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La Gran Meretrix (6)

novela galante

biografía psicalíptica

El comisario llevó al Hombre y a Madurga a la mesa del rincón. Desde que estaban allí los de la Gestapo, se había visto privado de despacho propio y, de vez en cuando, se encontraba cuchicheando y mirando de reojo a los lados para asegurarse de que sólo le oía quien él deseaba que le oyera. Dijo que les quería hablar de un judío. Quizá debido a la proximidad de los alemanes, últimamente estaba obsesionado con los judíos, casi más que con los anarquistas, los comunistas o los separatistas.

—Desde que los alemanes invadieron Grecia, los judíos sefarditas de allí corrieron a la embajada de España para pedir la nacionalidad española. Se ve que tienen derecho a pedirla, porque son descendientes de aquellos judíos que echaron los Reyes Católicos en 1492. Dicen que todavía conservan la llave del lugar donde vivían y tienen la pretensión de volver aquí y ocupar sus casas, si es que aún existen, echando a los propietarios que ahora residen en ellas. Bueno, el Gobierno está en contra, naturalmente, porque esto sería un caos, de repente una invasión de judíos creyéndose con derecho a todo. No olvidemos que la conspiración internacional judía está detrás de todos los males de este país, de la revolución socialista, de la pérdida de las colonias americanas, de la leyenda negra, del separatismo catalán… Pero agarrándose a no sé qué subterfugio legal, hay algunos que han conseguido esa nacionalidad española y, por tanto, podrán venir a España tranquilamente sin que los nazis les toquen ni un pelo.

»Entre éstos, hay uno, un rabino muy importante, muy rico, al que las SS le tenían echado el ojo pero que se les va a escapar. Porque no hay nada que hacer, porque ha intercedido por él una personalidad eclesiástica española muy influyente en altas, altísimas esferas.

Madurga no recordaba el nombre de aquella personalidad eclesiástica, ni cuál era su cargo, si obispo, cardenal, prior, abad; sólo sabía que había que tratarlo con guantes y pinzas. En su novela psicalíptica, Miguel Jinete lo llamaba el Sochantre. Con tanta insistencia había hablado a favor del judío sefardita, al que Jinete bautizó como Marrano Guarro, que atrajo la atención del ministro español de Asuntos Exteriores y, en consecuencia, de la Delegación de la Gestapo en España.

En el quinto piso de la Jefatura de Vía Layetana, había una brigada dedicada a interceptar llamadas telefónicas y correspondencia que tenía un interés muy especial en abrir las cartas del Sochantre. Por ellas se enteraron de que Marrano Guarro había transferido unas cantidades de dinero exorbitantes a la cuenta personal de Sochantre, que se había encargado de pasarlas a un banco norteamericano. También constaba en las cartas un intenso regateo por una cantidad que el religioso español tenía que darle al judío a cambio de algo de valor incalculable. Sochantre intentaba aprovecharse de su posición favorable para conseguir cierto tesoro a un precio muy económico. «Bástele saber», argüía, «que con lo que yo le dé podrá vivir unos días en Barcelona y viajar con su familia hasta América, donde tiene la vida solucionada». El judío se defendía alegando que tenía otros compradores posibles, y que «el objeto en cuestión ha estado siempre con mi familia, lo que le da, además de su valor intrínseco, otro valor sentimental que bien ha de multiplicar el precio». Pero ni uno ni otro mencionaban qué era el objeto en cuestión, lo que incrementaba de forma exasperante la curiosidad de los alemanes.

Estaba fuera de cuestión acorralar al Sochantre con la comprometedora correspondencia en la mano, porque eso revelaría que la habían estado violando y provocaría un conflicto de consecuencias imprevisibles; y la relación del judío con el Sochantre impedía que nadie metiera mano en las cuentas de uno sin perjudicar al otro, a pesar de lo cual los alemanes insistían en averiguar cuál era el tesoro porque, evidentemente, querían arrebatárselo. Tal vez no pudieran evitar que el rabino escapara de sus zarpas pero, al menos, conseguirían arruinarlo.

—… que —como decía el comisario— es la mejor manera de destruir a un judío.

«El Hombre habló a la Gran Meretrix del caso del Sochantre y el Marrano Guarro. Y ella ya hacía tiempo que no le negaba ningún favor».