12

—Entonces, ¿te podremos ver el viernes por la noche? —pregunta mamá.

—Sí.

Estoy a punto de despedirme y colgar el teléfono cuando ella añade:

—¿Por qué no te traes a tu nueva amiga? ¿Por qué no vienes con Alice? Nos encantaría conocerla.

Dudo que mi madre y mi padre quieran conocer a Alice de verdad; hace tiempo que no les gusta relacionarse con la gente. Hay que hacer un gran esfuerzo por reír o sonreír o mantener una conversación cuando lo único que tienes en la cabeza es la muerte de tu hija; un tema que es imposible tocar sin asustar a la gente o hacer que se vaya. Pero aprecio el esfuerzo que están haciendo por mí, y sé que desean que mi vida sea lo más normal posible.

Ya he pensado antes en presentar a Alice a mis padres, pero siempre he preferido no hacerlo. Mamá y papá están tan tristes, son tan callados que eso a veces puede ser muy duro para la gente que no sabe cómo comportarse delante de ellos. Y aún no le he hablado de Rachel a Alice. Así que seguro que encontraría su absoluta seriedad y su incapacidad para reírse muy desconcertante.

—No sé, mamá —digo—, probablemente tenga muchas cosas que hacer.

—Por favor, cariño. Por favor, al menos pregúntaselo. Ya sé que somos aburridos, y sé que puede ser una lata, pero ver una cara nueva nos sentaría bien. Y tu padre se sentiría realmente bien si viera que eres feliz y que te diviertes con amigas de tu misma edad.

Es muy raro que mi madre me pida cosas, y me ha parecido que lo desea tanto, que acepto preguntarle a Alice si quiere venir. Le prometo que al día siguiente le diré si viene o no. Mamá necesita tiempo para comprar algo de comida extra.

Alice me dice que sí, que le encantará venir, y se ríe y me dice que esperaba que se lo pidiera.

Inevitablemente, durante nuestra primera noche allí, sale el nombre de Rachel. Pero me las arreglo para cambiar de tema enseguida y evito la incomodidad de tener que decirle a Alice lo que ocurrió frente a las miradas curiosas de mamá y papá. Seguro que se preguntarían por qué no se lo he explicado antes.

Pero sé que tendré que contárselo. No hay manera de que podamos pasar un fin de semana entero sin que vuelva a salir el nombre de Rachel. Así que cuando Alice y yo les damos las buenas noches a mis padres y subimos la escalera a la planta de arriba para meternos en la cama, le pregunto si quiere entrar en mi habitación un minuto.

—¿Por qué? —susurra, y se ríe—: ¿Tienes ahí dentro un alijo secreto de drogas?

—Tengo que contarte una cosa.

Alice me mira con los ojos muy abiertos, sorprendida por el tono serio de mi voz.

—Vale —dice—. Pero primero déjame ir al baño. Tardaré un segundo.

Cuando vuelve nos sentamos en la cama, cara a cara, con las piernas cruzadas.

—Tuve una hermana —digo con naturalidad—. Rachel. Fue asesinada.

Alice se inclina hacia delante, frunce el ceño.

—¿Qué has dicho?

Espero. Sé que me ha oído perfectamente pero que necesita un poco de tiempo para asimilar la información. Siempre pasa lo mismo la primera vez que se lo dices a alguien. Al principio es difícil de creer.

—Cuéntame —dice por fin.

Y empiezo a hablar, y mientras hablo lloro en silencio. Se lo cuento todo. La historia entera, empezando por el momento en que Carly y Rachel y yo estábamos en la cafetería hace años, el momento en que decidí que iríamos a la fiesta. Y lloro al recordar el horror, pero también me siento aliviada por contárselo a alguien por fin, y hablo, hablo y lloro un poco más. Y Alice, por una vez, sólo escucha. No dice nada, no pregunta, pero mantiene su mano en mi rodilla todo el rato.

—Oh, Dios mío —dice cuando he acabado—. Pobrecita. Y pobres tus padres. ¿Por qué no me lo dijiste antes? Oh, Dios mío. Pobre Rachel.

—Sí. Pobre Rachel. Pobres mamá y papá. Es horrible. Nos destrozó la vida.

Y Alice me rodea con los brazos y me abraza mientras lloro. Después, cuando ya estoy completamente exhausta y me duele la cabeza, cuando el reloj marca las dos de la mañana, me ayuda a meterme en la cama y se estira a mi lado, y me acaricia el pelo hasta que me duermo.

A la mañana siguiente me despierto y Alice está de pie al lado de la cama con una taza de té caliente en las manos.

—Te he traído esto. —Deja la taza en la mesilla de noche y se sienta en la cama—. ¿Has dormido bien?

Alice está vestida. Lleva el pelo aún húmedo en las puntas, huelo el aroma a cítricos del champú. Me siento molida, cansada, vieja. Cojo la taza y sorbo un poco de té. Está caliente y fuerte, dulce, tengo la boca seca y sabe delicioso.

—¿Cómo estás? —pregunto después de beberme media taza y sentirme un poco más lúcida para hablar—. ¿A qué hora te has levantado? Debes de estar agotada.

—No. Me siento genial. Me he levantado temprano y he desayunado con Helen en el porche.

Me pregunto por qué Alice se ha referido a mi madre con su nombre. Hasta ahora siempre habían sido simplemente mi madre y mi padre.

—Hemos hablado de Rachel —dice Alice.

—Oh. —Me ha sorprendido. No puedo imaginar qué se habrán dicho la una a la otra. Por lo general mamá es muy reacia a hablar de Rachel con extraños, tiene mucho miedo de reducir la vida y la muerte de su hija a una anécdota—. Pero… Quiero decir, ¿cómo ha reaccionado mamá? ¿De verdad que ha hablado de Rachel?

—¿Que si ha hablado? Por favor, Katherine, y casi sin respirar. Creo que lo necesitaba mucho. Ha sido como… ¿cómo se dice?… «catártico» para ella, creo. Helen es una mujer adorable, valiente y fuerte, pero necesita, no sé… necesita algún tipo de espita de salida para todo esto. Está claro que se ha estado reprimiendo, que se ha tragado toda la ira y la tristeza durante mucho tiempo. Quiero decir, no me malinterpretes, esta mañana ha sido agotadora emocionalmente, para ambas. Hemos reído y llorado y nos hemos abrazado. Hasta nos pusimos un poco de ron en el café, estábamos tan emocionadas. Quiero decir… esta mañana se ha abierto por completo, me ha explicado muchas cosas… cosas que probablemente no ha contado a nadie antes. —Alice ladea la cabeza y sonríe soñadora—. Y yo le he dado una visión diferente. Una nueva manera de ver las cosas. Más comprensiva y tolerante. Creo que la he ayudado de verdad, ya sabes. La he ayudado a deshacerse de mucha de la mierda que guardaba en su interior.

—¿Mierda? —digo. Estoy enfadada pero no estoy segura de por qué—. ¿A qué mierda te refieres exactamente?

—Oh. —Alice parpadea y luego me mira con un poco de cautela—. ¿Estás bien? No te importa, ¿verdad? Simplemente ha pasado. Ni siquiera estoy segura de cómo hemos empezado a hablar de Rachel. No sé, creo que he sido yo… pero no podía sentarme ahí con Helen y no decir nada de ella. Me hubiera sentido falsa, como si le estuviera mintiendo o algo así. Pero vaya, en cuanto he nombrado a Rachel, eso es lo que ha pasado. Helen no podía parar de hablar.

Me molesta mucho la manera en que Alice llama «Helen» a mi madre, y cada vez que lo hace tengo que reprimir las ganas de decirle que se calle.

—Iré a ver si está bien. —Suspiro. Me aparto las mantas de las piernas y me levanto, evito la mirada de Alice mientras me pongo la bata—. Desde que Rachel murió y hasta ahora, mi madre había conseguido esconder sus verdaderos sentimientos muy bien. En realidad no serías capaz de decir lo que está pensando de verdad a no ser que la conozcas muy, muy bien. Y a veces puede ser amable hasta extremos ridículos, hasta el punto de ser autodestructiva.

Salgo de la habitación sin darle a Alice la oportunidad de decir nada más. Sé que he sido brusca y probablemente demasiado dramática, pero estoy segura de que Alice lo ha entendido todo mal. Sé que si han estado hablando de Rachel, mamá se siente herida y disgustada. Y hay algo en la actitud de Alice hacia todo esto que me parece complaciente de una manera sospechosa. Me irrita la satisfacción con la que habla.

Encuentro a mamá en la cocina. Está de pie frente a la encimera, amasa un poco de pasta, hay harina por toda la superficie y tiene un poco en la cara. Tararea.

—Oh. Cariño. —Sonríe y se pone las manos en el pecho—. Me has asustado.

—¿Cómo estás? —La miro con cariño.

—¡Oh! Estoy muy… —Se roza el labio, se mancha con un poco de harina. Tiene los ojos húmedos y creo que está a punto de echarse a llorar, pero entonces sonríe—. Hoy me encuentro muy bien. Esta mañana, Alice y yo hemos tenido una charla encantadora. Ha sido una conversación sobre Rachel muy honesta. Ha sido, bueno, ha sido algo muy… muy liberador, lo he sacado todo. —Se ríe y después mueve la cabeza—. He maldecido como un marinero, querida. Y hasta he bebido ron, también como un marinero.

—¿Ron? ¿A estas horas? —Miro el reloj de la cocina—. ¡Si sólo son las diez de la mañana!

—Ya lo sé. ¿A que somos malas? Tu amiga Alice —dijo mamá meneando la cabeza otra vez, sonriendo con cariño— es todo un personaje, ¿verdad? Es muy divertida.

—Ya lo creo. —Abro la nevera, trato de ocupar la mente en buscar algo de comer—. Pero es difícil imaginarte diciendo palabrotas.

No puedo evitarlo, me muestro brusca y resentida.

—Bueno, pues lo he hecho. —Si mamá se ha dado cuenta de mi estado de ánimo no se le nota, sigue estando alegre y radiante—. Esos pobres hombres. Aún les deben de pitar los oídos.

—¿Pobres hombres? ¿Qué pobres hombres?

Cierro la puerta de la nevera, la miro a los ojos.

—Bueno, más bien chicos, en realidad, no hombres. Los chicos que mataron a Rachel.

—¿Pobres? De pobres nada. Ellos están vivos.

—Exacto. Y tendrán que vivir para siempre con lo que hicieron.

—Bueno —digo con malicia—. Así que tienen que vivir con esa carga a cuestas.

—Pues claro. —Mamá me mira y sonríe—. Está bien. Sácalo todo. Grita y enfádate y di palabrotas si quieres.

—Dios, mamá, ya hice todo eso.

—Bien, pues eso es bueno. Me alegro de que lo hicieras. —Se ríe—. Sienta bien enfadarse, ¿verdad? Sienta bien portarse mal a veces.

—Yo no lo llamaría portarse mal. Yo lo llamaría comportarse como un ser humano normal.

—Por supuesto. Tienes toda la razón. Alice ha dicho lo mismo.

—¿Y tú estás bien? —No sé por qué no estoy aliviada. Pero hay una parte de mí, extraña y avergonzada, que se ha decepcionado al verla tan feliz. Supongo que estoy un poco celosa de que hablar con Alice, no conmigo, la haya hecho sentirse así—. ¿No estás disgustada?

—¿Disgustada? Bueno, claro que lo estoy, corazón. Mi hija fue asesinada. Pero en realidad me siento bien por… por haber reconocido lo jodidamente enfadada que estoy en realidad. Por haber dejado que salga un poco de esa ira. —Se encoge de hombros y vuelve a ponerse a amasar, golpeando la masa con furia—. Sienta muy bien expresarlo. Lo que sentía por esos hombres era malsano, por esos chicos quiero decir, por esos hijos de puta. Casi sentía pena por ellos.

—Oh. Bueno. Eso es…

Me callo, me vuelvo y voy a por la tetera, trato de ocupar la mente otra vez, busco el azúcar, una taza, meto las hojas en la tetera. Nunca antes había oído a mi madre decir palabrotas. Nunca. En casi dieciocho años. Y lejos de sentirme feliz porque por fin haya demostrado un poco de ira natural y comprensible, lejos de sentirme contenta de que se haya soltado un poco, estoy a punto de llorar. Me siento herida. Había intentado muchas veces antes que hablara de Rachel, que expresara algo de ira, que gritara y llorara por la injusticia de todo lo ocurrido, pero ella siempre había sido estoica, siempre había apretado los labios con fuerza para no dejar escapar ninguna emoción.

Donde yo siempre he fracasado, Alice ha tenido éxito. ¡Y de una manera tan fácil, tan rápida!

Acabo de prepararme el té en silencio y cuando estoy a punto de salir de la cocina y volver a mi habitación para bebérmelo en amarga soledad, mamá se me acerca. Se queda de pie frente a mí, me pone las manos en los hombros y aprieta.

—Alice es una chica encantadora. Estoy muy contenta de que la hayas traído este fin de semana.

Asiento y me obligo a sonreír.

—Y está claro que ve el mundo como tú —dice mamá—. No podía haberme hablado mejor de ti. Estoy muy contenta de que os hayáis hecho amigas.

Entonces se inclina hacia delante y me besa en la mejilla. Sonríe, y es la sonrisa más feliz y más auténtica que le veo desde que murió Rachel. Mamá abre los brazos, yo dejo la taza de té y la rodeo con los míos. Nos abrazamos con fuerza durante mucho rato, y mientras tanto dejo que toda la rabia que he sentido por Alice desaparezca. Ha hecho que mamá esté más feliz y en vez de sentir celos infantiles debería estarle agradecida. He sido irracional, egoísta y mezquina. Y cuando empiezo a subir la escalera me prometo a mí misma que en el futuro seré mucho más generosa y comprensiva con Alice. Después de todo, tiene las mejores intenciones. Es una buena amiga, una amiga afectuosa y entregada, y su corazón siempre está en el lugar correcto.