El suicidio de Ricki Hallgarten frustró el primer viaje a Persia que Annemarie Schwarzenbach proyectaba realizar con sus amigos Erika y Klaus Mann en la primavera de 1932.[3] Tras su gran viaje a Asia anterior, que, en contra de lo previsto, acabó por llevarla a Persia en la primavera de 1934, escribió en su familiar entorno suizo: «Persia no es un destino, solo una gran experiencia».[4] No obstante, pocos meses después se desplazó de nuevo a ese país para colaborar en las excavaciones que la Joint Expedition to Persia estadounidense efectuaba por entonces en Rhages. Y al cabo de unos meses volvió a Teherán, casada con el diplomático francés Claude Clarac, a quien había conocido durante su segunda estancia en Persia. Como si no le bastaran esas «grandes experiencias», visitó ese «país lejano y exótico» por cuarta y última vez durante su viaje a Afganistán con Ella Maillart en 1939.[5]
Ningún otro país ejerció sobre Annemarie Schwarzenbach una atracción tan fuerte como Persia, emblema por excelencia de su vida y escritura. Como empujada por la fatalidad, recaló una y otra vez en ese país para «sucumbir allí a innominadas tentaciones»,[6] para rastrear, mediante la escritura, el secreto de su desasosiego interior y exterior; y parece que solo se marchaba para volver de nuevo… Nada menos que cuatro de sus obras se centran, parcial o totalmente, en Persia: el diario de viaje Winter in Vorderasien (Invierno en Asia anterior; 1934), el volumen de relatos Bei diesem Regen (Con esta lluvia; escrito en 1934/35), Muerte en Persia (escrito en 1935/36) y Das glückliche Tal (El valle afortunado; 1940), sin contar los numerosos artículos y fotografías.
Si en el diario de viaje la «grandeza desesperante de Asia» suele ser domada por la ductilidad y exactitud del lenguaje, el tenor de los relatos es ya «sirio y, por tanto, melancólico y solitario».[7] En uno de ellos, ambientado en Persia, una mujer estadounidense declara lo siguiente sobre las dificultades que tiene en ese país: «Esta naturaleza es tan fuerte que acaba con uno. Tendría uno que dejar de ser persona, de estar ligado a la condición humana. Tendría uno que ser capaz de transformarse en un segmento de desierto, en un fragmento de montaña, en una franja de cielo vespertino. Habría que encomendarse al país y compenetrarse con él. Vivir en oposición a él es una audacia tal que uno se muere de miedo».[8] Estas frases apuntan directamente a Muerte en Persia, donde Annemarie Schwarzenbach confiesa sin rodeos sus propios —y malogrados— intentos de vivir en Persia y donde, por miedo a la tierra ajena (y a lo ajeno), parece compenetrarse con esta y morir en ella.