Diario de Abraham Van Helsing

4 de Julio.

Lo sabe, el pobre John lo sabe. No tiene detalles, quizá, pero ha tenido el mismo sueño que yo. Solo puede significar que el destino o Dios, o cualquiera que sea el poder que trabaja para proteger el bien, tratan de advertirnos a los dos.

Y tales advertencias han de ser escuchadas, pues indican que el peligro se acerca. A pesar de todos mis esfuerzos por evitarle su herencia, está siendo arrastrado hacia ella de todos modos. Quizá los budistas tengan razón después de todo; está unido biológica y psíquicamente a Vlad, y es su «karma» ayudar a su padre a liberar a la familia de su maldición centenaria.

De modo que mi instinto inicial de venir estaba, justificado. No osaré dejarlo solo ahora; no lo permitiré.

Diario de Zsuzsanna Dracul

13 de julio.

Llevo una semana, en Londres, y ¡nunca me he sentido tan absolutamente viva! Parece ser que Elisabeth es infinitamente rica, y me ha permitido todos los caprichos, como unos padres que regalan a un niño malcriado. Y así es como me siento, como una niña de vacaciones, cuando visito las hermosas tiendas de ropa, los zapateros, y me pruebo todo lo que está de moda. En el curso de mi existencia, viva o muerta, nunca he tenido tantos vestidos, sombreros, zapatillas o guantes como en esta semana.

Y en el proceso, me atienden como a una auténtica dama, abrazada en el seno social de aquellos que son mis víctimas. Como una auténtica dama no, sino como la princesa que soy, pues a Elisabeth y a mí nos tratan por nuestro título, la condesa Nasdady, y la princesa Dracul. ¡Cómo nos halaga todo el mundo!

Incluso hemos comprado una casa, un gran château francés en la parte más próspera de la ciudad, que Elisabeth ha llenado de criados. Tengo un cochero increíblemente hermoso, Antonio, vástago de una madre negra africana y de un padre italiano. Por diversión, lo he envuelto en lo que él cree un asunto muy escandaloso… Poco sabe lo extraño que es que un simple cochero esté coqueteando con esta princesa en particular.

Pero la casa, la casa, la casa es hermosa. Hay vidrieras en las ventanas que refractan la luz en arco iris y delicadas alfombras turcas, y pavo reales que pasean por los jardines, y flores y fuentes que escupen agua y estatuas de Baco, de Pan, de Afrodita…

Somos las nuevas damas exóticas de la sociedad, las representantes de la realeza húngara y rumana. La gente nos visita y les servimos (¡y comemos!) los dulces franceses más delicadas, esos pequeños y elaborados que había visto en el konditorei de Viena pero que no pude probar.

Lo devoro todo. Y me amamanto de la adinerada y poderosa élite de la ciudad (en su mayor parte hombres, que se las arreglan para verme a solas). Con que alegría se lo permito… y después, con qué gozo bebo.

Pero una nube empaña esta felicidad cuando pienso en la llegada de Vlad. Tratará de buscar a alguien para que nos mate y al igual que nosotras hemos conseguido la ayuda del señor Harker. Dejamos a nuestro inglés en Budapest, sumido en el delirio. Será una buena excusa, sobre todo porque no recordará nada de nosotras, pero sí de Vlad. Su gente creerá sin duda que todo este tiempo ha estado loco o con fiebres cerebrales, de modo que cuando vuelva a resurgir en Exeter, nadie sospechará.

Después encontraremos un modo de atraerlo a Londres.

Pero he esperado tantos años para disfrutar de mi libertad en esta hermosa (aunque sucia) ciudad que temo por la interrupción de mi felicidad. Me entran ganas de decirle a Elisabeth: «Ve y lucha tu metafísica guerra contra Vlad; a mí, ¡déjame aquí!».

Ella parece feliz, pero ha estado preocupada estos últimos dos días. Ha disfrutado de nuestra vida social y se ha permitido deslices sexuales con aquellos que me sirven de cena; pero ayer y hoy, se ha encerrado fuera de mi alcance, usando una magia tan poderosa que no puedo detectar dónde ha ido. Supongo que se está preparando para enfrentarse a Vlad, o alistando ayuda del Señor Oscuro. Pero cuando la vi ayer, tenía el rostro adusto y permaneció en silencio, mandándome de compras sola.

Hoy ha hecho lo mismo. He llegado tarde y la he encontrado en el sótano, donde había desenvuelto unos paquetes que le habían enviado de su casa. ¿Los contenidos?

¡Dios santo, los contenidos…! Una doncella de hierro del tamaño de una mujer, desnuda, con los pezones en sus duros pechos pintados de rojo chillón, la mirada lasciva llena de dientes humanos de varios tamaños y tonos de blanco, amarillo, marrón. De su cabeza fluyen unos largos cabellos dorados; igual pasa con su pubis.

Cerca había otra obscena creación: una delgada jaula cilíndrica, también del tamaño suficiente como para albergar el cuerpo de una mujer. De sus barrotes de hierro emergían largas estacas afiladas… hacia dentro, de modo que cualquier prisionera que se resistiese o intentase escapar pronto acabaría espetada. Me quedé observando aquello horrorizada, en silencio, mientras Elisabeth les ordenaba a Dorka y a un criado que se subiesen a una escalera para colgarla del techo y después pasar la cuerda por una polea.

—¿Qué es esto? —pregunté en voz baja y temblorosa.

Ya sabía la respuesta, los propósitos de los artefactos eran evidentes, pero quería oír la explicación de Elisabeth.

Se dio media vuelta hacia mí sonriendo y en sus ojos había un brillo de expectación depredadora.

—¡Zsuzsanna, cariño! Bienvenida a mi pequeña mazmorra.

Su malhumor había desaparecido por completo dando paso a gran alegría. Me cogió la mano y me atrajo hacia ella para plantarme un beso en los labios.

Me quedé rígida e inflexible, pues estaba bastante preocupada. En lo único en lo que podía pensar era en lo mucho que siempre había odiado el Teatro de la Muerte de Vlad, donde se complacía en torturar a sus pobres presas sin piedad. Me había alimentado demasiado tiempo de la sangre de extraños como para sentir remordimientos, pero vampiro o no, nunca había compartido la predilección de Vlad por la tortura. Ya era suficientemente malo que los pobres idiotas tuviesen que morir, de modo que hacía mucho tiempo que había jurado que los enviaría al Hades en una nube de éxtasis.

En la mayoría de las ocasiones, conseguía hacerlo. Pero cuando vi los horribles artefactos de Elisabeth, me entró el pánico. Había creído que era como yo, una mujer generosa y bondadosa, capaz de sentir empatía con su cena ¿Había huido de los brazos del Empalador para echarme en brazos de alguien tan secretamente cruel como él?

Al ver mi frialdad, Elisabeth simplemente se echó a reír, y de manera jovial me atrajo a su lado para poder rodearme la cintura con el brazo.

—¡Mi tonta, Zsuzsa! ¡No les tengas miedo! No son más que… herramientas. Medios para un fin. —Entonces puso sus labios en mi oído y susurró para que ni Dorka ni el criado la escuchasen—. A su debido tiempo, querida, a su debido tiempo entenderás. No lo juzgues hasta que lo veas con tus propios ojos…

—No quiero verlo —dije testarudamente mientras me apartaba.

Eso fue todo. Ni ella ni yo hemos vuelto a hablar desde entonces de los secretos del sótano. Francamente, ni siquiera deseo pensar en ello, pues al hacerlo me estropea la sublime felicidad de encontrarme en Londres con mi amada. Esta noche hemos conocido un grupo en un restaurante (¡un barón y su mujer, y un lord y su dama!) y hemos comido una espléndida cena inglesa a base de champán, ostras, ternera Wellington, y bizcocho borracho. ¡La comida es todo un placer!

Haré todo lo que pueda por no juzgar a Elisabeth hasta que vea lo que se propone con estas herramientas. No me puedo imaginar nada bueno, pero debo confiar en ella…

Diario del doctor Seward

21 de julio.

Tras hablarle a Van Helsing de Renfield, un paciente, le he concedido su petición de entrevistarse en privado con nuestro devorador de vida en su celda. Sospecho que el profesor cree (¿me atreveré a decirlo?) que hay un vampiro involucrado en su dolencia. Desde que decidió quedarse, me ha hablado de su «misión» en tan solo dos ocasiones, y en términos muy imprecisos. Mi creencia aún no es firme, supongo que nunca estaré convencido hasta que tenga pruebas físicas irrefutables de la existencia de tales criaturas.

Las reflexiones de la noche pasada sobre nuestro paciente zoófago me afectaron más de lo que creía. Al retirarme bastante tarde, caí dormido de inmediato, y tuve unos sueños horripilantes y explícitos de Renfield regurgitando los sangrientos cadáveres a medio digerir de gorriones, gatos, grandes perros…, incluso un caballo que de manera improbable emergió de sus tripas de una pieza. Y por todas partes flotaban plumas manchadas de sangre con unos diseños tan delicados y complejos que era imposible que fue sea obra de la naturaleza.

De manera abrupta, sobre aquel espectáculo nauseabundo cayó una gran oscuridad, ese vacío maligno que todo se lo traga que aparece en la recurrente pesadilla que he relacionado con el profesor Van Helsing. Se extendió como una sombra sobre el hombre que vomitaba hasta que fue totalmente eclipsado. La visión evocó de nuevo en mí un terror intenso, un terror que llegó a ser de proporciones insoportables cuando, en mitad del sueño, entendí su significado:

La oscuridad es como Renfield… una devoradora de almas, desesperada por consumir vida tras vida, tras vida, tras vida. Y pretende devorarnos a Van Helsing… y a mí.

Diario de Abraham Van Helsing

24 de julio.

Drácula se acerca. Me lo dice el instinto y las pruebas; de hecho, me tomé la libertad de hipnotizar al «zoófago» de John, Renfield, y estoy convencido de que su reciente obsesión con consumir «vida» es, de algún modo, una siniestra influencia del avance del vampiro.

De hecho, Vlad debería haber llegado a Londres quince días atrás. Hasta ahora, sin embargo, Gerda no lo corrobora. Con la voz de Zsuzsanna, solo habla de otra persona; la misteriosa Elisabeth, que no parece ser ni una mortal ni un vampiro. De Vlad, dice: «¡Hum! ¿Para qué preocuparse por él?, lo veremos a su tiempo…».

Solo puedo pensar en una posible explicación: que Vlad y Zsuzsanna se han disgustado y han tomado caminos separados. Por un momento esta idea me ha causado terror, pues podría significar que Vlad se dirige a cualquier sitio de Inglaterra, o incluso a otro país.

Pero no, Zsuzsanna dice que lo verá «a su tiempo». Y sé que ella está aquí, en Londres. Dónde, no lo sé; pero debo averiguarlo pronto y encontrarla, antes de que me encuentre a mí.

8 de agosto.

¡Por fin, por fin! Palabras de Gerda: «Ha llegado», dijo esta tarde, y esto es todo lo que conseguí sonsacarle. Entonces, como una niña pequeña, se ha abrazado las rodillas contra el pecho, ha girado su rostro hacia mí y ha hecho un puchero. Confieso que a pesar del escalofrío que he sentido al saber que Vlad ha llegado (y con él un gran peligro), sonreí. No a causa de mi pobre mujer, sino por esa perfecta imagen mental que tengo de la pequeña Zsuzsanna enfadada. Todo lo que me ha contado Gerda hasta ahora encaja, las condescendientes referencias a Vlad y a su libertad, y ahora su infeliz reacción ante la llegada de aquel a quien, en una ocasión, había adorado. Mi suposición es correcta, han tenido una pelea.

Pero ¿se reunirá Vlad con Zsuzsanna aquí? Su llegada se ha demorado más de un mes, lo que significa que ha debido venir por mar. He presionado a Gerda sobre este dato preguntándole: «¿Dónde está ahora? ¿En Londres?».

Pero no decía nada aparte de agitar la cabeza.

Tan solo puedo esperar que hagan las paces y vuelva a Zsuzsanna, o mi tarea será mucho más difícil. Sin Gerda como brújula, estoy perdido.

24 de agosto.

De la poca información que le he sonsacado a Gerda, creo que puedo triangular el área donde se oculta Zsuzsanna; cerca del East End o Picadilly. He explorado el área de manera minuciosa tanto en coche como a pie y, hasta ahora, no he conseguido localizar ninguna propiedad adecuada para un vampiro. Los barrios son refugios de las clases altas adineradas, no contienen cementerios, capillas en ruinas, nada lo suficientemente tenebroso como para adecuarse al gusto de Vlad.

No tengo más noticias, sin embargo, de si se reunirá con su consorte. Puede ser que mi tarea sea doble, cazar tanto a él como a Zsuzsanna por separado. Rezo porque esto no ocurra.

No creo que sea así, pues la pasada noche tuvimos un buen susto en el manicomio que me ha convencido de que sí ha llegado a Londres. El «zoófago» de John, Renfield, estaba tan profundamente alterado que escaló la pared del sanatorio y se ha internado en una propiedad vecina. (Afortunadamente, no llegó a tanto como para alarmar a los residentes). El alboroto me sacó de la habitación, y cuando John volvió jadeando y resoplando), me contó todo lo que había ocurrido.

Lo que me llamó la atención fue un comentario que el paciente había hecho en su delirio sobre que el maestro había venido y que él, Renfield, cumpliría lo que el maestro ordenaba. Según dice John, sus palabras fueron: «Te he adorado desde lejos mucho tiempo. Ahora que estás cerca, aguardo tus órdenes…».

Renfield es, como siempre he sospechado, excepcionalmente sensitivo. (Los locos a menudo lo son; perdóname Gerda, pero también es cierto en tu caso). Siente que la maligna presencia del vampiro se acerca, y lo ha incorporado en su locura. Pero debemos tener especial cuidado con él, pues se ha ofrecido a servir a Vlad. Tiene por lo tanto un gran potencial de peligro.

Vlad está en el área; supongo que en Londres, con Zsuzsanna. Mañana, cuando Gerda esté dispuesta, veré si esta suposición es cierta.

30 de agosto.

Todo señala a una separación entre Vlad y Zsuzsanna. Cuando le pregunto a Gerda, aún se niega a decir mucho sobre él; evidentemente, Zsuzsanna vive en la ciudad con la tal Elisabeth, y nadie más. Pero si desprecia a Vlad tanto como sugieren sus palabras y comportamiento, ¿por qué decidió también venir hasta aquí? ¿Por qué no a otra gran ciudad europea, en lugar de compartir Londres con alguien a quien odia tanto?

Esto hace que mi trabajo sea doblemente difícil, pues confiaba en Gerda para conocer los movimientos de Vlad. Me atormenta pensar que el vampiro está cerca, alimentándose de víctimas inocentes, mientras soy incapaz de encontrarlo y mucho menos detenerlo.

Solo veo un camino: utilizar a Renfield tanto como pueda, con la esperanza de que posea, en algún lugar de su atormentado cerebro, información que me pueda ser de ayuda.

Diario de Abraham Van Helsing

1 de septiembre.

Un ligero cambio en Gerda. Bajo hipnosis, parece alicaída. Aparentemente, Zsuzsanna ha tenido algún tipo de discusión con su amiga Elisabeth; cualquier mención sobre ella o Vlad, provoca los insultos más viles. Pero Gerda no dice dónde está Zsuzsanna en este momento.

Hay algo interesante: a la vez que maldice a Vlad, también habla de un «manuscrito» o «pergamino». No se extiende sobre ello, pero por su expresión y tono de voz supongo que está desesperada por obtenerlo… aunque solo sea por quitárselo a Vlad.

Diario del doctor Seward

3 de septiembre.

Van Helsing y yo hemos realizado hoy una visita profesional a Lucy Westenra en Hillingham (por insistencia suya, aunque le he dicho a Art Holmwood que quería llevarlo como experto). ¡Pobre muchacha! Me rompe el corazón verla en tal estado. Ha perdido mucho peso y ahora está muy delgada; su palidez sugiere una anemia grave del tipo que a menudo les cuesta la vida a los jóvenes. Aun así, está más hermosa que nunca, sentada en su alcoba cerca de la ventana abierta por la que entraba la cálida luz del sol; me entristeció ver que estaba demasiado débil como para disfrutar de uno de los últimos días de verano, llevaba un vestido blanco bordado con hilos de blanco satén, llevaba el pelo atado en la nuca con un gran moño, como una niña. Bajo el sol, unos favorecedores reflejos dorados brillaban en sus cabellos color ceniza.

Pero estaba evidentemente exhausta, tumbada en un diván con una plétora de almohadas. A pesar de la calidez del día, tenía una manta de lana que le envolvía las piernas, y otra alrededor de los hombros. Cuando la doncella nos llevó hasta ella, no alzó la cabeza, sino que con gran esfuerzo levantó el brazo para que pudiéramos darle la mano. Débil o no, consiguió hechizar por completo a Van Helsing… y a mí, por supuesto.

Y creo que él también consiguió embelesarla, aunque de nuevo adoptó el personaje de extranjero ignorante con una gramática y una sintaxis deplorables. Ojalá no lo hiciera, al menos en mi presencia. Me avergüenza (hace que él, uno de los hombres más educados e inteligentes del mundo, parezca un imbécil que farfulla), y a veces sus locuciones más escandalosas me hacen reír en los momentos más inapropiados.

No obstante, por mucho que a mí me moleste, a Lucy pareció encantarle. Y cuando llegó el momento de examinarla, de buena gana me excusé para pasear por el jardín y así evitarme más barbarismos intencionados.

Una vez que acabó de examinarla y salimos a toda prisa hacia la estación, su jovialidad se esfumó de inmediato. En sus preocupados ojos azules vi que se confirmaban mis peores miedos: que Lucy estaba en peligro de muerte.

—¿Es serio, entonces? —pregunté mientras el conductor llevaba el coche por el parque.

Era un glorioso día de verano, con un sol espléndido y una deliciosa brisa fresca. Sobre nuestras cabezas, los pájaros cantaban en frondosas ramas que se balanceaban con el viento.

Pero para mí, no había nada placentero en aquel memento. Recuerdo tan solo la sensación de horror que me heló los huesos, a pesar de la dorada y cálida, luz que nos bañaba. Pues había imaginado que lo peor era que Lucy tuviese una anemia perniciosa; pero la respuesta que me dio fue aún más terrible.

Miró la nuca del cochero por un instante, como si tomara una decisión. Entonces dijo:

—Lo es. La han mordido.

—¿Mordido? —Estaba totalmente confundido, pensando en el diagnóstico desde un punto de vista estrictamente médico—. Pero ¿cómo puede…?

Iba a decir: «Pero ¿cómo puede esa ser la causa de tal pérdida de sangre?». Debería de haber sido una herida tan grande que ni Lucy ni ninguno de nosotros la habríamos pasado por alto. En mi preocupación por ella, no había permitido que la obsesión del profesor con los vampiros entrara en mis pensamientos. Pero antes de acabar la pregunta, comprendí por su intensa e infeliz mirada que eso era exactamente a lo que se refería: una criatura con colmillos había bebido del dulce cuello de Lucy.

Van Helsing detectó sin duda mi consternación, pues su rostro adoptó una mirada compasiva al preguntar en voz baja:

—No puedes creerlo, ¿verdad, John? No puedes creerlo de todo corazón.

El brillante cielo azul, las hojas acariciadas por el viento, el dulce piar de los pájaros, todo adoptó un matiz siniestro. Nada era lo que parecía, toda la belleza que nos rodeaba estaba corrupta, no era más que una alegre fachada que ocultaba el mal.

¿Cuánto había pasado (dos semanas, un mes) desde que me habló por primera vez de los vampiros? Había pensado en todo lo que había dicho, por supuesto. Había pensado en ello, pero lo encontraba tan horrible e imposible que no podía aceptarlo mentalmente.

Y aun así, el sueño de la oscuridad y mi propio instinto no me permitían descreerlo del todo. ¿Debía apartarme de mi amigo, rechazar su diagnóstico, hacer que se alojara en algún otro lugar? ¿O debía distanciarme de mis propios miedos y escepticismo? Si tuviese que contarle a cualquier otro de mis colegas médicos que percibía el «aura» de las personas, me consideraría loco. Por lo tanto, determiné en aquel instante no hacerle lo mismo al profesor, ya que en otros asuntos había demostrado ser una fuente fiable de información.

Pero aceptar su afirmación suponía abrir la mente a un horror indescriptible.

—Sí, tengo dificultades para creerlo. Pero confío en usted, doctor. Y si lo que dice es cierto, ¿qué podemos hacer entonces para ayudarla? —dije finalmente con una desesperación y una angustia que no pude reprimir.

Se dio golpecitos con el índice en los labios y miró con preocupación al cochero: los dos volvimos a la estación envueltos en un pesado silencio.

El tren no estaba muy lleno, y conseguimos un compartimento para los dos solos con lo que pudimos hablar con mayor libertad.

—He de encerrarme en solitario —dijo el profesor en cuanto estuvimos solos—. Necesito al menos tres días con garantías de que no seré molestado.

—Tengo un lugar así. Una casa en el campo bastante remota. No le molestará ni un alma.

De inmediato se le iluminó la cara.

—¡Excelente!

—Pero antes de dejarlo marchar con la llave, ha de contestarme a una pregunta.

Entonces se quedó en silencio, con aire incómodo, pero esperó a escucharla para decidir si podía contestar.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿Por qué está tan seguro de que Lucy ha sido mordida por un vampiro y por qué ha de retirarse en solitario?

Aunque eran preguntas ciertamente impertinentes, si de hecho estábamos tratando con un mal tan legendario, la cortesía era la menor de nuestras preocupaciones.

Suspiró, con aspecto de ser un hombre cuyas respuestas no podían ser totalmente comprendidas.

—A la primera pregunta solo puedo contestar qué me lo dice el instinto. A la segunda… he de tomar algunas medidas que podrán salvar la vida de la señorita Westenra, si es necesario. Y he de intentar reclutar de nuevo a alguien que me ayude a localizar a Vlad.

—¿Vlad…? —Había escuchado el nombre antes, cuando interrogaba a la señora Van Helsing—. ¿Es el vampiro?

—Uno de ellos. También está Zsuzsanna, y posiblemente Elisabeth. —De repente torció el gesto al ocurrírsele una nueva idea—. Antes de irme… ¿podrías ayudarme con el señor Renfield? Me gustaría hipnotizarlo de nuevo, y preferiría que estuviese cerca alguien de confianza. Permíteme que hable con franqueza: creo que se siente tan poderosamente atraído por el mal que ha establecido un nexo psíquico con Vlad. Quizá pueda obtener de él la información que necesito y mi excursión al campo sea innecesaria.

Accedí a ello. Cuando llegamos a Purfleet y volvimos al sanatorio, fui a ver a Renfield a comprobar su estado de ánimo. Desafortunadamente, estaba algo agitado, de modo que decidimos posponer la sesión. El profesor me había pedido que lo llamara quince minutos antes de la puesta de sol.

Mientras tanto, he enviado una carta a Art ofreciéndole un relato ficticio de lo que el doctor Van Helsing, el gran especialista de Ámsterdam, ha dicho tras examinar a Lucy. Me temo que le he dicho tan poco que pueda llegar a alarmarse; ciertamente no puedo mentirle sobre los síntomas o sobre la reacción del profesor ante ellos. De modo que había cierta verdad en mi epístola, lo suficiente para que alguien que busque evidencias de vampiros las encuentre. (Cuando la culpa alza su desdeñosa cabeza, me recuerdo que haber confesado toda la verdad habría preocupado aún más a Art, pues podría pensar que su viejo amigo Jack y el gran médico holandés se han vuelto locos, y no sabría a quién acudir). Por muy celoso que esté de él, no puedo ser tan cruel con mi viejo amigo. Por su bien, le habría ocultado la opinión de Van Helsing a pesar incluso de que el profesor no hubiese insistido en no contarle nada.

Por supuesto, el profesor insistió en revisar mi carta, y pareció obtener un perverso placer en embrollar todas las citas atribuidas a él. Nuestro plan es hacer que los signos de vampirismo se descubran poco a poco para que los demás lleguen a la misma conclusión por iniciativa propia. Quizá incluso yo, si algún día encuentro sólidas evidencias físicas, pueda ser convencido.

Todo lo que puedo decir es esto: si alguna vez he sentido una atracción por elementos de naturaleza paranormal, los sucesos de hoy me han curado. Me siento como si estuviese atrapado en un sueño extraño y fantástico, tan inquietante como el de la gran oscuridad…

Diario de Abraham Van Helsing

3 de septiembre.

¡Whitby!, la adorable señorita Westenra me informó de que el principio de su extraña enfermedad comenzó a mitad de agosto, cuando estaba de vacaciones en la costa, en Whitby, ¡justo cuando apareció un «barco fantasma»! Por lo poco que dijo sobre ello, no tengo dudas: allí es donde desembarcó Vlad. Sus respuestas indican que se quedó allí una semana antes de continuar… hacia Londres, donde se vio atraído de nuevo a su víctima.

En cuanto a la señorita Lucy de John (cree que no lo sé, pero estaba claro en su rostro que aquella era la joven que lo había rechazado), la dejé con las protecciones que pude (un pequeño crucifijo de plata que había llevado). Es evidente que no tiene inclinaciones religiosas, de modo que abandoné todo intento por convencerla para que lo llevara. ¿Qué razón lógica podía darle? Cuando lleguen las flores de ajo de Ámsterdam, podré al menos usar los poderes medicinales de la hierba.

De modo que hice algo impetuoso, que ahora me parece divertido, aunque en el momento el humor era lo único que no tenía en mente. Con su permiso, hice que la señorita Lucy entrara en un profundo trance, pues, tal y como le expliqué, permitiría que me diera muchos más detalles de los que podía recordar conscientemente.

Después de hacer todas las preguntas con respecto a Whitby y al «gran pájaro que aleteaba en la ventana» y obtener respuestas satisfactorias, la dejé en trance con los ojos cerrados. Mientras tanto, ejercité un ejercicio mental (un conjuro, si prefieren) que me permite moverme sin que me oiga nadie. Y con el pequeño crucifijo en la mano, me monté en el radiador y, de puntillas, encajé el amuleto protector entre el marco de madera de la ventana y la pared. (Pues todas sus respuestas indicaban claramente que la ventana era el lugar por donde había entrado). Además, saqué unos pequeños dientes de ajo y los dejé cuidadosamente en el estrecho dintel.

Cuando estaba en posición tan precaria, se me ocurrió que Lucy podía de repente salir del trance y abrir los ojos, o la criada abrir la puerta y entonces, ¿cómo explicaría por qué estaba de puntillas sobre el radiador? Debería haber hecho primero un conjuro de invisibilidad, pensé demasiado tarde…

Ahora me hace reír, pero entonces estaba bastante asustado. En cualquier caso, conseguí terminar mis simples esfuerzos en privado, y ahora rezo para que sean suficientes por un tiempo. Tan pronto como me sea posible, notificaré a Vanderpool en Haarlem que consiga algunas flores de ajo; es totalmente de confianza, y me evitará el problema de tener que darle explicaciones a un granjero inglés.

Es una desgracia que no tenga total acceso a la señorita Lucy; como sabía que la criada estaba en la puerta (sin duda lista para entrar al primer signo de impropiedad), no me atreví a preguntar directamente sobre Vlad y su localización. Pero quizá llegue el momento… Hasta entonces, usaremos al señor Renfield de John.

Diario del doctor Seward

4 de septiembre.

Un día terrible. He dado permiso a mi ayudante para que se fuera justo antes del amanecer para poder llevar al profesor a ver a Renfield sin que nadie más lo sepa. Van Helsing cree que nuestro paciente zoófago es sensible a los movimientos del vampiro y puede ser de ayuda en su localización.

El paciente estaba bastante calmado cuando entramos, de modo que le hice un gesto a Van Helsing para que entrara. Así lo hizo y para mi sorpresa, hipnotizó a Renfield en menos de un minuto.

—¿Dónde estás? —le preguntó el profesor con autoridad admirable.

—No lo sé —contestó Renfield en un tono de sorprendida dignidad.

Cuando está calmado parece un caballero bastante educado, excepto por el pelo y la barba sin cuidar. (No nos atrevemos a confiarle una cuchilla, ni siquiera un peine, y no tiene paciencia para que lo arregle el ayudante). Pero una vez peinados sus plateados cabellos, y afeitada la grisácea barba, puede verse a un hombre de fuertes facciones aristocráticas y de inteligentes ojos azul claro bajo unas severas cejas negras. De acuerdo con su mujer, tiene cincuenta y nueve años, pero tiene unos estupendos músculos y forma física para su edad. (El ayudante, y ahora Van Helsing y yo, podemos confirmarlo).

—Estoy en una caja cerrada. Solo hay oscuridad y silencio… excepto por el canto de los pájaros.

Como si se le hubiese dado entrada en la función, un petirrojo en la ventana comenzó a piar. El profesor y yo sonreímos por la coincidencia.

—¿Estás en Londres? —preguntó Van Helsing.

La pregunta pareció confundir a Renfield. Con los ojos aún cerrados, frunció el ceño y dudo.

—No… sí… no lo sé. ¿A qué se refiere con Londres?

Ahora era el profesor el que estaba confundido.

—La ciudad. Londres, la ciudad más grande de Inglaterra.

—Sí, sí —replicó irritado nuestro lunático—. ¡Sé lo que es Londres! Simplemente no sé…

Un gallo cacareó a lo lejos: de manera abrupta, Renfield se puso en pie y corrió hacia el profesor a una velocidad alarmante. Antes de poder moverme, tenía sus anchas manos alrededor del cuello de Van Helsing y le ahogaba, El profesor agarró las muñecas de su agresor e intentó separarlas.

El rostro de Van Helsing estaba de un rojo brillante apoplético. No podía aspirar nada de aire, y solo podía emitir unos ahogados sonidos aterradores. De inmediato presioné la alarma para que viniera el ayudante y salté hacia los antebrazos de Renfield justo por encima de las manos con los nudillos blancos de Van Helsing.

En cuestión de segundos (aunque parecieron horas), el ayudante entró corriendo y lanzó su voluminoso cuerpo contra Renfield aplastándolo contra la pared. Pronto el paciente fue reducido con una camisa de fuerza, mientras yo atendía a Van Helsing, que tragaba aire mientras se masajeaba fuertemente el dolorido cuello. Estaba preocupado porque hubiese algún daño real, pues bajo sus dedos había marcas de color granate en la piel que pronto serían moretones. Pero me apartó y pronto pudo hablar.

Hoy se dirige hacia la casa de campo. Me preocupa que esté allí solo; si su teoría de que Renfield está siendo controlado por vampiros es correcta, está en grave peligro.