Al día siguiente hacía una mañana agradable y soleada. Sally entró en casa de Barbara bailoteando con un ejemplar de la Daily Gazette en la mano.
—¡Fíjese! —exclamó—. ¡Mire, Barbara! John Smith ha escrito otro libro. Sale la semana que viene. ¡Ay, qué impaciente estoy! ¿Usted no, Barbara? Tengo ganas de saber lo que cuenta esta vez. Se titula Más poderosa es la pluma…; suena emocionante, ¿verdad? No hay pluma más poderosa que la de John Smith, ¿a que no?
Barbara hizo un gran esfuerzo por poner cara de asombro, pero comprobó que no había nacido para actriz. Afortunadamente, Sally estaba tan entusiasmada con la gran noticia que no se percató del disimulo. Tampoco esperó a que su amiga contestara la serie de preguntas que acababa de hacerle, como de costumbre, pero Barbara ya la conocía lo suficiente para no molestarse en responder. Por lo general, cuando se disponía a darle una respuesta, Sally ya estaba preguntando una cosa completamente distinta.
—Abue llamó a la señora Featherstone Hogg —continuó Sally hablando con fruición—. Cerró la puerta de la biblioteca para que no oyera lo que decía, pero estaba tan nerviosa y hablaba tan alto que lo oí todo desde el vestíbulo. Han encargado un ejemplar cada una y quieren que se lo manden en cuanto salgan a la venta. Creen que van a encontrar alguna pista de la identidad de John Smith. ¿Ya lo ha encargado, Barbara? Le recomiendo que lo haga cuanto antes. La primera edición se va a agotar nada más salir. ¿Verdad que me lo prestará, si abue esconde el suyo? ¡Ay, de verdad, John Smith me parece maravilloso!
—Va a casarse con él, ¿no? —preguntó Barbara con picardía.
—¡Bah, eso era solo una tontería mía! —dijo Sally, aunque se ruborizó—. No se tome al pie de la letra todo lo que digo, querida Barbara. Cuando me pongo contenta, me acelero y digo todas las tonterías que se me pasan por la cabeza. ¿Cómo voy a querer casarme con un desconocido?
—Parece imposible, desde luego, aunque usted lo conoce muy bien y eso lo cambia todo, porque es un hombre alto y fuerte, ¿no? Tiene la boca graciosa, los ojos penetrantes, el pelo largo y alborotado…
—¡Se burla de mí! ¡Qué malísima es usted! Ande, sea buena, Barbara, y le cuento un secreto, una cosa muy, pero que muy importante. Estoy enamorada.
—¡No me diga! ¿Y no es de John Smith?
—En serio, boba. Nos hemos comprometido —dijo Sally. Rebuscó en el bolsillo del jersey y le enseñó una sortija de diamantes—. ¿Me cree ahora?
Con una prueba tan contundente, Barbara no tuvo más remedio que creerlo y reaccionar en consecuencia.
—Nos casaremos en cuanto reciba noticias de mi padre. Se lo he contado todo en una carta. ¡Ah, Barbara, es un hombre maravilloso!
—Lo sé. Siempre lo ha dicho.
—No, mi padre no, aunque también es maravilloso, desde luego. Me refiero a Ernest… el señor Hathaway, ya sabe. Es maravilloso, Barbara, es un amor tan grande que no hay palabras para expresarlo. Lo adoro. No es la primera vez que me enamoro, no crea —continuó, dándoselas de sabia y experta—, pero ahora es completamente distinto… Esto es amor verdadero. Solo estamos esperando la carta de mi padre, luego nos casaremos y seremos felices para siempre.
Barbara la miró con preocupación.
—Sally, querida —le dijo, consternada—. No creo que su padre consienta que se case con el señor Hathaway. Es muy buena persona, desde luego, pero el pobre vive en la mayor miseria… ¿Cómo van a mantener una casa?
—Eso es lo más fantástico, querida. No es pobre, ni muchísimo menos. Ha escrito a mi padre y le ha contado exactamente todo lo que posee, que es muchísimo —dijo Sally con los ojos abiertos como platos—. Donó toda su renta, renunció a todo, pero solo por un año, porque quería saber lo que significa ser pobre. ¡Es que es tan bueno, Barbara! Tiene unos ideales maravillosos. Nunca estaré a la altura de sus ideales.
—Claro que sí, si lo intenta.
—Bueno, a lo mejor —convino Sally—, si me esfuerzo mucho… pero ¿no es fantástico, Barbara? ¿No parece de novela enamorarse de un hombre pobre y luego descubrir que es más rico de lo que una podría soñar?
Barbara le dio la razón, la abrazó y le dijo que se alegraba inmensamente.
Sally era muy joven, desde luego, pero tenía más experiencia de la vida que muchos adultos y sabía organizarse perfectamente. En cuanto al señor Hathaway, siempre le había parecido un joven simpático, muy serio, tal vez, pero Sally le daría vitalidad. Formaban una buena pareja y Barbara pensó que su amiguita sería feliz. La situación mental en la que se encontraba la inclinaba a ver en el matrimonio un estado deseable.
—Vendrá a la boda, ¿verdad, Barbara? —dijo Sally mientras se deshacía del abrazo de Barbara.
—Si todavía existe Barbara Buncle, allí estará como un clavo —respondió.
«¡Qué buena respuesta! —se dijo— porque ya no seré Barbara Buncle, sino Barbara Abbott. Es una lástima perderme esa boda, desde luego, pero, como no es posible, no merece la pena darle más vueltas».
Lo de Sally era asombroso de verdad, casi no podía creer que fuera cierto. Le habría gustado saberlo antes y poder aprovecharlo en Más poderosa es la pluma… Si el señor Shakeshaft se hubiera casado con su alumna, su personaje sería mucho más interesante… «como Swift y Stella», pensó lamentándolo. Incluso podría haber habido boda doble en Santa Ágata. No, la boda era de Elizabeth y solo de Elizabeth. No quería robarle ni un ápice de gloria. De todas formas, la mayor pérdida para Más poderosa es la pluma… era el giro que daba el personaje del señor Shakeshaft, que en realidad era rico, como un príncipe de incógnito. «¿Por qué no se me habría ocurrido? —suspiró—. Es que no tengo nada de imaginación. El señor Shakeshaft habría disfrutado de un final feliz y la señora Myrtle Coates se habría hundido más en el ridículo. Como tenía que haber sido, obviamente, pero estoy tan ciega y soy tan boba que no supe verlo».
—¿En qué está pensando, Barbara?
—Me gustaría mucho tener un poco de imaginación —contestó Barbara, tan sinceramente como siempre que era posible.
—¡No se preocupe, amiga mía! No todos podemos ser John Smith —dijo Sally, apretándole el brazo cariñosamente.