X

Desde el interior del palacio le llegó el rumor de un movimiento. El corazón le latió con tanta fuerza que creyó que iba a saltársele del pecho para quedarse allí como prueba palpitante de su inmortalidad. Oyó un sonido parecido al golpear de unos cascos monstruosos y también el ruido de unos pasos medidos que debían de ser de un hombre.

Tenía la mirada fija en las puertas doradas del palacio, que se alzaban envueltas en las sombras proyectadas por las columnas. Las puertas comenzaron a abrirse silenciosamente. Una silueta de anchos hombros, empequeñecida por el tamaño de las puertas, avanzó y se quedó allí de pie, observando a Elric con el rostro crispado por una ira desbordante.

La armadura que llevaba puesta brillaba como si estuviese al rojo vivo. En el brazo izquierdo llevaba un escudo del mismo material, y en la mano derecha empuñaba una espada de acero. Tenía una cabeza estrecha, aguileña, y llevaba barba y bigote negros bien recortados. Llevaba un yelmo muy ornamentado, con la Cresta de Tritón típica de Pan Tang. Con la voz temblorosa por la rabia, Jagreen Lern dijo:

—De modo que después de todo has mantenido parte de tu palabra, Elric. No sabes cuánto desearía haber podido matarte en Sequa cuando tuve oportunidad, pero entonces había hecho un trato con Darnizhaan…

—Lucha, Teócrata —le ordenó Elric con repentina calma—. Te daré otra oportunidad de que te enfrentes a mí en un combate justo.

—¿Justo? —dijo Jagreen Lern con desprecio—. ¿Empuñando esa espada? Una vez me enfrenté a ella y no perecí, pero ahora arde con las almas de mis mejores sacerdotes guerreros. Conozco su poder. No voy a ser tan tonto como para enfrentarme a ella. No… ¡deja que lo hagan quienes has desafiado!

Jagreen Lern se hizo a un lado. Las puertas se abrieron un poco más y si Elric había esperado encontrarse con figuras gigantescas, sufrió una decepción. Los duques habían adquirido proporciones y aspectos humanos. Pero al moverse, desprendían una especie de aura poderosa que llenaba el aire. Avanzaron desdeñando la presencia de Jagreen Lern y se colocaron en lo alto de la escalinata del palacio.

Elric observó sus hermosas caras sonrientes y volvió a estremecerse, porque en aquellos rostros vio reflejado una especie de amor, de amor mezclado con orgullo y confianza, de modo que por un momento le invadió la imperiosa necesidad de saltar del caballo y arrojarse a sus pies para implorarles que le perdonasen por haberse convertido en lo que era. Todo el anhelo y la soledad que llevaba dentro se le agolparon en la garganta y supo que aquellos hermosos seres lo reclamarían y lo protegerían…

—Y bien, Elric —dijo Arioch, el jefe—. ¿Te arrepentirás y volverás con nosotros?

Aquella voz poseía una belleza argéntea, y Elric estuvo a punto de desmontar, pero entonces se tapó las orejas con las manos mientras la espada rúnica colgaba de su correa, y gritó:

—¡No! ¡No! ¡Debo hacer lo que es debido! ¡Se te ha acabado el tiempo, igual que a mí!

—No hables así, Elric —le pidió Balan con tono persuasivo—, nuestro dominio apenas acaba de comenzar. La tierra y todas sus criaturas no tardarán en formar parte del reino del Caos y así comenzará una época espléndida y salvaje. —Aquellas palabras traspasaron las manos de Elric y le dieron vueltas en la cabeza—. El Caos nunca había sido tan poderoso en la tierra… ni siquiera en sus inicios. Te haremos grande. ¡Te convertiremos en Señor del Caos, te pondremos a nuestra misma altura! Te ofrecemos la inmortalidad, Elric. Si te comportas estúpidamente, no harás más que encontrar la muerte, y nadie te recordará.

—¡Ya lo sé! ¡No quisiera ser recordado en un mundo dominado por la Ley!

—Eso no ocurrirá nunca —dijo Maluk riéndose por lo bajo—. Interceptamos cada uno de los movimientos que hace la Ley para ayudar a la tierra.

—¡Por eso debéis ser destruidos! —gritó Elric.

—Somos inmortales… ¡nada puede acabar con nosotros! —exclamó Arioch con impaciencia.

—¡Entonces os enviaré de vuelta al Caos de modo tal que jamás volváis a tener la capacidad de regresar a la tierra!

Elric agitó la espada rúnica en el aire y ésta tembló y lanzó un leve gemido, como si se mostrara insegura, igual que su amo.

—¿Lo ves? —dijo Balan bajando unos cuantos escalones—. Hasta tu adorada espacia sabe que decimos la verdad.

—La vuestra es una verdad a medias —dijo Moonglum con voz vacilante, asombrado de su propia osadía—. Pero yo recuerdo algo que encierra mayor verdad que la vuestra, una regla que debería unir al Caos y a la Ley, la Ley del Equilibrio. Ese equilibrio se mantiene en la tierra y se ha decretado que el Caos y la Ley deben mantenerlo. A veces, se inclina hacia un lado, a veces, hacia el otro… así es como se crean las eras de la tierra. Pero un desequilibrio de esta magnitud está mal. ¿Acaso en vuestra lucha, vosotros, los representantes del Caos, os habéis olvidado de esto?

—Lo hemos olvidado por un buen motivo, mortal. El equilibrio se ha inclinado hasta tal punto a nuestro favor que ya no es posible recuperarlo. ¡El triunfo es nuestro!

Elric aprovechó la pausa para dominarse. Al notar su fuerza renovada, la Tormentosa respondió con un ronroneo confiado.

Los duques también lo notaron y se miraron.

El hermoso rostro de Arioch se encendió de ira; bajó majestuoso en dirección de Elric seguido de los demás duques.

El corcel de Elric retrocedió unos cuantos pasos.

En la mano de Arioch surgió una descarga llameante que el dios lanzó contra el albino. Elric sintió un dolor frío en el pecho y se tambaleó en la silla.

—Tu cuerpo no importa, Elric. ¡Piensa en el efecto que tendría una descarga semejante sobre tu alma! —Arioch comenzaba a perder su aire reposado y paciente.

Elric echó hacia atrás la cabeza y lanzó una carcajada. Arioch se había traicionado. De haber conservado la calma, habría contado con una mayor ventaja, pero se mostró perturbado por más que lo negase.

—En el pasado me has ayudado a vivir, Arioch. ¡Lo lamentarás!

—¡Todavía puedo poner remedio a mi desatino, advenedizo!

Sobre Elric cayó otra descarga, pero al levantar la Tormentosa comprobó, aliviado, que la espada había desviado aquella arma impía.

Pero ante semejante poder estaban, sin duda, condenados, a menos que lograsen invocar alguna ayuda sobrenatural. Pero Elric no se atrevía a recurrir a los hermanos de su espada rúnica. Todavía no. Debía pensar en algún otro medio. Mientras retrocedía ante las descargas abrasadoras, seguido de Moonglum, y murmuraba hechizos casi inútiles, pensó en los leones-buitres que había hecho regresar al Caos. Tal vez lograra llamarlos otra vez, pero con un fin diferente.

Recordaba claramente el hechizo, que en esas circunstancias requería un ligero cambio en la disposición mental y en la formulación. Sin perder la calma, esquivando mecánicamente las descargas de los duques, cuyas facciones habían experimentado un horrible cambio, aunque conservaban su belleza anterior, habían adquirido un aire malévolo, comenzó a pronunciar el hechizo:

¡Criaturas, Matik de Melniboné os creó

con la materia de la locura!

¡Si queréis seguir vivas como estáis ahora,

marchaos, o Matik volverá a emplear su hechizo!

De los rincones oscuros de la plaza surgieron las bestias picudas. Elric les gritó a los duques:

—¡Las armas mortales no pueden dañaros! ¡Pero estas bestias vienen de vuestro mismo plano! ¡Comprobad su ferocidad! —Y en la extraña lengua de Melniboné ordenó a los leones-buitres que se lanzasen sobre los duques.

Dominados por la aprensión, Arioch y los demás duques volvieron a subir la escalinata, al tiempo que gritaban sus propias órdenes a los gigantescos animales, pero las bestias continuaron avanzando a mayor velocidad.

Elric vio cómo gritaba y se debatía Arioch cuando su cuerpo se partió en dos y adquirió una nueva forma menos reconocible en el instante mismo en que las bestias lo atacaron. De repente, la escena se cubrió de colores, de sonidos agudos y materia desordenada. Detrás de los demonios en lucha, Elric vio que Jagreen Lern corría a refugiarse en su palacio. Con la esperanza de que las criaturas que había convocado lograsen contener a los duques, Elric espoleó a su caballo, rodeó la masa hirviente y subió la escalinata al galope.

Los dos hombres traspusieron las puertas y alcanzaron a atisbar al aterrorizado Teócrata que corría delante de ellos.

—¡Tus aliados no eran tan fuertes como creías, Jagreen Lern! —aulló Elric abalanzándose sobre su enemigo—, ¡infeliz, no sé qué te hizo pensar que tus conocimientos estarían a la altura de los de un melnibonés!

Jagreen Lern comenzó a subir afanosamente una sinuosa escalera, demasiado aterrado como para mirar atrás. Elric lanzó otra de sus carcajadas, sofrenó a su caballo y observó al hombre que huía.

—¡Duques! ¡Duques! —sollozó Jagreen Lern sin dejar de subir—. ¡No me abandonéis ahora!

—¿No es verdad que esas criaturas no podrán derrotar a los aristócratas del Infierno? —inquinó Moonglum con un hilo de voz.

Elric sacudió la cabeza y repuso:

—No espero que lo hagan, pero si acabo con Jagreen Lern, al menos pondré fin a sus conquistas y no podrá seguir invocando demonios.

Espoleó al corcel nihrainiano y subió la escalera tras el Teócrata, que al oírlo venir se encerró en una habitación. Elric oyó el sonido de una tranca al caer y el chirrido de los pasadores.

Cuando estuvo ante la puerta, ésta cayó al primer mandoble y entró en los aposentos. Jagreen Lern había desaparecido.

Elric desmontó y se dirigió a una puertecita que se encontraba en el extremo más alejado del cuarto y la derribó también. Una estrecha escalera conducía hacia lo alto; sin duda, hacia una torre. Pensó que por fin podría vengarse; subió la escalera y se encontró en lo alto con otra puerta más; levantó la espada para destrozarla, pero al caer sobre ella, la puerta resistió.

—¡Maldita sea, está protegida por un encantamiento! Se disponía a asestar otro mandoble, cuando oyó que Moonglum lo llamaba con insistencia desde abajo.

—¡Elric! Elric… han derrotado a las criaturas. ¡Vuelven al palacio!

Por el momento tendría que olvidarse de Jagreen Lern. Bajó de un salto, llegó a los aposentos y salió a la escalera. En el vestíbulo vio las formas fluctuantes de la impía trinidad. En mitad de la escalera Moonglum temblaba como una hoja.

Tormentosa —gritó Elric—, es hora de invocar a tus hermanos.

La espada se agitó en su mano, como si asintiera. Elric comenzó a cantar la complicada runa que Sepiriz le había enseñado. La Tormentosa gimió haciéndole de fondo mientras que los duques, fatigados por la batalla, iban tomando distintas formas y comenzaban a acercarse amenazadoramente a Elric.

En el aire, alrededor del albino, aparecieron unas siluetas borrosas que se encontraban parcialmente en el plano de Elric y en el del Caos. El albino las vio moverse y de pronto fue como si el aire se hubiera llenado de un millón de espadas, todas gemelas de la Tormentosa.

Siguiendo su instinto, Elric soltó su espada y la lanzó junto con las demás. Quedó suspendida en el aire ante las demás, que parecieron reconocerla.

—¡Guíalas, Tormentosa! ¡Que luchen contra los duques… o tu amo morirá y jamás volverás a beber almas humanas!

El mar de espadas se agitó y un espantoso gemido surgió de ellas. Los duques se abalanzaron sobre el albino y éste retrocedió ante el odio que despedían aquellas formas retorcidas.

Miró hacía abajo y al ver a Moonglum acurrucado en su silla no supo si había muerto o se había desvanecido.

Las espadas cayeron entonces sobre los duques y Elric sintió náuseas ante el espectáculo de un millón de aceros hundiéndose en la materia de aquellos seres.

El ruido ululante de la batalla resonó en sus oídos, y la espantosa visión del conflicto le nubló la vista. Sin la malvada vitalidad de la Tormentosa, se sintió débil y desprotegido. Le temblaban las rodillas y las piernas apenas lograban sostenerlo; nada podía hacer para ayudar a los hermanos de la espada negra en su lucha contra los Duques del Infierno.

Se desplomó, consciente de que si continuaba presenciando semejante horror iba a volverse completamente loco. Agradecido, notó que todo se volvía negro y, por fin, perdió el sentido sin saber a ciencia cierta quién ganaría.