VI

Finalmente, aunque Elric no supo cómo, la turbulenta oscuridad cedió paso a la luz y se oyó un ruido, un rugido cósmico de odio y frustración, y entonces supo que los Señores del Caos habían sido vencidos y desterrados. Con la victoria de los Señores de la Ley, el plan del Destino se había cumplido, aunque faltaba aún la última nota del cuerno para que llegara la conclusión prefijada.

Elric sabía que no le quedaban fuerzas para soplar el cuerno por tercera vez.

Alrededor de los dos amigos, el mundo volvía a adoptar una forma definida. Se encontraron de pie en un llano de piedra y a lo lejos vieron los delgados picos de las montañas de reciente formación que se destacaban purpúreos contra el cielo suave.

Entonces la tierra comenzó a moverse. Fue rotando cada vez más deprisa; el día daba paso a la noche a una increíble velocidad, y después se fue deteniendo hasta que el sol volvió a aparecer inmóvil en el cielo, para continuar describiendo su órbita a velocidad normal.

El cambio se había producido. La Ley imperaba, pero los Señores de la Ley se habían marchado sin siquiera dar las gracias.

A pesar de que imperaba la Ley, no podía avanzar a menos que alguien soplara el cuerno por última vez.

—De modo que ya todo terminó —murmuró Moonglum—. Ya no queda nada… ni Elwher, mi tierra natal, ni Karlaak junto al Erial de las Lágrimas, ni Bakshaan, ni Tanelorn… tampoco la Ciudad de Ensueño, ni la Isla de Melniboné. Ya no existen, no podemos recuperarlas. Y éste es el nuevo mundo formado por la Ley. Se parece bastante al antiguo.

Elric también se sintió presa de una sensación de pérdida al saber que todos los lugares que le resultaban familiares, incluso los continentes, habían desaparecido para ser reemplazados por otros diferentes. Era como la pérdida de la niñez y quizá se tratara de eso, el paso de la tierra de la niñez a la adolescencia.

Desechó aquel pensamiento y sonrió.

—He de soplar el cuerno por última vez para que comience la nueva vida de la tierra. Pero no tengo fuerzas. ¿Acaso los planes del Destino se verán frustrados otra vez?

—Espero que no, amigo —repuso Moonglum lanzándole una extraña mirada.

—Somos los únicos que quedan, Moonglum, tú y yo —dijo Elric lanzando un suspiro—. Resulta de lo más adecuado que ni siquiera los increíbles acontecimientos que han tenido lugar hayan afectado nuestra amistad, que no nos hayan separado. Eres el único amigo cuya compañía jamás me pesó, el único en quien he confiado.

En el rostro de Moonglum se dibujó una sonrisa que era la sombra de su antigua sonrisa burlona.

—Hemos compartido muchas aventuras y de ellas he sacado provecho aunque tú no siempre. Nuestra asociación ha sido complementaria. Jamás sabré por qué escogí compartir tu sino. Tal vez no fue obra mía, sino del Destino, porque hay un último acto de amistad que puedo llevar a cabo…

Elric se disponía a interrogar a Moonglum cuando oyó a sus espaldas una voz tranquila.

—Te traigo dos mensajes. El de agradecimiento de los Señores de la Ley… y el de otra entidad más poderosa.

—¡Sepiriz! —Elric se giró para quedar cara a cara con su mentor—. ¿Estás satisfecho de mi trabajo?

—Sí, mucho. —El rostro de Sepiriz se llenó de tristeza al mirar a Elric con profunda pena—. Has logrado cumplir con todos tus cometidos menos con el último, soplar el Cuerno del Destino por tercera vez. Gracias a ti, el mundo conocerá el progreso y sus gentes tendrán la oportunidad de avanzar lentamente hasta alcanzar un nuevo estado.

—Pero ¿cuál es el significado de todo esto? —preguntó Elric—. Es algo que jamás llegué a comprender del todo.

—¿Y quién lo comprende? ¿Quién sabe por qué existe el Equilibrio Cósmico, por qué existen el Destino y los Señores de los Mundos Superiores? Al parecer hay una infinidad de espacios, de tiempos y de posibilidades. Podrá haber un número infinito de seres, uno detrás de otro, que vean el fin último, aunque en el infinito no puede existir un fin último. Tal vez todo sea cíclico, y esto mismo se vuelva a repetir una y otra vez hasta que el universo se consuma y desaparezca, del mismo modo que desapareció el mundo que conocíamos. ¿Qué significa todo esto, Elric? No pretendas saberlo, porque podrías acabar loco.

—No hay significado ni plan alguno. ¿Entonces para qué he sufrido tanto?

—Es posible que hasta los dioses busquen un significado y un plan y que esto sea sólo un intento por encontrarlos. Mira… —Hizo un amplio ademán para indicar la tierra recién formada—. Todo esto es nuevo y está moldeado por la lógica. Tal vez la lógica pueda controlar a quienes aquí lleguen, tal vez exista algún factor que destruya esa lógica. Los dioses experimentan, el Equilibrio Cósmico guía el destino de la tierra, los hombres luchan y suponen que los dioses saben por qué luchan… ¿pero acaso lo saben los dioses?

—Me causas más confusión cuando esperaba que me trajeras consuelo —suspiró—. He perdido a mi mujer, a mi mundo y no sé por qué.

—Lo siento. He venido a despedirme, amigo mío. Haz lo que debes hacer.

—Lo haré. ¿Volveré a verte?

—No, porque en realidad estamos muertos. Nuestra era ya no existe.

Sepiriz se retorció en el aire y desapareció.

Siguió un frío silencio.

Finalmente, los pensamientos de Elric se vieron interrumpidos por Moonglum.

—Elric, debes soplar el cuerno. ¡Sea lo que sea lo que signifique, debes soplarlo y acabar con esto para siempre!

—¿Cómo? Apenas me quedan fuerzas para tenerme en pie.

—He decidido lo que debes hacer. Mátame con la Tormentosa. Toma mi alma y mi vitalidad y entonces tendrás fuerzas suficientes como para soplar el cuerno por última vez.

—¿Que te mate? ¿Que acabe con el único que queda, con mi verdadero amigo? ¡Desvarías!

—Hablo en serio. Es preciso que lo hagas, porque no nos queda otra salida. Además, aquí no hay sitio para nosotros, de todos modos, pronto moriremos. Me contaste la forma en que Zarozinia te entregó su alma… ¡pues bien, toma la mía también!

—No puedo.

Moonglum se le acercó, cogió la Tormentosa por la empuñadura y comenzó a desenvainarla.

—¡No, Moonglum!

Pero la espada saltó de su vaina por voluntad propia. Elric apartó la mano de Moonglum de un golpe y empuñó la espada. No pudo detenerla. El acero se elevó en el aire arrastrando al brazo que lo sostenía, listo para descargar un mandoble.

Moonglum se quedó de pie, con los brazos caídos, y el rostro inexpresivo, aunque a Elric le pareció notar un asomo de miedo en sus ojos. Luchó por controlar a la espada, pero sabía que de nada le serviría.

—Déjala que haga su trabajo, Elric.

El acero bajó y le traspasó el corazón a Moonglum. La sangre brotó y lo empapó. Se le nubló la vista y sus ojos se llenaron de pánico.

—¡Ah, no… no creí que sería así!

Petrificado, Elric no logró sacar la espada del corazón de su amigo. La energía de Moonglum comenzó a fluir por su cuerpo, sin embargo, aun cuando toda la vitalidad del oriental quedó absorbida, Elric se quedó mirando el pequeño cuerpo hasta que de sus ojos carmesíes comenzaron a fluir las lágrimas y un sonoro sollozo le agitó el cuerpo. Después, la espada se soltó.

La lanzó lejos de él, pero no cayó con estrépito metálico sobre el suelo de piedra, sino que lo hizo como lo hubiera hecho un cuerpo. Después tuvo la impresión de que se movía en su dirección y que se detenía para quedarse observándolo.

Aferró el cuerno y se lo llevó a los labios. Le arrancó la última nota para presagiar en plena noche el inicio de la nueva tierra. La noche que precedería un nuevo albor. A pesar de que la nota del cuerno era triunfal, Elric no se sintió así. Permaneció de pie, agobiado por una soledad y una pena infinitas, con la cabeza inclinada mientras el eco del cuerno se propagaba en el aire. Cuando la nota se fue apagando para pasar de sonido triunfante a un eco lejanísimo que expresaba parte del dolor de Elric, una grandiosa silueta comenzó a formarse en el cielo, como atraída por el cuerno.

Era la silueta de una mano gigantesca que sostenía una balanza y mientras la observaba, vio que la balanza se equilibraba hasta que cada uno de sus platillos se hizo realidad.

En cierta forma, aquello alivió la pena de Elric cuando soltó el Cuerno del Destino.

—Al menos hay algo —dijo—, y si es una ilusión, al menos es tranquilizadora.

Miró hacia un costado y vio que la espada se levantaba del suelo, se elevaba en el aire y avanzaba hacia él.

—¡Tormentosa! —gritó.

La espada infernal se hundió en su pecho y sintió su punta helada alcanzarle el corazón; intentó aferrarla con los dedos, notó que su cuerpo se retorcía y que el acero se le bebía el alma desde las profundidades mismas de su ser y sintió que toda su personalidad pasaba a la espada rúnica. Mientras su vida se iba disipando para combinarse con la de la espada, supo que siempre había estado destinado a acabar de aquel modo. Con la espada que había matado a amigos y amantes para robarles las almas y alimentar con ellas su propia fuerza. Era como si la espada lo hubiera utilizado siempre y no al revés, como si él hubiera sido una simple manifestación de la Tormentosa, y en ese momento, volvía a formar parte del cuerpo de la espada que en realidad nunca había sido una verdadera arma. Mientras yacía moribundo, lloró otra vez, porque sabía que la fracción del alma de la espada en que se transformaría su alma jamás conocería el descanso porque estaría condenada a la inmortalidad.

Elric de Melniboné, el último de los Brillantes Emperadores, lanzó un grito y después su cuerpo se desplomó junto a su camarada, bajo la poderosa balanza que colgaba del cielo.

La Tormentosa comenzó entonces a cambiar de forma; se retorció y fluctuó sobre el cuerpo del albino, para acabar colocándose a horcajadas sobre él.

El ente llamado Tormentosa, última manifestación del Caos que quedaría en aquel nuevo mundo, contempló el cadáver de Elric de Melniboné y sonrió.

—Adiós, amigo. ¡Fui mil veces más malvada que tú!

Después saltó y se elevó en el aire; su voz enloquecida se rió burlona del Equilibrio Cósmico llenando el universo con su alegría impía.