Capítulo XVI

Al llegar al número 4 de Madison Road, Craddock encontró a miss Marple acompañada de Lucy Eyelesbarrow.

Vaciló por un momento sobre su plan de campaña y acabó por decidir que Lucy Eyelesbarrow podría ser una valiosa aliada.

Después de los oportunos saludos, sacó con solemnidad su cartera, extrajo tres billetes de una libra, añadió tres chelines y se los acercó a miss Marple por encima de la mesa.

—¿Qué es esto, inspector?

—Honorarios por la consulta. Es usted mi asesora en asesinatos. Pulso, temperatura, reacciones locales, posible causa del asesinato en cuestión. Yo sólo soy el pobre médico de la localidad.

Miss Marple le guiñó un ojo. Él le sonrió. Lucy Eyelesbarrow emitió una leve exclamación y luego se echó a reír.

—Venga, inspector Craddock. ¿Es usted humano, después de todo?

—Oh, es que esta tarde no estoy de servicio.

—Ya le dije a usted que nos conocíamos —le indicó miss Marple a Lucy—. Sir Henry Clithering es su padrino, un viejo amigo mío.

—¿Le gustaría saber, miss Eyelesbarrow, lo que mi padrino me dijo de ella la primera vez que hablamos? Dijo que era la detective más hábil que Dios había creado nunca, un genio natural cultivado en suelo fértil. Me dijo que no despreciara nunca a las… —Dermot Craddock se detuvo un momento para hallar un sinónimo de la expresión «viejas gatas»—… a las damas ancianas. Afirmó que, por lo general, éstas pueden explicarle a uno lo que pudo haber ocurrido, lo que debía haber ocurrido ¡y lo que efectivamente ocurrió! Y que pueden decirle además por qué ocurrió. Y añadió que esta dama en particular era la primera de la clase.

—¡Vaya! —exclamó Lucy—. Eso es la mejor carta de recomendación que puedan darle a nadie.

Miss Marple, sonrojada y confundida, daba señales de una nerviosidad extrema.

—Mi querido sir Henry. Siempre tan bondadoso. Realmente, no tengo ninguna habilidad. Sólo, quizás, un ligero conocimiento de la naturaleza humana. Como comprenderá usted, al vivir en un pueblo…

Y añadió con más compostura:

—Por supuesto, me limita un poco no estar en el lugar de los hechos. Me resultaría muy útil porque las personas que veo me recuerdan a otras. Ya saben, la gente es la misma en todas partes, y eso es una guía de gran valor.

Lucy parecía un poco confundida pero Craddock asintió.

—Pero usted fue allí a tomar el té, ¿verdad?

—Sí. Fue muy agradable. Me contrarió un poco no ver al viejo Mr. Crackenthorpe, pero no se puede tener todo.

—¿Cree usted que si se encontrara con la persona que cometió el asesinato lo sabría? —preguntó Lucy.

—Oh, no, en absoluto, querida. Siempre tiende una a hacer conjeturas, y eso es una cosa muy peligrosa cuando se trata de algo tan serio como el asesinato. Lo más que puedo hacer es observar a las personas interesadas, o a las que puedan estar implicadas, y ver a quién me recuerdan.

—¿Como Cedric y el director del banco? Miss Marple la corrigió:

—El hijo del director del banco, querida. Mr. Eade, por su parte, se parecía mucho más a Mr. Harold, un hombre muy conservador, aunque bastante aficionado al dinero. La clase de hombre, en todo caso, que haría lo que fuera para evitar un escándalo. Craddock sonrió. —¿Y Alfred?

—Jenkins, el del garaje —contestó miss Marple con prontitud—. No se puede decir que se apropiara de las herramientas, pero acostumbraba a dar un gato roto o inservible por otro bueno. Además, creo que no era muy honrado en lo referente a las baterías, aunque, claro, yo no entiendo mucho de estas cosas. Sé que Raymond dejó de acudir a su taller y se fue al taller de Milchester Road. En cuanto a Emma —continuó miss Marple con aire pensativo—, me recuerda mucho a Geraldine Webb, siempre tan pasiva y dominada por su anciana madre.

—Todo el mundo quedó muy sorprendido cuando murió la madre inesperadamente y Geraldine heredó una considerable suma de dinero, se hizo la permanente, se fue a hacer un crucero y volvió casada con un simpático abogado. Tuvieron dos hijos.

El paralelo era bastante claro.

—¿Cree que fue prudente que aludiera a un hipotético matrimonio de Emma? —preguntó Lucy con cierta inquietud—. No pareció agradar a sus hermanos. Miss Marple asintió.

—Sí. Muy típico de los hombres. Son incapaces de ver lo que pasa delante de sus ojos. Creo que ni usted misma lo advirtió, Lucy.

—No. No se me hubiera ocurrido pensarlo. Los dos me parecían tan…

—¿Tan viejos? —dijo miss Marple, sonriendo ligeramente—. Yo diría que el doctor Quimper no tiene mucho más de cuarenta años, aunque sus sienes empíecen a encanecer, y es evidente que desea formar un hogar, y Emma Crackenthorpe no llega a los cuarenta. No es aún tan vieja como para no poder casarse y tener familia. Me dijeron que la esposa del doctor murió muy joven, en el parto.

—Eso creo, sí. Emma lo comentó un día.

—Debe de sentirse muy solo —comentó miss Marple—. Un médico que trabaja tanto necesita una esposa, alguien capaz de compartir su soledad, y no demasiado joven.

—Oiga, querida: ¿Estamos investigando un crimen o estamos haciendo de casamenteras?

Miss Marple parpadeó.

—Me temo que soy algo romántica. Quizá porque soy una solterona. Ya sabe, mi querida Lucy, que, en lo que a mí se refiere, ha cumplido usted lo pactado. Si realmente desea unas vacaciones en el extranjero antes de estrenar su nueva colocación, aún le queda tiempo para un corto viaje.

—¿Dejar Rutherford Hall? ¡Nunca! A estas horas soy una detective consumada. Casi tan mala como los muchachos, que se pasan el día buscando pistas. Ayer registraron a fondo los cubos de la basura. Muy desagradable, y no tenían en realidad la menor idea de lo que esperaban encontrar. Si se le acercan a usted con aire de triunfo, inspector Craddock, llevando un trozo de papel roto, con las palabras escritas: «Martine, si aprecia algo su vida ¡manténgase apartada del granero!», será porque me han dado lástima y lo he escondido yo en la pocilga para que lo encuentren.

—¿Por qué en la pocilga, querida? —preguntó miss Marple con interés—. ¿Tienen cerdos?

—Oh, no. Ahora no. Sencillamente, es que voy allí algunas veces.

Por alguna razón, Lucy se sonrojó. Miss Marple la miró con creciente interés.

—¿Quién hay ahora en la casa? —preguntó Craddock.

—Cedric está allí y Bryan ha venido a pasar el fin de semana. Mañana llegan Harold y Alfred. Han telefoneado esta mañana. En cierto modo, ha removido el avispero, inspector Craddock.

Craddock sonrió.

—Los he agitado un poco. Les pedí que diesen cuenta de sus movimientos el viernes veinte de diciembre.

—¿Y pudieron hacerlo todos?

—Harold pudo. Alfred no pudo o no quiso.

—Creo que las coartadas deben ser terriblemente difíciles —dijo Lucy—. Horas, lugares y fechas. Debe costar mucho trabajo comprobarlas.

—Se necesita tiempo y paciencia, pero ya nos las arreglaremos. —Echó una ojeada a su reloj—. Iré en seguida a Rutherford Hall para hablar con Cedric, pero antes quiero ver al doctor Quimper.

—Llegará usted a tiempo. Abre su consulta a las seis y suele terminar media hora más tarde. Yo tengo que volver para ocuparme de la cena.

—Me gustaría conocer su opinión sobre un punto, miss Eyelesbarrow. ¿Cuál es la impresión de la familia sobre el asunto de Martine?

—Todos están furiosos con Emma por haberle hablado a usted de eso. También con el doctor Quimper, quien la animó a hacerlo. Harold y Alfred creen que era una farsante y que no se trata de la auténtica Martine. Emma no está segura. Cedric cree también que era un fraude, pero no se lo toma en serio como los otros dos. En cambio, Bryan parece estar seguro de que era auténtica.

—Me pregunto por qué será.

—Bueno, Bryan es así. Acepta las cosas sencillamente por lo que parecen ser. Cree que era la esposa, o mejor dicho, la viuda de Edmund y que tuvo que regresar de improviso a Francia, pero que algún día volverán a tener noticias de ella. El hecho de que no haya escrito hasta este momento le parece lógico, porque él tampoco escribe nunca cartas. Bryan es una persona más bien amable. Como un perro que espera que lo saquen a paseo.

—¿Y lo saca usted de paseo, querida? —preguntó miss Marple—. ¿A la pocilga, quizá?

Lucy le dirigió una viva mirada.

—Tantos caballeros en la casa que van de un lado a otro —murmuró miss Marple con aire pensativo.

Miss Marple pronunciaba la palabra caballeros dándole siempre un resabio Victoriano, eco de tiempos pasados. Y al instante acudía a la mente del que escuchaba la imagen de fogosos y apuestos caballeros (con patillas), a veces picaros, pero siempre galantes.

—Es usted tan guapa —continuó miss Marple mirándola con aprecio—. Imagino que la cuidarán como oro en paño, ¿verdad?

Lucy se sonrojó ligeramente. Por su mente cruzaron algunas imágenes. Cedric, apoyado en la pared de la pocilga; Bryan, sentado desconsoladamente a la mesa de la cocina; los dedos de Alfred rozando los suyos cuando la ayudó a recoger las tazas del café.

—Los caballeros —opinó miss Marple como quien hablara de alguna especie rara y peligrosa— se parecen mucho en ciertos aspectos, aunque sean muy viejos.

—¡Querida! ¡Cien años atrás la hubieran quemado por bruja!

Les contó la velada proposición matrimonial del viejo Crackenthorpe.

—En realidad —añadió luego Lucy—, todos me han hecho lo que podría usted llamar insinuaciones. La de Harold fue muy correcta: una ventajosa posición financiera en la City. Pero no creo que sea porque me encuentren atractiva. Deben pensar que sé algo.

Se echó a reír.

Pero el inspector no rió.

—Vaya con cuidado. Podrían asesinarla en lugar de hacerle insinuaciones.

—Me imagino que les sería más fácil —convino Lucy. Luego se estremeció ligeramente—. Una se olvida de estas cosas. Esos muchachos se han divertido de tal modo que casi he llegado a verlo como un juego. Pero no es un juego.

—No —intervino miss Marple—. El asesinato no es un juego. Guardó unos segundos de silencio antes de preguntar—: ¿Los dos muchachos no vuelven pronto al colegio?

—Sí, la semana próxima. Mañana se van a casa de los Stoddart-West a pasar juntos los últimos días de las vacaciones.

—Me alegro. No me gustaría que ocurriese nada mientras están aquí.

—¿Se refiere al anciano Crackenthorpe? ¿Cree usted que él será la próxima víctima?

—¡Oh, no! A él no le ocurrirá nada. Me refiero a los muchachos.

—¿A los muchachos?

—Bien, a Alexander.

—Pero seguramente…

—Eso de ir investigando por ahí, buscando pistas. A los chicos les gustan estas cosas, pero podría resultar muy peligroso.

Craddock la miró con expresión pensativa.

—Así, miss Marple, usted no cree que se trate del asesinato de una desconocida a manos de un hombre desconocido. ¿Cree que está definitivamente relacionado con Rutherford Hall?

—Sí, eso creo.

—Todo lo que sabemos del asesino es que se trata de un hombre alto y moreno. Esto es lo que su amiga dice, y es la única referencia que tenemos. En Rutherford Hall hay tres hombres altos y morenos. Debe usted saber que el día de la encuesta salí para ver a los tres hermanos que esperaban en la acera a que viniese el coche. Estaban de espaldas a mí y los tres con gruesos abrigos. Era sorprendente el parecido. Tres hombres altos y morenos. Y, sin embargo, tienen una constitución física muy diferente. —Suspiró—. Eso dificulta mucho el trabajo.

—Me he estado preguntando —murmuró miss Marple— si todo esto no será quizá mucho más sencillo de lo que suponemos. Los asesinatos son con frecuencia muy simples, y las motivaciones completamente sórdidas y evidentes.

—¿Cree usted en Martine, miss Marple?

—De lo que estoy convencida es de que Edmund Crackenthorpe se casó o se proponía casarse con una muchacha llamada Martine. Emma Crackenthorpe le mostró a usted la carta de su hermano y, por la impresión que tengo de ella, como por lo que dice Lucy, me inclino a pensar que Emma es absolutamente incapaz de representar una comedia de este género. Es más, ¿por qué habría de hacerlo?

—Así pues, si admitimos la existencia de la tal Martine —dijo Craddock con expresión pensativa—, habría un móvil: la reaparición de Martine con un hijo disminuiría la herencia de los Crackenthorpe, aunque no hasta el extremo de impulsarlos a cometer un asesinato. Todos ellos andan apurados de dinero.

—¿Incluso Harold? —preguntó Lucy con incredulidad.

—Incluso Harold Crackenthorpe, de tan próspera apariencia, no es el financiero cauto y conservador que parece ser. Está con el agua hasta el cuello y complicado en algunos asuntos poco claros. Si pudiera disponer en breve de una considerable suma, podría evitar la bancarrota.

—Pues si es así… —Lucy se detuvo.

—Continúe, miss Eyelesbarrow.

—Lo sé, querida —dijo miss Marple—. Su idea es que sería un asesinato inútil.

—Sí. La muerte de Martine no beneficiaría en nada a Harold, ni a ninguno de los otros, a menos que…

—A menos que muriera Luther Crackenthorpe. Es verdad. También yo lo había pensado. Y Mr. Crackenthorpe padre está, según dice su médico, mucho más sano de lo que cualquier persona extraña imaginaría.

—Durará aún muchos años.

Luego frunció el entrecejo.

—Diga —insistió Craddock, en tono alentador.

—Estuvo algo enfermo por Navidad —continuó Lucy—. Dijo que el doctor se había alarmado mucho por este motivo. «Por su modo de alborotar, cualquiera hubiera creído que me habían envenenado». Éstas fueron sus palabras.

—Sí. Sobre esto precisamente quiero hablar con el doctor Quimper.

—Bien, tengo que retirarme —dijo Lucy—. Dios mío, qué tarde es.

Miss Marple dejó su labor de ganchillo y recogió The Times con un crucigrama a medio resolver.

—Me gustaría tener un diccionario. Tonkina y Tokay, siempre confundo estas dos palabras. Una de ellas creo que es el nombre de un vino húngaro.

—Ése es el Tokay —dijo Lucy, volviendo la cabeza desde la puerta—. Pero una tiene cinco letras y la otra siete. ¿Cuál es la definición?

—Oh, eso no está en el crucigrama —contestó miss Marple con vaguedad—. Está en mi cabeza solamente.

El inspector Craddock la miró con curiosidad. Luego se despidió y salió.