Escribimos a la dama de Vítebsk para felicitarle por la Pascua. Como respuesta recibimos una postal con un cuadro titulado Noli me tangere. Ya nos había enviado esta ilustración anteriormente. En ella aparecía Jesucristo desnudo cubierto con una sábana y una interesante mujer de rodillas extendiendo las manos hacia él. Nos reímos un poco. Tras leer la postal, maman se echó a llorar.
—Cada vez nos quedan menos amigos —me dijo.
Resultó que era la hija de la dama quien nos escribía para decirnos que había muerto.
Antes de la Pascua terminaron de construir la iglesia católica. Era blanca con dos torres cuadradas y una Virgen en un nicho. Me gustaba sentarme por la tarde a contemplar cómo la luna desaparecía tras las torres y volvía a aparecer. El día del Corpus Christi vimos la procesión desde la ventana. Más adelante el Dvina publicó un reportaje sobre ésta y maman dijo que se debía «naturalmente a que Bodrévich es polaco».
Por fin terminó el año escolar. Una tarde calurosa maman me dio permiso para ir al río con Shuster. Él fue amable conmigo y quiso ofrecerme pipas, pero yo no acostumbraba a comerlas. Junto a la iglesia católica me contó que una vez un señor yacía con los brazos en cruz y dejó caer una billetera en la que guardaba cien rublos.
En el Parque Nikolái vimos al hermano menor de Shuster. Echamos a correr, pero nos alcanzó detrás de los huertos. Nos maldijo sin acercarse y nos arrojó piedras. Cuando se alejó de nosotros, nos sentamos a descansar en el borde de un foso.
—Qué canalla —dije yo.
Desde lejos podíamos ver los barracones. A ratos nos llegaba de allí el sonido de las marchas militares. Recordé la vez que Andréi y yo nos detuvimos junto al río, Lieberman se bronceaba y el ordenanza, igual que una lavandera, caminaba con una pala por el puente del lavadero.
A lo largo de ambas orillas del río las balsas estaban cercadas. Nosotros saltamos la valla, llegamos al agua y nos bañamos. Saltamos y chapoteamos, desfigurando con los pies el reflejo del cielo. Después Shuster me llevó a donde se bañaban las mujeres, pero mi visión era peor que la suya, por lo que veía a las bañistas borrosas y con manchas blanquecinas. No tardé en empezar a salir sin él, pues su compañía me incomodaba. Él no leía nada y me resultaba difícil pensar en temas de conversación. Me tumbaba solo sobre los troncos y escuchaba el agua chocar contra ellos. Leí las Esperanzas de Dickens y tuve la sensación de que a mí también me esperaba algo excepcional.
Un día llegó de Eupatoria una carta a cobro revertido.
—¿Qué es esto? —preguntó maman sorprendida al sacar recortes de periódico del sobre.
Intrigada, se sentó a leer y luego se quedó en silencio. Tiró la carta a la estufa y se guardó los recortes. Los encontré una vez que no estaba en casa. «Una edad peligrosa», se titulaba uno de los artículos que hablaba sobre los jóvenes de quince años.
—Ajá —dije yo tras leerlo. Ahora me daba cuenta de que maman había empezado a vigilarme. Desde aquel día traté de comportarme de modo que ella no pudiera averiguar nada sobre mí.
Visitamos con Alexandra Lvovna el lugar al que quería trasladarse. Se llamaba Sventa-Gura. Desde la estación nos condujo un cochero que nos saludó diciendo «bonjour». Nos quedamos pensativos, abrumados por los recuerdos.
En las puertas de la casa de piedra bruta de una planta ya resplandecía un letrero con la inscripción Viuda A. L. Váguel. Sobre las tejas del tejado había una veleta con forma de flecha. Allí vivía antes el conde Mijas. Oímos que había muerto mientras rezaba.
El contratista iba por delante de nosotros abriendo las puertas. La reforma estaba casi terminada. Nos gustó especialmente el cuarto de baño con ventanas en la cúpula. Se accedía a él subiendo unos escalones.
Maman llevó a A. L. Váguel a casa de frau Anna, la viuda del doctor Ernst Rahbe, y yo salí a conocer Sventa-Gura. La plaza del bazar estaba rodeada de tiendecitas. Los letreros tenían ilustraciones firmadas por el artista M. Tsiperóvich. La casa del comerciante Mamónov era blanca y estaba decorada con postes alrededor de la puerta principal. Sobre la entrada a la farmacia de von Bonin, la mujer del farmacéutico estaba sentada con su hijo en un balcón de madera. Tomaban café. En el montículo que había tras el jardín de la farmacia se alzaba una iglesia católica. Tenía estatuas de ancianos agitados y tímidas doncellas distribuidas por la cornisa.
Fui a buscar a maman. Frau Anna dijo amable:
—¿Es este su hijo? Mucho gusto —y me ofreció pfefferkuchen.
La Asociación Rusa Humanitaria pronto se convirtió en la Hermandad Ortodoxa. El presidente era nuestro director y la vicepresidenta, Schúkina. La Hermandad organizó un concierto en nuestro gimnasio con Yevstignéieva, Schúkina, el coro de la catedral y un niño prodigio. Con la recaudación regalaron al padre Fiódor una cruz.
A. L. Váguel se marchó a su nueva casa. Durante casi un mes no tuvimos noticias de ella. Finalmente frau Anna, que había venido a llevar el certificado de viudedad a la tesorería, nos hizo una visita. Nos contó que A. L. había acudido al paláts pero la condesa se había negado a recibirla. A. L. planeaba fundar en Sventa-Gura una hermandad ortodoxa como la que teníamos nosotros y luchar contra los católicos. Desde que se había instalado, estaba construyendo una capilla en memoria de «la decapitación», la cual tendría pinturas por dentro y por fuera.
—Puedo imaginar lo bonita que va a ser —dijo maman, y a mí también me pareció que algo así debía de ser precioso.