VIII

Elric despertó exhausto sobre una playa de guijarros; oía el sonido musical de la marea al rozar las piedras. Otro sonido se superponía al del mar: el crujido de unas botas. Alguien se acercaba a él. Estando en Shazar, lo más probable era que se tratara de un enemigo. Sacando fuerzas de flaqueza, rodó hacia un lado y comenzó a ponerse en pie. Con la mano derecha desenvainó un poco la Tormentosa antes de darse cuenta que se trataba de Moonglum que, doblado por el cansancio, lo miraba desde lo alto con una sonrisa en los labios.

—¡Gracias a los dioses sigues con vida! —Moonglum se tendió sobre los guijarros de la playa, apoyó el peso del cuerpo sobre los brazos y observó el mar en calma y los imponentes Dientes de la Serpiente que se elevaban a lo lejos. Al cabo de un instante, añadió—: Creo que los dioses tuvieron que ver con nuestro naufragio y nuestro rescate.

—Sí, estamos vivos —dijo Elric con ánimo sombrío—, pero no sabría decirte por cuánto tiempo seguiremos estándolo en esta tierra arrasada.

Moonglum sacudió la cabeza y lanzó una leve carcajada.

—Sigues siendo el mismo pesimista de siempre, amigo mío. A mi modo de ver, deberías estar agradecido por conservar la vida.

—En este conflicto, las misericordias como ésta nos servirán de poco —repuso Elric—. Descansa, Moonglum, que yo cubriré el primer turno de guardia. Cuando iniciamos esta aventura no teníamos tiempo que perder, ahora hemos perdido varios días, de modo que puedes descansar.

Moonglum no opuso resistencia, y de inmediato se durmió; al despertar, mucho más repuesto, aunque seguía dolorido, Elric durmió hasta que la luna salió en lo alto del cielo despejado iluminándolo con su brillante luz.

Emprendieron la marcha en plena noche, por la costa cubierta de una hierba rala hasta alcanzar una zona de terreno negro y húmedo. Era como si un holocausto hubiera arrasado los campos, seguido de una fuerte tormenta que dejó tras ella un pantano de cenizas. Al recordar las llanuras cubiertas de pastizales de esa zona de Shazar, Elric se sintió horrorizado, incapaz de discernir si aquella destrucción había sido obra del hombre o de los Señores del Caos.

Fueron transcurriendo las horas de la mañana, y hacia el mediodía, cuando en el cielo cubierto de nubes brillantes comenzaron a notarse unas extrañas perturbaciones, vieron acercarse a ellos una larga fila de personas. Se tendieron en el suelo y se ocultaron para espiar cautelosamente cómo se iba acercando el grupo. No eran soldados enemigos, sino mujeres sufridas y niños famélicos, hombres que a duras penas lograban avanzar, cubiertos de harapos, y unos pocos jinetes magullados, obviamente, los restos de alguna banda derrotada de guerrilleros que había logrado sobrevivir al ataque de Jagreen Lern.

—Creo que estamos ante gente amiga, o algo parecido —masculló Elric, agradecido—. Tal vez nos den información que pueda ayudarnos.

Se pusieron en pie y se dirigieron hacia el maltrecho grupo. Los jinetes se agruparon velozmente alrededor de los civiles y sacaron las armas, pero antes de que nadie pudiera amenazar a nadie, alguien del grupo gritó:

—¡Elric de Melniboné! Elric… ¿has venido a traernos noticias sobre nuestro rescate?

Elric no reconoció aquella voz, pero sabía que su rostro de piel blanquísima y ojos carmesíes era ya una leyenda.

—Yo mismo voy en busca de que me rescaten, amigo —dijo con fingida alegría—. Naufragamos en vuestras costas cuando intentábamos buscar ayuda de las tierras del sur, pero a menos que encontremos otra barca, nuestras posibilidades son bien escasas.

—¿En qué dirección navegabas, Elric? —inquirió el invisible portavoz.

—Hacia el sur, ya te lo he dicho.

—¡Entonces ibas en dirección errada!

Elric se irguió cuanto pudo e intentó atisbar entre la multitud.

—¿Quién eres tú para decirnos algo así?

Se produjo un movimiento entre el gentío y un hombrecito encorvado, de mediana edad, que llevaba unos bigotes largos y enroscados, se abrió paso para plantarse ante el albino, apoyándose en una vara. Los jinetes apartaron sus cabalgaduras para que Elric pudiera verlo.

—Me llamo Ohada, el Vidente. Hace mucho tiempo fui famoso en Falitain como oráculo. Pero Falitain fue arrasada durante el saqueo de Shazar y yo fui lo bastante afortunado como para poder huir junto con esta gente, todos ellos nativos de Falitain, una de las últimas ciudades que sucumbieron a los poderes mágicos de Pan Tang. Elric, te traigo un mensaje muy importante. Es sólo para ti, y lo he recibido de alguien que conoces, alguien que quizá pueda ayudarte a ti, e indirectamente, a nosotros.

—Me has picado la curiosidad y aumentado mis esperanzas —respondió Elric haciéndole señas con la mano—. Acércate, vidente, dame tu mensaje y esperemos que sea positivo, tal como pareces sugerir.

Moonglum retrocedió cuando el vidente se acercó a su amigo. Tanto el oriental como los falitainianos observaron con curiosidad mientras Ohada le susurraba algo a Elric. Elric tuvo que hacer un esfuerzo por captar sus palabras.

—Te traigo un mensaje de un hombre extraño llamado Sepiriz. Dice que él fue quien envió esta tempestad pero que hay algo que debes hacer que él no puede. Dice que vayas a la ciudad tallada y que una vez allí te dará más información.

—¡Sepiriz! ¡Pero si me he separado de él no hace mucho! ¿Cómo se puso en contacto contigo?

—Soy clarividente. Se me apareció en sueños.

—Tus palabras podrían ser una trampa ideada para conducirme a manos de Jagreen Lern.

—Sepiriz me dijo una cosa más… me indicó que íbamos a encontrarnos en este mismo lugar. ¿Crees tú que Jagreen Lern podía haberlo sabido entonces?

—No es muy probable… pero, con ese mismo criterio, ¿acaso podía haberlo sabido nadie? Gracias, vidente. —Dicho lo cual, dirigiéndose a los guerreros montados, les gritó—: ¡Necesitamos dos de vuestros mejores caballos!

—Nuestros caballos son muy valiosos para nosotros —masculló un caballero vestido con una armadura destartalada—, son todo lo que tenemos.

—Mi compañero y yo debemos viajar con rapidez si hemos de salvar al mundo del Caos. ¡Venga, arriesgad un par de caballos contra la posibilidad de que se venguen de vuestros conquistadores!

—Está bien —repuso el caballero, y a regañadientes desmontó del caballo.

El jinete que estaba a su lado lo imitó y ambos acercaron los corceles hasta donde se encontraban Elric y Moonglum.

Elric tomó las riendas y montó de un salto; la espada rúnica le golpeó el muslo.

—¿Qué planes tenéis ahora?

—Seguiremos luchando lo mejor que podamos.

—¿No sería más prudente que os ocultarais en las montañas o en los Pantanos de la Bruma?

—Si hubieras presenciado la depravación y el terror del mandato de Jagreen, no te atreverías a sugerir algo semejante —comentó el caballero sombríamente—. Aunque no podemos abrigar esperanzas de vencer a un hechicero cuyos siervos tienen la capacidad de ordenar a la tierra que se agite como si fuera un océano, de hacer que el cielo suelte torrentes de agua salada y de enviar nubes verdes al suelo para que destruyan a los niños en formas inefables, procuraremos vengarnos como podamos. Comparado con lo que ocurre en otras zonas del continente, por aquí reina la calma. Se están produciendo unos espantosos cambios geológicos. A diez millas al norte de aquí no podrías reconocer ni una sola colina y ni una sola selva. Y aquellas que vas dejando atrás, muy bien podrían cambiar o desaparecer al día siguiente.

—Hemos presenciado algo similar en nuestro viaje por mar —dijo Elric—. Te deseo una larga vida de venganza. Yo también tengo cuentas pendientes con Jagreen Lern y su cómplice.

—¿Su cómplice? ¿Te refieres al rey Sarosto de Dharijor? —Una leve sonrisa iluminó el rostro macilento del caballero—. No podrás vengarte de Sarosto. Fue asesinado poco después que nuestras fuerzas fueran derrotadas en la batalla de Sequa. Aunque no se ha podido probar nada, es de público conocimiento que lo mandó matar el Teócrata, que ahora gobierna sin que nadie le haga sombra. —El caballero se encogió de hombros y añadió—: ¿Y quién podrá oponerse a Jagreen Lern, y mucho menos a sus capitanes?

—¿Quiénes son esos capitanes?

—Pues ha mandado llamar a los Duques del Infierno. No sé si seguirán aceptando su dominio durante mucho tiempo más. Nosotros creemos que Jagreen Lern será el próximo en morir, entonces… ¡el Infierno incontrolado dominará en este lugar!

—Espero que no —dijo Elric con un hilo de voz—, porque no quiero que impidan mi venganza. El caballero lanzó un suspiro y dijo:

—Con los Duques del Infierno como aliados, Jagreen Lern no tardará en gobernar el mundo.

—Roguemos por que yo pueda encontrar la forma de acabar con esa oscura aristocracia y mantener mi promesa de matar a Jagreen Lern —dijo Elric, y con un ademán de despedida al vidente y a los dos caballeros, hizo girar a su caballo en dirección de las montañas de Jharkor, seguido de Moonglum.

En la peligrosa cabalgata hacia la montaña donde moraba Sepiriz tuvieron pocas ocasiones de descanso, porque tal como les había advertido el caballero, el terreno mismo parecía dotado de vida y la anarquía imperaba en todas partes. Más tarde, Elric recordaría muy poco, salvo la sensación de horror y el sonido de unos chirridos impíos en sus oídos, la visión de oscuros colores, dorados, rojos, azules, negro y el anaranjado brillante que estaba por todas partes y era el signo del Caos sobre la tierra.

En las regiones montañosas, cerca de Nihrain, descubrieron que el dominio del Caos no era tan completo como en otras partes. Aquello probaba que Sepiriz y sus nueve hermanos negros ejercían al menos un cierto control sobre las fuerzas que amenazaban con engullirlos.

Para llegar al corazón de las antiguas montañas se fueron internando cada vez más por profundas gargantas de roca oscura, por traicioneros senderos de montaña y por laderas de las que se desprendían las piedras. Se trataba de las montañas más antiguas del mundo, y encerraban los secretos más antiguos de la tierra: el dominio del inmortal Nihrain que había gobernado durante siglos, incluso antes de la aparición de los melniboneses. Finalmente llegaron a la Ciudad Tallada de Nihrain, con sus altos palacios, sus templos y sus fuertes tallados en la roca viva, ocultos en las profundidades del abismo que podía haber sido insondable. Prácticamente alejada de todo salvo de la leve luz que de los escasos rayos del sol lograba colarse, allí había estado desde tiempos inmemoriales.

Condujeron a sus renuentes corceles por unos estrechos senderos hasta que llegaron a la enorme puerta, cuyos pilares eran unos titanes tallados sobre los que se alzaban unas figuras semihumanas; al verlos, Moonglum lanzó una exclamación de sorpresa e inmediatamente cerró la boca, apabullado ante el genio capaz de combinar en una obra gigantesca la ingeniería y el arte.

En las cavernas, donde también había escenas talladas que representaban las leyendas de Nihrain, los esperaba Sepiriz, quien los recibió con una sonrisa en los labios de ébano.

—Saludos, Sepiriz —dijo Elric desmontando de su caballo y entregándoles las riendas a unos esclavos que se llevaron el corcel.

Moonglum lo imitó, un tanto cansado.

—Lamento haber tenido que pedirte que volvieras tan pronto, pero ocurre que Jagreen Lern ha actuado más deprisa de lo que esperábamos —dijo Sepiriz aferrando a Elric por los hombros.

—Ya me he enterado. Además, ha convocado a los Señores Oscuros.

—Sí. Por nuestra parte, intentábamos ponernos en contacto con los Señores Blancos con la ayuda de magos ermitaños de la Isla de los Hechiceros, pero la flota guerrera de Jagreen Lern destruyó la isla y el Caos ha interceptado nuestros intentos de rescatar a los ermitaños. Mis hermanos siguen luchando por encontrar a los Señores Blancos en los planos superiores. Pero más cerca de aquí hay trabajo para ti y tu espada. Venid a mis aposentos a refrescaros. Tenemos un vino que os devolverá las fuerzas y cuando lo hayáis bebido, os diré qué tarea os ha reservado el Destino.

Sentado en su silla, mientras bebía el vino y echaba una mirada a los oscuros aposentos de Sepiriz, iluminados únicamente por los fuegos que ardían en las parrillas de varias chimeneas, Elric se devanó los sesos por encontrar una pista que le permitiera descifrar las impresiones que parecían navegar justo debajo de la superficie de su conciencia. Aquellos aposentos tenían algo misterioso, un misterio que provenía no sólo de su vastedad y de las sombras que en ellos vagaban. Sin saber por qué, Elric pensó que aunque aquella estancia estuviera rodeada de millas y millas de roca sólida, sus dimensiones no podían ser medidas con los medios empleados normalmente; era como si se extendiera a planos que no se conformaban al tiempo y al espacio de la tierra, planos que de hecho carecían de tiempo y de espacio. Presintió que podría intentar cruzar la estancia de una pared a la otra, pero que si lo intentaba, se encontraría caminando eternamente sin alcanzar nunca la pared opuesta. Trató de desechar estos pensamientos, dejó su copa e inspiró profundamente. No cabía duda de que el vino le había devuelto las fuerzas y lo había relajado. Señalando la jarra que estaba sobre la mesa de piedra, le dijo a Sepiriz:

—¡No resultaría nada difícil que este brebaje te creara adicción!

—A mí ya me la ha creado —dijo Moonglum con una sonrisa al tiempo que se servía otra copa.

—Nuestro vino de Nihrain posee una extraña cualidad —les informó Sepiriz sacudiendo la cabeza—. Tiene un sabor agradable y refresca a quienes están cansados, pero una vez recuperadas las fuerzas, provoca náuseas a quien siga bebiéndolo. Es por eso que todavía nos quedan reservas. Pero ya se nos están acabando, pues las viñas de las que se obtiene han desaparecido de la tierra hace mucho tiempo.

—Una poción mágica —dijo Moonglum dejando la copa sobre la mesa.

—Si es así como prefieres llamarla. Elric y yo pertenecemos a una época en la cual lo que ahora tú llamas magia formaba parte de la vida normal, y en la que el Caos gobernaba a sus anchas, aunque de un modo más tranquilo que ahora. Vosotros, los hombres de los Reinos Jóvenes, quizá tengáis razón al sospechar de la brujería, porque si logramos preparar al mundo para la ley, entonces quizá logréis encontrar vinos parecidos mediante métodos más dolorosos, métodos que podáis entender mejor.

—Lo dudo —repuso Moonglum lanzando una carcajada—. Hablas como si tener conocimientos sobrenaturales fuera algo sencillo. Por lo que he oído, hace falta un hombre genial para dominarlos.

—En estos días es así, efectivamente —dijo Sepiriz.

—Si no tenemos más suerte de la que hemos tenido hasta ahora —dijo Elric suspirando—, veremos el Caos desatado sobre la tierra y a la Ley vencida para siempre.

—Sería muy desafortunado para nosotros si la Ley triunfara, ¿verdad? —inquirió Sepiriz sirviéndose otra copa de vino.

Moonglum lanzó una mirada inquisitiva a Elric, y entonces comprendió mejor la difícil situación en la que se encontraba su amigo.

—Sepiriz, me has dicho que había otro trabajo para mí y para mi espada —dijo Elric—. ¿De qué se trata?

—Ya sabes que Jagreen Lern ha convocado a algunos de los Duques del Infierno para capitanear sus tropas y controlar las tierras ya conquistadas.

—Sí, ya lo sé.

—¿Y comprendes la gravedad de todo ello? Jagreen Lern ha logrado abrir una brecha de considerable tamaño en la barrera construida por la Ley, cuyo fin era el de impedir que las criaturas del Caos gobernaran del todo este planeta. A medida que aumenta su poder, esa brecha se ensancha. Esto explica por qué logró convocar a los más poderosos representantes de la nobleza infernal, cuando en el pasado resultaba sumamente difícil hacer que uno de ellos llegara a nuestro plano. Arioch se encuentra entre los convocados…

—¡Arioch!

Arioch había sido siempre el demonio protector de Elric, el principal dios adorado por sus antepasados. El hecho de que la situación fuese tan grave le permitió darse cuenta de que era un paria y que no gozaba ni de la protección de la Ley ni de la del Caos.

—En estos momentos, tu única aliada sobrenatural es esa espada que llevas —le dijo Sepiriz con tono sombrío—. Y quizá sus hermanos.

—¿Sus hermanos? ¿Qué hermanos? Sólo existe una hermana, la Enlutada, y la tiene Dyvim Slorm.

—¿Recuerdas que te conté que las espadas gemelas eran en realidad una manifestación terrenal de sus yoes sobrenaturales?

—Sí, lo recuerdo.

—Pues bien, puedo decirte ahora que el ser real de la Tormentosa está relacionado a otras fuerzas sobrenaturales que se encuentran en otro plano. Sé cómo convocarlas, pero estos entes son también criaturas del Caos, por lo tanto, en lo que a ti concierne, son un tanto difíciles de dominar. Podrían muy bien desmandarse, y llegar incluso a volverse en tu contra. La Tormentosa, tal como has tenido ocasión de comprobar en el pasado, está unida a ti por unos lazos más fuertes que los que la atan a sus hermanos, que en realidad son seres inferiores, pero ocurre que la superan en número, y la Tormentosa podría no ser capaz de protegerte contra ellos.

—¿Por qué no lo he sabido hasta ahora?

—En cierto modo lo has sabido siempre. ¿Recuerdas las ocasiones en que has pedido a los Seres Oscuros que te ayudaran y la ayuda te llegaba?

—Sí. ¿Quieres decir pues que esa ayuda me la proporcionaban los hermanos de la Tormentosa?

—En muchas ocasiones, sí. Ya están acostumbrados a acudir en tu auxilio. No son lo que tú y yo calificaríamos de inteligentes, pero sienten, por lo tanto, no están tan ligados al Caos como sus sirvientes que gozan de raciocinio. Pueden ser controlados hasta cierto punto por cualquiera que tenga poderes como los que tú tienes sobre uno de sus hermanos. Si necesitas su ayuda, sólo deberás recordar una runa que después te diré.

—¿Cuál es mi cometido?

—¡Destruir a los Duques del Infierno!

—¿Qué dices? ¡Sepiriz, es imposible! Son Señores del Caos, uno de los grupos más poderosos en todo el Reino del Azar. ¡Sepiriz, no podré hacerlo!

—Es verdad. Pero controlas una de las armas más potentes. Claro que ningún mortal puede destruir del todo a los duques, a lo único que puede aspirar es a obligarlos a regresar a su plano destruyendo la sustancia que utilizan como cuerpo en la tierra. Ése es tu cometido. Ya existen señales de que los Duques del Infierno, Arioch, Balan y Maluk, le han arrebatado a Jagreen Lern parte de su poder. El muy tonto sigue creyendo que puede seguir dominando los poderes sobrenaturales que representan. Es posible que a ellos les convenga dejar que lo crea, pero una cosa es segura, con amigos así, Jagreen Lern podrá derrotar a las tierras del sur con un mínimo de gasto en armamento, embarcaciones y hombres. Sin ellos, podría hacerlo igualmente, pero tardaría mucho más y debería emplear un mayor esfuerzo, con lo que nos estaría dando una ligera ventaja para preparar nuestra defensa mientras él doblega a las tierras del sur.

Elric no se molestó en preguntarle a Sepiriz cómo se había enterado de la decisión de los del Sur de enfrentarse solos a Jagreen Lern. Era evidente que Sepiriz poseía diversos poderes, tal como lo había probado su capacidad de ponerse en contacto con Elric a través del vidente.

—He jurado ayudar a las tierras del sur a pesar de su negativa a ponerse de nuestro lado para luchar contra el Teócrata —dijo Elric con tono tranquilo.

—Y mantendrás ese juramento destruyendo a los duques… si puedes.

—Destruir a Arioch, a Balan, a Maluk… —Elric susurró los nombres, temeroso de que a pesar de encontrarse donde estaba, con su sola mención pudiera invocarlos.

—Arioch ha sido siempre un demonio poco colaborador —apuntó Moonglum—. En el pasado se ha negado más de una vez a auxiliarte, Elric.

—Porque ya sabía que tú y él ibais a enfrentaros en el futuro —aclaró Sepiriz.

A pesar de que el vino le había refrescado el cuerpo, la mente de Elric era un hervidero. Era tal el esfuerzo al que se veía sometida su alma que creyó que iba a rompérsele. Luchar contra el dios demonio de sus antepasados… La sangre de sus predecesores seguía fluyendo con fuerza por sus venas y las antiguas lealtades seguían vigentes.

Sepiriz se puso en pie, aferró a Elric por los hombros, fijó sus negros ojos en los carmesíes del albino, y le dijo:

—Te has comprometido a llevar a cabo esta misión, ¿recuerdas?

—Sí, me he comprometido… pero Sepiriz… los Duques del Infierno… Arioch… yo… ah, cómo desearía estar muerto en este momento…

—Te queda mucho por hacer antes de que se te permita morir, Elric —dijo Sepiriz en voz baja—. Debes comprender cuan importantes sois tú y tu espada para la causa del Destino. ¡Recuerda tu compromiso!

Elric se irguió y asintió vagamente.

—Si antes de aceptar este compromiso hubiera sabido que esto iba a ocurrir, lo habría aceptado de todos modos. Pero…

—¿Qué?

—No deposites demasiada fe en mi capacidad de cumplir con esta parte de mi cometido, Sepiriz.

El negro nihrainiano no dijo palabra. La cara normalmente alegre de Moonglum dejó entrever una seriedad y una tristeza inmensas cuando el oriental miró a Elric, de pie en el enorme vestíbulo mientras la luz del fuego hacía piruetas a su alrededor, con los brazos cruzados sobre el pecho, la enorme espada colgada a su costado, y una mirada de asombro en sus ojos carmesíes. Sepiriz se internó en las sombras para volver con una tabla blanca sobre la que estaban grabadas unas viejas runas. Se la entregó al albino.

—Memoriza el hechizo —le aconsejó Sepiriz en voz baja—, y luego destruye la tabla. Pero recuerda, utilízalo únicamente en caso de extrema gravedad, porque, tal como te he advertido, los hermanos de la Tormentosa podrían negarse a ayudarte.

Haciendo un gran esfuerzo, Elric logró controlar sus emociones. Moonglum se retiró a descansar y el albino estudió la runa bajo la guía del nihrainiano; aprendió su expresión oral, y también los matices lógicos que era preciso que entendiera, así como el estado mental en el que debía encontrarse para que surtiera efecto.

Cuando tanto Sepiriz como él se sintieron satisfechos, Elric permitió que un esclavo lo condujera a sus aposentos, pero le resultó imposible dormir y se pasó la noche atormentado hasta que el esclavo fue a despertarlo a la mañana siguiente, encontrándole completamente vestido y preparado para la cabalgada hasta Pan Tang, donde se habían reunido los Duques del Infierno.