entonces? ¿Tú y Mick? —Me mira cómplice—. Philippa ha sido tan amable de ponerme al corriente.

Trato de comportarme con la mayor naturalidad posible, aunque sé que Alice probablemente está molesta, enfadada y ofendida de que se lo haya ocultado. Noto que se me encienden las mejillas.

—Alice, éste es Mick —digo—. Mick, Alice.

Mick sonríe.

—Hola.

—¿Tocas la batería? —pregunta Alice.

—Sí.

—Me encanta la batería, me parece adorable. Aunque en realidad no puedo hacer ningún comentario sobre tu manera de tocar. No sabía nada de ti. Lo siento. Nadie me dijo que conocías a Katherine. Ni siquiera sabía que eras el hermano de Philippa.

Mick no responde; en cambio, me mira; es evidente que se pregunta quién es esa chica tan extraña, por qué parece un poco agresiva. Se lleva el vaso a la boca y bebe un trago largo de cerveza. Me coge de la mano y tira de mí hacia él. Me lleva a la pista de baile.

Bailamos apretados, hunde la cara en mi cuello. Nos mecemos al ritmo de la música, de un lado a otro, nuestros cuerpos en perfecta armonía. Respiro en él, dejo que su olor, la sensación de su cuerpo, el ritmo de la música, llenen mis sentidos.

Bailamos hasta que Mick tiene que volver al escenario para el pase final. Cuando vuelvo, Alice ha cambiado de sitio. Se ha sentado con dos hombres en la mesa de detrás de nosotros. Está animada, habla y gesticula con mucha energía. Los dos hombres parecen encantados, cautivados, ambos están inclinados hacia ella, los dos compiten por su atención. Me asombra la facilidad con la que ella puede olvidar a su novio, el verdadero amor de su vida, pero me siento demasiado feliz para preocuparme por Alice, y ahora mismo sólo me hace reír. Intento captar su mirada, pero ella no mira en mi dirección, no se fija en mí, está demasiado ocupada en sus nuevas conquistas.

A la hora de cerrar salimos todos juntos. Alice va del brazo con los hombres de la mesa. Caminan por delante de nosotros. Ella habla muy alto, está feliz. Se vuelve y me mira.

—Me voy con Simon y Felix —anuncia con voz cantarína, lo suficientemente alto como para que la oiga todo el mundo que está alrededor nuestro.

—Vale. —Me río.

Alice, Felix y Simon se van a la parada de taxis y se ponen en la fila de la gente que espera. La moto de Mick está aparcada apenas un poco más abajo y pasamos por su lado para ir a buscarla.

—Oooh, mira, parecemos bailarinas de cancán —dice Alice muy alto mientras mira lo larga que es la fila.

Algunas de las personas que hacen fila se ríen. Oigo a alguien que murmura con tono cansado: «Oh, por Dios, que se calle». Y entonces ella empieza a levantar las piernas y a cantar la melodía del cancán. Los dos hombres que están con ella soportan su peso mientras ella levanta las piernas cada vez más alto. Y cada vez que lo hace se le ve un poco más de la parte superior de los muslos bien torneados, su ropa interior.

—Ta-ta ta-ta-ta-ta-ta-ta ta-ta-ta-ta-ta-ta —canta, disfrutando de la atención, indiferente a las miradas de irritación y de desaprobación de algunas personas que esperan en la fila.

Cuando llega un taxi, Alice y sus dos nuevos amigos saltan dentro.

—Adiós a todos —grita a la multitud mientras el taxi se aleja de la acera—. Pasáoslo bien. Adiós.

—¿Quién es esa chica? —pregunta Mick con una expresión divertida en el rostro.

—Una amiga mía —digo. Y me pregunto por qué tengo la sensación de estar mintiendo.