La flota de Jagreen Lern avanzó hacia ellos y tras su estela planeaba la hirviente materia del Caos.
Elric dio la orden y los galeotes impulsaron sus remos haciendo que la nave insignia avanzara hacia el enemigo.
Mientras la nave insignia surcaba las olas espumosas, Elric desenvainó su espada y lanzó el antiquísimo grito de guerra de Melniboné, un grito lleno de alegre maldad. La voz espeluznante de la Tormentosa se unió a la de su amo para entonar una canción insistente ante el inminente banquete que se daría con la sangre y las almas del enemigo.
La nueva nave insignia de Jagreen Lern se escudaba tras tres filas de buques de guerra y detrás de ella iban las Naves del Caos.
El espolón de hierro de la embarcación de Elric ensartó al primer barco enemigo y los galeotes se inclinaron sobre sus remos para retroceder y volver a ensartar a otro buque por debajo de la línea de flotación. Una lluvia de flechas partió desde la nave agujereada y fue a caer con estrépito sobre la cubierta y las armaduras. Varios galeotes perdieron la vida.
Elric y sus compañeros dirigían a sus hombres desde la cubierta principal, colocados en posiciones que les permitían observar cuanto ocurría a su alrededor. Elric miró de pronto hacia arriba, advertido por un sexto sentido, y vio que unas bolas de fuego verde bajaban del cielo.
—¡Preparaos para apagar el fuego! —aulló Kargan, y el grupo de hombres se dirigió de inmediato hacia unas tinas llenas de una poción especial que los Señores del Mar habían preparado. Untaron con ella las cubiertas y mojaron las lonas, y cuando las bolas ígneas cayeron, se apagaron de inmediato.
—No entréis en combate a menos que sea preciso —gritó Elric a los marineros—, vuestro objetivo es la nave insignia. ¡Si logramos capturarla, conseguiremos una buena ventaja!
—Me temo que estamos condenados —dijo Kargan en voz baja, y estremeciéndose un poco al ver a lo lejos que la materia del caos se movía de repente y de ella partían unos zarcillos negros que se elevaban hacia el cielo. Elric no respondió.
Se encontraban ya en el centro de la flota enemiga, los barcos de su escuadrón los seguían de cerca, sus enormes remos partían la espuma de las olas. Las máquinas de guerra de su propia flota no cesaban de lanzar fuego y piedras contra el enemigo. Sólo unas pocas embarcaciones del grupo de Elric logró romper la avanzada enemiga y alcanzar el mar abierto para dirigirse hacia la nave insignia de Jagreen Lern.
En cuanto fueron descubiertos, los barcos enemigos acudieron a proteger a la nave insignia, y las brillantes naves de la muerte, moviéndose a una velocidad increíble para su tamaño, protegieron el navio del Teócrata. Gritando por encima del rumor de las aguas, Kargan ordenó a su menguado escuadrón que adoptara una nueva formación. Dyvim Slorm sacudió la cabeza, sorprendido.
—¿Cómo pueden unos mastodontes así aguantarse en el agua? —le preguntó a Elric.
—En realidad no se aguantan.
Mientras su barco maniobraba para quedar en la nueva posición, observó las gigantes embarcaciones, veinte en total, que empequeñecían cuanto flotaba en el mar. Parecían cubiertas por una especie de fluido brillante en el que relucían todos los colores del espectro, de modo que resultaba difícil distinguir sus siluetas y las tenues figuras que se movían por sus cubiertas gigantescas apenas se veían. En el aire comenzaron a flotar restos de materia negra que iban depositándose cerca del agua; entretanto, desde la cubierta inferior, Kargan gritó:
—¡Mirad! ¡El Caos se acerca! ¡Cómo vamos a luchar contra eso!
—¡Debemos intentarlo! —gritó Elric sacudiendo la cabeza—. Debemos atacar.
Kargan dio la orden con voz más aguda de lo acostumbrado.
Una amarga inquietud se apoderó de Elric al aferrarse de la borda para no balancearse. Dyvim Slorm masculló:
—Vamos hacia la muerte, Elric. No hay hombre que voluntariamente quiera acercarse a esas naves. ¡Sólo los muertos se sienten atraídos por ellas, y ni siquiera ellos van con gusto!
Pero Elric hizo caso omiso de lo que su primo le decía.
Un extraño silencio descendió sobre las aguas y el sonido rítmico de los remos al golpear las olas se oyó claramente. La flota de la muerte los esperaba, impasiva, como si no necesitara prepararse para la batalla. El albino aferró con fuerza la empuñadura de la Tormentosa. La espada respondió al latir de su pulso moviéndose en su mano al ritmo de su corazón, como si estuviera unida a él a través de las venas y las arterias. Se encontraban tan cerca de las naves del Caos que lograron ver mejor las figuras que se agolpaban en sus amplísimas cubiertas. Espantado, Elric creyó reconocer las caras desoladas de algunos de aquellos muertos.
Las aguas se agitaron, formaron espuma y parecieron tratar de elevarse para volver a caer.
Desesperado, Elric le gritó a Kargan:
—¡No tenemos escapatoria! ¡Obliga al barco a virar para que esquive la flota del Caos, intentaremos llegar a la nave de Jagreen Lern por la popa!
Bajo las órdenes del experto Kargan, el barco viró para evitar a las Naves del Infierno describiendo un amplio semicírculo. Sobre el rostro de Elric cayó una nube de rocío que envolvió las cubiertas con una blanca espuma. A través de aquella nube apenas lograba ver mientras se alejaban de las naves del Caos que habían trabado ya combate con otras embarcaciones y las destrozaban alterando la naturaleza de su madera, mientras los desgraciados tripulantes se ahogaban o adoptaban unas formas extrañas.
A sus oídos llegaron los gritos desesperados de los vencidos y el tronar triunfante de la música de la flota del Caos que avanzaba dispuesta a destruir las naves de los Señores del Mar. La nave insignia se zarandeaba de mala manera y resultaba difícil de controlar, pero al menos habían logrado alejarse del grueso de la flota infernal y se dirigían hacia la popa de la embarcación de Jagreen Lern.
A punto estuvieron de ensartar a la nave del Teócrata con el espolón, pero fueron desviados de su curso y tuvieron que volver a maniobrar. De las cubiertas enemigas partieron innumerables flechas que cayeron sobre ellos. Contestaron a la descarga enemiga surcando la cresta de una ola enorme, acabaron al costado de la nave insignia enemiga y lograron lanzarle los ganchos de abordaje. Unos cuantos lograron llegar a destino, acercando hacia la suya la nave del Teócrata, al tiempo que los hombres de Pan Tang intentaban cortar los cabos de los ganchos. Siguieron más cuerdas y luego la plataforma de abordaje cayó de su asidero y fue a parar sobre la cubierta de Jagreen Lern. Otra más la siguió. Elric corrió hasta la plataforma más cercana, seguido de Kargan, y ambos condujeron a un nutrido grupo de guerreros, en busca de Jagreen Lern. La Tormentosa se cobró una decena de vidas y sus correspondientes almas antes de que Elric hubiera llegado a la cubierta principal. Allí se encontraron con un comandante resplandeciente, rodeado de un grupo de oficiales. Pero no era Jagreen Lern. Elric avanzó por el pasillo, partiendo a la altura de la cintura a un guerrero que quiso impedirle el paso. Dirigiéndose al grupo gritó:
—¿Dónde está vuestro condenado jefe? ¿Dónde está Jagreen Lern?
La cara del comandante palideció porque ya había visto lo que Elric y su espada infernal eran capaces de hacer.
—¡No está aquí, Elric, te lo juro!
—¿Cómo? ¿He de ver otra vez frustrados mis planes? ¡Sé que mientes! —Elric avanzó hacia el grupo y éste retrocedió, con las espadas dispuestas.
—¡Nuestro Teócrata no necesita protegerse con mentiras, engendro de la muerte! —respondió con desprecio un joven oficial, más valiente que los otros.
—Tal vez no —repuso Elric con tono amenazante al tiempo que avanzaba hacia el joven y hacía describir un arco en el aire con la Tormentosa—, pero te quitaré la vida antes de que logre comprobar si tus palabras son ciertas.
El hombre levantó la espada para frenar la Tormentosa. La espada rúnica cortó el metal con un grito triunfante, volvió hacia atrás para coger impulso y clavarse en el costado del oficial, que quedó boquiabierto, con los puños crispados.
Elric lanzó una carcajada y dijo:
—Mi espada y yo necesitamos revitalizarnos… y tu alma constituye un buen preámbulo para recibir a la de Jagreen Lern.
—¡No! —exclamó el joven con un hilo de voz—. ¡Mi alma no!
Abrió los ojos desmesuradamente, durante un instante se llenaron de lágrimas y asomó a ellos el desvarío antes de que la Tormentosa se saciara y Elric la sacara del cuerpo inerme una vez llena. No sentía ninguna compasión por aquel hombre.
—De todos modos, tu alma habría ido a parar a las profundidades del infierno —dijo, a la ligera—. Pero al menos ahora será con una cierta utilidad.
Otros dos oficiales saltaron por encima de la barandilla tratando de evitar el fin de su compañero.
Elric le seccionó la mano a uno. El hombre cayó a cubierta dando alaridos mientras su mano siguió aferrada de la barandilla. Al otro le clavó la espada en el vientre, y mientras la Tormentosa le bebía el alma, el hombre se quedó allí suplicando de forma inconexa en un vano intento por impedir lo inevitable.
Fue tal la vitalidad que recorrió a Elric que al abalanzarse sobre el resto del grupo que rodeaba al comandante, parecía volar por la cubierta; al llegar a ellos, la emprendió a mandobles, cortó piernas y brazos como tallos de flores, hasta que se encontró delante del comandante, que le suplicó con voz débil:
—Me rindo. No te lleves mi alma.
—¿Dónde está Jagreen Lern?
El comandante señaló a lo lejos, donde se podía ver a la flota del Caos sembrando la devastación entre los barcos orientales.
—¡Allí! Navega con Pyaray del Caos, y ésa es su flota. Ningún hombre que no esté protegido o muerto puede llegar hasta ellos, porque en cuanto se acercara, su cuerpo se desharía.
—Ese maldito engendro del infierno sigue engañándome —dijo Elric con el rostro crispado—. Aquí tienes la recompensa por tu información…
Sin piedad alguna por uno de los hombres que había desolado y esclavizado a dos continentes, Elric atravesó con su espada la ornamentada armadura y, con delicadeza, y toda la maldad de sus antepasados hechiceros, le hizo cosquillas en el corazón antes de acabar con él.
Miró a su alrededor en busca de Kargan, pero no lo vio. Seguramente habría muerto ya. Después notó que la flota del Caos había regresado. Al principio creyó que era porque por fin Straasha había conseguido ayuda, pero después vio que los restos de su propia flota se batían en retirada. Jagreen Lern había vencido. Ni sus planes, ni sus formaciones, ni su valentía habían bastado para soportar las terribles urdimbres del Caos. La espantosa flota avanzaba hacia las dos naves insignia, unidas por los ganchos de abordaje. No había posibilidades de liberarse antes de que la flota les diera alcance. Elric gritó a Dyvim Slorm cuando lo vio correr hacia él desde el extremo opuesto de la cubierta, mientras cargaba con Moonglum.
—¡Por la borda! ¡Salta por la borda, y aléjate de aquí a nado a toda prisa, que en ello os va la vida!
Por la borda se estaban lanzando ya otros al mar ensangrentado. Elric envainó la espada y se zambulló. El agua estaba fría a pesar de toda la sangre caliente que había en ella; nadó en dirección de la roja cabellera de Moonglum, que flotaba más adelante, y cerca de ella iba la rubia de Dyvim Slorm. Se volvió y vio que las maderas de los dos barcos comenzaban a derretirse y a enroscarse adoptando extrañas formas a medida que las Naves del Infierno se acercaban. Se sintió aliviado de no haber estado a bordo. Llegó junto a sus compañeros.
Hemos escapado por los pelos —dijo Dyvim Slorm escupiendo agua—. ¿Y ahora qué hacemos, Elric?
Elric se acercó más y ayudó a su primo a aguantar a Moonglum. El hombrecito comenzaba a volver en sí y a mirar a su alrededor con aire perdido.
Por todas partes, los barcos del Caos destrozaban la naturaleza. Su influencia no tardaría en envolverlos a ellos también.
Dyvim Slorm miraba hacia arriba.
El sol se ponía y unos negros nubarrones colgaban en el cielo azul metálico, hasta tocar el horizonte. Pero no era eso lo que había llamado la atención de Dyvim Slorm. Entre las nubes surgió un globo dorado que avanzaba veloz hacia ellos. Flotó sobre sus cabezas y después bajó en picado. Elric lanzó un grito y levantó las manos para escudarse cuando aquel objeto brillante descendió. Sintió un frío intensísimo y después calor.
Acto seguido, tanto él como sus acompañantes se encontraron en una sala circular, y de píe, ante ellos, con expresión grave en el negro rostro aguileño, estaba Sepiriz, el vidente.
—Vuestro destino no es morir aquí ni en la forma que temíais —les dijo tranquilamente.
Notaron entonces que la esfera se movía.
—Dispongo de unos cuantos carruajes de este tipo y sólo puedo usarlos en casos de extrema urgencia —les explicó Sepiriz a los tres hombres asombrados—. Nos dirigimos hacia la Isla de las Ciudades Purpúreas… a la Fortaleza del Atardecer, donde os transmitiré las noticias que traigo.
—Pero la flota ha sido derrotada —dijo Elric, desesperado—. El este no dispone de más fuerzas. Jagreen Lern ha vencido. Hemos perdido.
—Espero que no, Elric —repuso Sepiriz encogiéndose de hombros—. Si bien es cierto que la fuerza de Jagreen Lern ha aumentado más de lo que yo esperaba, también es cierto que los esfuerzos de mis hermanos para ponerse en contacto con los Señores Blancos están dando cierto resultado.
—¿Acaso los Señores Blancos están dispuestos a ayudarnos?
—Siempre han estado dispuestos a hacerlo… pero todavía no han logrado romper las defensas que el Caos ha colocado alrededor de este planeta. Y aquí disponemos de tan pocas armas contra el Caos que nos resultará difícil debilitar su poder.
—Al menos yo dispongo de un arma contra el Caos… mi espada… o eso me has dicho tú.
—Esa comealmas… no basta. Todavía no tienes protección contra los Señores Oscuros. De eso quería hablarte… de un armamento personal que te ayude en tu lucha, aunque habrás de arrebatárselo a su actual dueño.
—¿Quién es su dueño?
—Un gigante que medita sumido en una tristeza eterna en un enorme castillo que hay en el confín del mundo, más allá del Desierto de los Suspiros. Se llama Mordaga, era un dios que fue convertido en mortal por los pecados que cometió hace siglos contra los demás dioses.
—¿Cómo es posible que sea mortal si ha vivido tantos años?
—Pues es mortal… aunque puede vivir considerablemente más que un hombre normal. Le obsesiona la idea de que un día ha de morir. Eso es lo que le entristece.
—¿Y el arma?
—No es un arma, es un escudo. Un escudo con una finalidad. Lo construyó Mordaga cuando organizó una rebelión en el dominio de los dioses para tratar de convertirse en el más poderoso y arrebatarle el Eterno Equilibrio a quien lo posee. Por esto lo condenaron al destierro aquí en nuestro mundo, y le informaron que un día moriría… que lo mataría la espada de un mortal. El escudo, tal como habrás adivinado ya, es a prueba de las obras del Caos.
—¿Cómo es posible?
—Si las fuerzas caóticas son lo suficientemente poderosas pueden destruir cualquier defensa hecha con materiales legítimos; es bien sabido que nada de lo construido según los principios del orden puede soportar durante mucho tiempo la acción del caos. —Sepiriz se inclinó un poco hacia adelante y añadió—: La Tormentosa te ha demostrado que la única arma efectiva contra el Caos es la que ha sido fabricada por el Caos mismo. Lo mismo puede decirse del Escudo del Caos. Su naturaleza es caótica y por lo tanto no hay en él nada organizado sobre lo cual puedan actuar las fuerzas fortuitas para destruirlo. Se enfrenta al Caos con el Caos mismo, de modo que las fuerzas hostiles quedan derrocadas.
—Ojalá hubiera tenido este escudo… las cosas habrían sido muy distintas para todos nosotros.
—No podía hablarte de él. No soy más que un siervo del Destino y no puedo actuar a menos que esté autorizado por mi amo. Tal vez, como presiento, está dispuesto a ver como el Caos arrasa con el mundo antes de ser derrotado, si es que llega a ser derrotado, para que pueda cambiar por completo la naturaleza de nuestro planeta antes de que comience un nuevo ciclo. Y cambiará, no cabe duda, pero si en el futuro será dominado por la Ley o el Caos, es algo que está en tus manos, Elric.
—¿Cómo voy a reconocer ese escudo?
—Por el símbolo del Caos, el que lleva ocho flechas que irradian de su centro. Es un escudo redondo y pesado que sirve al gigante de rodela. Pero con la vitalidad que recibes de tu espada rúnica, tendrás fuerza para cargar con él, no temas. Pero antes, deberás tener el valor de quitárselo a su actual dueño. Mordaga conoce la profecía, que le fue referida por los demás dioses antes de enviarlo al exilio.
—¿Y tú también la conoces?
El globo parecía ir más lento. Le echó una mirada a Dyvim Slorm, que estaba sentado con las rodillas pegadas a la barbilla, con una expresión seria en el rostro. Moonglum se agitó y lanzó un quejido.
—Sí. En nuestra lengua, forma unos sencillos versos:
El orgullo de Mordaga; el fin de Mordaga,
Mordaga está predestinado
a morir como los hombres, asesinado por hombres,
cuatro hombres del destino.
—¿Cuatro hombres? ¿Quiénes son los otros tres?
—Dos de ellos te acompañan. Al tercero lo encontrarás en la Fortaleza del Atardecer. Se trata de un antiguo amigo.
Notaron una ligera sacudida y las paredes del globo se esfumaron. Se encontraron tendidos en el patio de un inmenso castillo, rodeados por sus gruesos muros de granito rojo. Sepiriz había desaparecido, pero unos sirvientes se acercaron a ellos a la carrera.
Desde un lugar indefinido, a Elric le llegó la voz del vidente: «Ahora descansa. Volveré a visitarte para referirte el resto de tu destino».