Días después, tres personas encorvadas sobre las sillas de montar llegaron al Abismo de Nihrain. Bajaron los sinuosos senderos hasta alcanzar las negras profundidades de la ciudad de montaña y una vez allí, fueron recibidas por Sepiriz, cuyo rostro se mostraba serio, aunque sus palabras fueron alentadoras.
—De modo que lo lograste, Elric —dijo sonriendo levemente.
Elric se detuvo, desmontó y ayudó a Zarozinia a bajarse del caballo. Dirigiéndose a Sepiriz le dijo:
—No estoy demasiado satisfecho con esta aventura, aunque hice lo que debía para salvar a mi esposa. Quisiera hablar contigo en privado, Sepiriz.
El negro nihrainiano asintió con gesto serio y repuso:
—Cuando hayamos comido hablaremos a solas.
Avanzaron cansinamente por una serie de galerías, y al hacerlo notaron que en la ciudad había una actividad mucho más considerable, pero no había señales de los nueve hermanos de Sepiriz… Éste les explicó su ausencia mientras conducía a Elric y sus acompañantes a sus aposentos.
—Como siervos del Destino han sido llamados a otro plano en el que observarán una parte de los varios futuros posibles de la tierra, para así mantenerme informado de lo que debo hacer aquí.
Entraron en los aposentos de Sepiriz y encontraron la comida preparada; cuando hubieron satisfecho su apetito, Dyvim Slorm y Zarozinia dejaron a solas a los otros dos.
El fuego ardía en el gran hogar. Elric y Sepiriz estaban encorvados en sus sillas, sentado el uno al lado del otro, sin decirse palabra.
Finalmente, y sin preámbulos, Elric le refirió a Sepiriz la historia de lo ocurrido, le explicó cuanto recordaba de las palabras del Dios Muerto y cómo le habían turbado al punto de parecerle ciertas.
Cuando hubo concluido, Sepiriz asintió y le dijo:
—Así es. Darnizhaan te dijo la verdad. O al menos te dijo gran parte de la verdad, tal como él la entendía.
—¿Quieres decir que pronto dejaremos de existir? ¿Que será como si jamás hubiésemos respirado, pensado o luchado?
—Es probable.
—¿Pero por qué? Me parece injusto.
—¿Quién te ha dicho que el mundo era justo?
Elric sonrió al ver confirmadas sus propias sospechas.
—Tal como yo esperaba, no hay justicia.
—Sí que la hay —le contradijo Sepiriz—, se trata de una justicia que puede tallarse en el caos de la existencia. El hombre no nació para estar en un mundo de justicia. ¡Pero puede crear un mundo así!
—Me parece bien —dijo Elric—, ¿pero de qué servirían todos nuestros esfuerzos si estamos condenados a morir y los resultados de nuestros actos desaparecerán con nosotros?
—No es exactamente así. Algo continuará. Quienes nos sucedan heredarán algo de nosotros.
—¿Qué?
—Una tierra libre de las principales fuerzas del Caos.
—¿Te refieres a un mundo libre de la brujería?
—No del todo libre de la brujería, pero el caos y la brujería no dominarán el mundo del futuro tal como ocurre en éste.
—Entonces, Sepiriz, por eso sí que merece la pena luchar —dijo Elric casi con alivio—. ¿Y qué papel desempeñan las espadas rúnicas en este esquema?
—Cumplen dos funciones. La primera, liberar al mundo de las fuerzas dominantes del mal…
—¡Pero si las espadas mismas son el mal!
—Ya lo sé. Pero para luchar contra un mal poderoso hace falta otro mal poderoso. En los días que vendrán, las fuerzas del bien podrán derrotar a las del mal. Pero todavía no son lo bastante fuertes. Y es por eso, como ya te he dicho, por lo que hemos de luchar.
—¿Cuál es la otra función de las espadas?
—Se trata de su propósito último… tu destino. Ahora puedo contártelo. Debo hacerlo, o bien dejar que sigas tu destino ignorante de todo.
—Entonces cuéntamelo —exigió Elric, impaciente.
—¡Su propósito último es destruir este mundo!
—Ah, no, Sepiriz —dijo Elric poniéndose en pie—. No puedo creérmelo. ¿Acaso mi conciencia ha de cargar con semejante crimen?
—No es un crimen, está en la naturaleza de las cosas. La edad del Brillante Imperio, incluso la de los Reinos Jóvenes, está tocando a su fin. El Caos formó esta tierra, y ha gobernado desde tiempos inmemoriales. Los hombres fueron creados para poner fin a ese dominio.
—Pero mis antepasados adoraban los poderes del Caos. Arioch, mi demonio protector, es un Duque del Infierno, uno de los principales Señores del Caos.
—Ya. Pero tanto tú como tus antepasados no erais verdaderos hombres, sino un tipo intermedio creado con un fin. Tú comprendes el Caos como ningún hombre verdadero podría hacerlo. Puedes controlar las fuerzas del Caos como ningún hombre verdadero podría hacerlo. Puedes debilitar las fuerzas del Caos, porque conoces las cualidades del Caos. Y eso es precisamente lo que has hecho, debilitar las fuerzas del Caos. Aunque adoraban a los Señores del Azar y el Mal, tu raza fue la primera en imponer un cierto orden en la tierra. Los pueblos de los Reinos Jóvenes han heredado esto de vosotros, y lo han consolidado. Pero, por el momento, el Caos sigue siendo muy fuerte. La Tormentosa y la Enlutada, las espadas rúnicas, esta era más ordenada, la sabiduría que tu raza y la mía han alcanzado, todo ello contribuirá a sentar las bases de los verdaderos inicios de la historia de la Humanidad. Esa historia no comenzará hasta dentro de varios miles de años, puede que adopte una forma de vida inferior, puede que se vuelva más bestial antes de experimentar una evolución, pero cuando lo haga, surgirá un mundo libre de las fuerzas del Caos. Un mundo que tendrá ocasión de luchar. Nosotros estamos todos condenados, pero ellos tal vez no.
—De modo que eso era a lo que Darnizhaan se refería cuando me dijo que éramos sólo títeres que desempeñábamos nuestros papeles antes de que comenzara la verdadera obra de teatro… —Elric lanzó un profundo suspiro; el peso de semejante responsabilidad le oprimía el alma. Aunque no le hacía ninguna gracia, acabó aceptándola.
—Ésa es tu finalidad, Elric de Melniboné —dijo Sepiriz con tono amable—. Hasta ahora, tu vida te ha parecido carente de sentido. Te has pasado todos estos años buscando un fin por el que vivir, ¿no es así?
—Sí —repuso Elric con una leve sonrisa—. Durante muchos años, desde que he nacido, he sentido un cierto desasosiego que ha aumentado mucho más entre el momento en que raptaron a Zarozinia y ahora.
—Es lógico que así fuera —reconoció Sepiriz—, porque existe una finalidad para ti… la finalidad del Destino. Y es ese mismo sentido lo que has presentido durante todos tus días mortales. Tú, el último de la línea real de Melniboné, debes cumplir con tu destino en los tiempos que seguirán a éstos. El mundo se está volviendo oscuro, la naturaleza se rebela ante los abusos a los que los Señores del Caos la han sometido. Los océanos hierven y las selvas oscilan, la lava hirviente surge de miles de montañas, los vientos rugen su furioso tormento y los cielos están repletos de una terrible conmoción. Sobre la faz de la tierra, los guerreros están enzarzados en una lucha que decidirá el destino del mundo, puesto que esa lucha está conectada con otros conflictos más importantes entre los Dioses. Sólo en este continente, millones de mujeres y niños arden en las piras funerarias. El conflicto no tardará en propagarse a otros continentes. Pronto, todos los hombres de la tierra habrán tomado partido Y puede que el Caos gane fácilmente. Y ganaría si no fuera por una sola cosa: tú y tu espada Tormentosa.
—Tormentosa. Ya me ha traído muchas tormentas. Tal vez en esta ocasión logre calmar una. ¿Y si ganara la Ley?
—Si ganara la Ley… entonces, eso también significaría el declive y la muerte de este mundo… todos seremos olvidados. Pero si venciera el Caos… entonces la muerte nublará el cielo, el dolor resonará en el viento y la miseria dominará en un mundo inquietante donde imperará la brujería, el odio y el mal. Pero tú, Elric, con tu espada y tu ayuda, podrías impedirlo. Ha de hacerse así.
—Que así sea pues —dijo Elric en voz baja—, si ha de hacerse… que sea bien.
—Los ejércitos serán guiados contra las fuerzas de Pan Tang —dijo Sepiriz—. Han de ser nuestra primera defensa. Después te llamaremos para que cumplas con el resto de tu destino.
—Desempeñaré mi papel con gusto —replicó Elric—, siquiera sea para devolver al Teócrata todos sus insultos y las molestias que me ha causado. Si bien es posible que no instigara el rapto de Zarozinia, sino más bien que ayudara a quienes se la llevaron, pero de todos modos, morirá lentamente por ello.
—Vete pues, date prisa, por que cada minuto que pierdas le permitirá al Teócrata consolidar más el imperio que acaba de ganar.
—Adiós —dijo Elric, más ansioso que nunca por salir de Nihrain y regresar a tierras conocidas—. Sé que volveremos a encontrarnos, Sepiriz, pero ruego por que sea en tiempos más tranquilos que éstos.
Los tres cabalgaron hacia el este, en dirección de la costa de Tarkesh, donde esperaban encontrar un barco secreto que los ayudara a cruzar el Mar Pálido hasta Ilmiora, para pasar desde allí a Karlaak, junto al Erial de las Lágrimas. Cabalgaron en sus mágicos corceles nihrainianos sin cuidarse de los peligros, a través de un mundo devastado por la guerra, arruinado y descontento bajo la garra del Teócrata.
Elric y Zarozinia se miraban con frecuencia, pero no se hablaban demasiado, embargados los dos por la certeza de algo sobre lo que no podían hablar, y que no se atrevían a admitir. Ella sabía que aunque regresaran a Karlaak no podrían estar juntos mucho tiempo más, notaba que él sufría y ella sufría también, incapaz de comprender el cambio que había experimentado su esposo, sólo sabía que la espada negra que llevaba a su costado ya no volvería a colgar en el arsenal. Zarozinia sentía que le había fallado, aunque en realidad no era así.
Al llegar a la cima de una colina vieron una columna de denso humo negro elevarse sobre las llanuras de Toraunz, otrora hermosa, ahora en ruinas; Dyvim Slorm les gritó desde atrás:
—Una sola cosa, primo… pase lo que pase, hemos de vengarnos del Teócrata y de sus aliados. Elric apretó los labios.
—Sí —repuso, y volvió a mirar a Zarozinia, que en aquel momento tenía los ojos entornados.
Finalmente alcanzaron a divisar el mar, que se extendía hasta el horizonte para encontrarse con el cielo hirviente; fue entonces cuando Elric oyó un grito que provenía de su derecha y al volverse vio que una silueta se dirigía hacia él a todo galope. Aferró la empuñadura de su espada y esperó; Dyvim Slorm y Zarozinia estaban detrás de él. Al reconocer al jinete, sonrió.
—Moonglum, ¿qué haces tú por las tierras occidentales?
El orgulloso pelirrojo aparecía cubierto de polvo por el viaje; obsequió a Elric con una amplia sonrisa al tiempo que detenía su cabalgadura.
—Me he enterado de tus problemas y he venido para ayudarte… pero he encontrado estas tierras sumidas en una guerra sangrienta. No he podido conseguir información precisa en cuanto a tu destino y volvía sobre mis pasos con la esperanza de haber perdido tu rastro en algún punto. ¿Estás al tanto de lo que ocurre en el Sur?
—No. Sólo sé que Jagreen Lern atacará en cuanto pueda.
—Ellos también han llegado a esa conclusión, pero no se ponen de acuerdo sobre cuáles son los mejores medios para hacer frente al ataque. El brusco y honrado de Kargan, Señor del Mar de la Isla de las Ciudades Purpúreas, intentó aliarse a los pomposos Príncipes Mercaderes de las naciones del continente, pero rechazaron su oferta y lo ofendieron. De modo que ahora están divididos. Te necesitan para que los unas, Elric.
—Entonces, será mejor que nos demos prisa por volver a casa —repuso Elric—. Hemos de conseguir embarcarnos en algún navío… ¿Cuál es la situación en los puertos conquistados?
—Muchos han zarpado con rumbo al sur y los capitanes se muestran impacientes por conseguir más, y temen la ira de Jagreen Lern, pero quizá logremos salir airosos.
—Entonces intentémoslo.
Moonglum cabalgó junto a su amigo cuando el reducido grupo partió con rumbo a Nio, el puerto más cercano.
Nio era un pueblecito en el que por esas épocas había poco comercio. Se mantenía principalmente con la pesca, pero algunos mercaderes continuaban acudiendo a él. El grupo se puso en contacto con varios capitanes a los que intentaron sobornar, pero sólo Lans Burta, con antepasados de Pan Tang y Tarkesh, fue lo bastante codicioso como para aceptar. Su rostro pálido se mostró pensativo cuando se enfrentó a los cuatro en una taberna maloliente del puerto.
—Llevaré a la muchacha —dijo—, pero la magia de Jagreen Lern es poderosa, es capaz de oler a un enemigo como tú, mi señor Elric. No me atrevería a llevarte a ti.
—Ella no viajará sola —dijo Elric, decidido, y se alejó de la mesa.
—Entonces que venga uno de ellos —dijo rápidamente Lans Hurta—, él o él —añadió, señalando a Dyvim Slorm y luego a Moonglum.
Moonglum le echó una mirada a Elric y dijo:
—Preferiría ir contigo, Elric, como en el pasado, pero…
—Entonces, Dyvim Slorm escoltará a Zarozinia —dijo Elric asintiendo—. Buscaremos un barco para nosotros, uno de esos barcos de pescadores nos bastará, y nos arriesgaremos a cruzar en él.
—Mi señor, en esta época, las aguas están plagadas de misterios —le advirtió Lans Burta frunciendo el ceño—. La influencia del Caos sobre ellas es fuerte.
—Da igual. Es la mejor manera de hacerlo.
—Está bien —dijo Lans Burta—. Y ahora hablemos de las condiciones.
Se pactaron las condiciones, se despidieron y Elric y Moonglum recorrieron los muelles donde estaban amarradas las barcas de los pescadores para elegir la mejor.