En una ocasión me dijo:
—Tienes que pensar en la vida, aunque yo piense en algo muy diferente.
—¿En qué piensas? —pregunté.
—En algo muy diferente, algo muy alejado.
—¿Por qué no puedo saberlo?
Sonrió.
—Porque no quiero —dijo—, porque tú solo tienes malaria, y eso es pasajero. Mi enfermedad no es pasajera. Mi enfermedad me arrastra, como un río.
—¿Dices que debo pensar en la vida?
—Sí, porque yo no puedo hacerlo. Nos esperan destinos tan distintos…
—Las dos nos quedaremos en este país —dije.
—¿No lo entiendes? —dijo suavemente—. A mí este país ya no me hiere. Ni siquiera mi padre consigue herirme.
—¿Pero qué dices, Yalé? —dije—. Él es injusto contigo. Ojalá te dejara marchar a un país de aire más puro y más tonificante, ojalá permitiera que tu madre se volviera a ocupar de ti…
—Entonces tendríamos un camino similar —dijo—, entonces, cariño, podríamos pensar en lo mismo, y yo no tendría que tener miedo de atraerte a mi lado.
—Sí, entonces no tendríamos nada que temer.
—¿Por qué tienes miedo?
—Ya lo sabes. No tengo suerte.
Nos pusimos a meditar sobre el significado de la palabra suerte y sobre las posibles razones por las que a unos les sonríe y a otros no. Y eso durante toda una vida.
—Quizá haya que luchar por ella —dije—, pero son tantas las cosas por las que hay que luchar, y se lucha contra un enemigo invisible.
—¿Un enemigo?
—La gente dice que anhela la suerte. ¿Pero cómo se puede anhelar lo desconocido y lo remoto, lo que uno no puede imaginarse…?
—¿No te lo puedes imaginar?
—¿Y tú?
—Es un río plateado que me transporta entre sus dos orillas —dijo Yalé—, y estas no pueden hacerme daño ni detenerme ya.
—Las colinas se abren.
—Luego se convierten en llanura.
—Al comienzo todavía oyes el viento que empuja las nubes sobre el río como si fuesen una bandada de patos silvestres.
—Proyectan su sombra sobre las aguas, y siento un poco de frío. Pero luego el viento cesa, el río se aquieta, la brisa se pierde en la llanura, y anochece.
—¡Yalé!
No me oía. Pensaba en algo remoto.
Queríamos conversar sobre la suerte y no nos percatábamos de que era la muerte la que ocupaba nuestra mente…