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Jeannie redactó el comunicado de prensa, Lisa accedió a World Span Travelshopper y tomó nota de los vuelos y Steve se hizo con un ejemplar de las Páginas Amarillas y empezó a telefonear a los hoteles más importantes, con la pregunta: «¿Tienen programada para mañana una conferencia de prensa de la Genético, S.A. o de la Landsmann?».

Al cabo de tres intentos, se le ocurrió que tal vez la conferencia no iba a tener lugar en un hotel. Quizá la celebraran en un restaurante o en algún sitio más exótico, como a bordo de un barco; o acaso la sede de la Genético, situada al norte de la ciudad, dispusiera de un salón de actos lo bastante amplio. Pero en la séptima llamada, un empleado amable dijo:

—Sí, es en la Sala Regencia, a mediodía, señor.

—¡Estupendo! —se animó Steve. Jeannie le dirigió una mirada interrogativa y Steve sonrió e hizo el signo de la victoria con el pulgar hacia arriba—. ¿Podría reservar una habitación para esta noche, por favor?

—Le pasó con Reservas. Tenga la bondad de esperar un momento.

Steve alquiló la habitación, que pagó con la tarjeta American Express de su madre. Cuando colgó, Lisa dio su informe:

—Hay tres vuelos que podrían traernos a Henry King a tiempo de asistir a la conferencia, todos son de la USAir. Salen a las seis y veinte, a las siete cuarenta y a las nueve cuarenta y cinco. Todos ellos tienen plazas disponibles.

—Encarga un asiento para el de las nueve cuarenta y cinco —dijo Jeannie.

Steve pasó a Lisa la tarjeta de crédito y la muchacha tecleó los datos.

—Aún no sé cómo voy a convencerle para que venga —confesó Jeannie.

—¿No dijiste qué es estudiante y que trabaja en un bar? —preguntó Steve.

—Sí.

—Seguro que anda a la cuarta pregunta. Déjame intentar una cosa. ¿Que número tiene?

Jeannie se lo dio.

—Le llaman Hank —aclaró.

Steve marcó el número. Nadie contestó al teléfono. Steve sacudió la cabeza, decepcionado.

—No hay nadie en casa.

Jeannie se mostró momentáneamente alicaída; luego chasqueó los dedos. —Tal vez esté trabajando en el bar.

Dio a Steve el número y éste lo marcó. Contestó un hombre con acento hispano.

—Blue Note…

—¿Me puede poner con Hank?

—Se supone que está trabajando, ¿sabe? —replicó el hombre en tono irritado.

Steve sonrió a Jeannie y le informó, tapado el micro: «¡Aquí lo tenemos!». —Es muy importante, no le entretendré prácticamente nada.

Al cabo de un minuto llegó por la línea una voz exactamente como la de Steve.

—¿Sí, quién es?

—Hola, Hank, me llamo Steve Logan y tenemos algo en común.

—¿Vende algo?

—Tu madre y la mía recibieron tratamiento en un lugar llamado Clínica Aventina, antes de que tú y yo naciéramos. Puedes comprobarlo con ella.

—Sí, ¿y qué?

—Para abreviar: he demandado a la clínica por diez millones de dólares y me gustaría que te unieras a mi querella.

Una pausa reflexiva.

—No sé si lo que dices es verdad o no, colega, pero tampoco tengo dinero para entablar un juicio.

—Correré con los gastos del proceso. No quiero tu dinero.

—¿Por qué me llamas, entonces?

—Porque mi caso tendrá mucha más fuerza contigo a bordo.

—Será mejor que me escribas y me des los detalles…

—Ese es el problema. Te necesito aquí en Baltimore, en el hotel Stouffer, mañana al mediodía. He convocado una conferencia de prensa, previa al litigio, y quiero que asistas a ella.

—¿Quién quiere ir a Baltimore? Vaya, no es Honolulu.

«Sé un poco serio, imbécil.» —Tienes reservada una plaza en el vuelo de la USAir que despega de Logan a las diez menos cuarto. El billete ya está pagado, puedes comprobarlo con la línea aérea. Recógelo en el aeropuerto.

—¿Estás ofreciéndome compartir diez millones de dólares contigo?

—Ah, no. Tú recibirás tus propios diez millones.

—¿En qué basas tu demanda?

—Quebrantamiento por fraude de contrato implícito.

—Estudio comercio. ¿No hay un estatuto de limitaciones sobre eso? ¿No prescribe ese delito? Algo que sucedió hace veintitrés años…

—Hay un estatuto de limitaciones, pero el caso empieza a contar a partir de la fecha del descubrimiento del fraude. Que en este caso fue la semana pasada.

Al fondo, una voz hispana gritó:

—¡Eh, Hank, tienes esperando a cien clientes!

Hank dijo a través del teléfono:

—Empiezas a parecer un poco más convincente.

—¿Eso significa que vas a venir?

—Diablos, no. Significa que lo pensaré cuando salga del trabajo esta noche. Ahora tengo que servir consumiciones.

—Puedes llamarme al hotel —dijo Steve, pero demasiado tarde: Hank ya había colgado.

Jeannie y Lisa le miraban expectantes.

Steve se encogió de hombros.

—No sé —dijo el muchacho en tono poco optimista—. No sé si le he convencido o no.

—Tendremos que esperar, a ver si le da por presentarse —dijo Lisa.

—¿Cómo se gana la vida Wayne Stattner?

—Es dueño de clubes nocturnos. Probablemente ya tiene diez millones.

—En tal caso lo suyo será picarle la curiosidad. ¿Tienes su número?

—No.

Steve llamó a Información.

—Si es una celebridad puede que no figure en la guía.

—Tal vez haya un número comercial. —Le respondieron y dio el nombre. Al cabo de un momento tuvo el número. Llamó y consiguió la respuesta de un contestador automático. Dijo: Hola, Wayne, me llamo Steve Logan y como notarás enseguida mi voz es exactamente igual a la tuya. Eso se debe a que, lo creas o no, tú y yo somos idénticos. Mido metro ochenta y ocho, peso ochenta y seis kilos y nos parecemos como dos gotas de agua. Es probable que también tengamos otras más cosas en común: soy alérgico a las nueces australianas, no tengo uñas en los dedos pequeños de los pies y cuando me quedo pensativo me rasco el dorso de la mano izquierda con los dedos de la derecha. Y ahora viene lo sorprendente: no somos gemelos. Somos varios. Uno cometió un delito el domingo pasado en la Universidad Jones Falls, por eso recibiste ayer la visita de la policía de Baltimore. Y mañana al mediodía nos vamos a reunir en el hotel Stouffer de Baltimore. Ya se que resulta extraño, pero todo es verdad. Llámame al hotel, a mí o a la doctora Ferrami, o si te parece, preséntate allí sin más. Será interesante. —Colgó y miró a Jeannie—. ¿Que te parece?

La muchacha se encogió de hombros.

—Es un individuo que puede permitirse el lujo de darse sus caprichos. Tal vez se sienta intrigado. Y un propietario de clubes nocturnos no tendrá nada especialmente apremiante que hacer el lunes por la mañana. Por otra parte, a mí no me induciría a coger el avión un recado telefónico como ese.

Sonó el teléfono y Steve lo descolgó automáticamente:

—¡Diga!

—¿Puedo hablar con Steve?

La voz no era familiar.

—Al aparato.

—Aquí tío Preston. Ahora te paso con tu padre.

Steve no tenía ningún tío Preston. Enarcó las cejas, desconcertado. Al cabo de unos segundos llegó otra voz por el teléfono.

—¿Hay alguien contigo? ¿Está ella escuchando?

De súbito, Steve lo comprendió. La perplejidad dio paso al desconcierto. No sabía cómo reaccionar.

—Un momento. —Cubrió el micrófono con la mano y anunció a Jeannie—: ¡Creo que es Berrington Jones! Y me ha tomado por Harvey. ¿Que rayos tengo que hacer?

Jeannie extendió las manos en ademán de absoluta perplejidad.

—Improvisa —fue su escueta recomendación.

—¡Vale, muchas gracias! —Steve se llevó el aparato al oído—. Ejem, sí, Steve al habla.

—¿Que ocurre? ¡Llevas horas ahí!

—Supongo que si…

—¿Has averiguado ya que trama Jeannie?

—Ejem… sí.

—Entonces vuelve aquí y cuéntanoslo.

—De acuerdo.

—No estarás atrapado de alguna manera, ¿verdad?

—No.

—Supongo que te la has estado follando.

—Si tú lo dices…

—¡Ponte de una vez los jodidos pantalones y vuelve a casa! ¡Estamos todos en un buen lío!

—De acuerdo.

—Ahora, cuando cuelgues, dices que alguien que trabaja para el abogado de tus padres ha llamado para decirte que se te necesita en Washington lo antes posible. Esa es la excusa, te proporciona el motivo que justificará las prisas. ¿Conforme?

—Muy bien. Me tendréis ahí enseguida.

Berrington colgó y Steve hizo lo propio.

Steve hundió los hombros, aliviado.

—Creo que se la pegué.

—¿Que ha dicho? —preguntó Jeannie.

—Fue muy interesante. Parece que enviaron aquí a Harvey para que se enterara de tus intenciones. Les inquieta lo que puedas hacer con las cosas que sabes.

—¿Les? ¿A quiénes?

—A Berrington y a alguien llamado tío Preston.

—Preston Barck, el presidente de la Genético. ¿Por qué llamaron?

—Impaciencia. Berrington se hartó de esperar. Sospecho que él y sus compinches confiaban en averiguar qué pensabas hacer para luego idear la respuesta adecuada. Me dijo que fingiera que tenía que ir a Washington para ver al abogado y que, una vez fuera de aquí, me dirigiera a su casa, a la de Berrington, a toda velocidad.

Jeannie pareció preocupada.

—Mal asunto. Cuando Harvey no se presente, Berrington comprenderá que algo marcha mal. Los de la Genético tomarán sus precauciones. Y cualquiera sabe lo que pueden hacer: trasladar la conferencia de prensa a otro lugar, reforzar la vigilancia para que no podamos acceder al local donde se celebre e incluso cancelarla y firmar los documentos en el bufete de un abogado.

Steve contempló el suelo, con la frente surcada de arrugas reflexivas. Se le había ocurrido una idea, pero no se atrevía a exponerla. Por último, dijo:

—En ese caso, Harvey debe volver a casa.

Jeannie negó con la cabeza.

—Ha estado ahí tirado todo el rato y ha oído cuanto hemos dicho. Se lo contará de pe a pa.

—No, si voy yo en su lugar.

Jeannie y Lisa se lo quedaron mirando, pasmadas.

Steve no había ultimado el plan; pensaba en voz alta.

—Iré a casa de Berrington y me haré pasar por Harvey. Les tranquilizaré.

—Es muy arriesgado, Steve. No sabes nada acerca de su vida. Ni siquiera sabes dónde está el lavabo.

—Si Harvey pudo engañarte a ti, supongo que yo puedo engañar a Berrington —Steve trató de demostrar más confianza de la que sentía.

—Harvey no me engañó. Le descubrí.

—Te engañó durante un rato.

—Menos de una hora. Tú tendrías que estar con ellos más tiempo.

—No mucho. Normalmente, Harvey vuelve a Filadelfia el domingo por la tarde, lo sabemos. Estaré aquí de vuelta para la medianoche.

—Pero Berrington es el padre de Harvey. Es imposible.

Steve no ignoraba que Jeannie tenía razón.

—¿Tienes una idea mejor?

Tras un prolongado momento de meditación, Jeannie dijo:

—No.