Notas al Capítulo 7

[1] Análisis del libro Víctimas de la guerra civil, coordinado por Santos Juliá (Madrid, 1999). Publicado (el análisis) como apéndice de El derrumbe de la república y la guerra civil. <<

[2] R. Salas Larrazábal, Los datos exactos de la guerra civil, Madrid, 1980, p. 310. <<

[3] Durante la batalla de Madrid, en noviembre de 1936, «Franco ordenó un ensayo de actuación desmoralizadora de la población mediante bombardeos aéreos», desistiendo a los diez días, según el jefe de la aviación nacional, Kindelán. En todo noviembre los bombardeos causaron en Madrid 312 muertos. Ejemplos de partes populistas: «La aviación y el intenso fuego de artillería sobre la ciudad de Oviedo aumenta por horas la desmoralización de los sitiados y de la población civil» (5-9-1936). «En las primeras horas de la mañana se ha iniciado un terrible fuego sobre Oviedo (…) cuyos efectos pueden apreciarse a simple vista» (8-9-1936). «La aviación republicana ha bombardeado Córdoba y Granada» (12-9-1936).Y así otros muchos, incluyendo Teruel, Huesca, etc. Constan, por el bando contrario, una instrucción de 6-1-1937: «Cuando se bombardeen objetivos militares en las poblaciones o próximos a ellas, se cuidará de la precisión del tiro, con objeto de evitar víctimas en la población no combatiente». De 10-5-1937 es este telegrama: «Por indicación del Generalísimo (…) no deberá ser bombardeada ninguna población abierta y sin tropas o industrias militares, sin orden expresa del Generalísimo o del General Jefe del Aire». Otra instrucción del 28-3-1938: «En lo sucesivo (…) no se efectuarán bombardeos del casco urbano de poblaciones sin una orden expresa de la Jefatura del Aire». La reiteración de la orden obedece a los bombardeos de Guernica, en abril de 1937, y de Barcelona, en marzo del 38, realizados por alemanes e italianos al margen de las instrucciones del mando franquista, que corrigió tales hechos. <<

[4] J. Salas Larrazábal, Guernica, Madrid, 1987, pp. 163 ss., 263 ss. <<

[5] En un almuerzo durante la Conferencia de Teherán, en 1943, Stalin anunció su intención de fusilar a 50.000 oficiales alemanes (de hecho, ya había hecho tal cosa con los polacos después de repartirse su país con Hitler, al comienzo de la guerra mundial). Churchill replicó: «Preferiría que me sacaran ahora mismo al jardín y me fusilasen antes que manchar mi honor y el de mi país con semejante infamia». Roosevelt, en plan complaciente, sugirió dejarlo en 49.000, y el hijo de Roosevelt brindó por la muerte «no sólo de esos 50.000 nazis, sino de cientos de miles más». Stalin, encantado, le abrazó. Churchill, fuera de sí, abandonó la sala. Stalin fue a buscarle y, conciliador, le dijo que se trataba de una broma. El inglés estaba seguro de que hablaba en serio. La realidad fue peor. Eisenhower, jefe supremo aliado en Alemania y futuro presidente de Usa, condenó deliberadamente a muerte a cientos de miles de prisioneros, incluyendo a bastantes civiles, ancianos, mujeres y niños, hacinándolos entre alambradas, sin cobertizos ni apenas agua, alimentos o ropas de abrigo. El espectáculo, según diversos testimonios, recordaba el de los campos nazis de Belsen o Dachau. El general Patton dijo que su jefe usaba «prácticamente los métodos de la Gestapo». La periodista D.Thompson acusó: «Al adoptar los principios y métodos de Hitler, Hitler ha terminado por ganar, aunque hayamos vencido a Alemania». Muchos campos franceses presentaban el mismo aspecto y mortandad. Por contraste, el trato de los británicos fue, salvo excepciones, acorde con la convención de Ginebra (J. Bacque, Morts pour raisons diverses, Mesuil-sur-L’Ystrée, Sand, 1990, pp. 27-28, 183 y 189). Es difícil atribuir estos hechos a indignación o venganza por el trato alemán, mucho mejor a los prisioneros aliados, y tampoco por el genocidio judío, que los aliados contribuyeron muy poco a impedir. The Economist del 17 de julio de 1999 reseñaba otro libro, An intimate history of killing, por Joanna Bourke, que menciona «orgías de violaciones y asesinatos» practicadas por las tropas useñas en Alemania. Como es sabido, la propaganda soviética llegó a incitar a sus soldados a matar alemanes y violar a sus mujeres (se ha dicho que los rusos las violaban y los norteamericanos las prostituían). La actitud rusa, con todo, resulta en cierto modo más explicable, dados los extraordinarios sufrimientos ocasionados en Rusia por los nazis. <<

[6] El Liberal, Bilbao, 14-6-1936. <<

[7] R. Salas, Los fusilados en Navarra en la guerra civil, Madrid, 1983, p. 13; J. S. Vidarte, Todos fuimos culpables, Barcelona, 1978, p. 418; G. Jackson, en R. Salas, Pérdidas de la guerra, Barcelona, 1977, p. 116; R. Tamames, La República. La era de Franco, Madrid, 1977, p. 323. <<

[8] El historiador Pierre Vilar desconfía de los testimonios orales: «Tres aragoneses me brindaron respectivamente, como balance de las ejecuciones en Zaragoza, tres fusilados, 10.000 víctimas, ¡por lo menos 30.000!» (P. Vilar, La guerra civil española, Barcelona, 1986, p. 151). No obstante, este pésimo método es aplicado con frecuencia. Tengo experiencia sobre el influjo de la propaganda en la memoria de muchos testigos. En una conferencia que di en el Ateneo madrileño acerca de la batalla de Madrid, al citar la presencia de tanques y aviones rusos, dos de los presentes se levantaron airados, asegurando que no había habido tal cosa, pues los republicanos apenas disponían de unos pocos fusiles. ¡Ellos habían vivido aquellas jornadas y podían dar fe! También han sido típicas de años recientes las personas que, sin haber movido un dedo contra el franquismo, «recordaban» de pronto hazañas que habrían protagonizado en manifestaciones estudiantiles, etc. La memoria engaña a menudo, incluso sin intención. <<

[9] R. Salas, Pérdidas…, pp. 139-140. <<

[10] Se ha aducido que muchas víctimas de la represión franquista están registradas con causas de muerte ficticias, como en el caso de García Lorca, cuya defunción atribuye el registro a «hecho de guerra». También se cita el caso de 150 ejecutados por los populistas y fallecidos oficialmente por «anemia aguda». Según Salas, esta crítica nace de un desconocimiento de las reglas registrales, que suelen exponer las causas clínicas de la muerte, y no las circunstancias de ella, por ley de 1870, cuyo objeto es salvaguardar la intimidad y el honor de los individuos. Esta regla obliga a un esfuerzo de interpretación de los registros, que Salas considera casi siempre factible. También se ha dicho que la mayoría de las víctimas del franquismo no se habrían inscrito nunca, por temer represalias sus familiares. Salas descarta esa crítica, señalando las facilidades registrales ofrecidas años después de la contienda, cuando ya no eran de temer represalias, y que fueron aprovechadas por numerosas personas. Además, el historiador hizo un estudio especial sobre Navarra, donde según él los nacionales habían fusilado a algo menos de un millar de personas, que multiplicaban por quince los historiadores nacionalistas próximos a ETA, y por ocho o nueve los del PNV, cifra esta última acogida sin crítica por autores más serios. Otros se han visto obligados a multiplicarla «sólo» por tres. La investigación de Salas ratificó sus cifras originales, con ligeras correcciones. Sin embargo algo de razón hay en esta crítica, pues tras la muerte de Franco se produjeron nuevas inscripciones, aunque ni de lejos la riada de ellas que suponían los adversarios de Salas. <<

[11] Por ejemplo, la revista barcelonesa Destino, que pasaba por imparcial y seria, le impidió contestar en igualdad de condiciones al escritor Carlos Rojas, que en un artículo le atacaba desvirtuando sus argumentos. «Resultaba descorazonador que quienes acogían con fe de carbonero las cifras aireadas por el rumor, el rencor o el revanchismo, fueran tan puntillosos a la hora de enjuiciar un trabajo con firme apoyatura documental y rigor científico», lamenta Salas (en Los fusilados…, pp. 19-20). Este historiador, indudablemente uno de los mejores entre quienes han tratado la guerra, simplemente «no existe» en muchos ámbitos universitarios. <<

[12] S. Juliá y otros, Víctimas…, p. 68. <<

[13] L. Araquistáin, Sobre la guerra civil y la emigración, Madrid, 1983, p. 22. <<

[14] A. D. Martín Rubio, Paz, piedad, perdón… y verdad, Madrid, 1997, p. 71. <<

[15] Nuevos e interesantes datos sobre el carácter del terror izquierdista en César Vidal, Las checas de Madrid, Madrid, 2003. <<

[16] J. Cervera, Madrid en guerra. La ciudad clandestina, Madrid, 1998, pp. 62 ss. <<

[17] S. Juliá, Víctimas…, p. 14. <<

[18] S. Juliá, Víctimas…, pp. 21 y 60-61. <<

[19] S. Juliá, Víctimas…, p. 410; R. Salas, Pérdidas…, pp. 331 y 362; A. D. Martín Rubio, Paz…, pp. 371-375. <<

[20] F. Torres, Franco o la venganza de la historia, Madrid, 2000, p. 225. <<

[21] S. Juliá, Víctimas…, p. 244. <<

[22] En El derrumbe de la II República y la guerra, IV parte, capítulos VI a VIII, y en Los mitos de la guerra civil, pp. 441 ss. <<

[23] R. Salas, Pérdidas…, p. 442. <<

[24] S. Juliá, Víctimas…, pp. 133, 142-143 y 154. <<

[25] S. Juliá, Víctimas…, p. 121; A. D. Martín Rubio, Paz…, pp. 449 ss.; M. Azaña, Memorias de guerra, Madrid, 1978, p. 400. <<

[26] Según la propaganda, los gobiernos izquierdistas trataron de evitar los crímenes de los incontrolados, en otros momentos identificados con el pueblo. Así lo decía Vidarte a un periodista francés, a quien informaba del siguiente modo, en el capítulo «Desvaneciendo falsedades»: «En un solo año del Tribunal de la Inquisición de Toledo pronunció más de 3.000 condenas, la mayoría a muerte», a lo que comentó el francés: «¿Y todavía les preocupa a ustedes que se destruya una iglesia de más o de menos?». «Nos preocupa la protección de nuestro tesoro artístico. Las iglesias pertenecen a la nación y es deber nuestro conservarlas». El virtuoso Vidarte hablaba en agosto de 1936, es decir, cuando desde mucho antes de julio se venía destrozando «nuestro tesoro artístico» entre la indiferencia o la complicidad de los gobiernos del Frente Popular. No vale más el dato sobre las muertes de la Inquisición, que a lo largo de tres siglos ocasionó alrededor de un millar de ellas. <<

[27] S. Juliá, Víctimas…, pp. 14, 156, 226, 238, 256 y 277; en R. Salas, Pérdidas…, pp. 82 ss. <<

[28] S. Juliá, Víctimas…, pp. 27, 156, 227-228, 290 y 303; E Moreno, Córdoba en la posguerra. La represión y el maquis, Madrid, 1987, pp. 18 y 53. <<

[29] En El derrumbe… parte, caps. III y IV. <<

[30] J. M. García Escudero, Historia política de las dos Españas, Madrid, 1976, pp. 1.463 ss.<<

[31] R. Salas, Pérdidas…, pp. 433 ss. S. Payne y J. Tusell, Guerra civil. Una nueva visión del conflicto que dividió a España, Madrid, 1996, p. 634; H. Lottman, La depuración, Barcelona, 1998, pp. 446 ss. Véase la opinión sarcástica de Federica Montseny, exiliada por entonces en París: «Los invasores fraternizaban con la población, sobre todo con las mujeres», pues «las francesas han sido generosas con todo el mundo». (Mis primeros cuarenta años, Barcelona, 1987.) <<

[32] Resumidos de Libertaddigital.com y La Razón. <<

[33] Ib., pp. 211-212. <<