25

Alice ya está sentada en un rincón de la cafetería cuando llego. Bebe de una taza de café.

—Hola.

Me siento frente a ella. Sonríe. Pone los ojos en blanco.

—He intentado llamarte durante todo el fin de semana. ¿Por qué nunca coges el móvil?

Está irritable, pero nada de lo que haga puede hacer cambiar mi estado de ánimo. Nada puede, estoy demasiado feliz.

—¿Por qué? ¿Qué querías? —pregunto amablemente, ignorando su temperamento.

No me molesto en explicarle qué pasó, dónde estuve. No digo ni una sola palabra acerca de Mick. Aún es algo tan nuevo, tan hermoso, que quiero guardármelo para mí misma.

—Sólo quería contarte algo. Estoy con otro hombre.

Se inclina hacia delante, arquea las cejas, aparentemente su enfado de hace un momento ha desaparecido.

Pienso de inmediato en Robbie. Tiene que estar destrozado.

—Oh. —Levanto la carta de la cafetería, miro a ciegas el cartón plastificado—. ¿Es algo serio?

—¿Si es algo serio? Dios, podrías fingir un poco más de felicidad por mí.

Dejo la carta en la mesa y la miro.

—Lo siento. Pero entonces, ¿qué pasa con Robbie? ¿Ya lo sabe? Tiene que estar hundido. En realidad, el te…

—Robbie el Teletubbie —me interrumpe—. Nunca le he prometido nada. En serio, Katherine. Nunca lo he hecho. Nunca. En realidad siempre le he dejado perfectamente claro que no había nada serio entre nosotros. Sólo estábamos juntos en su cabeza. De todos modos, Robbie tendrá que aguantarse. No tiene elección. No es mi dueño.

—Supongo que no.

Y me doy cuenta de que a la larga eso es probablemente lo mejor que puede pasar. De algún modo, sólo puedo alegrarme por Robbie. Esto lo obligará a enfrentarse a la realidad: a Alice no le importa él. Le dolerá, pero necesita olvidarla y encontrar a alguien distinto, alguien que sepa apreciar lo fantástico que es.

—¿Y? —digo—. ¿Quién es él? ¿Cómo es?

—Es guapo. Es maravilloso, perfecto, sexy. Me siento como si estuviera en el paraíso. Pienso en él cada minuto del día.

Sonrío. Sé exactamente cómo se siente.

—¿Cómo se llama?

Pero Alice no responde, en cambio, se lleva la taza a la boca y me mira por encima del borde.

—Es mayor.

—¿Mayor?

—Sí, muy mayor.

—¿Cuánto?

—Adivina. Adivina cuántos años tiene.

—¿Treinta y cinco?

—No. Más.

—¿Cuarenta?

—Más.

—¿Cuarenta y cinco?

—Más.

La miro.

—¿Me tomas el pelo?

—No. Vamos. Estás cerca.

—¿Cincuenta?

—Cuarenta y ocho.

—Joder, Alice. Eso es mucho. Es un viejo. ¿No le molesta que tú sólo tengas dieciocho?

Alice sonríe.

—Puede que crea que tengo veintisiete.

—¿Le has mentido?

Se encoge de hombros.

—He estirado un poco la verdad.

—Pero es casi treinta años mayor que tú. Es un viejo. ¿No es eso un poco raro?

—No. No lo es. Te sorprenderías. Es genial. Es muy inteligente, Katherine, e increíblemente comprensivo. Es como si todo este tiempo yo hubiera estado buscando a un hombre mayor; ya sabes, es un millón de veces mejor. Es tan maduro, tan abierto, tiene tanta confianza en sí mismo y es tan independiente… Y no se comporta conmigo como un cachorrillo enamorado, cosa que resulta un alivio. —Se ríe—. Y es muy bueno en la cama, tiene mucha experiencia. Está increíble y jodidamente dotado.

Trato de concentrarme en la carta. Ni siquiera tengo hambre —la excitación de estar de nuevo enamorada me ha quitado el apetito—, pero no quiero que Alice tenga la sensación de que la juzgo, de que desapruebo su relación. Hasta ahora, cuando estaba con ella me sentía como la hermana mayor, una hermana gruñona que siempre la regaña.

Ni siquiera estoy segura de que la nueva relación de Alice tenga que molestarme. Los dos son adultos, después de todo, y siempre y cuando ninguno resulte malparado, la diferencia de edad no importa. Es sólo que, con Alice, las cosas nunca son tan simples como parecen al principio.

—No estará casado, ¿verdad? —pregunto, y no puedo evitarlo, en tono de sospecha.

—No. —Alice me saca la lengua—. No lo está. Zorra.

—Lo siento. Vale. No está casado. Eso es bueno. —Y entonces sonrío—. Así pues, ¿qué hay de malo en él? ¿Cómo es que siendo tan viejo no está casado?

—Estuvo casado. Su mujer murió.

—Oh, no. ¿De verdad? Es terrible.

—Supongo. —Alice se encoge de hombros—. Pero no para mí.

El camarero viene a la mesa y yo pido café y un bocadillo. Alice sólo se pide otro café.

—¿No comes? —pregunto.

—No. No tengo hambre. —Se inclina hacia delante y pone la mano encima de la mía, me la aprieta.

—Creo que estoy enamorada, Katherine. Nunca me había sentido así. Nunca. No como. No duermo. Tengo sobredosis de adrenalina. No tengo ni idea de cómo voy a pasar los putos exámenes finales así. Ni siquiera soy capaz de leer una revista, imagínate a Shakespeare. Todo lo que hago es esperar a que me llame. Cuando no estoy con él es como si viviera a medias, en una especie de limbo extraño. ¿Sabes?, en realidad creo que es el amor de mi vida.

Y aunque me siento casi de la misma manera con Mick, me sorprende no tener la urgencia de contárselo a Alice, no tengo ningún deseo de explicarle todos los maravillosos sentimientos nuevos que corren por mis venas, lo mucho que han cambiado las cosas desde la última vez que la vi. De hecho, estoy sorprendida de darme cuenta de que quiero guardármelo todo para mí, a salvo, oculto. Mío.

Sonrío y la escucho mientras me lo cuenta todo: dónde se conocieron, cómo acabaron juntos. Pero no le cuento nada sobre Mick. Nada.