Cuando uno llega a los caravasares al atardecer,
los cadáveres, como enormes cuerpos de langostas muertos,
yacen envueltos sobre los muros o junto a los vivos,
durmiendo.[37]
LEO MATTHIAS
La concepción que tiene Schwarzenbach de Persia como espacio de itinerancia y escritura por antonomasia, y por tanto también su concepción de Muerte en Persia, están íntimamente relacionadas con el origen, la forma y el objetivo de sus viajes. El hastío de Europa y de la civilización en general, las ansias de aventura y de conocimiento, son algunas de las razones que la propia autora apunta como motivos de su vida andariega. A estas habría que añadir sin duda el hecho de que, lejos de la Suiza puritana y de su familia, podía vivir con menos trabas sus relaciones con otras mujeres[38] y obviar las constricciones de una identidad femenina estrictamente definida. Sin embargo, viajar significa para ella, sobre todo, la «huida hacia lo inalcanzable […], que nos obliga a asumir la incomodidad y la soledad y a interrumpir arbitrariamente la vida que estamos acostumbrados a llevar en un lugar determinado, sin necesidad de justificarla con motivos racionales»;[39] y significa también la «búsqueda de lo esencial, que no tiene nombre». Y donde de veras se nutre ese anhelo de lo absoluto es en los países extraeuropeos, donde «pierden validez nuestros parámetros y explicaciones»:[40] «Estas regiones lejanas están hechas precisamente para hacernos temblar ante todo lo que solo intuimos y que sin embargo nos concierne.»[41]
El orientalista, escritor y traductor del persa Rudolf Gelpke, compatriota de Schwarzenbach y temprano admirador de su obra,[42] en un ensayo dedicado al tema de la «nostalgia de lo lejano» que sienten algunos europeos y en el que se refiere también a nuestra autora, interpreta la desasosegada errancia de «grandes caminantes y apátridas» tales como Arthur Rimbaud o T. E. Lawrence no en clave de «placer de viajar» sino como expresión de «la más honda añoranza de aquella otra patria perpetua». Sin embargo, el de estos seres «tan solitarios como cometas» es un viaje «largo» y «puede, de improviso, derivar en huida, o incluso en trágica y desesperada carrera hacia la muerte».[43] Esta forma de «viajar» coincide exactamente con la de Schwarzenbach, y es equiparable a un intrincado y tormentoso sondeo —a menudo enigmático para los demás e incluso para quien lo realiza— de los abismos interiores y exteriores, es decir, de la tierra ajena. En efecto, se ha dicho que «puesto que no viajaba como excursionista sino como ser errante, no había barreras para su participación afectiva en lo ajeno».[44]
¿Pero por qué eran precisamente el Medio Oriente y, en particular, Persia los escenarios predilectos de esa confrontación? En los años treinta, cuando Schwarzenbach visitó Persia, este era un país poco industrializado. Sus desérticos paisajes, arcaicos y elementales, tenían algo de fascinante a la vez que de angustioso, y no solo para la autora suiza sino también para otros viajeros de la época tales como las escritoras inglesas Gertrude Bell y Vita Sackville-West, que habían visitado el país antes que ella.[45] Algunas frases de sus libros sobre Persia inciden en la esencia misma de las experiencias de Schwarzenbach: «En este país inmenso y ancestral no se piensa en el hombre. Este apenas ha dejado huella en esta tierra».[46] «La sencillez de su paisaje es la sublime sencillez de la muerte»; «en Rhages solo había soledad, “y el ángel anhelado ya no venía”».[47] Tan grandes son los contrastes entre desiertos y jardines, por ejemplo, «que puedes estar con un pie en un árido yermo y el otro en un paraíso florido y sombreado».[48]
Pero no solo el paisaje presenta formas extremas; también a los habitantes se les atribuye esa característica: «Seguramente no existe otro pueblo en la tierra que haya unido al escepticismo más profundo una sed tan insaciable de lo absoluto, de la entrega extática y del autoabandono».[49] Schwarzenbach califica a los persas de «muy poéticos», de personas que «para combatir la miseria existencial se evaden simplemente hacia el mundo de lo fantástico»,[50] es decir, recurren a las drogas. Además, son «terriblemente solitarios», y Schwarzenbach, otra solitaria, los describe con un «estilo elegíaco», al igual que muchos otros europeos que se han referido a ese país «como si fueran mártires condenados a estar allí para purgar de ese modo sus pecados».[51]
Desierto, jardín, ángel, drogas (la «mano que asoma entre las nubes»),[52] «autoabandono», soledad, «estilo elegíaco»… Todos estos rasgos —específicos en opinión de los europeos arriba mencionados— del paisaje, los habitantes y los visitantes del país se aprecian en Muerte en Persia y configuran el texto. Su argumento se desarrolla literalmente entre desiertos y jardines, y las frases, casi siempre sencillas, incluso rudimentarias, conducen a veces a sus lectoras y lectores hacia lo indefinido, como las rectas e interminables carreteras que atraviesan su geografía. De modo similar a la protagonista, también nosotros tenemos siempre presente la dicotomía entre desierto y jardín, con sus connotaciones de vacío, calor, soledad, miedo y muerte versus sombra, frescor, felicidad y amor; sentimos el mismo horror que siente la autora cuando esta antítesis se despliega en su fuero interno y las diferencias comienzan a desdibujarse…
Incluso el «intento de amor» parece responder a modelos arcaicos en este a menudo enigmático contexto persa. Como el joven Qeis, personaje de una famosa leyenda persa que por su gran amor frustrado hacia Layla se interna en el desierto y se transforma en Majnun (loco), la protagonista de Muerte en Persia pierde «no solo a su amiga sino también el dominio de sí misma».[53] Al igual que le sucede a Majnun, convertido en poeta, la locura es una condición previa para la escritura: «La locura y el alma del poeta brotan, cual chorro oscuro y claro, de la misma fuente, y son expresión de la misma alienación del alma».[54] Y como el amor de Majnun, también el de la autora lleva el «estigma de lo absoluto» (Gelpke), que cree hallar solo en la muerte la realización y la unión con el amado.
El hecho de que la historia de un amor lesbiano permita, en este contexto, una lectura insospechada confiere al texto una dimensión adicional. Animada tal vez por un coraje fruto de la desesperación, Schwarzenbach decidió no disimular el carácter homosexual de su historia de amor, como hace en los otros textos de prosa larga, sino revelarlo sin ambages; no quiso tener que alienarse a sí misma también en este aspecto. La pregunta de si fue esa la razón por la que Muerte en Persia «permaneció archivada»[55] y no llegó a publicarse no admite una respuesta concluyente.[56]
A. Schwarzenbach en Persia hacia 1935 (Schweiz. Literaturarchiv, Berna).