14

Alice camina por delante de nosotros. Sólo un poco, dos o tres pasos, pero lo suficiente como para que sea difícil hablar con ella, lo suficiente para dejarnos claro que no tiene ganas. No creo que se sienta infeliz o enfadada o molesta. Lejos de eso, parece animada, está radiante de energía y belleza, emocionada por salir a disfrutar de las últimas horas cálidas de esta preciosa noche de otoño.

Pero a veces se pone así, preocupada y poco comunicativa. Robbie y yo la conocemos lo suficiente como para no preocuparnos de que esté molesta u ofendida por algo, sabemos que a veces está mejor sin participar en lo que hacen los demás. Una vez Robbie hasta bromeó con eso. Robbie y yo estábamos hablando sobre nuestro amor compartido por la música —desde el rock y el pop hasta la ópera— cuando nos dimos cuenta de que Alice se había quedado dormida en el sofá. No teníamos ni idea de cuánto tiempo hacía que dormía. Estaba claro que habíamos estado hablando durante horas. «Creo que se ha cansado de oírnos hablar tanto rato, Katherine —se rió Robbie cuando la vimos—. Creo que hablamos demasiado. La aburrimos mortalmente». Y era probable que tuviera razón. Robbie y yo nunca nos quedábamos sin nada que decirnos, y nuestras conversaciones podían alargarse durante horas y horas. Así era siempre.

De hecho, Robbie y yo hablábamos mucho. Tanto, en realidad, que había empezado a preocuparme de que eso molestara a Alice. Me preguntaba si tendría celos. Pero cuando le pregunté a ella si creía que hablaba demasiado con Robbie, si quería que dejara de hacerlo, negó con la cabeza y me miró con curiosidad.

—¿Por qué? Me encanta que lo hagáis. Sois las dos personas que más me gustan del mundo. Estoy contenta de que tengáis muchas cosas que deciros —dijo.

—Ah, bueno. Tenía miedo de que tú… vaya, de que pensaras que me estaba pasando, de que tuvieras celos.

—¿Celos? —Alice me miró pensativa—. Nunca he sentido celos. De nadie. De nada. En serio, puedo asegurarte que no es una emoción que conozca. —Y luego se encogió de hombros—. Por si me lo preguntas, me parece un sentimiento estúpido además de inútil.

Es viernes por la noche y dentro de unas pocas semanas empiezan los exámenes finales en el instituto, y probablemente debería estar en casa estudiando. Pero ya he estudiado mucho durante la semana y Robbie y Alice me han pasado a buscar para ir a dar una vuelta. Los exámenes finales son importantes, lo sé, pero ahora mismo mi amistad con Alice y Robbie lo es más. En estos momentos, divertirme, vivir la vida que me he negado a mí misma durante tanto tiempo me parece mucho más importante. Me parece crucial.

Robbie y yo hablamos de esquiar. A Robbie le encanta y me ha dicho que le gustaría que en invierno fuéramos a la nieve los tres juntos.

—Creo que no se me da muy bien —digo—. Seguro que os hago ir muy lentos, os voy a chafar las vacaciones.

—Yo te enseñaré —asegura Robbie—. Cuando nos vayamos ya habrás aprendido a hacerlo bien.

—Qué fanfarrón eres —me río—. No tienes ni idea de lo desastrosa que soy. Haría falta un milagro para enseñarme a esquiar bien.

—Pues a mí me enseñó él. —Alice se da la vuelta, se para hasta que la alcanzamos, y empezamos a caminar los tres juntos. Se pone entre nosotros dos. Robbie y yo tenemos que apartarnos para que quepa—. Yo no podía mantenerme erguida encima de los esquís cuando fuimos a la nieve el año pasado, pero una semana después esquiaba como una campeona. —Se apoya en el brazo de Robbie y le sonríe—. Y te pones jodidamente sexy cuando esquías. —Ahora me mira—. Está tan seguro de sí mismo cuando esquía… Tan adorable.

Robbie se para de repente y mira a Alice. Frunce el ceño.

—¿Adorable? Pues lo disimulaste muy bien, porque ésa no fue la impresión que me diste cuando estuvimos allí.

Alice se ríe y aprieta su cuerpo contra Robbie.

—Tonto —dice ella—. Entonces está claro que no me entiendes para nada.

Robbie no responde al gesto de cariño de Alice, como suele hacer siempre. En cambio niega con la cabeza en señal de reprobación, molesto.

—Ya hemos llegado —dice él, y se suelta del brazo de Alice y echa a andar más deprisa. Señala la puerta de un bar que se llama Lejos de África—. Es aquí.

Empuja la puerta y se aparta para que Alice y yo podamos pasar primero. Le sonrío al entrar, y aunque él hace lo mismo, la sonrisa no se refleja en sus ojos. Está tenso, es evidente que lo que ha dicho Alice lo ha entristecido o enfadado, o las dos cosas.

El interior está oscuro, iluminado sólo por pequeñas lámparas en las paredes y unas cuantas velas en las mesas. Mi vista tarda un poco en acostumbrarse, pero cuando lo hace veo que las paredes son de color rojo intenso y que en las sillas hay cojines marroquíes de muchos colores.

—Voy a la barra a pediros algo de beber —dice Robbie.

—Una idea excelente —conviene Alice—. Pide una botella de champán.

—¿Una botella entera? —Robbie la mira—. ¿No crees que es un poco…?

—No —lo interrumpe Alice—. Creo que es perfecto. Una botella. Gracias.

Robbie menea la cabeza y me mira.

—¿Katherine?

—Limonada, lima y soda, gracias.

Alice pone los ojos en blanco.

—Limonada, lima y soda, gracias —me imita con voz aguda, se burla de mí—. Nada de alcohol para la niñita buena.

—No puedo, Alice. Soy menor de edad.

—No tienes por qué justificarte, Katherine —interviene Robbie—. Yo también voy a pedir un refresco. Mañana tengo fútbol. Alice beberá sola.

—Vaya —suspira Alice—. Qué divertidos estáis hoy. Qué suerte tengo.

Antes de acudir a la barra, Robbie la mira mal, con los labios apretados y la mirada fría. Alice observa cómo se marcha.

—Creo que está enfadado conmigo —comenta, y se encoge de hombros.

Echa un vistazo a su alrededor, contempla con descaro a los demás clientes.

Yo me vuelvo a mirar a Robbie, que aún está en la barra, esperando a que le pongan las bebidas. Él mira al frente, al vacío, inexpresivo. Parece triste.

—¿Qué ha pasado? —digo—. ¿Por qué está enfadado de repente?

—Oh, creo que le he recordado algo cuando hemos hablado sobre el viaje que hicimos a la nieve. Se enfadó un poco. Pasé un rato con uno de los profesores de esquí. Bueno, en realidad sólo pasé una noche. Y a Robbie no le gustó.

—¿Un rato? ¿Una noche? ¿Qué quieres decir?

Alice no me mira. Tiene los ojos fijos en la pareja que está sentada a la mesa de al lado.

—Quiero decir exactamente lo que he dicho. —Suspira, habla con voz clara, deliberadamente alta, como si a mí me costara oírla o entenderla—. Sólo una noche. Con otro hombre. En su habitación. Seguro que no quieres oír los detalles. A Robbie no le gustó. Parece tener algún tipo de sentido de la propiedad hacia mí.

Alice me deja de piedra y no sé qué decir, me tapo la boca con la mano y me quedo allí sentada como una estúpida durante unos instantes. Sabía que Alice veía su relación con Robbie como algo poco serio, sabía que estaba mucho más lejos de comprometerse que él. Pero que hubiera pasado la noche con otro hombre durante un viaje con Robbie era algo pasmoso. O bien era un acto de crueldad atroz y deliberado o, algo igualmente impactante, demostraba que Alice no era consciente del terrible daño que podía causar a Robbie.

Antes de que pueda ordenar mis pensamientos y responderle algo inteligente, Alice se levanta de su silla y empieza a agitar los brazos.

—¡Ben! —grita mientras abandona nuestra mesa y se acerca a la pareja a la que ha estado mirando desde hace un rato—. ¡Ben Dewberry! Eres tú. Al final te he reconocido. Te he estado mirando y mirando y entonces he oído tu acento. En cuanto te he oído hablar he sabido que eras tú seguro.

Como Alice ha empezado a hablar tan alto, el restaurante entero se ha quedado en silencio para escucharla. Ben y la chica —alta, con el pelo muy largo y de un color rojo intenso, y la piel pálida— miran a Alice en silencio mientras ella se acerca. Ben parece sorprendido, casi asustado.

—Alice.

Él se levanta y le tiende la mano para estrechársela, pero ella lo ignora y se acerca tanto a él que lo incomoda. Ella le da un beso, intenso y largo, en los labios. Cuando él da un paso atrás, tiene las mejillas encendidas y parece avergonzado.

—Vaya. ¿Qué haces aquí?

Él tiene un fuerte acento norteamericano.

—Cenar, tonto. Igual que tú. —Alice coge a Ben de la mano y lo arrastra hasta nuestra mesa justo cuando Robbie llega con las bebidas—. Robbie, Katherine. Éste es Ben. Ben Dewberry, el primer amor de mi vida.

Ben mira a su compañera por encima de la espalda de Alice y se encoge de hombros. Empieza a decir algo, pero Alice, que se encuentra dando la espalda a la amiga de Ben, se le agarra del brazo.

—Venga, siéntate con nosotros —dice ella—. Vamos. Podemos sentarnos juntos.

—Oh. No creo que… —Ben observa a su amiga—. Philippa y yo…

Alice gira sobre los talones y mira a Philippa.

—Hola. Soy Alice.

Suelta a Ben y le tiende la mano a Philippa. Se la estrechan. Alice sonríe y Philippa asiente y sonríe con frialdad.

—¿Por qué no os sentáis con nosotros? —insiste Alice—. Aunque sea sólo un ratito. Ben y yo hacía años que no nos veíamos. Tenemos que ponernos al día.

Philippa y Ben aceptan sentarse con nosotros mientras se traen sus cosas, Robbie me mira irritado e incrédulo, y pone los ojos en blanco. El camarero nos ayuda a juntar una mesa para que quepamos los cinco.

Excepto Alice, que parece no darse cuenta de la incomodidad de todos y charla alegremente, el resto estamos callados y nos limitamos a ir bebiendo de nuestras copas. Alice habla del verano que pasó con Ben. Este parece incómodo y avergonzado, y sonríe a Philippa con aire educado cada vez que Alice menciona lo mucho que disfrutó con su novio norteamericano y lo mucho que le gustaba escuchar su acento.

—Vamos a pedir algo de comer —dice Alice de repente—. Me muero de hambre. Pide por nosotros, ¿quieres, Robs? Tú has estado aquí antes y sabrás lo que está bueno.

—Oh. —Philippa niega con la cabeza y mira a Ben con pánico—. No. Nosotros mejor nos volvemos a nuestra mesa.

—No seas tonta. —Alice se inclina por encima de la mesa y pone la mano encima de la de Philippa—. Estamos encantados de contar con vuestra compañía. Por favor, quedaos y cenad con nosotros. Sabes, los tres estábamos muy aburridos antes de veros. En realidad ya estamos hartos los unos de los otros. —Alice inclina la cabeza hacia atrás y se ríe—. Últimamente hemos pasado juntos tanto tiempo que ya casi ni podemos soportarnos.

Alice sigue riendo, pero el resto estamos callados. Miro hacia abajo, a la servilleta de mi regazo, e intento disimular que me he sonrojado. Me siento humillada. Estoy enfadada. He disfrutado tanto de la compañía de Alice y Robbie, me he sentido tan feliz de tener buenos amigos otra vez, que el comentario de Alice —el obvio desprecio hacia algo que yo he valorado tanto— hace que ahora me sienta ridícula, ofendida.

Estoy segura de que Robbie también está enfadado; y por eso soy incapaz de mirarlo. Ver mi propia humillación reflejada en sus ojos resultaría insoportable.

Ben dice:

—Claro, comeremos con vosotros, chicos. Lo pasaremos muy bien. —Habla en voz alta, finge estar entusiasmado—. ¿Verdad, Philippa?

—Excelente. Perfecto. —Alice da una palmada en la mesa, triunfante. Se ha bebido la botella entera de champán y ya está borracha (las mejillas rojas, los ojos brillantes) y pasa completamente de la tensión de los demás—. Vamos a beber más, esto es una fiesta —continúa—. Nos morimos de sed, Robbie. ¿Qué nos recomiendas?

Robbie se aclara la garganta.

—Yo me voy a beber otra Coca-Cola. —Esboza una sonrisa forzada en dirección a Philippa y a Ben—. ¿Qué queréis vosotros, chicos?

—¿Más agua? —Philippa levanta una botella vacía—. ¿Te parece bien?

—Ben se tomará una cerveza —lo anima Alice con una gran sonrisa en los labios—. ¿No, Ben? ¿Eh? Tú no eres un aguafiestas, ¿no?

—Claro —asiente él—. ¿Por qué no? Una cerveza está bien.

—Y más champán —dice Alice tirándole a Robbie un billete de cien dólares—. Otra botella.

—¿Puedes venir conmigo y echarme una mano, Katherine? —pregunta Robbie mientras coge el billete.

Lo ha dicho con una voz controlada, dura. Parece furioso.

—Claro.

Miro a Alice mientras me levanto. Ella ha sido tan agresiva desde que hemos llegado que tengo miedo de que si voy a la barra con Robbie la incite a otro comentario ofensivo. Pero ella se inclina hacia Philippa, con las cejas arqueadas, y ni siquiera nos mira cuando nos vamos.

Robbie y yo caminamos hacia la barra en silencio. Cuando llegamos, Robbie se da la vuelta y mira hacia la mesa.

—Qué descarada es Alice —dice—. Tiene una especie de plan esta noche. Esto va a terminar en lágrimas.

—¿Qué quieres decir? —Tengo un nudo en el estómago. No quiero que ocurra nada desagradable. No quiero que Alice se porte mal, no quiero que sea cruel. No quiero que Robbie rompa con Alice, que Alice haga algo tan horrible que me obligue a cuestionarme su amistad. La idea de que suceda todo eso es demasiado horrible para mí, y tengo que controlar la sensación de pánico que me entra al pensar en un futuro sin la amistad de Robbie y de Alice, un futuro de soledad, aburrimiento y tristeza que no podré soportar—. Cenamos, nos largamos de aquí y la metemos en la cama.

Robbie me mira.

—Tú no la has visto así antes, ¿verdad?

—¿Así cómo? No lo sé. Nunca la he visto tan deliberadamente cruel, si eso es lo que quieres decir.

Niega con la cabeza.

—Esto es diferente. Yo ahora la veo así muchas veces. Es muy extraño. Y me asusta. Parece que quiera autodestruirse. Esta noche no habrá manera de que podamos hacer nada. No quiere escuchar. Ni a mí ni a ti ni a Ben ni a Philippa. Y me apuesto un millón de dólares a que va a montar una gorda. Y arrastrará a Philippa y a Ben con ella, ya verás. —Se ríe con amargura—. Puede ser muy convincente cuando se pone así.

No estoy segura de qué es lo que le preocupa a Robbie, lo que dice no tiene mucho sentido, pero de todos modos estoy asustada.

—Pues marchémonos de aquí a divertirnos un poco. Vamos a bailar o algo así. Podemos cuidar de ella, ¿no? Podemos intentar que no pase nada malo.

—Yo de ti me largaría ahora que puedes. Yo también me iría a casa ahora mismo, pero alguien tiene que ocuparse de que ella llegue viva a casa. Está borracha o colocada o algo así. —Mira otra vez hacia la mesa—. O sufre alguna clase de brote psicótico.

Alice habla animada con Philippa. Esta tiene los brazos cruzados sobre el pecho y está inclinada hacia atrás, a la defensiva, tratando de mantener la distancia entre ella y Alice. No sonríe.

Cogemos las bebidas de la barra y mientras volvemos hacia la mesa, Philippa se levanta de golpe. Echa a andar rápidamente, con la cabeza gacha, hacia el lavabo.

—¿Philippa está bien? —le pregunto a Ben mientras dejamos las bebidas sobre la mesa.

—Yo… —Ben mira a Alice—. Creo que ella…

—Se ha cabreado porque le he dicho algo de Ben y de mí. —Alice se ríe—. Dios, Ben. Te has juntado con una chica un poco tensa. Si lo que querías era liarte con alguien totalmente diferente a mí, lo has conseguido.

Ben se ríe, incómodo. No puedo creer que se quede ahí sentado, y estoy a punto de preguntarle si quiere que yo vaya a ver cómo está Philippa cuando Robbie se levanta.

—Me he dejado el agua —dice, y vuelve a la barra.

Y entonces veo por qué Ben no tiene ninguna prisa por ir a ver qué le pasa a Philippa. Mientras Robbie se va a la barra, Alice mete la mano por debajo de la mesa. La pone en el muslo de Ben y luego la sube hasta la entrepierna.

Me levanto de inmediato. Alice me está sonriendo; una sonrisa completamente vacía, fría; y yo estoy segura de que sabe que la acabo de ver, y se alegra.

—Voy al baño. —Paso entre la mesa y mi silla con tanta torpeza que estoy a punto de tirarla—. Joder —digo, y la cazo antes de que llegue al suelo—. Joder.

—Calma, Katherine —dice Alice—. ¿Qué pasa contigo? Parece que hayas visto a un fantasma.

Enderezo la espalda y la miro a los ojos, y después miro a Ben, que al menos tiene la decencia de parecer avergonzado.

—Voy al baño. —Lo digo de la manera más fría y calmada posible—. A ver si Philippa está bien.

Alice levanta los hombros con desdén y yo me vuelvo y echo a andar hacia el lavabo. Me pregunto si Robbie volverá a la mesa y verá lo que he visto yo. Y si no lo ve, al menos se dará cuenta de que está pasando algo muy raro. No es que quiera que Robbie vea a Alice metiendo mano a Ben, me imagino que para él sería una enorme humillación, y no quiero que la noche acabe en un drama de lágrimas y recriminaciones dolorosas. Pero Alice está humillando a Robbie, y él se merece algo mejor, y hay una parte de mí que quiere que Alice sea castigada por eso, una parte de mí que quiere ver a Robbie darle una bofetada y dejarla para siempre. Y sin embargo aún tengo la esperanza, pequeña y ridícula pero persistente, de que todo salga milagrosamente bien, de que Alice despierte, deje de hacer locuras, pida perdón, y que los tres podamos volver a casa felices y entre risas; una vuelta a la normalidad.

Pero incluso si Robbie ve cómo Alice le mete mano a Ben, no por ello tienen que romper la relación. Después de todo, acabo de enterarme de que Alice se acostó con alguien mientras estaban de vacaciones, y Robbie sigue queriendo estar con ella. En realidad no sé hasta cuándo podrá aguantar Robbie, pero me preocupa, y me pone un poco triste pensar que mi amistad con Alice cambie de manera definitiva. Esta vez está siendo cruel, de una forma tan deliberada, con Robbie y conmigo, y con Philippa, que no creo que sea capaz de confiar en ella nunca más. Al menos no tan ciegamente, con tanta fidelidad. Ahora mismo, ni siquiera estoy segura de que Alice me guste. En el baño, uno de los cubículos tiene la puerta cerrada y supongo que Philippa se esconde dentro.

—¿Philippa? —Llamo a la puerta con suavidad.

No hay respuesta, pero tengo la sensación de que está ahí dentro aguantando la respiración, callada.

—Philippa. Soy yo, Katherine. Solamente quería saber si estás bien.

—¿Katherine? —Veo una sombra que se mueve entre el final de la puerta y el suelo, y después el cerrojo que se mueve y la puerta que se abre—. Gracias a Dios que eres tú —dice ella—. Pensé que eras Alice.

Tiene los ojos inyectados en sangre y en las mejillas dos círculos rojos encendidos. Tiene la pinta de haber estado llorando.

—¿Estás bien? —pregunto.

—Sí. —Se tapa la boca con la mano y baja la mirada. Cuando se ha recuperado levanta los ojos y sonríe—. Me encuentro bien. Gracias.

Se acerca al lavabo y se lava las manos, me mira a través del espejo.

—Entonces, ¿qué están haciendo ahí fuera? —pregunta.

—Oh. —Evito mirarla—. Solamente hablan, esperan la cena, ya sabes.

No estoy segura de qué es lo que ha visto ella, no sé qué es lo que la ha molestado. Ignora mi respuesta.

—Entonces, ¿Alice y Ben aún no se han puesto a follar encima de la mesa?

—¿Qué? —digo.

Ella suelta una carcajada corta, se mira la cara en el espejo, se arregla el pelo.

—No me importa si lo están haciendo, créeme. No podría importarme menos. Ben es un canalla. Lo conozco muy bien. Sólo es la segunda vez que salimos juntos.

—¿De verdad? —La miro—. Entonces, ¿no es tu novio?

—Qué va. —Niega con la cabeza—. Por favor, no. Aún tengo dignidad.

Le sonrío, aliviada y divertida.

Me devuelve la sonrisa y entonces inclina la cabeza hacia atrás y se ríe abiertamente. Se ríe, alegre y aliviada, como si se hubiera estado aguantando hasta ahora, y me doy cuenta de que no ha estado allí dentro llorando.

—Alice le ha puesto a Ben la mano en el muslo. Él ha pensado que yo no podía verlo. Pero ella sabía que sí podía. No puedo decirte lo embarazoso que era estar sentada allí, viendo cómo jugaba su jueguecito psicótico. Ha sido algo completamente surreal… Me hubiera gustado decirle algo. Pero nunca soy tan rápida, no puedo pensar en algo ingenioso o inteligente que decir en una situación como ésa. Se necesita un tipo de personalidad, una picardía que sencillamente no tengo. —Se calla un instante, después me mira más seria—. ¿Qué pasa con Alice? Lo siento, sé que es tu amiga, pero ¿por qué le mete mano a un capullo que ha salido a cenar con otra chica? ¿Y cómo puede hacer algo así si tiene al lado a alguien tan adorable como Robbie? Están juntos, ¿no? Es difícil saberlo. Sobre todo cuando ella está tan ocupada coqueteando con Ben. Pero él parece muy majo. Robbie, quiero decir, no Ben. Ben es tan agradable como un sapo viscoso.

—Robbie es majo. Es encantador —digo enseguida—. Y no lo sé. No sé qué le pasa a Alice esta noche. Pero, en serio, por lo general no es así. No suele ser tan horrible. —Pero mientras lo digo me doy cuenta de que mis palabras suenan falsas. Nunca había visto a Alice comportarse tan mal, pero de alguna manera parece que poco a poco ha ido comportándose cada vez peor desde que la conozco. Cuanto más la conozco, menos me gusta. Me encojo de hombros—. Lo siento. Está siendo realmente desagradable. No tiene perdón.

—¿Desagradable? —Philippa me mira, incrédula—. ¿Desagradable? Lo siento, pero eso no es ser desagradable. Desagradable es el viento caliente del oeste, o alguien que está de mal humor. Yo no usaría esa palabra para definir a tu amiga. Sería más exacto decir que es cruel. O despiadada. O rencorosa. O las tres cosas a la vez.

Y aunque empiezo a preguntarme si Philippa no tendrá razón, también siento un pinchazo de indignación. Alice es mi amiga, después de todo, y no es justo que Philippa la juzgue con tanta dureza, con tanta rapidez.

—Ella no es tan mala —digo—. Tiene cualidades fantásticas. Es increíblemente generosa y encantadora cuando quiere. Y muy divertida.

—También Adolf Hitler podía serlo, supongo —replica ella—. Mira, no quiero ofenderte. Y no debería decir estas cosas, lo sé, siempre me meto en problemas por abrir la boca como ahora. ¿Has oído hablar de ese monstruo al que llaman Pies Grandes? Bueno, pues yo soy Boca Grande. No puedo evitarlo. Pero, de todos modos, tu amiga es una zorra de tomo y lomo. Y creo que lo suyo es curable.

—¿Qué? —Sueno sorprendida, pero en cambio estoy más bien ofendida.

—Sí. Y sé muy bien de qué estoy hablando. Estudio Psicología en la universidad. —Se encoge de hombros—. Ya casi soy psicóloga y estoy totalmente cualificada para hacer un diagnóstico: Alice es una zorra. De hecho, creo que es muy probable que tenga problemas mentales. Y parece que tú ni siquiera habías pensado en ello hasta ahora.

Me quedo allí de pie, callada, desconcertada.

Philippa me mira y estalla en carcajadas.

—Vale. Lo siento. Esto sólo ha sido una broma. Bueno, Alice es una zorra de verdad y yo estudio Psicología, eso es cierto, pero lo de que estoy cualificada para hacer un diagnóstico era broma. Pero bueno, cualquiera puede ver que no es una buena persona. Sólo quería decirlo de una manera divertida. Anímate. Pareces muy seria y enfadada.

Me doy la vuelta e intento mantenerme ocupada: me miro al espejo, me arreglo el pelo. Estoy molesta, Philippa tiene razón, pero no quiero que se dé cuenta de lo mal que me siento, y no quiero echarme a llorar delante de ella de ninguna de las maneras. Debería estar enfadada, ofendida en nombre de Alice, pero Alice se ha portado de una manera tan horrible esta noche que no puedo culpar a Philippa por pensar lo que piensa.

—Dudo mucho que puedas conocer a alguien de verdad después de haberla visto solamente media hora —objeto con un tono muy poco convincente—. Alice sólo tiene un mal día.

—La conozco desde hace casi una hora y media. —Se inclina hacia el espejo junto a mí, obligándome a mirarla—. Y no sé tú, pero yo he tenido muchos días malos y nunca me he comportado como ella. Y me apuesto diez millones de pavos a que tú tampoco.

Estoy a punto de decirle a Philippa que lo que dice es ridículo, que Alice es excéntrica y un poco egoísta, pero que no es una mala persona, que no está enferma. Y que Robbie y yo no somos un par de crédulos idiotas. Pero la puerta se abre de repente y Alice se planta frente a nosotras.

—¿Qué estáis haciendo aquí las dos? —pregunta mientras se mete en uno de los cubículos. Deja la puerta abierta mientras se levanta la falda, se baja las bragas, se sienta en la taza y empieza a mear ruidosamente—. Ya nos han traído la comida. Y todo es tan divino que si no os dais prisa nos lo habremos comido antes de que volváis a la mesa. —Se levanta y tira de la cadena, camina hasta el lavabo para lavarse las manos, pero primero nos mira a Philippa y a mí a través del espejo—. Y adivinad qué. Después nos iremos todos juntos a mi casa. A beber margaritas. Y beberemos todos. También tú, Katherine. Ya está decidido.

Volvemos a la mesa y comemos. Todo está, como ha dicho Alice, delicioso. Alice presta toda su atención a Philippa. Parece muy interesada en preguntarle cosas sobre ella. Philippa es educada, y responde a las preguntas de Alice tan brevemente como puede, sin llegar a darle pie a más conversación, pero a veces me lanza miradas a escondidas, miradas perplejas. Aparte de la evidente frialdad con que Philippa trata a Ben, la cena discurre con tranquilidad y sin mayores incidentes, y cuando dejamos el restaurante y echamos a andar por la calle hacia casa de Alice, me sorprendo al darme cuenta de que toda la ansiedad que sentía poco antes ha desaparecido. De hecho, me siento relajada, y casi estoy contenta. Hay mucha gente por las calles, ríen y hablan mientras caminan, y el ambiente contagia entusiasmo. Es viernes por la noche y todo el mundo lo está pasando bien, la gente parece feliz, lleva ropa a la moda, habla alto y ríe. Así que Alice está un poco borracha y ha sido un poco zorra. ¿Y qué? Peores cosas pasan. No es el fin del mundo.

De camino nos paramos en una licorería a comprar unas botellas de tequila para los margaritas. Compramos un puñado de limones en la tienda de la esquina de la calle de Alice. Y cuando llegamos a su casa estamos todos felizmente ocupados: buscando vasos suficientes para el cóctel, exprimiendo limones, mezclando el tequila con el zumo. Alice pone algo de música y cantamos en voz alta metidos todos en la cocina. Y de repente lo estamos pasando bien, disfrutamos de la compañía, y por un momento me olvido de la anterior conducta de Alice, olvido el miedo de que la noche vaya acabar en desastre.

—Vamos a jugar —dice Alice cuando ya todos tenemos un enorme cóctel lleno de hielo en la mano.

No pienso beberme el mío, pero le he dado un sorbito sólo para contentar a Alice y lo voy tirando poco a poco cuando ella no mira. Quiero estar muy sobria. Muy atenta.

—Vale.

Estoy de acuerdo y miro a Robbie y le sonrío, y es una sonrisa que dice: «Mira, todo va a salir bien. Nos lo estamos pasando genial».

Y Robbie me devuelve una sonrisa a medias: todavía tiene dudas.

—Verdad o consecuencia. —Alice se frota las manos con entusiasmo y se dirige al salón—. Vamos. Adoro ese juego. Es la mejor manera de conocer a la gente.

Todos la seguimos y nos sentamos con las piernas cruzadas en el suelo, alrededor de la mesita de café. Alguien baja el volumen de la música.

—¿Yo primera? —Alice le saca la lengua a Robbie—. Y tú puedes preguntarme. Ya que crees que me conoces tan bien. Quizá te lleves alguna sorpresa.

—¿Verdad o consecuencia? —pregunta Robbie.

—Verdad.

—Vale. —Robbie le da un trago al margarita y mira pensativo la copa durante un momento. Después mira a Alice, serio—. ¿Alguna vez te arrepientes de algo? ¿De cosas que has dicho o que has hecho?

Alice lo mira durante un instante. Después pone los ojos en blanco.

—Venga, Robbie. Esto tendría que ser divertido. —Suspira—. Si me arrepiento de cosas… Bueno, déjame pensarlo un poco. —Niega con la cabeza, segura de lo que dice—. No. Nunca. No me arrepiento de nada. El arrepentimiento es para los incompetentes y los inseguros. Y yo no soy ninguna de las dos cosas. Vale, gracias por tu aburrida contribución, Robbie. —Mira a los demás, sonríe—. ¿A quién elijo ahora? —Y señala a Ben—. A ver, jovencito. Tú me vas a ayudar a que esto sea divertido. Guarro y divertido, como tiene que ser. ¿Verdad o consecuencia? Y responde antes de que me duerma.

—Verdad.

—Bien. Justo lo que esperaba que dijeras. Y ya tengo una pregunta preparada para ti. —Alice arquea las cejas y se inclina hacia delante—. A ver, Ben, ¿cuál es el sitio más raro donde has practicado el sexo? Y tienes que responder o te impondré una consecuencia. Y no será agradable.

Ben se ríe, nervioso, y mira su copa.

—Vaya. Bueno, supongo que fue la primera vez, hará un par de años. Cuando llegué a Australia. Conocí a una chica muy salvaje. Y ella no quería aceptar un no por respuesta. De ninguna manera. Y, vaya, tenía un cuerpo increíble, así que no iba a decirle que no. Bueno, esa noche estábamos en casa de un amigo y aquella chica me arrastró hasta el dormitorio de los padres de mi amigo. Y, ya sabes, estábamos haciéndolo en la cama y entonces llegaron los padres, así que nos escondimos en el armario, uno de esos tan enormes que puedes caminar por dentro, y ya ves, estaba oscuro y era divertido, así que seguimos con lo que estábamos haciendo antes.

Se calla un momento y mira a Alice y se ríe. Alice le devuelve la mirada, le sonríe, lo anima a que siga, y de repente está muy claro que la chica de la que habla es Alice. Y Robbie mira a Ben, no tiene ninguna expresión en la cara, pero me doy cuenta de que aprieta los puños con fuerza en su regazo. Y otra vez me invade la sensación de pánico y el deseo abrumador de que todo se acabe. De que hay que rebobinar. Volver al principio. La noche va a acabar de un modo horrible. Robbie tenía razón.

Pero Ben parece ajeno a todo, y me pregunto si se ha dado cuenta de que Alice y Robbie están juntos. Alice actúa de una manera muy convincente para que parezca que Robbie no significa nada para ella.

—Pero eso no es todo —continúa Ben—. Lo más pervertido de todo fue cuando…

—Gracias, Ben —lo interrumpe Robbie en voz alta, fría, cortante y sarcástica—. Muchas gracias. Pero creo que ya hemos oído suficiente. Y gracias, Alice, por haber hecho una pregunta tan inteligente. Porque ha sido interesante, hasta casi genial, oírlo. Antes no me había dado cuenta, pero ahora sí: estas historias sórdidas sobre sexo son las que hacen divertido el juego. Genial. Gracias, Ben. Intentaré ser tan… vaya, tan burdo como tú cuando me toque el turno.

Ben se sonroja y bebe de su cóctel, nervioso, y Philippa se ríe, incómoda.

—Me toca, me toca a mí —digo. Finjo que estoy alegre. Me vuelvo hacia Philippa, atenta, esperando que me ayude a suavizar las cosas—. ¿Philippa? ¿Verdad o consecuencia?

—Verdad —responde Philippa con amabilidad—. Adoro las verdades. ¿Tú no? Creo que son divertidas. Puedes descubrir algunos secretos increíbles de la gente. Y también me gusta mucho oír las preguntas que hacen los demás. Suelen revelar más de quien pregunta que de quien responde, ¿no te parece?

Sonrío a Philippa, agradecida por sus palabras distendidas. Pero es difícil encontrar algo que preguntarle, y me callo unos instantes, pienso.

—Katherine —Alice se ríe—. No sabes qué preguntarle, ¿verdad? Déjame a mí. Venga. Una más. Yo te haré la pregunta.

—Pero tú ya has tenido tu turno —interviene Robbie—. Deja que pregunte Katherine.

—Es que no estamos jugando bien, de todos modos. Ben ya debería haber preguntado. Así que no importa mucho, ¿no? —dice Alice. Y ahora no hay duda de que está borracha. Habla despacio, con cuidado, le cuesta pronunciar cada palabra, pero el tono grosero de su voz es evidente—. ¿Y desde cuándo eres tan estricto con las normas, Robbie? ¿Desde cuándo te has convertido en semejante capullo aguafiestas?

—¿Aguafiestas? —Robbie se ríe—. Aquí no hay mucha diversión que cargarse, Alice.

Alice lo ignora y me mira.

—¿Verdad o consecuencia? —pregunta ella.

Dudo qué elegir. Tengo demasiados secretos, demasiadas cosas que no quiero revelar, pero sólo es un juego, un poco de diversión. Y sé que la consecuencia que me imponga Alice no será ni fácil ni sencilla.

—Verdad —digo por fin—. Me imagino cualquiera de tus consecuencias, y esta noche no quiero correr por la calle Oxford desnuda.

—Verdad —conviene Alice despacio, saboreando la palabra—. ¿Estás segura? ¿Estás segura de que la respuesta será completamente sincera?

—Eso creo. Ponme a prueba.

—Vale. —Y me mira con curiosidad—. Entonces, en el fondo, ¿te alegraste? ¿Te alegraste de librarte de ella? ¿De tu hermanita perfecta? ¿En el fondo, te alegraste cuando la mataron?

Y de repente parece como si todo ocurriera a cámara lenta, a través de una niebla densa. Oigo a Robbie suspirar irritado, decirle a Alice que deje de hacer el idiota. Noto que Philippa me está mirando, se pregunta qué es lo que pasa, se pregunta si es posible que Alice esté hablando en serio. Noto la mano de Philippa en mi brazo, noto su preocupación.

Pero yo sólo veo los ojos de Alice. Fríos, me evalúan, y tienen las pupilas tan dilatadas que todo es negro sobre blanco. Ojos duros e inflexibles. Profundos. Oscuros. Despiadados.