Lo despertó el traqueteo de las anclas.
Parpadeando ante la luz tenue del sol, en el horizonte vio la flota del sur que avanzaba majestuosamente y envuelta en una pompa inútil hacia los barcos de Jagreen Lern. Pensó entonces que los reyes del sur o eran muy valientes o no habían calibrado bien la fuerza del enemigo.
Debajo de donde él se encontraba, en la cubierta principal de Jagreen Lern, descansaba una enorme catapulta y unos esclavos habían comenzado a cargarla con una enorme bola de brea encendida. Elric sabía que, normalmente, las catapultas como aquella eran un estorbo, puesto que cuando alcanzaban aquel tamaño resultaban muy difíciles de manejar, evidenciando las ventajas de las máquinas de guerra más ligeras, cuya manipulación era bastante más fácil. Sin embargo, era evidente que los ingenieros de Jagreen Lern no eran tontos. Elric observó que el enorme artefacto contaba con unos mecanismos adicionales que facilitaban su rápido manejo.
El viento había amainado y quinientos pares de brazos se esforzaron por hacer avanzar la galera de Jagreen Lern. En cubierta, ordenados disciplinadamente, los guerreros ocuparon sus puestos junto a las plataformas de abordaje que harían descender sobre los barcos enemigos, a los que se engancharían permitiéndoles formar un puente entre las naves.
Elric se vio obligado a reconocer que Jagreen Lern había sido previsor. No se había fiado por completo de la ayuda sobrenatural. Aquellos eran los barcos mejor equipados que había visto en su vida. La flota del sur estaba condenada. Luchar contra Jagreen Lern era una locura.
Pero el Teócrata había cometido un solo error. En su ardiente deseo de venganza, le había devuelto a Elric por unas horas parte de su vitalidad, y esta vitalidad se había extendido tanto a su mente como a su cuerpo.
La Tormentosa había desaparecido. Con la ayuda de su espada era invencible. Sin ella, se sentía impotente. Aquellos eran dos hechos irrefutables. Por lo tanto, debía recuperar su acero a toda costa. ¿Pero cómo? Había regresado al plano del Caos junto con sus hermanos, presumiblemente arrastrada por la fuerza descomunal de las demás espadas.
Debía ponerse en contacto con ella.
No se atrevía a invocar a toda la horda de espadas con su hechizo, pues aquello sería tentar demasiado a la providencia.
Oyó un súbito chasquido y el rugido de la gigantesca catapulta al efectuar su primera descarga. La bola envuelta en llamas describió un arco sobre el océano y cayó al mar haciendo hervir las aguas antes de hundirse. El artefacto fue recogido de inmediato, y Elric se maravilló de la rapidez con que partió otra bola de brea ardiente. Jagreen Lern lo miró y lanzó una carcajada.
—Mi placer será muy fugaz. Son muy pocos y no ofrecerán demasiada resistencia. ¡Obsérvalos morir, Elric!
Elric no dijo palabra y se fingió temeroso y asombrado.
La siguiente bola de fuego fue a caer sobre una de las naves insignia y Elric vio como unas pequeñas siluetas salían corriendo y luchaban desesperadamente por apagar el fuego, pero al cabo de nada, toda la nave se convirtió en una pira inmensa, y las pequeñas siluetas saltaron por la borda, incapaces de salvar su embarcación.
A su alrededor, el aire se llenó con el sonido silbante de las bolas ígneas y la flota del sur, que ya se había puesto a tiro, respondía con máquinas más ligeras hasta que llegó un momento en que el cielo se llenó de miles de cometas y el calor llegó a ser tan insoportable como el que Elric había experimentado en la sala de torturas. Densas columnas de humo negro comenzaron a elevarse cuando las puntas de bronce de los espolones horadaron la madera espetando a los barcos como si fueran pescados. Al producirse los primeros combates cuerpo a cuerpo comenzaron a oírse los roncos gritos de los que luchaban y el entrechocar de las espadas.
Pero a Elric apenas le llegaban los sonidos, porque estaba sumido en una profunda reflexión.
Cuando por fin su mente estuvo dispuesta, con una voz desesperada y agónica que los oídos humanos no alcanzaron a percibir por encima del ruido de la guerra gritó:
—¡Tormentosa!
Su mente se esforzó para acompañar aquel grito y fue como si su mirada se perdiera más allá de la turbulenta batalla, más allá del océano, más allá de la tierra misma, para posarse en un lugar de sombras y terror. Allí había algo que se movía. Allí había muchas cosas que se agitaban.
—¡Tormentosa!
Desde abajo le llegó una maldición y vio que Jagreen Lern señalaba en su dirección.
—Amordazad al hechicero albino —ordenó Jagreen Lern. Sus ojos se encontraron con los de Elric, y el Teócrata inspiró y esperó un instante antes de añadir—: ¡Y si a pesar de eso no callara… matadlo!
El lugarteniente comenzó a subir al mástil en dirección a Elric.
—¡Tormentosa! ¡Tu amo se está muriendo!
Luchó por desatarse, pero apenas logró moverse.
—¡Tormentosa!
Durante toda su vida había odiado a la espada de la que tanto dependía, y de la que pudo prescindir cada vez menos a medida que el tiempo iba pasando, pero en aquel momento la llamó como un hombre llama a su amada.
El guerrero lo aferró por el pie y lo sacudió.
—¡Cállate! ¡Ya has oído a mi amo!
Con una mirada enloquecida, Elric pateó al guerrero, éste se estremeció y desenvainó la espada, sujetándose del mástil con una sola mano, dispuesto a asestarle a Elric un mandoble en sus órganos vitales.
—¡Tormentosa! —sollozó Elric. Debía seguir con vida. Sin él, el Caos acabaría dominando el mundo.
El hombre intentó asestarle un mandoble al cuerpo de Elric pero su espada no alcanzó al albino. Entonces, Elric recordó, súbitamente divertido, que Jagreen Lern le había protegido con un hechizo. ¡La magia del Teócrata había salvado a su enemigo!
—¡Tormentosa!
El guerrero se quedó sin aliento al comprobar que la espada se le caía de la mano. Intentó luchar contra algo invisible que lo tenía sujeto del cuello; Elric vio en ese instante que al hombre le rebanaban los dedos y que la sangre brotaba a chorros de los muñones. Después, lentamente, una forma se materializó y con alivio, el albino comprobó que era una espada… su propia espada rúnica la que atravesaba al guerrero y le bebía el alma.
El guerrero cayó; la Tormentosa quedó colgada en el aire y volvió a caer para cortar las cuerdas que ataban las manos de Elric; después, se frotó casi con afecto contra la mano de su amo.
De inmediato, la vida que acababa de beber del cuerpo del guerrero comenzó a fluir a través de Elric y el dolor de su cuerpo desapareció. Se aferró con fuerza a uno de los cabos de la vela y cortó el resto de sus ataduras hasta quedar colgado en el aire.
—Y ahora Jagreen Lern verá quién va a ser el que logre vengarse.
Impulsándose con fuerza, se balanceó sobre la cubierta y cayó suavemente sobre ella; la impía vitalidad que le había proporcionado su espada lo llenó de un gozo casi divino. Nunca lo había experimentado con tanta fuerza.
Notó entonces que las plataformas de abordaje estaban en posición y que en la nave insignia sólo quedaba una tripulación mínima. Jagreen Lern debía de haber conducido al grueso de sus fuerzas hacia la embarcación sujeta por los ganchos.
Cerca de él vio un barril de brea de la utilizada para las bolas de fuego. Y a su lado había una antorcha para encenderlas. Elric cogió la antorcha y la lanzó al barril.
—Aunque Jagreen Lern gane esta batalla, su nave insignia acabará en el fondo del océano, junto a la flota del sur —dijo con tono sombrío, y corrió hacia la bodega donde había estado encerrado, para rescatar a Moonglum que continuaba allí, indefenso.
Levantó la escotilla, miró hacia abajo y vio el estado lamentable en que se encontraba su amigo. Evidentemente, lo habían dejado sin comida, para que muriera de hambre. Una rata se escabulló al ver entrar la luz en la bodega.
Elric entró de un salto y comprobó horrorizado que a Moonglum le habían comido parte del brazo derecho. Cargó el cuerpo sobre sus hombros, notó que el corazón aún le latía débilmente y subió a cubierta. Sería un problema poner a salvo a su amigo y al mismo tiempo vengarse de Jagreen Lern. Pero Elric avanzó por la plataforma de abordaje que supuestamente había utilizado el Teócrata. Al hacerlo, tres guerreros le salieron al paso. Uno de ellos gritó:
—¡El albino! ¡El saqueador escapa!
Con un leve movimiento de la muñeca, Elric lo derribó de un golpe. La espada negra hizo el resto. Los demás retrocedieron al recordar cómo Elric había entrado en Hwamgaarl.
Nuevas energías fluyeron en sus venas. Porque cuantos más hombres mataba, su fuerza iba aumentando; una fuerza robada, pero necesaria si quería sobrevivir y ganar la partida para la Ley.
Corrió como si no llevara carga alguna, recorrió la plataforma de abordaje y saltó a la cubierta de la nave del sur. Mas adelante vio el estandarte de Argimiliar y un pequeño grupo de hombres a su alrededor, capitaneados por el mismo rey Hozel, que lo contemplaba con rostro tenso, porque sabía que su fin estaba próximo. Una muerte merecida, por su orgullosa negativa a aceptar la ayuda de Kargan, pensó Elric sombríamente, pero no obstante, la muerte de Hozel sería otro triunfo para el Caos.
Oyó entonces un grito de una naturaleza distinta y pensó por un momento que lo habían descubierto, pero vio que uno de los hombres de Hozel señalaba hacia el norte e intentaba decir algo.
Elric miró en esa dirección y descubrió las valientes naves de las Ciudades Purpúreas. Eran naves de guerra, mejor equipadas para la batalla que las de los Príncipes Mercaderes. Sus brillantes velas atraían la luz. El único ornamento suntuoso que los austeros Señores del Mar se permitían aparecía expuesto en sus velas. Kargan, viejo amigo de Elric, debía de ir al frente de ellas. Quizá existía aún la posibilidad de que se volvieran las tornas y de que pudieran derrotar a Jagreen Lern, cuya flota comenzaba a actuar de forma desorganizada.
Elric calculó que con él al frente podrían vencer. Con ese pensamiento, lanzó por la borda el cuerpo inconsciente de Moonglum y se zambulló tras él en el mar.
La espada le daba una fuerza sobrehumana; nadó hacia la nave insignia, que era la de Kargan, arrastrando el cuerpo de Moonglum. Confiando en los amplios conocimientos de náutica del señor del mar, nadó directamente hacia el galeón, gritando el nombre de Kargan.
La nave viró ligeramente y vio asomarse por la borda una fila de caras barbudas; cayeron unos cabos en su dirección, aferró uno y dejó que lo subieran a bordo con su carga.
Cuando los marineros los izaron sobre cubierta, Elric vio que Kargan lo observaba con ojos llenos de asombro. El señor del mar vestía la tosca armadura de cuero de su pueblo. Llevaba un yelmo de hierro y tenía una encrespada barba negra.
—¡Elric! ¡Creíamos que habías muerto… que te habías perdido en tu viaje hacia el sur! Dyvim Slorm está abajo… fue él quien me convenció para que acudiera en auxilio de los inútiles príncipes del continente, pero me temo que he llegado demasiado tarde.
Elric escupió agua salada y repuso:
—Es posible… pero si no atacamos ahora mismo, Jagreen Lern tendrá tiempo de reorganizarse. Hemos de hacer lo que podamos.
Kargan asintió con aire sombrío e instruyó a sus marineros:
—Llevaos abajo al pequeño, que lo vea el médico, y decidle al señor Dyvim Slorm que hemos pescado a un pariente suyo.
Los hombres obedecieron a Kargan y al mirar atrás, Elric comprobó que casi todos los barcos de la flota del sur habían sido hundidos. A más de un kilómetro a la redonda el mar estaba cubierto de embarcaciones en llamas, y el crepitar del fuego se entremezclaba con los gritos de los heridos.
—Si no detenemos ahora mismo a Jagreen Lern —dijo Kargan—, el resto del mundo no tardará mucho en caer presa de sus hordas.
Dyvim Slorm subió a cubierta y sonrió aliviado cuando vio a Elric.
—Te veo con vida, primo… aunque bastante maltrecho. ¿Estás dispuesto a continuar la lucha? Elric asintió y le dijo:
—La Tormentosa me dará la fuerza que necesito.
Ya lograba pensar con más claridad, y recordaba algo que Jagreen Lern había dicho sobre otros aliados. ¿Pero qué clase de aliados? Quizá no hubiera sido más que un alarde, aunque no era seguro. Si atacaban en ese momento, tal vez hubiera tiempo de derrotarlo antes de que esos aliados acudieran en su auxilio.
Detrás de la nave insignia de Kargan vio al resto de la flota, los barcos más alejados eran diminutas siluetas en el horizonte. Las embarcaciones se disponían ya en formación de batalla, distribuyéndose en cinco escuadrones, cada uno al mando de un Señor del Mar experimentado de las Ciudades Purpúreas.
—¿Y Zarozinia? —preguntó.
—Está a salvo —repuso Dyvim Slorm con una sonrisa—. La envié a Karlaak acompañada de una fuerte escolta. En estos momentos se encontrará ya en la corte de su padre.
—Bien —dijo lanzando un suspiro. Había pasado tan poco tiempo con ella. Sin embargo, si lograban derrotar al Teócrata, quizá dispondría de mucho más para dedicárselo.
—Estas últimas noches hemos dormido muy mal —decía Dyvim Slorm—. A todos nos costó mucho conciliar el sueño, y cuando por fin llegaba, resultaba siempre agitado. Visiones de pozos, de monstruos y demonios, de formas horripilantes, de poderes sobrenaturales poblaban nuestros sueños.
Elric asintió sin prestar demasiada atención a su amigo. Los elementos del Caos que cada uno de ellos llevaba dentro habían despertado en respuesta al avance de la Horda del Caos. Abrigó la esperanza de que fuesen todos lo bastante fuertes como para resistir en realidad igual que habían hecho en sueños.
—¡Hay una perturbación a proa! —gritó el vigía.
Elric hizo bocina con las manos y echó la cabeza hacia atrás.
—¿Qué clase de perturbación? —preguntó.
—No se parece a nada de lo que he visto, mi señor… ¡no sé describirla!
Elric se dirigió a Kargan y le dijo:
—Instruye a la flota… aminora la velocidad a un golpe de tambor cada cuatro, y que los jefes de escuadrones esperen la orden de ataque.
A grandes zancadas se dirigió hacia el mástil y comenzó a subir al puesto del vigía. Cuando se encontró muy por encima de la cubierta, el vigía salió de su puesto y dejó pasar a Elric dado que sólo había sitio para una persona.
—¿Es un enemigo, mi señor? —le preguntó mientras Elric subía a la plataforma.
El albino observó el horizonte y notó una especie de negrura enceguecedora que de vez en cuando soltaba unas descargas que permanecían en el aire unos instantes para volver a hundirse en la masa principal. Era una masa humeante, difícil de definir, que iba avanzando lenta hacia la flota de Jagreen Lern.
—Es un enemigo —dijo Elric en voz baja. Reconoció en aquella masa negra a una manifestación del Caos.
Evidentemente, Jagreen Lern no había alardeado. Sus aliados acudían en su auxilio.
Permaneció unos instantes en el puesto del vigía, estudiando la materia del caos que iba proyectándose en el cielo, como un monstruo amorfo presa de los estertores de la muerte. Pero aquellos no eran los estertores de la muerte. El Caos distaba mucho de estar al borde de la muerte.
Los restos de la flota del Teócrata habían virado y remaban velozmente en dirección de la extraña negrura que todavía no había adquirido una forma definida, aunque ya se distinguían unas siluetas borrosas. ¿Qué era? Elric se sintió invadido por la desesperanza. No les quedaba más remedio que luchar, pero estaban condenados de antemano.
Desde el puesto que ocupaba, alcanzó a ver claramente la flota que formaba sus respectivos escuadrones, disponiéndose en una cuña de más de un kilómetro por su parte más ancha y unos tres de profundidad. La nave de Kargan se encontraba al frente de las demás, a la vista de los escuadrones. Elric gritó a Kargan al verlo pasar junto al mástil:
—¡Espera la orden de avanzar, Kargan!
El señor del mar asintió sin detenerse. El escuadrón de cabeza estaba formado por las naves de guerra más pesadas que atacarían a la flota enemiga por el centro y tratarían de destruir su formación, apuntando sobre todo a la nave ocupada por Jagreen Lern. Si lograban matar o capturar a Jagreen, probablemente tendrían asegurada la victoria.
La materia oscura se encontraba más cercana y se había reunido con la flota del Teócrata. Elric sólo logró distinguir las velas de los primeros barcos, desplegadas una detrás de la otra. Cuando se acercaron aún más, reconoció finalmente las siluetas que iban emergiendo de la negrura. Eran unas siluetas inmensas y centelleantes al lado de las cuales quedaban empequeñecidas incluso las gigantescas naves de Jagreen Lern.
Las Naves del Caos.
Elric las reconoció gracias a su conocimiento de las ciencias ocultas. Se decía que aquellas naves navegaban normalmente en las profundidades de los océanos, y que su tripulación estaba formada por los ahogados, capitaneados por criaturas que nunca habían sido humanas. Era una flota que provenía del más profundo y oscuro dominio submarino que, desde tiempos inmemoriales, había disputado por la posesión del territorio, entre los Elementos Acuáticos, bajo el mando de Straasha, su rey, y los Señores del Caos, que reclamaban las profundidades marinas como su principal territorio en la tierra. Según las leyendas, el Caos había dominado durante una época sobre todos los mares y la Ley, sobre toda la tierra. Esto explicaba quizá el miedo que el mar inspiraba a muchos seres humanos, y la atracción que ejercía en otros.
Pero el hecho era que a pesar de que los Elementos habían logrado conquistar las zonas menos profundas del mar, los Señores del Caos habían mantenido el dominio sobre las profundidades abismales gracias a la ayuda de su flota de muertos. Las mismas naves eran de fabricación sobrenatural, y sus capitanes tampoco provenían de la tierra, sólo sus tripulaciones habían sido humanas y eran indestructibles.
Al acercarse más, Elric ya no tuvo dudas de que se trataba de esas naves. La Señal del Caos brillaba en sus velas: ocho flechas color ámbar que surgían de un centro, que representaba la jactancia del Caos de que contenía todas las posibilidades, mientras que se suponía que la Ley destruía toda posibilidad y todo resultado en un estancamiento perpetuo. La señal de la Ley era una sola flecha con la punta hacia arriba, que simbolizaba el crecimiento dinámico.
Elric sabía que en realidad el Caos era el precursor del estancamiento, porque a pesar de que cambiaba constantemente, nunca avanzaba. Pero en el fondo de su corazón, seguía añorando aquel estado, porque su pasada lealtad a los Señores del Caos le había sido más útil en momentos de salvaje destrucción que en los de progreso estable.
Pero el Caos debía luchar contra el Caos; Elric debía volverse en contra de aquellos a los cuales había sido leal, utilizando armas forjadas por fuerzas caóticas para, ironías de la vida, derrotar a esas mismas fuerzas.
Abandonó el puesto del vigía, bajó por el mástil y saltó los últimos metros que le faltaban para plantarse en cubierta, en el momento en que aparecía Dyvim Slorm. Informó rápidamente a su primo de lo que había visto.
Dyvim Slorm no lograba salir de su asombro.
—Pero la flota de los muertos nunca sale a la superficie… salvo cuando… —se interrumpió y abrió desmesuradamente los ojos.
Elric se encogió de hombros y dijo:
—La leyenda cuenta que la flota de los muertos saldrá de las profundidades cuando llegue la lucha final, cuando el Caos esté dividido y se enfrente a sí mismo, cuando la Ley sea débil y la humanidad escoja un bando u otro en esta batalla final de la que surgirá una nueva tierra dominada por el Caos total, o la Ley casi total.
—¿Es ésta esa batalla final?
—Podría ser —respondió Elric—. Será sin duda una de las últimas puesto que decidirá para siempre si imperarán la Ley o el Caos.
—Si somos derrotados, entonces es indudable que imperará el Caos.
—Es posible, pero recuerda que la lucha no la deciden sólo las batallas.
—Eso dijo Sepiriz, pero si hoy somos derrotados, nos quedarán muy pocas posibilidades de descubrir si es verdad o no —Dyvim Slorm aferró la empuñadura de la Enlutada y añadió—: Alguien ha de utilizar estos aceros, estas espadas del destino, cuando llegue el momento de decidir el duelo. Cada vez tenemos menos aliados, Elric.
—Es cierto.