Le picaba el cuerpo. Le dolían los brazos y la espalda. Las muñecas le latían de dolor. Elric abrió los ojos.
Ante él descubrió inmediatamente a Moonglum, encadenado de pies y manos a la pared. En el centro de la estancia fluctuaba una llama mortecina; sintió dolor en la rodilla desnuda, miró hacia abajo y vio a Jagreen Lern.
El Teócrata le escupió.
—De modo que he fallado —dijo Elric con voz poco clara—. Después de todo tú ganas.
Jagreen Lern no parecía triunfante. En sus ojos bullía aún la ira.
—¿Y cómo voy a castigarte? —susurró.
—¿Castigarme? ¿Entonces…? —El corazón de Elric latió con más fuerza.
—Tu último hechizo dio resultado —dijo el Teócrata, categórico, al tiempo que se volvía para contemplar el brasero—. Tus aliados y los míos desaparecieron y todos mis intentos por ponerme en contacto con los duques han fallado. Has cumplido con tu amenaza, o lo han hecho tus esbirros por ti… ¡los has enviado para siempre al Caos!
—¿Y mi espada? ¿Qué me dices de mi espada?
—Es mi único consuelo —dijo el Teócrata con una amarga sonrisa—. Tu espada desapareció junto con las otras. Ahora eres débil e indefenso, Elric. Podré torturarte y mutilarte hasta el fin de mis días.
Elric estaba pasmado. Una parte de él se alegraba de que los duques hubiesen sido derrotados. Pero parte de él lamentaba la pérdida de su espada. Tal como Jagreen Lern había manifestado, sin su acero era menos que un hombre corriente, porque el albinismo lo debilitaba. Ya comenzaba a fallarle la vista y las piernas no le respondían.
Jagreen Lern levantó la mirada y lo observó.
—Disfruta de los pocos días sin dolor que te quedan, Elric. Entretanto, imagínate lo que te tengo reservado. Ahora he de irme para darles instrucciones a mis hombres; han de preparar la flota de guerra que zarpará pronto hacia el sur. No voy a perder el tiempo ahora con toscas torturas, porque he de buscar las más exquisitas imaginables. Juro que tardarás años en morir.
Abandonó la celda y mientras la puerta se cerraba con estrépito, Elric oyó a Jagreen Lern que le decía al guardia:
—Que el brasero no se apague en ningún momento. Quiero que suden como condenados. Dales de comer cada tres días, y poco, lo suficiente como para que no se mueran. No tardarán en suplicar que les demos agua. Sólo les darás la suficiente para que sigan vivos. Se merecen algo mucho peor que esto, y ya les daré su merecido cuando mi mente haya tenido tiempo para meditar el problema.
La verdadera agonía comenzó al día siguiente. Sus cuerpos habían consumido hasta la última gota de sudor. Se les había hinchado la lengua y mientras gemían en su tormento, fueron conscientes de que aquella terrible tortura no sería nada comparada con lo que les esperaba. El cuerpo debilitado de Elric no respondía a pesar de que él se desesperaba por moverse; al final, se le nubló la mente y el dolor se convirtió en algo constante y familiar; el tiempo dejó de existir.
Más tarde, a través de una especie de niebla logró reconocer una voz. Era la voz cargada de odio de Jagreen Lern.
En la celda había más gente. Sintió que unas manos lo agarraban y se notó ligero cuando lo levantaron en volandas y lo sacaron de allí.
Aunque oía frases sueltas, no lograba encontrarle sentido alguno a las palabras de Jagreen Lern. Fue conducido a un sitio oscuro que se zarandeaba, lo cual le producía más dolor en el pecho.
Más tarde oyó la voz de Moonglum y se esforzó por comprender sus palabras.
—¡Elric! ¿Qué ocurre? ¡Juraría que estamos a bordo de una nave en alta mar!
Pero Elric masculló algo ininteligible. Su cuerpo se iba debilitando más deprisa que el de cualquier hombre normal. Pensó en Zarozinia, a quien no volvería a ver nunca más. Sabía que no viviría para enterarse si al final había vencido la Ley o el Caos, o si las tierras del sur harían frente al Teócrata.
Pero en cuanto estos pensamientos tomaban forma en su mente volvían a desvanecerse.
Después comenzó a llegar la comida y el agua que en cierto modo lo revitalizaron. En un momento dado, abrió los ojos y al mirar hacia arriba descubrió el rostro sonriente de Jagreen Lern.
—Gracias a los dioses —dijo el Teócrata—. Temía haberte perdido. Amigo mío, eres muy delicado, no cabe duda. Debes vivir mucho más. Para comenzar con mi diversión, he decidido que navegaras en mi nave insignia. Estamos cruzando ahora el Mar del Dragón, y nuestra flota avanza con el auxilio de unos encantamientos que la protegen de los monstruos que pululan por estas zonas. —Frunció el ceño y añadió—: Gracias a ti, no necesitamos utilizar hechizos que nos habrían permitido surcar a salvo las aguas agitadas por el Caos. De momento, los mares están en calma. Pero eso pronto cambiará.
Por un momento, Elric recuperó su antiguo genio y lanzó a su enemigo una mirada cargada de odio, pero aún seguía demasiado débil como para expresar con palabras el asco que le inspiraba.
Jagreen Lern se echó a reír y movió la cara pálida y demacrada de Elric con la punta de la bota.
—Creo que podré preparar una poción que te dé un poco más de vitalidad.
La comida que le sirvieron después tenía un sabor asqueroso, y tuvieron que hacérsela tragar a la fuerza, pero al cabo de un instante, Elric pudo sentarse y contemplar el cuerpo encogido de Moonglum. Evidentemente, el hombrecito había sucumbido por completo a la tortura. Para su sorpresa, Elric descubrió que no llevaba grilletes; a rastras se acercó al Oriental y lo sacudió. Moonglum soltó un quejido pero no dijo nada más.
Un haz luminoso traspasó de pronto la oscuridad de la bodega. Elric parpadeó, y al mirar hacia lo alto descubrió que la escotilla había sido abierta y que la cara barbuda de Jagreen Lern lo miraba desde arriba.
—Bien, bien. Veo que la poción te ha hecho efecto. Anda, Elric, sube a aspirar el olor vigorizante del mar y a sentir el calor del sol. No estamos muy lejos de las costas de Argimiliar y nuestras naves exploradoras nos informan que una flota de considerable tamaño viene hacia aquí.
—¡Por Arioch, espero que os hundan! —maldijo Elric. Jagreen Lern apretó los labios, y le preguntó burlón:
—¿Por quién? ¿Por Arioch? ¿Es que no te acuerdas de lo que pasó en mi palacio? Arioch ya no puede ser invocado, ni por ti, ni por mí. ¡Tus malditos hechizos tienen la culpa! —Se dirigió a un subalterno que Elric no veía y le ordenó—: Átalo y súbelo a cubierta. Ya sabes qué hacer con él.
Dos guerreros bajaron a la bodega y sujetaron al aún débil Elric; lo ataron de pies y manos y lo subieron a la cubierta con brutalidad. Cuando el sol le dio en los ojos se quedó boquiabierto.
—Levantadlo para que podamos verlo —ordenó Jagreen Lern.
Los guerreros obedecieron y Elric fue izado hasta quedar de pie; entonces vio la enorme nave insignia de Jagreen Lern, con los toldos de seda en la cubierta agitados por la brisa del oeste, sus tres hileras de esforzados remeros y el alto mástil de ébano en el que ondeaba una vela rojo oscuro.
Más allá de las barandillas de la nave, Elric vio que una flota inmensa seguía a la nave insignia. Además de los barcos de Pan Tang y de Dharijor, había muchos de Jharkor, de Shazar y Tarkesh, pero en cada vela escarlata aparecía pintado el Tritón típico de Pan Tang.
Elric sintió una honda desesperación, porque sabía que por más fuertes que fueran las tierras del sur, no podrían hacer frente a semejante flota.
—Llevamos navegando apenas tres días —dijo Jagreen Lern—, pero gracias a un viento mágico, casi hemos llegado a nuestro destino. Una de nuestras naves exploradoras nos acaba de informar que al oír rumores de nuestra superioridad, la marina lormyriana navega hacia aquí para aliarse a nosotros. Una medida sabia del rey Montan… al menos de momento. Lo utilizaré y cuando deje de serme útil, lo mataré por ser un traidor y un renegado.
—¿Para qué me cuentas todo esto? —susurró Elric, haciendo rechinar los dientes para soportar el dolor que le provocaba el más ligero movimiento.
—Porque quiero que veas con tus propios ojos la derrota del sur. Los Príncipes Mercaderes navegan hacia aquí para hacernos frente… Vamos a aplastarlos sin ninguna dificultad. Quiero que sepas que lo que pretendiste impedir se producirá de todos modos. Cuando hayamos sometido al sur y nos hayamos apoderado de sus tesoros, venceremos a la Isla de las Ciudades Purpúreas, continuaremos nuestro avance y saquearemos Vilmir e Ilmiora. Será sencillo, ¿no crees? Contamos con otros aliados, aparte de los que tú derrotaste.
Al ver que Elric no le contestaba, Jagreen Lern se impacientó e hizo una señal a sus hombres.
—Atadlo al mástil para que vea bien la batalla. Protegeré su cuerpo con un hechizo, porque no quiero que una flecha perdida lo mate y me impida gozar de mi venganza.
Elric fue conducido hasta el mástil y atado a él, pero apenas se dio cuenta de lo que hacían pues tenía la cabeza inclinada sobre el hombro derecho y estaba semiinconsciente.
La flota siguió avanzando, segura de la victoria.
Hacia media tarde, el grito del timonel sacó a Elric de su estupor.
—Hacia el sudoeste. ¡La flota lormyriana se acerca!
Con rabia e impotencia, Elric vio como las cincuenta y dos naves con sus brillantes velas desplegadas que contrastaban con las de color rojo sombrío de las embarcaciones de Jagreen Lern, se alineaban a las demás.
Aunque Lormyr era una potencia inferior a Argimiliar, poseía una armada mayor. Elric calculó que la traición del rey Montan le había costado al sur más de un cuarto de sus fuerzas.
Supo entonces que no quedaba absolutamente ninguna esperanza para el sur y que la seguridad de Jagreen Lern en obtener la victoria no era infundada.
Cayó la noche y la flota esperó anclada. Un guardia se acercó a alimentar a Elric con una papilla que contenía otra dosis de la poción. Al recuperar las fuerzas, su rabia aumentó, y en dos ocasiones Jagreen Lern se detuvo junto al mástil para provocarlo de un modo despiadado.
—En cuanto amanezca nos encontraremos con la flota del sur —le informó con una sonrisa—, y al mediodía, lo que quede de ella flotará como una masa ensangrentada tras nuestra estela, mientras nosotros seguiremos avanzando para establecer nuestro dominio sobre las naciones que tan estúpidamente han confiado sus destinos a su armada.
Elric recordó que había advertido a los reyes de las tierras del sur que aquello podía ocurrir si se enfrentaban solos al Teócrata. Pero deseó haberse equivocado. Con el sur derrotado, la conquista del este parecía al alcance de la mano, y cuando Jagreen Lern gobernara el mundo, imperaría el Caos y la tierra regresaría a la sustancia de la que había surgido millones de años antes.
Durante toda aquella noche sin luna, meditó. Organizó sus pensamientos y reunió sus fuerzas para idear un plan que era sólo una sombra sepultada en el fondo de su mente.