Fue como si un sol enorme, miles de veces más grande que el de la tierra, hubiera enviado sus rayos luminosos a través del cosmos, desafiando las débiles barreras del Tiempo y el Espacio, para caer sobre aquel inmenso y negro campo de batalla. Y sobre él, apareciendo en el sendero que el extraño poder del cuerno había creado para ellos, avanzaron los majestuosos Señores de la Ley.
Su aspecto terrenal era tan hermoso que puso en peligro la cordura de Elric, porque su mente apenas lograba asimilar aquella visión. Al igual que los Señores del Caos, desdeñaban cabalgar en bestias raras, y preferían desplazarse sin corceles, con sus armaduras limpias como un cristal y sus sobrevestes relucientes en las que lucía la Flecha de la Ley.
Al frente iba Donblas, el Justiciero, con una sonrisa en sus labios perfectos. Llevaba una espada delgada en la diestra, una espada que era recta, afilada y como un haz luminoso.
Elric corrió hacia donde lo esperaba Colmillo Flameante y azuzó al enorme reptil para que alzara el vuelo.
Colmillo Flameante se movió con menos agilidad que antes, pero Elric ignoraba si era porque la bestia estaba cansada o porque la influencia de la Ley ejercía sus efectos en el dragón que, al fin y al cabo, era una creación del Caos.
Pero finalmente logró volar junto a Moonglum y mirando a su alrededor, vio que los demás dragones habían dado la vuelta y volaban de regreso al Oeste. Sólo quedaban los que ellos dos montaban. Quizá los últimos dragones al presentir que ya habían cumplido con su papel regresaban a las Cuevas de los Dragones para dormir otra vez.
Elric y Moonglum intercambiaron una mirada pero nada dijeron, porque lo que veían allá abajo era demasiado aterrador como para hablar de ello.
Una luz blanca y cegadora partió del centro de los Señores de la Ley, el haz luminoso sobre el que habían llegado desapareció y comenzaron a avanzar hacia donde se encontraban reunidos Chardros, el Segador, Mabelode, el Sin Rostro, Slortar, el Viejo, y los otros Señores del Caos, dispuestos para la gran lucha.
Cuando los Señores Blancos pasaron a través de los demás ciudadanos del infierno, y de los hombres corrompidos que eran sus camaradas, estas criaturas retrocedían gritando, y caían fulminadas cuando la luminosidad las tocaba. La escoria era eliminada sin esfuerzo, pero la verdadera fuerza, representada por los Duques del Infierno y Jagreen Lern, todavía no les había hecho frente.
A pesar de que los Señores de la Ley eran apenas más altos que los seres humanos, a su lado, éstos empequeñecían, e incluso Elric, desde el cielo, se sentía diminuto, apenas mayor que una mosca. No era tanto su tamaño como la idea de vastedad que parecía surgir de ellos.
Las alas de Colmillo Flameante se agitaron débilmente mientras volaba en círculos sobre la escena. A su alrededor, los colores oscuros se fueron llenando de nubes de tonos más claros.
Los Señores de la Ley llegaron al lugar donde sus antiguos enemigos se habían reunido y a Elric le llegó la voz de lord Donblas.
—Vosotros, los del Caos, habéis desafiado el edicto del Equilibrio Cósmico y habéis intentado dominar por completo este planeta. El destino os niega semejante pretensión, porque la vida de la tierra ha tocado a su fin y debe resucitar en una forma nueva en la que vuestra influencia será débil.
Una voz dulce y burlona surgió de entre las filas del Caos. Era la voz de Slortar, el Viejo.
—Presumes demasiado, hermano. El destino de la tierra no ha sido decidido aún. Esa decisión surgirá de nuestro encuentro. Si ganamos nosotros, dominará el Caos. Si lográis desterrarnos de aquí, entonces la Ley mezquina, desprovista de toda posibilidad, adquirirá mayor fuerza. ¡Pero ganaremos nosotros, mal que le pese al Destino!
—Decidamos de una vez, pues —repuso lord Donblas, y Elric vio a los brillantes Señores de la Ley avanzar hacia sus oscuros contrincantes.
El cielo se estremeció cuando se encontraron. El aire gimió y la tierra misma pareció ladearse. Los seres inferiores que aún conservaban la vida se desperdigaron alejándose del conflicto, y un sonido de riquísimos tonos, equivalente a un millón de cuerdas de arpa, comenzó a surgir de los dioses en guerra.
Elric vio que Jagreen Lern, ataviado con su armadura escarlata, abandonaba las filas de los Duques del Infierno para alejarse del fragor de la batalla. Tal vez ya se había dado cuenta de que su impertinencia sería velozmente recompensada con la muerte.
Elric hizo bajar a Colmillo Flameante y desenvainó la Tormentosa, al tiempo que profería el nombre del Teócrata e incontables amenazas.
Jagreen Lern miró hacia arriba, pero esta vez no rió. Aumentó la velocidad hasta que, tal como notó Elric, se dio cuenta de hacia dónde cabalgaba. A lo lejos, la tierra se había transformado en un gas negro y purpúreo que bailaba frenéticamente como tratando de desprenderse del resto de la atmósfera. Jagreen Lern sofrenó a su caballo sin pelo y sacó su hacha de guerra del cinturón. Levantó su rodela rojo fuego que, como la de Elric, le servía para defenderse de las armas mágicas.
El dragón se lanzó hacia el suelo dejando a Elric asombrado por la velocidad del descenso; se posó a poca distancia de donde Jagreen Lern se encontraba a lomos de su horrendo caballo, esperando filosóficamente el ataque de Elric. Presentía quizá que su enfrentamiento iba a ser una muestra de la lucha a mayor escala que se desarrollaba a su alrededor, y que su resultado sería también un reflejo del otro. Fuera como fuese, no hizo befas como en anteriores ocasiones, sino que esperó en silencio.
Sin importarle si Jagreen Lern llevaba ventaja o no, Elric desmontó y le habló a Colmillo Flameante con voz ronroneante.
—Vete, Colmillo Flameante. Vuelve con tus hermanos. Pase lo que pase, si gano o si pierdo, ya has desempeñado tu papel. —Cuando el dragón se revolvió inquieto y giró la enorme cabeza para mirar a Elric a los ojos, otra bestia descendió y se posó a poca distancia de allí. Moonglum desmontó y comenzó a avanzar a través de la bruma negra y purpúrea. Elric le gritó—: ¡No quiero que me ayudes, Moonglum!
—No pienso hacerlo. ¡Pero será un placer contemplar cómo le quitas la vida y el alma!
Elric miró a Jagreen Lern, cuyo rostro seguía impasible. Colmillo Flameante agitó las alas, se elevó en el aire y no tardó en desaparecer seguido del otro dragón. Ya no volvería.
Elric dio unos cuantos pasos hacia el Teócrata con el escudo en alto y la espada dispuesta. Estupefacto, vio a Jagreen Lern desmontar de su grotesca cabalgadura y darle una palmada en el lomo lampiño para que el animal saliera al galope. Se quedó esperándolo, ligeramente agachado en una postura que hacía que sus hombros parecieran aún más anchos. Su largo rostro oscuro aparecía crispado y sus ojos fijos en Elric cuando el albino se fue acercando. Una sonrisa de placer tembló en los labios del Teócrata y sus ojos parpadearon.
Elric se detuvo antes de encontrarse al alcance de la espada enemiga.
—Jagreen Lern, ¿estás listo para pagar por los crímenes que has cometido contra el mundo y contra mí?
—¿Pagar? ¿Crímenes? Me sorprendes, Elric, porque veo que has adoptado por completo la actitud quejumbrosa de tus nuevos aliados. Durante mis conquistas, me vi obligado a eliminar a unos cuantos de tus amigos que intentaron detenerme. Pero era de esperar. Hice lo que debía hacer y lo que pretendía; si he fallado, no me arrepiento de nada, porque el arrepentimiento es una emoción de tontos, que carece por completo de utilidad. No se me puede atribuir directamente lo que le ocurrió a tu esposa. ¿Acaso obtendrás el triunfo si me matas?
Elric sacudió la cabeza y repuso:
—Efectivamente, mis perspectivas han cambiado, Jagreen Lern. Pero los melniboneses siempre fuimos una raza vengativa, y venganza es lo que vengo a buscar.
—Ah, ahora te entiendo —dijo Jagreen Lern cambiando de posición y levantando el hacha para defenderse—. Estoy listo.
Elric saltó sobre él, mientras la Tormentosa lanzaba un chillido cuyo eco se propagó en el aire; la espada infernal cayó sobre la rodela escarlata con estrépito. El albino le asestó tres golpes antes de que el hacha de Jagreen Lern intentara derribar su defensa y él la detuviera con un movimiento lateral de su Escudo del Caos. El hacha logró rozarle el brazo a la altura del hombro. El escudo de Elric chocó contra el de Jagreen Lern y el albino trató de empujar con todo su peso para hacer retroceder al Teócrata, al tiempo que asestaba mandobles alrededor de los bordes de los escudos trabados, tratando de penetrar la guardia de Jagreen Lern.
Permanecieron así durante unos instantes mientras la música de la batalla resonaba a su alrededor y el suelo parecía desmoronarse bajo sus pies y unas columnas de colores nacientes hacían erupción por todas partes como si fueran plantas mágicas. Jagreen Lern retrocedió entonces de un salto asestando un hachazo en dirección a Elric. El albino se abalanzó sobre él, se agachó y lanzó un estoque al Teócrata en la pierna, a la altura de la rodilla… pero falló. El hacha bajó desde lo alto y Elric se hizo a un lado para esquivarla. La fuerza del golpe hizo perder el equilibrio a Jagreen Lern; Elric aprovechó para acercársele más de un salto y encajarle una patada en la zona lumbar. El Teócrata cayó despatarrado y al intentar hacer varias cosas a la vez, perdió el hacha y el escudo. Elric colocó su pie sobre el cuello del Teócrata y lo inmovilizó, mientras la Tormentosa revoloteaba ávidamente sobre su enemigo.
Jagreen Lern se dio la vuelta para quedar de cara a Elric. Había palidecido repentinamente y tenía los ojos fijos en la negra espada infernal cuando le dijo a Elric con voz ronca:
—Acaba conmigo ya mismo. En la eternidad no hay sitio para mi alma… ya no. ¡He de ir al limbo, de modo que acaba conmigo!
Elric se disponía a permitir a la Tormentosa que se hundiera en el cuerpo del derrotado Teócrata cuando contuvo a la espada y a duras penas logró apartarla de su presa. La espada rúnica murmuró llena de frustración y se agitó en su mano.
—No —dijo Elric en voz baja—. No quiero nada de ti, Jagreen Lern. No osaría corromper mi ser alimentándome de tu alma. ¡Moonglum! —Su amigo se le acercó a la carrera—. Moonglum, dame tu espada.
El pequeño oriental le obedeció en silencio. Elric envainó la Tormentosa que todavía seguía resistiéndose y le dijo:
—Es la primera vez que te impido alimentarte. Me pregunto qué harás ahora.
Tomó la espada de Moonglum y con ella le hizo un largo tajo en la mejilla que comenzó a llenarse de sangre. El Teócrata lanzó un grito.
—¡No, Elric… mátame!
Con una sonrisa ausente, Elric le cortó la otra mejilla. Con el rostro ensangrentado y desfigurado, Jagreen Lern clamó que lo matara, pero Elric siguió sonriendo vagamente, como si estuviera en otra parte, y le dijo en voz baja:
—Pretendías imitar a los Emperadores de Melniboné, ¿no es así? Te burlaste de Elric, miembro de ese linaje, lo torturaste y secuestraste a su mujer. Le diste a su cuerpo una forma infernal, del mismo modo que hiciste con el resto del mundo. Mataste a los amigos de Elric y lo retaste con tu impertinencia. Pero no eres nada… eres más títere de lo que Elric ha sido nunca. ¡Y ahora, hombrecito, sabrás cómo jugaban los melniboneses con los arrogantes como tú cuando todavía dominaban el mundo!
Jagreen Lern tardó una hora en morir y eso gracias a que Moonglum le rogó a Elric que acabase con él rápidamente.
El albino le entregó a Moonglum la espada después de limpiarla en los restos de la tela que había sido la túnica del Teócrata. Miró el cadáver mutilado desde su altura y lo movió con el pie, después apartó la vista y observó a los Señores de los Mundos Superiores que seguían enzarzados en una dura batalla.
Estaba muy debilitado por la lucha y también por la energía que había tenido que emplear para envainar la Tormentosa, pero todo aquello quedó atrás mientras miraba arrobado la gigantesca batalla.
Tanto los Señores de la Ley como los del Caos se habían vuelto brumosos a medida que su masa terrenal disminuía y continuaban luchando con forma humana. Eran como gigantes medio reales que luchaban por todas partes: en el cielo y en la tierra. A lo lejos, en el borde del horizonte, vio a Donblas, el Justiciero, trabado en combate con Chardros, el Segador; sus siluetas fluctuaban y se expandían; la fina espada lanzaba estoques y la enorme guadaña segaba el aire.
Incapaces de participar, sin saber a ciencia cierta quién ganaba, Elric y Moonglum se quedaron mirando mientras la intensidad de la batalla iba en aumento y con ella, la lenta disolución de la manifestación terrena de los dioses. La lucha ya no tenía lugar sólo en la tierra sino que se producía también en todos los planos del cosmos, como si junto con esta transformación, la tierra estuviese perdiendo su forma, hasta que Elric y Moonglum se dispersaron en el torbellino de aire, fuego, tierra y agua.
Sólo quedó la materia de la tierra, pero sin forma alguna. Sus componentes continuaron existiendo, pero su nueva forma no había sido decidida. La lucha continuaba. Los vencedores tendrían el privilegio de volver a formar la tierra.