El alba surgió en el horizonte dejando a la vista un erial de aguas grises sin tierra visible. El viento había amainado y el aire era más cálido. El cielo se llenó de bancos de nubes purpúreas veteadas de azafrán y escarlata que parecían el humo de una monstruosa pira. Pronto comenzaron a sudar bajo un sol de justicia; el viento había amainado del todo y la vela apenas se movía, pero a pesar de ello, el mar comenzó a agitarse como azotado por una borrasca.
Las aguas se movían como dotadas de vida propia provocándoles un sueño plagado de pesadillas. Moonglum echó un vistazo a Elric desde donde yacía despatarrado en la proa. Elric le devolvió la mirada sacudiendo la cabeza y soltando el timón. Era inútil tratar de timonear la barca en semejantes condiciones. Las olas gigantescas zarandeaban la embarcación, sin embargo, el agua no entraba en ella ni los rociaba. Todo se había vuelto irreal, como en un sueño, y por un momento, Elric tuvo la impresión de que de haber querido hablar, le habría resultado imposible.
Luego, a lo lejos, oyeron un zumbido leve que fue aumentando hasta convertirse en un gemido apabullante; de repente, la barca se elevó en el aire y fue volando por encima de las olas para ser lanzada luego al mar. En lo alto, las aguas azules y plateadas tuvieron por un momento todo el aspecto de una muralla metálica que acabó desplomándose sobre ellos.
Como saliendo de un hechizo, Elric se aferró al timón y gritó:
—¡Agárrate a la barca, Moonglum! ¡Agárrate o estás perdido!
El agua tibia cayó sobre ellos aplastándolos como si una mano gigantesca les hubiera dado un golpe. La barca cayó más aún hasta que creyeron que serían aplastados en el fondo por la fuerza de las aguas. Luego volvieron a elevarse para volver a caer, y al ver la superficie hirviente, Elric advirtió que en el mar habían surgido tres montañas que escupían lava y fuego. Medio llena de agua, la barca fue zarandeada por las olas; presa de frenesí, los dos hombres se pusieron a achicar, mientras la embarcación se movía violentamente e iba acercándose a los volcanes recién formados.
Elric soltó el recipiente y se lanzó contra el timón, obligando a la barca a alejarse de las montañas de fuego. La embarcación respondió con lentitud, pero comenzó a moverse en dirección opuesta.
Elric vio a Moonglum, completamente pálido, que intentaba desplegar la vela empapada. El calor que despedían los volcanes era insoportable. El albino miró hacia arriba intentando orientarse, pero el sol parecía haberse hinchado hasta romperse y lo que vio fueron millones de fragmentos ígneos.
—¡Moonglum, esto es obra del Caos! —gritó—. ¡Y me imagino que es sólo una muestra de lo que puede llegar a ser!
—¡Deben de haberse enterado de que estamos aquí e intentan destruirnos! —Moonglum no cesaba de quitarse el sudor de los ojos con el dorso de la mano.
—Es posible, aunque no lo creo.
Volvió a mirar hacia arriba y el sol parecía casi normal. Se orientó y comenzó a timonear la barca para alejarla de las montañas de fuego, pero se habían desviado muchas millas de su curso anterior.
Había planeado navegar a través de los Estrechos del Caos, pero unas corrientes sobrenaturales habían tomado el control de la embarcación durante la noche y en aquel momento resultaba evidente que se encontraban al norte de los Estrechos y que seguían siendo impulsados hacia el norte, en dirección al mismo Pan Tang.
Había una posibilidad de dirigirse a Melniboné, la tierra más cercana, excluyendo a Pan Tang. Pero se preguntó si la Isla del Dragón habría sobrevivido a los terribles maremotos.
El mar estaba un poco más calmado, pero las aguas habían alcanzado casi el punto de ebullición, de modo que cada gota que le caía encima le escaldaba la piel. En la superficie se formaban burbujas y era como si estuviesen navegando en el gigantesco caldero de una bruja. A la deriva iban infinidad de peces muertos y siluetas medio reptiloides que formaban una espesa marea que amenazaba con impedir el avance a la embarcación. Pero el viento había comenzado a soplar en una dirección y Moonglum sonrió aliviado al ver que la vela se hinchaba.
Lentamente fueron avanzando por las aguas espesas y lograron navegar hacia el noroeste, en dirección de la Isla de Melniboné, mientras sobre la superficie del mar se formaban nubes de vapor que impedían la visibilidad.
Horas más tarde, habían salido ya de las aguas hirvientes y navegaban bajo un cielo claro, en un mar en calma.
Se permitieron el lujo de dormitar. En menos de un día llegarían a Melniboné, pero en aquel momento se sintieron presa de la reacción a la experiencia por la que acababan de pasar y, medio adormecidos, se preguntaron cómo habrían logrado sobrevivir a aquella terrible tempestad.
Elric abrió los ojos, asombrado. Estaba seguro de no haber dormido mucho, sin embargo, el cielo aparecía negro y sobre ellos caía una fría llovizna. Cuando las gotas le tocaban la cabeza y la cara, resbalaban como una gelatina viscosa. Le entraron unas cuantas en la boca y se apresuró a escupir aquella sustancia amarga.
—Moonglum —gritó en la oscuridad azul—, ¿sabes qué hora es?
La voz soñolienta del oriental le contestó, atolondrada:
—No lo sé. Pero juraría que todavía no es de noche. Elric le dio un empellón al timón. La embarcación no respondió. Miró por la borda.
Era como si estuviesen navegando por el cielo. El casco de la embarcación aparecía envuelto en un gas luminoso, pero no alcanzó a ver el agua. Se estremeció. ¿Acaso habrían abandonado el plano terrestre? ¿Acaso navegaban por un mar horrendo y sobrenatural? Se maldijo por haberse quedado dormido y se sintió presa de una impotencia mayor que la que lo había embargado durante la tempestad. La lluvia pesada y gelatinosa los golpeaba con fuerza; se cubrió el pelo blanco con la capucha de la capa. Del morral que llevaba en el cinturón sacó un trozo de pedernal y unas astillas; la luz que logró conseguir le permitió ver la mirada enloquecida de Moonglum. El pequeño oriental estaba tenso de miedo. Elric jamás había visto tanto temor reflejado en el rostro de su amigo, y sabía que de no haber tenido un dominio sobre sí mismo tan férreo, en su rostro se habría reflejado una expresión semejante.
—Nos ha llegado la hora —sentenció Moonglum—. ¡Elric, creo que por fin hemos muerto!
—No digas insensateces, Moonglum. Jamás he oído decir que después de la muerte hubiera una vida como ésta.
Pero en el fondo de su corazón, Elric se preguntaba si su amigo Moonglum no estaría en lo cierto. La embarcación parecía avanzar velozmente por un mar gaseoso, como impulsada o atraída hacia un destino desconocido, como si los dioses estuviesen dirigiendo su curso, pero Elric hubiera jurado que los Señores del Caos ignoraban la existencia de su barca y de su misión.
La embarcación navegaba cada vez más deprisa; finalmente, aliviados, oyeron el chapoteo familiar del agua al golpear contra la quilla y entonces, vieron que el mar salado había vuelto. La lluvia viscosa continuó cayendo durante unos instantes más pero después cesó.
Moonglum suspiró al comprobar que la negrura iba cediendo lentamente paso a la luz, que les permitió verse otra vez en un océano normal.
—¿Qué habrá sido entonces? —preguntó por fin.
—Otra manifestación de la naturaleza quebrantada —repuso Elric procurando mantener la calma—. Tal vez una especie de alabeo en la barrera que separa el reino de los hombres del reino del caos. No cuestiones nuestra suerte por haber sobrevivido a la experiencia. Hemos vuelto a perder el rumbo. —Se interrumpió, señaló hacia el horizonte y añadió—: Y allá parece estar formándose una tempestad natural. Es posible que algún ente sobrenatural nos haya desviado deliberadamente de nuestro curso.
—Si se trata de una tempestad natural soy capaz de aceptarla, por peligrosa que sea —murmuró Moonglum y rápidamente recogió la vela al comprobar que el viento aumentaba y el mar se encrespaba.
En cierto modo, Elric recibió con gusto a la tempestad cuando por fin se desató. Al menos respondía a leyes naturales contra las que se podía luchar con medios naturales. La lluvia les refrescó las caras, el viento les alborotó el pelo; lucharon contra la tempestad con furiosa alegría mientras la frágil barca subía y bajaba sobre la cresta de las olas. Pero a pesar de ello, seguían desviándose cada vez más hacia el noreste, en dirección de las costas conquistadas de Shazar, exactamente el rumbo contrario al que llevaban.
La tempestad continuó golpeándolos con fuerza hasta que la idea de su destino y del peligro sobrenatural fue expulsada de sus mentes; continuaron luchando denodadamente, con los músculos doloridos, esforzándose por respirar cada vez que sobre ellos caían las olas heladas.
La barca se zarandeaba sin parar, y los dos hombres tenían las manos plagadas de llagas de aferrarse con fuerza a la embarcación y las cuerdas, pero era como si el Destino hubiera decidido que vivieran, o quizá, les aguardaba una muerte menos limpia, porque continuaron cabalgando las olas embravecidas.
Con gran sorpresa, Elric divisó unas rocas a lo lejos y Moonglum, al reconocerlas, gritó:
—¡Los Dientes de la Serpiente!
Los Dientes de la Serpiente se encontraban cerca de Shazar y constituían uno de los peligros más temidos por los navegantes del oeste. Elric y Moonglum ya los habían visto en otra ocasión, aunque de lejos, pero en ese momento la tempestad los iba acercando cada vez más, y aunque lucharon por impedirlo, parecían destinados a morir aplastados contra aquellas rocas afiladas.
Debajo de la barca comenzó a formarse una ola que los elevó para volver a dejarlos caer. Elric se aferró de la borda y creyó oír el grito salvaje de Moonglum por encima del ruido de la tormenta antes de ser arrojados contra los Dientes de la Serpiente.
—¡Adiós!
Siguió entonces el temible sonido de la madera al romperse y el dolor producido por las rocas afiladas al lacerar su cuerpo; las olas lo hundieron y luchó por salir a respirar a la superficie antes de que otra ola volviera a lanzarlo contra las rocas donde un saliente le hizo una herida en el brazo.
Con desesperación, impulsado por la espada rúnica que le infundía vida, intentó nadar hacia los acantilados de Shazar, consciente de que aunque sobreviviera, el Destino lo había devuelto a tierra enemiga y que las posibilidades de que llegara a las tierras del sur eran más remotas que nunca.