La Gran Meretrix (9)
novela galante
biografía psicalíptica
La alta dignidad eclesial dio un grito y temblaron los cielos; descargó un puntapié en el suelo y siguió un terremoto, se balancearon las lámparas de un ministerio, y el ministro exigió explicaciones a otro ministro, que le pegó cuatro gritos al jefe superior de policía de Barcelona, qué se había creído, investigar a una figura relevante de la Iglesia española, hurgar en su vida privada para chantajearla y forzarla a meterse en negocios innobles, y un alto cargo de Barcelona se vio insultado sin consideración y corrió a clavar en su sitio, a fuerza de berridos, a un Hombre y un Madurga que terminaron amedrentados y encogidos.
—¿Se puede saber qué han hecho, en qué estaban pensando?
El Hombre entró en el piso de la avenida Mistral hecho un témpano. La Gran Meretrix estaba leyendo en el sillón, junto al balcón. Vestía un quimono de seda y chinelas. Alzó los ojos, interrogante. Él se abalanzó sobre ella sin preocuparse por si dejaba marcas o no. Y le dijo: «Nunca más». Y le dijo: «Se acabó». Entre imprecaciones nefandas.
—… Los bifes —los vecinos me decían—
parecían aplausos, parecían,
de una noche de gala en el Colón.
(Biaba /Música de Edmundo Rivero/ Letra de Celedonio Flores).
«Los perros comerán a Jezabel en la parcela de Jezreel.
»¿Cómo va a haber paz, mientras continúen las fornicaciones y las muchas hechicerías de tu madre Jezabel?
»Y el cadáver de Jezabel será como estiércol sobre la superficie del campo (2 Reyes, 9)».
La novela psicalíptica de la Gran Meretrix termina bruscamente de esta forma. El resto de las páginas de la pequeña libreta de espiral de hojas cuadriculadas está en blanco pero, entre las páginas hay, doblados y amarillentos, un par de recortes de periódico en cuyos márgenes alguien escribió a mano y con pluma estilográfica las fechas «11 mayo 44» y «12 mayo 44». El dorso de uno de los recortes está ocupado casi exclusivamente por un anuncio de Tónico Nervioso Cera, fósforo puro, estricnina e hipofosfitos, y el titular de un homenaje al almirante Bastarreche; y en el revés del otro hay un par de breves religiosos, «Acción Católica. Conferencia de liturgia» e «Indicador Piadoso. Mes de María Madre del Amor Hermoso».
El texto con fecha «11 mayo 44» dice:
Hallado el cadáver de una joven en Montjuïc.
Dos hombres, padre e hijo, se suicidan en su taller. Ambos hechos parece que están estrechamente relacionados.
Ayer, alrededor de las dos de la madrugada, en la calle Méjico se oyó el estrépito de una colisión automovilística, que causó la natural alarma del sereno y del vigilante, que comparecieron a tiempo de ver cómo un automóvil Ford Sedan doblaba la esquina echando humo en dirección a la avenida del Marqués de Comillas después de haber chocado contra un coche estacionado y de haberlo dejado destrozado casi por completo. Para exigir responsabilidades al fugitivo, emprendieron su persecución a pie los referidos funcionarios municipales, convencidos de que, debido a la avería, no podría llegar muy lejos, hasta unos metros más allá del Pueblo Español, donde se encontraba el vehículo inmovilizado y humeante con una rueda reventada. Se trataba de un Sedan cuatro puertas, y pudieron apreciar que la matrícula de la parte posterior, V-9934, había sido forzada como si hubieran intentando arrancarla. Observaron que en el interior había abundantes manchas de sangre, y en uno de los estribos encontraron un mazo de madera, nuevo, de los utilizados por los hojalateros, igualmente tinto en sangre. Medía el referido mazo unos 50 centímetros de mango, y la cabeza del conjunto tenía un diámetro aproximado de una botella de tamaño corriente.
De inmediato los funcionarios municipales dieron parte de su hallazgo a la comisaría de policía de plaza de España, de donde fueron destacados dos policías armados y un agente del Cuerpo General, para efectuar las investigaciones pertinentes.
Durante el registro de rigor, se encontró bajo uno de los asientos delanteros un bolso de señora que contenía 280 pesetas en billetes de Banco, artículos de tocador y una cédula blanca de una cartilla de racionamiento correspondiente a María del Carmen B. A., de 28 años de edad, natural de Barcelona. Al abrir el maletero, dieron con una pala sin estrenar, aún con el precio escrito con tiza.
Siguiendo un rastro de gotas de sangre que salían del automóvil, no lejos del asfalto del circuito de Montjuïc, entre unos setos, se hallaba el cuerpo de una joven morena de elegante indumentaria con una gran herida sangrante en la cabeza. El rostro de la muchacha coincidía con la foto de la tarjeta de racionamiento antes citada. Se cubría con un abrigo de astracán de un valor no inferior a las 50 000 pesetas.
Informado de lo ocurrido, se personó en el lugar de los hechos el titular del Juzgado de Guardia número 4, don José Luis Alisio, que dispuso el levantamiento de cadáver y el traslado al depósito del Hospital Clínico que fue realizado en una ambulancia.
María del Carmen B. vivía en la calle de la Bòbila del Pueblo Seco, en un piso modesto que combina mal con las ropas caras que ella vestía. Interrogadas sus vecinas, se ha sabido que el día de su muerte había ido a recoger a su hijo de ocho años al colegio y lo había llevado a casa, donde le había dado de merendar. Sobre las nueve de la noche, lo confió a una vecina y ella salió a la calle, muy acicalada, como era su costumbre casi cada noche. Se da por cierto que fue iniciada en la mala vida en su más tierna juventud por un anarquista que fue juzgado y condenado a muerte poco después del fin de la Cruzada.
María del Carmen B. A. ha resultado ser hija de una notable y dignísima familia de esta ciudad, de la que escapó hace diez años de manera que se le perdió la pista. Sus padres, después de infructuosa búsqueda, la habían dado ya por muerta y, desconsolados, han declinado efectuar ninguna clase de declaraciones.
Las investigaciones posteriores llevaron a la policía hasta el domicilio de los propietarios del Ford Sedan, en la avenida del Padre Claret, justo a tiempo de asistir al momento en que uno de ellos se lanzaba por el balcón para estrellarse contra la acera, donde quedó herido de gravedad. Se trata de Jacinto Aragonés, de 24 años, hijo de un cerrajero del barrio, Anacleto Aragonés, a quien la policía encontró colgando del gancho de la lámpara en su piso. En su poder obraban un brazalete de oro macizo, del que pendía a modo de fetiche un elefante del mismo metal cuyos ojos estaban constituidos por dos brillantes, una sortija con una aguamarina, un collar de monedas de oro y unos pendientes con perla, joyas que al parecer llevaba puestas la víctima al salir de su casa, de donde se desprende que el móvil del crimen había sido el robo.
Cabe deducir, pues, que Anacleto y Jacinto Aragonés abordaron a María del Carmen B. al salir de su casa y, después de robarle y acabar con su vida, pretendían enterrarla en algún lugar de Montjuïc. La presencia en el coche de la pala recién comprada y el hecho de que la maza también fuera nueva evidencian que se trata de un alevoso crimen premeditado.
Pese al deseo natural del periodista de dar a los lectores tanta información como sea posible, la discreción aconseja abstenerse de divulgar más datos hasta que la Brigada de Investigación Criminal de la Jefatura Superior de Policía, de tan reconocida competencia, haya dado el caso por resuelto.
El texto con fecha «12 mayo 44» dice:
Resuelto el asesinato de Montjuïc.
Los dos autores del crimen trataron de suicidarse. Uno de ellos está muerto y el otro, en el hospital con pronóstico grave, ha confesado.
María del Carmen B. poseía un piso en la avenida Mistral, donde solía llevar a sus amistades. Sin duda se dirigía a él, a pie, puesto que no está lejos del Pueblo Seco, cuando los Aragonés, padre e hijo, le salieron al paso. Ha podido saber la policía que no eran desconocidos.
Debidamente interrogado en el lecho del hospital donde se repone de sus lesiones, Jacinto Aragonés confesó que él y su padre eran propietarios, en la rambla Volart, de un taller de cerrajería del que proceden buena parte de las ganzúas y palanquetas utilizadas por los delincuentes habituales de esta ciudad, y dijo que conocía a María del Carmen B. porque se veía con su padre frecuentemente y en más de una ocasión él le había proporcionado determinados productos de contrabando a los que ella era muy aficionada. Reconoció que habían abordado a la mujer en la calle de Entenza, cuando se dirigía a un piso que poseía en la avenida Mistral, donde en ocasiones recibía a amigos y celebraba fiestas, y que tenían la intención de acabar con su vida para robarle las joyas que llevaba puestas y, luego, con las llaves del piso de la avenida Mistral, entrar en él para apropiarse de otras pertenencias, después de haber enterrado a su víctima en algún punto de Montjuïc, porque estaban informados de que poseía joyería y objetos de arte que mal vendidos podrían dar más de cincuenta mil duros.
Los agentes de la Brigada de Investigación Criminal, que gozan de justa nombradía y fama por sus magníficos servicios, no sólo en nuestra ciudad sino en el resto de España, e incluso en el extranjero, pudieron comprobar durante el día de ayer que el trío fue visto, entre las nueve y las doce, en un bar de la plaza de España, donde estuvieron tomando unos aperitivos primero y cenando después en una larga sobremesa al final de la cual declara un camarero que oyó cómo uno de los hombres proponía: «¿Qué os parece si nos echamos al monte?», y los otros dos, algo entorpecidos por la bebida, corearon a gritos que se iban a echar al monte, y se fueron camino de Montjuïc.
Conducía el vehículo Aragonés hijo y a su derecha se sentaba María del Carmen. Detrás de la víctima iba Aragonés padre. Por lo visto, cuando emprendían la calle Méjico arriba, María del Carmen comenzó a dar rienda suelta a sus melosos deliquios con Aragonés hijo y, en aquel instante, encendidos los celos del padre, fue éste quien descargó el primer mazazo en la cabeza de la víctima.
A pesar de que habían pretendido embriagarla previamente y con este objeto la invitaron a tomar unas copas en el bar a que aludíamos en nuestras ediciones anteriores, no vieron cumplido su objetivo, ya que la presunta víctima resistió a todo lo que bebió y no sucumbió al primer golpe. Bien al contrario, reaccionó con una fuerza y una ferocidad inesperadas, resistiéndose y enzarzándose en una lucha titánica durante la cual Aragonés hijo perdió el control del Ford y colisionó estrepitosamente contra otro vehículo aparcado, lo que atrajo la atención del vigilante y el sereno. Desde atrás, Aragonés padre continuó golpeando a la mujer hasta que ésta quedó inmóvil.
Con una rueda reventada y el motor seriamente dañado, en seguida comprobaron los asesinos que no podrían ir muy lejos y, perseguidos por los funcionarios municipales, mucho menos podrían realizar sus propósitos de cavar una fosa y ocultar en ella a María del Carmen. Cuando el automóvil se negó a seguir corriendo, algo más allá del Pueblo Español, los dos desalmados cargaron con el cuerpo de la víctima y cruzaron la calzada a toda prisa, para abandonarlo entre los setos y emprender la fuga.
Regresaron a pie hasta su domicilio en la avenida del Padre Claret, en el otro extremo de la ciudad, y, convencidos de que era cuestión de horas que la policía llegase hasta ellos, fueron vencidos por la desesperación. El lapso de tiempo que empleó Jacinto en tomar una ducha que le limpiase la sangre que le había salpicado le bastó a su padre para quitarse la vida colgándose de la lámpara del comedor. Al oír las sirenas de la policía que llegaban a su domicilio, siguiendo la pista del automóvil de su propiedad que había quedado por el camino, también el hijo decidió acabar con todo de una vez y saltó por encima de la baranda del balcón, aterrizando un par de pisos más abajo milagrosamente vivo.
El Juzgado de Instrucción número 4 y los agentes de la Brigada de Investigación Criminal siguen trabajando activamente en las diligencias propias del caso, por lo que ante la Justicia han declarado varias personas relacionadas con los protagonistas del trágico suceso.